Revised Common Lectionary (Semicontinuous)
Salmo 145 (144)
El Señor es bueno con todos
145 Salmo de David.
Dios mío, mi rey, yo te alabaré,
bendeciré tu nombre por siempre jamás.
2 Cada día te bendeciré,
alabaré tu nombre por siempre jamás.
3 El Señor es grande, digno de alabanza,
es insondable su grandeza.
4 Por generaciones se ensalzarán tus obras,
se contarán tus proezas.
5 Proclamaré tus maravillas
y el esplendor de tu gloria.
17 El Señor es justo en todos sus actos,
actúa con amor en todas sus obras.
18 El Señor está cerca de cuantos lo invocan,
de cuantos lo invocan sinceramente.
19 Él cumple el deseo de su fieles,
escucha su grito y los salva.
20 El Señor protege a cuantos lo aman,
pero a todos los malvados aniquila.
21 ¡Que mi boca alabe al Señor!
¡Que todos bendigan su santo nombre,
por siempre jamás!
PRIMERA PARTE (1—8)
Encabezamiento y llamada a la conversión
1 El octavo mes del año segundo de Darío el Señor dirigió esta palabra al profeta Zacarías, hijo de Berequías y nieto de Idó:
2 — Los antepasados de ustedes irritaron sobremanera al Señor. 3 Di, pues, a los israelitas: “Esto dice el Señor del universo: Vuelvan a mí —oráculo del Señor del universo— y yo me volveré a ustedes”. Es palabra del Señor del universo. 4 No imiten a sus antepasados a quienes ya los más antiguos profetas interpelaban diciendo: “Así les habla el Señor del universo: Cambien de conducta; abandonen su mal proceder y sus perversas acciones”. Pero ni me escucharon ni me hicieron caso alguno —oráculo del Señor—. 5 Pues bien, ¿dónde están ahora sus antepasados? Y los profetas, ¿acaso van a vivir indefinidamente? 6 Sin embargo, las palabras y preceptos que encomendé transmitir por medio de mis siervos, los profetas, encontraron acogida en sus antepasados que se convirtieron reconociendo que el Señor del universo los había tratado de acuerdo con su proceder y sus acciones.
Libro de las visiones (1,7—6,15)
Primera visión: los jinetes
7 El día veinticuatro del undécimo mes —es decir, el mes de Sebat— del reinado de Darío, el Señor dirigió su palabra al profeta Zacarías, hijo de Berequías y nieto de Idó, que se expresó en estos términos:
8 — He tenido durante la noche una visión: vi a un hombre que estaba sentado en un caballo rojo entre los mirtos de la hondonada; detrás de él había caballos rojos, alazanes y blancos. 9 Yo entonces pregunté:
— ¿Quiénes son estos, mi Señor?
El ángel que hablaba conmigo me respondió:
— Yo te indicaré quiénes son.
10 Entonces intervino el hombre que estaba entre los mirtos y dijo:
— Estos son los que ha enviado el Señor a recorrer la tierra. 11 Ellos entonces se dirigieron al ángel del Señor y le informaron:
— Hemos recorrido toda la tierra y la hemos encontrado tranquila y en calma.
12 El ángel del Señor exclamó:
— Señor del universo, ¿cuándo, por fin, te apiadarás de Jerusalén y de las ciudades de Judá contra las que llevas ya setenta años irritado?
13 Entonces el Señor dio al ángel que me hablaba una contestación amable y consoladora. 14 Así que el ángel que hablaba conmigo me dijo:
— Proclama: “Esto dice el Señor del universo: Estoy profundamente enamorado de Jerusalén y de Sión, 15 y es grande mi enojo contra las naciones que, seguras de sí mismas, se aprovecharon de que yo no estaba muy irritado [contra ellas] para intensificar su hostilidad. 16 Por eso así dice el Señor: Miro compasivo a Jerusalén donde será reconstruido mi Templo —oráculo del Señor del universo— junto con el resto de la ciudad”. 17 Y proclama también: “Esto dice el Señor del universo: Mis ciudades rebosarán bienestar, el Señor colmará de nuevo a Sión de consuelo y Jerusalén podrá aún ser elegida”.
Pablo y el comandante romano
22 Hasta aquí todos habían escuchado con atención; pero en ese momento comenzaron a gritar:
— ¡Fuera con él! ¡No merece vivir!
23 Como no dejaban de vociferar, de agitar sus mantos y de arrojar polvo al aire, 24 el comandante mandó que metieran a Pablo en la fortaleza y lo azotasen, a ver si confesaba y de esa forma era posible averiguar la razón del griterío contra él. 25 Pero cuando lo estaban amarrando con las correas, Pablo dijo al oficial allí presente:
— ¿Tienen ustedes derecho a azotar a un ciudadano romano sin juzgarlo previamente?
26 Al oír esto, el oficial fue a informar al comandante:
— Cuidado con lo que vas a hacer; ese hombre es ciudadano romano.
27 El comandante llegó junto a Pablo y le preguntó:
— Dime, ¿eres tú ciudadano romano?
— Sí —contestó Pablo—.
28 — A mí me ha costado una fortuna adquirir esa ciudadanía —afirmó el comandante—.
— Pues yo la tengo por nacimiento —contestó Pablo—.
29 Al momento se apartaron de él los que iban a someterlo a tortura, y el propio comandante tuvo miedo al saber que había mandado encadenar a un ciudadano romano.
Pablo ante el Consejo Supremo
30 El comandante se propuso saber con certeza cuáles eran los cargos que presentaban los judíos contra Pablo. Así que al día siguiente mandó que lo desatasen y dio orden de convocar a los jefes de los sacerdotes y al Consejo Supremo ante los que hizo comparecer a Pablo.
23 Con la mirada fija en los miembros del Consejo, dijo Pablo:
— Hermanos: hasta el presente me he comportado siempre ante Dios con conciencia enteramente limpia.
2 A esto, Ananías, el sumo sacerdote, ordenó a los ujieres que golpearan a Pablo en la boca. 3 Pero este le dijo:
— ¡Dios es quien te golpeará a ti, grandísimo hipócrita! Estás sentado ahí para juzgarme conforme a la ley, ¿y conculcas la ley mandando que me golpeen?
4 — ¿Te atreves a insultar al sumo sacerdote de Dios? —preguntaron los asistentes—.
5 — Hermanos —respondió Pablo—, ignoraba que fuera el sumo sacerdote; efectivamente, la Escritura ordena: No maldecirás al jefe de tu pueblo.
6 Como Pablo sabía que entre los presentes unos eran fariseos y otros saduceos, proclamó en medio del Consejo:
— Hermanos, soy fariseo, nacido y educado como fariseo. Y ahora se me juzga porque espero la resurrección de los muertos.
7 Esta afirmación provocó un conflicto entre fariseos y saduceos, y se dividió la asamblea. 8 (Téngase en cuenta que los saduceos niegan que haya resurrección, ángeles y espíritus, mientras que los fariseos creen en todo eso). 9 La controversia tomó grandes proporciones, hasta que algunos maestros de la ley, miembros del partido fariseo, afirmaron rotundamente:
— No hallamos culpa en este hombre. Puede que un espíritu o un ángel le haya hablado.
10 Como el conflicto se agravaba, el comandante empezó a temer que descuartizaran a Pablo; ordenó, pues, a los soldados que bajaran a sacarlo de allí y que lo llevaran a la fortaleza.
11 Durante la noche siguiente, el Señor se apareció a Pablo y le dijo:
— Ten buen ánimo; has sido mi testigo en Jerusalén y habrás de serlo también en Roma.
La Palabra, (versión hispanoamericana) © 2010 Texto y Edición, Sociedad Bíblica de España