Revised Common Lectionary (Semicontinuous)
Salmo 5
Señor, por la mañana escuchas mi voz
5 Al maestro del coro; con flautas. Salmo de David.
2 Señor, escucha mis palabras, atiende mi queja;
3 Rey mío, Dios mío, oye mi grito de socorro,
que a ti dirijo mi ruego.
4 Señor, por la mañana escuchas mi súplica;
de madrugada ante ti la presento
y me quedo esperando.
5 No eres un Dios que desee la maldad,
en ti no encuentra refugio el malvado.
6 No resisten tu mirada los necios,
odias a los malhechores,
7 aniquilas a los mentirosos;
al cruel y al traidor, el Señor lo aborrece.
8 Pero yo, por tu inmenso amor,
acudiré a tu morada
y me postraré venerándote en tu santuario.
Denuncia y castigo de Ajab
35 Un miembro de la comunidad de profetas dijo a un compañero, por orden del Señor:
— ¡Pégame!
El compañero se negó 36 y el otro le dijo:
— Por no haber obedecido la palabra del Señor, cuando te separes de mí, te matará un león.
Y cuando se separó de él, lo encontró un león y lo mató.
37 El profeta encontró a otro hombre y le pidió:
— ¡Pégame!
Aquel hombre le pegó y lo dejó herido.
38 Luego se fue a esperar al rey junto al camino, disfrazado con una venda en los ojos. 39 Cuando pasó el rey, el profeta le dijo a voces:
— Cuando tu servidor estaba en el fragor de la batalla, un hombre se acercó y me entregó un prisionero, encargándome: “Vigila a este hombre y, como llegue a escapar, lo pagarás con tu vida o con un talento de plata”. 40 Pero mientras tu servidor andaba ocupado en otras cosas, el prisionero desapareció.
El rey de Israel le dijo:
— ¡Tú mismo acabas de pronunciar tu sentencia!
41 Pero inmediatamente se quitó la venda de los ojos y el rey de Israel lo reconoció como uno de los profetas. 42 Entonces le dijo al rey:
— Así dice el Señor: Por haber dejado en libertad al hombre que yo había condenado al exterminio, tú y tu pueblo pagarán con la vida por la de él y la de su pueblo.
43 El rey de Israel entró en Samaría y se encerró en su palacio malhumorado y furioso.
Curación de un paralítico (Mt 9,2-8; Mc 2,1-12)
17 Un día estaba Jesús enseñando. Cerca de él se habían sentado algunos fariseos y doctores de la ley llegados de todas las aldeas de Galilea y de Judea, y también de Jerusalén. Y el poder del Señor se manifestaba en las curaciones que hacía. 18 En esto llegaron unos hombres que traían a un paralítico en una camilla y que andaban buscando cómo entrar en la casa para ponerlo delante de Jesús. 19 No encontrando el modo de introducirlo a causa del gentío, subieron a la terraza y, a través de un hueco que abrieron en el techo, bajaron al paralítico en su camilla y lo pusieron en medio, delante de Jesús. 20 Al ver la fe de quienes lo llevaban, Jesús dijo al enfermo:
— Amigo, tus pecados quedan perdonados.
21 Los maestros de la ley y los fariseos se pusieron a pensar: “¿Quién es este, que blasfema de tal manera? ¡Solamente Dios puede perdonar pecados!”. 22 Jesús se dio cuenta de lo que estaban pensando y les preguntó:
23 — ¿Por qué están pensando así? ¿Qué es más fácil? ¿Decir: “Tus pecados quedan perdonados”, o decir: “Levántate y anda”? 24 Pues voy a demostrarles que el Hijo del hombre tiene autoridad en este mundo para perdonar pecados.
Se volvió al paralítico y le dijo:
— A ti te hablo: levántate, recoge tu camilla y márchate a casa.
25 Él se levantó al instante delante de todos, recogió la camilla donde estaba acostado y se fue a su casa alabando a Dios. 26 Todos los presentes quedaron atónitos y comenzaron a alabar a Dios. Sobrecogidos de temor, decían:
— ¡Hoy hemos visto cosas increíbles!
La Palabra, (versión hispanoamericana) © 2010 Texto y Edición, Sociedad Bíblica de España