Old/New Testament
Ciclo de Jacob (27—36)
Isaac bendice a Jacob y Esaú
27 Isaac era ya anciano y sus ojos se habían nublado tanto que ya no veía. Entonces llamó a Esaú, su hijo mayor, y le dijo:
— ¡Hijo mío!
Él respondió:
— Aquí estoy.
2 Continuó Isaac:
— Como ves, ya soy un anciano y cualquier día me puedo morir. 3 Quiero que vayas al monte con tu arco y tus flechas y me traigas algo de caza. 4 Después me lo guisas como a mí me gusta y me lo traes para que me lo coma, pues deseo darte mi bendición antes de morir.
5 Pero Rebeca había estado escuchando lo que Isaac le decía a su hijo Esaú y, en cuanto este salió al monte a cazar algo para su padre, 6 ella llamó a su hijo Jacob y le dijo:
— Según acabo de escuchar, tu padre le ha pedido a tu hermano Esaú 7 que cace un animal y se lo traiga para hacerle un guiso como a él le gusta, y después le dará su bendición delante del Señor antes de morir. 8 Así que ahora, hijo mío, haz lo que te mando. 9 Vete al rebaño y tráeme dos de los mejores cabritos. Yo prepararé a tu padre un guiso como a él le gusta 10 y tú se lo llevarás para que coma; y así te dará su bendición antes de morir.
11 Pero Jacob replicó a Rebeca, su madre:
— Sabes que mi hermano Esaú es velludo y yo soy lampiño. 12 Si resulta que mi padre llega a palparme y descubre que soy un impostor, me acarrearé maldición en lugar de bendición.
13 Su madre le dijo:
— Caiga sobre mí esa maldición, hijo mío. Tú haz lo que te digo y tráeme esos cabritos.
14 Jacob fue en busca de los cabritos, se los llevó a su madre y ella preparó el guiso como a su padre le gustaba. 15 Después Rebeca tomó la ropa de su hijo mayor Esaú, el mejor vestido que guardaba en casa, y se lo vistió a Jacob, su hijo menor. 16 Con la piel de los cabritos le cubrió las manos y la parte lampiña del cuello, 17 y puso en las manos de su hijo Jacob el guiso y el pan que había preparado.
18 Jacob entró adonde estaba su padre y le dijo:
— ¡Padre!
Isaac respondió:
— Aquí estoy. ¿Quién eres tú, hijo mío?
19 Jacob dijo:
— Soy Esaú, tu primogénito. Ya hice lo que me pediste. Ven, incorpórate para comer de lo que he cazado, y después me darás tu bendición.
20 Isaac dijo a su hijo:
— ¡Qué pronto has encontrado caza!
Jacob respondió:
— El Señor tu Dios me la puso al alcance.
21 Pero Isaac le dijo:
— Acércate, hijo mío, deja que te palpe para saber si de veras eres o no mi hijo Esaú.
22 Y Jacob se acercó a Isaac, su padre, que palpándolo dijo:
— La voz es la de Jacob, pero las manos son de Esaú. 23 Así que no lo reconoció porque sus manos eran velludas como las de su hermano Esaú. Ya se disponía a bendecirlo 24 cuando volvió a preguntarle:
— ¿Eres tú de verdad mi hijo Esaú?
Jacob contestó:
— Lo soy.
25 Entonces su padre le dijo:
— Sírveme de lo que has cazado, hijo mío, para que coma, y te daré mi bendición.
Jacob sirvió de comer a su padre, y comió; también le sirvió vino, y bebió. 26 Después Isaac, su padre, le dijo:
— Acércate ahora, hijo mío, y bésame.
27 Cuando Jacob se acercó para besarlo, Isaac le olió la ropa. Entonces lo bendijo con estas palabras:
“El aroma de mi hijo
es como el aroma de un campo
que el Señor ha bendecido.
28 Que Dios te conceda del cielo el rocío,
y de la tierra una abundante cosecha
de vino y de trigo.
29 Que tengas pueblos por vasallos
y naciones se inclinen ante ti.
Que seas señor de tus hermanos
y ante ti se postren los hijos de tu madre.
¡Maldito sea quien te maldiga,
y quien te bendiga, bendito sea!”.
30 Apenas había terminado Isaac de bendecir a Jacob y de salir este de donde estaba su padre, cuando volvió de cazar Esaú, su hermano. 31 Preparó también Esaú un guiso, se lo llevó a su padre y le dijo:
— Levántate, padre, come de esto que ha cazado tu hijo y dame tu bendición.
32 Su padre Isaac le preguntó:
— ¿Quién eres tú?
Él respondió:
— Soy Esaú, tu hijo primogénito.
33 Isaac se estremeció sobremanera y exclamó:
— Entonces ¿quién es el que fue a cazar y me lo trajo y comí de todo antes de que tú llegaras? Le di mi bendición, y bendecido quedará.
34 Al oír Esaú las palabras de su padre, lanzó un grito atroz, lleno de amargura, y le suplicó:
— ¡Dame tu bendición a mí también, padre!
35 Pero Isaac le respondió:
— Ha venido tu hermano con engaños y te ha robado tu bendición.
36 Esaú exclamó:
— ¡Con razón le pusieron el nombre de Jacob! Ya van dos veces que me ha hecho trampa; primero me quitó mi primogenitura, y ahora me ha arrebatado mi bendición. ¿No te queda otra bendición para mí?
37 Isaac le respondió:
— Mira, lo he puesto por señor tuyo y he declarado siervos suyos a todos sus hermanos. Le he provisto de vino y trigo, ¿qué puedo hacer ya por ti, hijo mío?
38 Pero Esaú insistió:
— ¿Es que sólo tienes una bendición, padre? ¡Bendíceme también a mí, padre mío!
Y Esaú se puso a llorar y a dar grandes gritos.
39 Entonces Isaac, su padre, le dijo:
Vivirás lejos de la tierra fértil,
lejos del rocío del cielo.
40 Vivirás de tu espada
y a tu hermano servirás.
Pero cuando te rebeles,
lograrás quitar su yugo de tu cuello.
41 Desde entonces Esaú guardó un profundo rencor hacia su hermano por la bendición que le había dado su padre, y se decía: “No está lejos el día en que hagamos duelo por la muerte de mi padre; después de eso, mataré a mi hermano Jacob.”
42 Alguien contó a Rebeca lo que Esaú, su hijo mayor, estaba tramando; así que mandó llamar a Jacob, el hijo menor, y le dijo:
— Mira, tu hermano Esaú quiere matarte para vengarse de ti. 43 Créeme, hijo mío, debes huir en seguida a Jarán, a casa de mi hermano Labán. 44 Quédate con él por algún tiempo, hasta que se apacigüe la furia de tu hermano. 45 Cuando ya se haya calmado y olvide lo que le has hecho, entonces te mandaré aviso para que vuelvas. ¡No quiero perderos a los dos el mismo día!
46 Luego Rebeca dijo a Isaac:
— Estas nueras hititas me están amargando la vida. Como Jacob se case también con una de esas hititas, con una nativa de este país, ¡más me valdría morir!
Viaje de Jacob a Parán Aram
28 Isaac llamó a Jacob, lo bendijo y le ordenó:
— No te cases con una mujer cananea. 2 Vete ahora mismo a Parán Aram, a casa de Betuel, tu abuelo materno, y cásate allí con una de las hijas de tu tío Labán. 3 Que el Todopoderoso te bendiga y te haga crecer y multiplicarte hasta llegar a ser una muchedumbre de tribus. 4 Qué él te conceda la bendición de Abrahán a ti y a tus descendientes, y llegues a poseer la tierra en la que vives como extranjero, la que Dios entregó a Abrahán.
5 Isaac, pues, despidió a Jacob, y este se fue a Parán Aram, a casa de Labán, hijo del arameo Betuel y hermano de Rebeca, la madre de Jacob y Esaú.
Matrimonio de Esaú con Majalat
6 Esaú había visto cómo Isaac bendecía a Jacob y lo había enviado a Parán Aram para que buscara allí esposa; vio también cómo, al bendecirlo, le había pedido que no se casase con una mujer cananea, 7 por lo que Jacob, obedeciendo a sus padres, había partido hacia Parán Aram. 8 Comprendió, pues, Esaú que las mujeres cananeas desagradaban a su padre Isaac; 9 así que se dirigió a territorio ismaelita y, aunque tenía otras esposas [cananeas], se casó con Majalat, hija de Ismael —el hijo de Abrahán— y hermana de Nebayot.
El sueño de Jacob en Betel
10 Jacob partió de Berseba y se dirigió a Jarán. 11 Cuando el sol se puso, se detuvo a pasar la noche en el lugar donde estaba. Tomó una piedra de las que había por allí, se la puso de cabezal y se acostó en aquel lugar. 12 Y tuvo un sueño: vio una escalinata que, apoyada en tierra, alcanzaba el cielo por el otro extremo. Por ella subían y bajaban los ángeles del Señor. 13 El Señor estaba en pie sobre ella y le decía:
— Yo soy el Señor, el Dios de tu abuelo Abrahán y el Dios de Isaac; yo te daré a ti y a tu descendencia la tierra sobre la que estás acostado. 14 Tu descendencia será tan numerosa como el polvo de la tierra: te extenderás a oriente y a occidente, al norte y al sur. Por ti y tu descendencia todos los pueblos de la tierra serán benditos. 15 Yo estoy contigo; te protegeré adondequiera que vayas y te traeré de vuelta a esta tierra, porque no te abandonaré hasta que haya cumplido lo que te he prometido.
16 Al despertar Jacob de su sueño, pensó:
— ¡Realmente el Señor está en este lugar, y yo no lo sabía!
17 Y añadió aterrorizado:
— ¡Qué lugar más temible es este! ¡Es nada menos que la casa de Dios y la puerta del cielo!
18 A la mañana siguiente Jacob se levantó temprano, tomó la piedra que había usado de cabezal, la erigió como piedra votiva y la consagró ungiéndola con aceite. 19 Y llamó a aquel lugar Betel —es decir, Casa de Dios—. El nombre que anteriormente tenía la ciudad era Luz, pero Jacob le cambió este nombre por el de Betel.
20 Después Jacob hizo esta promesa:
— Si Dios me acompaña y me protege en este viaje que acabo de emprender, si me proporciona alimento para sustentarme y vestido con que cubrirme, 21 y si regreso sano y salvo a la casa de mi padre, entonces el Señor será mi Dios, 22 esta piedra votiva que he erigido será casa de Dios y le daré el diezmo de todo lo que me dé.
Seguir a Jesús (Lc 9,57-62)
18 Viendo Jesús que lo rodeaba una gran multitud, mandó que lo llevaran a la otra orilla del lago. 19 Allí se le acercó un maestro de la ley, que le dijo:
— Maestro, estoy dispuesto a seguirte adondequiera que vayas.
20 Jesús le contestó:
— Las zorras tienen guaridas y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre ni siquiera tiene dónde recostar la cabeza.
21 Otro que ya era discípulo suyo le dijo:
— Señor, permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre.
22 Jesús le contestó:
— Sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos.
Jesús apacigua una tempestad (Mc 4,35-41; Lc 8,22-25)
23 Subió Jesús a una barca acompañado de sus discípulos, 24 cuando de pronto se levantó en el lago una tempestad tan violenta que las olas cubrían la barca. Pero Jesús se había quedado dormido. 25 Los discípulos se acercaron a él y lo despertaron, diciendo:
— ¡Señor, sálvanos! ¡Estamos a punto de perecer!
26 Jesús les dijo:
— ¿A qué viene ese miedo? ¿Por qué es tan débil vuestra fe?
Entonces se levantó, increpó a los vientos y al lago y todo quedó en calma. 27 Y los discípulos se preguntaban asombrados:
— ¿Quién es este, que hasta los vientos y el lago le obedecen?
Los endemoniados de Gadara (Mc 5,1-20; Lc 8,26-39)
28 Cuando Jesús llegó a la otra orilla del lago, a la región de Gadara, salieron a su encuentro dos hombres procedentes del cementerio. Ambos estaban poseídos por demonios, y eran tan temidos por su violencia que nadie se atrevía a pasar por aquel camino. 29 Se pusieron a gritar:
— ¡Déjanos en paz, Hijo de Dios! ¿Has venido acá para atormentarnos antes de tiempo?
30 A cierta distancia de allí estaba paciendo una gran piara de cerdos. 31 Y los demonios le suplicaron a Jesús:
— Si nos echas afuera, envíanos a esa piara de cerdos.
32 Jesús les dijo:
— Id allá.
Los demonios salieron y se metieron en los cerdos y, de pronto, la piara se lanzó pendiente abajo hasta el lago, donde los cerdos se ahogaron.
33 Los porquerizos salieron huyendo y, al llegar al pueblo, contaron todo lo que había pasado con aquellos hombres poseídos por los demonios. 34 Entonces la gente del pueblo fue al encuentro de Jesús y, al verlo, le rogó que se marchara de su comarca.
La Palabra, (versión española) © 2010 Texto y Edición, Sociedad Bíblica de España