Old/New Testament
I.— HISTORIA DE SAMUEL (1—7)
Nacimiento e infancia de Samuel (1,1—4,1a)
Nacimiento de Samuel
1 Vivía en Ramá un sufita de la montaña de Efraín, llamado Elcaná, hijo de Jeroján y descendiente de Elihú, de Tojú y de Suf, de la tribu de Efraín. 2 Tenía dos mujeres: una llamada Ana y la otra Peniná. Peniná tenía hijos, pero Ana no los tenía. 3 Este hombre subía todos los años desde su aldea para dar culto y ofrecer sacrificios al Señor del universo en Siló, donde dos hijos de Elí, Jofní y Finés, oficiaban como sacerdotes del Señor. 4 Cuando ofrecía el sacrificio, Elcaná repartía raciones a Peniná y a todos sus hijos e hijas, 5 mientras que daba una sola ración a Ana; pues, aunque era su preferida, el Señor la había hecho estéril. 6 Su rival la provocaba para humillarla, porque el Señor la había hecho estéril. 7 Y todos los años sucedía lo mismo: cuando subían al santuario del Señor, la insultaba de igual manera y Ana lloraba y no comía. 8 Su marido Elcaná le decía:
— Ana, ¿por qué lloras y no comes? ¿Por qué te entristeces? ¿No valgo yo más que diez hijos? 9 Una vez, después del banquete ritual en Siló, Ana se levantó. El sacerdote Elí estaba sentado a la puerta del santuario del Señor. 10 Ella, llena de tristeza, suplicó al Señor, llorando a lágrima viva, 11 y le hizo esta firme promesa:
— Señor del universo, si prestas atención a la humillación de tu esclava, si me tienes en cuenta y no me olvidas, si me concedes un hijo varón, te prometo que te lo entregaré de por vida y que nunca se afeitará la cabeza.
12 Elí, por su parte, observaba los labios de Ana que no cesaba de orar al Señor. 13 Como hablaba para sí, moviendo los labios, pero sin alzar la voz, Elí creyó que estaba borracha 14 y le dijo:
— ¿Hasta cuándo te va a durar la borrachera? Arroja el vino que tienes dentro.
15 Ana le respondió:
— No es eso, señor; es que soy una mujer desgraciada, pero no he bebido vino ni alcohol; sólo desahogaba mis penas ante el Señor. 16 No me tomes por una desvergonzada; si me he excedido al hablar, lo he hecho abrumada por mi dolor y mi desgracia.
17 Elí le dijo:
— Vete en paz y que el Dios de Israel te conceda la gracia que le has pedido.
18 Ana respondió:
— Que tu servidora cuente con tu favor.
La mujer se marchó, comió y cambió de semblante.
19 A la mañana siguiente madrugaron, adoraron al Señor y regresaron a su casa en Ramá. Elcaná se acostó con Ana, su mujer, y el Señor se acordó de ella. 20 Ana quedó embarazada y, pasado el tiempo debido, dio a luz un hijo al que puso de nombre Samuel, explicando: “Al Señor se lo pedí”. 21 Al año siguiente subió el marido Elcaná con su familia a ofrecer al Señor el sacrificio anual y a cumplir su promesa, 22 pero Ana no subió, excusándose a su marido:
— Cuando destete al niño, lo llevaré para presentarlo ante el Señor y para que se quede allí de por vida.
23 Elcaná, su marido, le contestó:
— Haz lo que mejor te parezca. Quédate hasta que lo destetes y que el Señor cumpla su palabra.
Ana se quedó en casa, criando a su hijo hasta que lo destetó. 24 Entonces lo llevó al santuario del Señor en Siló, junto con un novillo, un saco de harina y un pellejo de vino. 25 Sacrificaron el novillo y presentaron el niño a Elí.
26 Y Ana le dijo:
— Por favor, señor, escúchame. Yo soy la mujer que estuvo aquí, junto a ti, orando al Señor. 27 Este es el niño que pedía y el Señor me ha concedido la petición que le hice. 28 Ahora se lo entrego al Señor para que sea suyo de por vida.
Y adoraron allí al Señor.
El canto de Ana
2 Y Ana comenzó a orar así:
Mi corazón salta de alegría por el Señor,
mi fuerza reside en el Señor,
mi boca se ríe de mis rivales,
porque he disfrutado de tu ayuda.
2 Nadie es santo como el Señor,
nadie es fuerte como nuestro Dios,
porque no hay otro como tú.
3 No pronunciéis discursos altaneros,
arrojad la arrogancia de vuestras bocas,
porque el Señor es un Dios sabio
y evalúa todas las acciones.
4 El arco de los valientes se hace trizas
y los cobardes se arman de valor.
5 Los hartos se alquilan por pan
y los hambrientos se sacian:
la mujer estéril da a luz siete hijos
y la madre fecunda se marchita.
6 El Señor da la muerte y da la vida,
hunde en el abismo y salva de él.
7 El Señor empobrece y enriquece,
rebaja y engrandece;
8 saca del lodo al miserable,
levanta de la basura al pobre
para sentarlo entre los príncipes
y adjudicarle un puesto de honor.
Del Señor son los pilares de la tierra
y sobre ellos cimentó el universo.
9 Él guía los pasos de sus amigos,
mientras los malvados se pierden en la oscuridad,
porque nadie triunfa por sus fuerzas.
10 El Señor desarma a sus adversarios,
el Altísimo lanza truenos desde el cielo;
el Señor juzga hasta el lugar más apartado;
el Señor fortalece a su rey
y engrandece el poder de su ungido.
11 Elcaná volvió a su casa en Ramá, mientras el niño quedaba al servicio del Señor, bajo la custodia del sacerdote Elí.
Samuel y los hijos de Elí
12 Los hijos de Elí eran unos desalmados que no respetaban al Señor, 13 ni tenían en cuenta las obligaciones de los sacerdotes para con el pueblo. Cuando alguien ofrecía un sacrificio, mientras se guisaba la carne, llegaba el ayudante del sacerdote con el tenedor trinchante en la mano, 14 pinchaba en la olla, en el caldero, en el perol o en la cazuela y todo lo que enganchaba el trinchante se lo quedaba el sacerdote. Esto era lo que hacían con todos los israelitas que iban a Siló. 15 Incluso antes de que se quemara la grasa, llegaba el ayudante del sacerdote y decía al que estaba ofreciendo el sacrificio:
— Dame la carne para asársela al sacerdote, pues él no te aceptará carne asada, sino cruda.
16 A lo que el oferente respondía:
— Primero se ha de quemar la grasa, después podrás coger lo que quieras.
Entonces el otro replicaba:
— No. Me la das ahora mismo, o me la llevo por la fuerza.
17 El pecado de aquellos jóvenes ante el Señor era muy grave porque menospreciaban la ofrenda hecha al Señor.
18 Samuel estaba al servicio del Señor y vestía una túnica de lino. 19 Su madre le hacía cada año una pequeña túnica y se la llevaba cuando subía con su marido a ofrecer el sacrificio anual. 20 Elí bendijo a Elcaná y a su mujer, diciendo:
— Que el Señor te conceda hijos con esta mujer en recompensa por la donación que ella ha hecho al Señor.
Luego volvieron a su hogar. 21 El Señor bendijo a Ana, que volvió a quedar embarazada y dio a luz tres hijos y dos hijas. Mientras tanto, el joven Samuel iba creciendo junto al Señor.
22 Elí era ya muy mayor; cuando se enteró de lo que hacían sus hijos con los israelitas y de cómo se acostaban con las mujeres que prestaban servicio a la entrada de la Tienda del encuentro, 23 les dijo:
— ¿Por qué hacéis estas cosas? Todo el mundo me comenta vuestros abusos. 24 No, hijos míos; no son buenos los rumores que oigo de que estáis escandalizando al pueblo del Señor. 25 Si una persona ofende a otra, el Señor puede actuar de árbitro; pero si alguien ofende a Dios, ¿quién mediará en su favor?
Pero ellos no hacían caso a su padre, porque Dios había decidido que murieran.
26 Mientras tanto, el joven Samuel seguía creciendo, apreciado por Dios y por la gente.
27 Un hombre de Dios se presentó a Elí diciendo:
— Esto dice el Señor: Yo me manifesté abiertamente a la familia de tu antepasado, cuando vivía en Egipto al servicio del faraón, 28 y de entre todas las tribus de Israel lo elegí a él como sacerdote, para que atendiera mi altar, quemara el incienso y llevara el efod ante mí; y adjudiqué a la familia de tu antepasado todas las ofrendas de los israelitas. 29 ¿Por qué, entonces, habéis pisoteado mi altar y las ofrendas que establecí en el santuario? ¿Por qué tienes más consideración con tus hijos que conmigo, permitiéndoles que engorden con lo más exquisito de todas las ofrendas de mi pueblo Israel? 30 Por eso —oráculo del Señor, Dios de Israel—, aunque prometí que tu familia y la familia de tus antepasados me servirían eternamente, ahora —oráculo del Señor— retiro lo dicho. Porque yo respeto a los que me respetan, pero los que me desprecian se verán deshonrados. 31 Se acerca el día en que os despojaré de privilegios a ti y a la familia de tu antepasado, de manera que nadie llegará a viejo en tu familia. 32 Te concomerás de envidia al contemplar la prosperidad de Israel, sin que nadie llegue jamás a viejo en tu familia. 33 Mantendré a alguno al servicio de mi altar, hasta que se apaguen tus ojos y se extinga tu vida, pero la mayor parte de tu familia morirá violentamente. 34 Tendrás la confirmación de esto en lo que les va a suceder a tus hijos, Jofní y Finés: ambos morirán el mismo día. 35 Yo designaré un sacerdote fiel que actúe conforme a mi criterio y mi voluntad. Le proporcionaré una familia estable y vivirá siempre al servicio de mi ungido. 36 Y cualquier superviviente de tu familia se inclinará ante él para mendigar unas monedas y una hogaza de pan, suplicándole: “Por favor, asígname cualquier tarea sacerdotal para poder comer un trozo de pan”.
Vocación de Samuel
3 El joven Samuel estaba al servicio del Señor bajo la custodia de Elí. Por aquel entonces los mensajes del Señor eran excepcionales y escaseaban las visiones. 2 Cierto día Elí dormía en su habitación; sus ojos se estaban apagando y no podía ver. 3 La lámpara divina aún no se había extinguido y Samuel dormía en el santuario del Señor, donde está el Arca de Dios. 4 El Señor llamó a Samuel que respondió:
— ¡Aquí estoy!
5 Fue corriendo adonde estaba Elí y le dijo:
— Aquí estoy, presto a tu llamada.
Elí le contestó:
— Yo no te he llamado, hijo mío. Vuelve a acostarte.
Y Samuel fue a acostarse. 6 El Señor volvió a llamar otra vez a Samuel y este se levantó y se presentó ante Elí, diciendo:
— Aquí estoy, presto a tu llamada.
Elí contestó:
— Yo no te he llamado, hijo mío. Vuelve a acostarte. 7 Y es que Samuel todavía no conocía al Señor, ni se le había revelado su palabra. 8 El Señor volvió a llamar a Samuel por tercera vez y él se levantó y se presentó ante Elí, diciendo:
— Aquí estoy, presto a tu llamada.
Entonces comprendió Elí que era el Señor quien llamaba al muchacho 9 y le dijo:
— Vuelve a acostarte y si alguien te llama, respóndele: “Habla, Señor, que tu servidor escucha”.
Y Samuel se fue a acostar a su habitación. 10 El Señor volvió a insistir y lo llamó como antes:
— ¡Samuel! ¡Samuel!
Y él le respondió:
— Habla, que tu servidor escucha.
11 Y el Señor dijo a Samuel:
— Mira, voy a hacer una cosa en Israel que a los que la oigan les retumbarán los oídos. 12 En ese momento voy a cumplir todo lo que he anunciado contra Elí y su familia de principio a fin. 13 Ya le he comunicado que voy a condenar a su familia para siempre, porque él sabía que sus hijos ultrajaban a Dios, pero no los corrigió. 14 Por eso, juro a la familia de Elí que ni sacrificios ni ofrendas podrán reparar nunca su delito.
15 Samuel se acostó hasta la mañana siguiente. Luego abrió las puertas del santuario, pero no se atrevió a contarle a Elí la visión. 16 Elí lo llamó:
— Samuel, hijo mío.
Y él contestó:
— Aquí estoy.
17 Elí le preguntó:
— ¿Qué te ha dicho? No me lo ocultes. Que Dios te castigue si me ocultas una sola palabra de lo que te ha dicho.
18 Entonces Samuel se lo contó todo, sin omitir nada. Elí comentó:
— Él es el Señor, que haga lo que mejor le parezca.
19 Samuel seguía creciendo y el Señor lo protegía, sin dejar de cumplir ni una sola de sus palabras. 20 Así supo todo Israel, desde Dan hasta Berseba, que Samuel era un profeta acreditado ante Dios. 21 El Señor siguió manifestándose en Siló, donde revelaba su palabra a Samuel.
Curación del endemoniado geraseno (Mt 8,28-34; Mc 5,1-20)
26 Después de esto arribaron a la región de Gerasa que está frente a Galilea. 27 En cuanto Jesús saltó a tierra, salió a su encuentro un hombre procedente de la ciudad. Estaba poseído por demonios, y desde hacía bastante tiempo andaba desnudo y no vivía en su casa, sino en el cementerio. 28 Al ver a Jesús, se puso de rodillas delante de él gritando con todas sus fuerzas:
— ¡Déjame en paz, Jesús, Hijo del Dios Altísimo! ¡Te suplico que no me atormentes!
29 Es que Jesús había ordenado al espíritu impuro que saliera de aquel hombre, pues muchas veces le provocaba violentos arrebatos; y a pesar de que habían intentado sujetarlo con cadenas y grilletes, él rompía las ataduras y se escapaba a lugares desiertos empujado por el demonio. 30 Jesús le preguntó:
— ¿Cómo te llamas?
Él le contestó:
— Me llamo “Legión”.
Porque eran muchos los demonios que habían entrado en él. 31 Y rogaban a Jesús que no los mandara volver al abismo. 32 Había allí una considerable piara de cerdos paciendo por el monte; los demonios rogaron a Jesús que les permitiera entrar en los cerdos; y Jesús se lo permitió. 33 Entonces los demonios salieron del hombre y entraron en los cerdos. Al instante, la piara se lanzó pendiente abajo hasta el lago, donde los cerdos se ahogaron.
34 Cuando los porquerizos vieron lo sucedido, salieron huyendo y lo contaron en la ciudad y en sus alrededores. 35 La gente fue allá a ver lo que había pasado y, cuando llegaron adonde se encontraba Jesús, hallaron sentado a sus pies al hombre del que había expulsado los demonios, que ahora estaba vestido y en su cabal juicio. Todos se llenaron de miedo. 36 Los testigos del hecho les contaron cómo había sido salvado el poseído por el demonio. 37 Y toda la gente que habitaba en la región de Gerasa rogaba a Jesús que se apartara de ellos, porque el pánico los dominaba.
Jesús, entonces, subió de nuevo a la barca y emprendió el regreso. 38 El hombre del que había expulsado los demonios le rogaba que le permitiera acompañarlo; pero Jesús lo despidió, diciéndole:
39 — Vuelve a tu casa y cuenta todo lo que Dios ha hecho contigo.
El hombre se marchó y fue proclamando por toda la ciudad lo que Jesús había hecho con él.
La hija de Jairo. La mujer enferma (Mt 9,18-26; Mc 5,21-43)
40 Cuando Jesús regresó, la gente lo recibió con alegría, pues todo el mundo estaba esperándolo. 41 En esto llegó un hombre llamado Jairo, jefe de la sinagoga, el cual se postró a los pies de Jesús rogándole que fuera a su casa 42 porque su única hija, de unos doce años de edad, estaba muriéndose. Mientras Jesús se dirigía allá, la gente se apiñaba a su alrededor.
43 Entonces, una mujer que padecía hemorragias desde hacía doce años y que había gastado toda su fortuna en médicos, sin lograr que ninguno la curase, 44 se acercó a Jesús por detrás y le tocó el borde del manto. En aquel mismo instante se detuvo su hemorragia. 45 Jesús preguntó:
— ¿Quién me ha tocado?
Todos negaban haberlo hecho, y Pedro le dijo:
— Maestro, es la gente que te rodea y casi te aplasta.
46 Pero Jesús insistió:
— Alguien me ha tocado, porque he sentido que un poder [curativo] salía de mí.
47 Al ver la mujer que no podía ocultarse, fue temblando a arrodillarse a los pies de Jesús y, en presencia de todos, declaró por qué lo había tocado y cómo había quedado curada instantáneamente. 48 Jesús le dijo:
— Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz.
49 Aún estaba hablando Jesús, cuando llegó uno de casa del jefe de la sinagoga a decirle a este:
— Tu hija ha muerto. No molestes más al Maestro.
50 Pero Jesús, que lo había oído, le dijo a Jairo:
— No tengas miedo. ¡Sólo ten fe, y ella se salvará!
51 Fueron, pues, a la casa, y Jesús entró, sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro, Juan, Santiago y los padres de la niña. 52 Todos estaban llorando y haciendo duelo por la muerte de la niña. Jesús les dijo:
— No lloréis, pues no está muerta; está dormida.
53 Pero todos se burlaban de Jesús porque sabían que la niña había muerto. 54 Jesús, tomándola de la mano, exclamó:
— ¡Muchacha, levántate!
55 Y el espíritu volvió a la niña, que al instante se levantó. Y Jesús ordenó que le dieran de comer. 56 Los padres se quedaron atónitos, pero Jesús les encargó que no contaran a nadie lo que había sucedido.
La Palabra, (versión española) © 2010 Texto y Edición, Sociedad Bíblica de España