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M’Cheyne Bible Reading Plan

The classic M'Cheyne plan--read the Old Testament, New Testament, and Psalms or Gospels every day.
Duration: 365 days
La Palabra (España) (BLP)
Version
Génesis 28

Viaje de Jacob a Parán Aram

28 Isaac llamó a Jacob, lo bendijo y le ordenó:

— No te cases con una mujer cananea. Vete ahora mismo a Parán Aram, a casa de Betuel, tu abuelo materno, y cásate allí con una de las hijas de tu tío Labán. Que el Todopoderoso te bendiga y te haga crecer y multiplicarte hasta llegar a ser una muchedumbre de tribus. Qué él te conceda la bendición de Abrahán a ti y a tus descendientes, y llegues a poseer la tierra en la que vives como extranjero, la que Dios entregó a Abrahán.

Isaac, pues, despidió a Jacob, y este se fue a Parán Aram, a casa de Labán, hijo del arameo Betuel y hermano de Rebeca, la madre de Jacob y Esaú.

Matrimonio de Esaú con Majalat

Esaú había visto cómo Isaac bendecía a Jacob y lo había enviado a Parán Aram para que buscara allí esposa; vio también cómo, al bendecirlo, le había pedido que no se casase con una mujer cananea, por lo que Jacob, obedeciendo a sus padres, había partido hacia Parán Aram. Comprendió, pues, Esaú que las mujeres cananeas desagradaban a su padre Isaac; así que se dirigió a territorio ismaelita y, aunque tenía otras esposas [cananeas], se casó con Majalat, hija de Ismael —el hijo de Abrahán— y hermana de Nebayot.

El sueño de Jacob en Betel

10 Jacob partió de Berseba y se dirigió a Jarán. 11 Cuando el sol se puso, se detuvo a pasar la noche en el lugar donde estaba. Tomó una piedra de las que había por allí, se la puso de cabezal y se acostó en aquel lugar. 12 Y tuvo un sueño: vio una escalinata que, apoyada en tierra, alcanzaba el cielo por el otro extremo. Por ella subían y bajaban los ángeles del Señor. 13 El Señor estaba en pie sobre ella y le decía:

— Yo soy el Señor, el Dios de tu abuelo Abrahán y el Dios de Isaac; yo te daré a ti y a tu descendencia la tierra sobre la que estás acostado. 14 Tu descendencia será tan numerosa como el polvo de la tierra: te extenderás a oriente y a occidente, al norte y al sur. Por ti y tu descendencia todos los pueblos de la tierra serán benditos. 15 Yo estoy contigo; te protegeré adondequiera que vayas y te traeré de vuelta a esta tierra, porque no te abandonaré hasta que haya cumplido lo que te he prometido.

16 Al despertar Jacob de su sueño, pensó:

— ¡Realmente el Señor está en este lugar, y yo no lo sabía!

17 Y añadió aterrorizado:

— ¡Qué lugar más temible es este! ¡Es nada menos que la casa de Dios y la puerta del cielo!

18 A la mañana siguiente Jacob se levantó temprano, tomó la piedra que había usado de cabezal, la erigió como piedra votiva y la consagró ungiéndola con aceite. 19 Y llamó a aquel lugar Betel —es decir, Casa de Dios—. El nombre que anteriormente tenía la ciudad era Luz, pero Jacob le cambió este nombre por el de Betel.

20 Después Jacob hizo esta promesa:

— Si Dios me acompaña y me protege en este viaje que acabo de emprender, si me proporciona alimento para sustentarme y vestido con que cubrirme, 21 y si regreso sano y salvo a la casa de mi padre, entonces el Señor será mi Dios, 22 esta piedra votiva que he erigido será casa de Dios y le daré el diezmo de todo lo que me dé.

Mateo 27

Jesús ante Pilato (Mc 15,1; Lc 23,1-2; Jn 18,28-32)

27 Al amanecer el nuevo día, los jefes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo tomaron el acuerdo de matar a Jesús. Lo llevaron atado y se lo entregaron a Pilato, el gobernador.

Muerte de Judas (Hch 1,18-19)

Entre tanto, Judas, el que lo había entregado, al ver que habían condenado a Jesús, se llenó de remordimientos y fue a devolver las treinta monedas de plata a los jefes de los sacerdotes y a los ancianos diciendo:

— ¡He pecado entregando a un inocente!

Ellos le contestaron:

— Eso es asunto tuyo y no nuestro.

Judas arrojó entonces el dinero en el Templo. Luego fue y se ahorcó. Los jefes de los sacerdotes recogieron aquellas monedas y dijeron:

— Este dinero está manchado de sangre. No podemos ponerlo en el cofre de las ofrendas.

Así que acordaron emplearlo para comprar un terreno conocido como el Campo del Alfarero y destinarlo a cementerio de extranjeros. Por esta razón, aquel campo recibió el nombre de Campo de Sangre, que es el que ha conservado hasta el día de hoy. Así se cumplió lo dicho por medio del profeta Jeremías: Tomaron las treinta monedas de plata, que fue el precio de aquel a quien tasaron los israelitas, 10 y compraron con ellas el campo del alfarero, de acuerdo con lo que el Señor me había ordenado.

Pilato interroga a Jesús (Mc 15,1-5; Lc 23,3-5; Jn 18,33)

11 Jesús compareció ante el gobernador, el cual le preguntó:

— ¿Eres tú el rey de los judíos?

Jesús le contestó:

— Tú lo dices.

12 Y ya no habló más, a pesar de que los sacerdotes y los ancianos no dejaban de acusarlo.

13 Pilato le preguntó:

— ¿No oyes lo que estos están testificando contra ti?

14 Pero Jesús no le contestó ni una palabra, de manera que el gobernador se quedó muy extrañado.

Jesús sentenciado a muerte (Mc 15,6-15; Lc 23,13-25; Jn 18,39-40; 19,1.4-16)

15 En la fiesta de la Pascua, el gobernador romano solía conceder la libertad a un preso, el que la gente escogía. 16 Tenía en aquel momento un preso famoso, llamado Jesús Barrabás. 17 Viendo reunido al pueblo, Pilato preguntó:

— ¿A quién queréis que ponga en libertad: a Jesús Barrabás o a ese Jesús a quien llaman Mesías?

18 Y es que sabía que a Jesús lo habían entregado por envidia. 19 Mientras el gobernador estaba sentado en el tribunal, su esposa le envió este recado: “Ese hombre es inocente. No te hagas responsable de lo que le suceda. Esta noche he tenido pesadillas horribles por causa suya”. 20 Pero los jefes de los sacerdotes y los ancianos convencieron a la gente para que pidiera la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. 21 El gobernador volvió a preguntar:

— ¿A cuál de estos dos queréis que conceda la libertad?

Ellos contestaron:

— ¡A Barrabás!

22 Pilato les dijo:

— ¿Y qué queréis que haga con Jesús, a quien llaman Mesías?

Todos contestaron:

— ¡Crucifícalo!

23 Insistió Pilato:

— ¿Cuál es su delito?

Pero ellos gritaban cada vez con más fuerza:

— ¡Crucifícalo!

24 Pilato, al ver que nada adelantaba sino que el alboroto crecía por momentos, mandó que le trajeran agua y se lavó las manos en presencia de todos, proclamando:

— ¡Yo no me hago responsable de la muerte de este hombre! ¡Allá vosotros!

25 Y todo el pueblo a una respondió:

— ¡De su muerte nos hacemos responsables nosotros y nuestros hijos!

26 Entonces Pilato ordenó que pusieran en libertad a Barrabás, y les entregó a Jesús para que lo azotaran y lo crucificaran.

Los soldados se burlan de Jesús (Mc 15,16-20; Jn 19,2-3)

27 Acto seguido, los soldados del gobernador introdujeron a Jesús en el palacio y, después de reunir toda la tropa a su alrededor, 28 le quitaron sus ropas y le echaron un manto de color rojo sobre los hombros; 29 le pusieron en la cabeza una corona de espinas y una caña en su mano derecha. Después, hincándose de rodillas delante de él, le hacían burla, gritando:

— ¡Viva el rey de los judíos!

30 Y lo escupían y lo golpeaban con la caña en la cabeza. 31 Después de haberse burlado de él, le quitaron la túnica, lo vistieron con sus propias ropas y se lo llevaron para crucificarlo.

Jesús es crucificado (Mc 15,21-32; Lc 23,26-43; Jn 19.17-27)

32 Cuando salían, encontraron a un tal Simón, natural de Cirene, y lo obligaron a cargar con la cruz de Jesús. 33 Llegados al lugar llamado Gólgota (o sea, lugar de la Calavera), 34 ofrecieron a Jesús vino mezclado con hiel; pero él, después de probarlo, no quiso beberlo.

35 Los que lo habían crucificado se repartieron sus ropas echándolas a suertes, 36 y se quedaron allí sentados para vigilarlo. 37 Por encima de la cabeza de Jesús fijaron un letrero con la causa de su condena; decía: “Este es Jesús, el rey de los judíos”. 38 Al mismo tiempo que a Jesús, crucificaron a dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda. 39 Los que pasaban lo insultaban 40 y, meneando la cabeza, decían:

— ¡Tú que derribas el Templo y en tres días vuelves a edificarlo, sálvate a ti mismo! ¡Baja de la cruz si eres el Hijo de Dios!

41 De igual manera, los jefes de los sacerdotes, los maestros de la ley y los ancianos se burlaban de él diciendo:

42 — Ha salvado a otros, pero no puede salvarse a sí mismo. Que baje ahora mismo de la cruz ese rey de Israel y creeremos en él. 43 Puesto que ha confiado en Dios, que Dios lo salve ahora, si es que de verdad lo ama. ¿Acaso no afirmaba que es el Hijo de Dios?

44 Hasta los ladrones que estaban crucificados junto a él lo llenaban de insultos.

Muerte de Jesús (Mc 15,33-41; Lc 23,44-49; Jn 19,28-30)

45 Desde el mediodía, toda la tierra quedó sumida en oscuridad hasta las tres de la tarde. 46 Hacia esa hora Jesús gritó con fuerza:

Elí, Elí, ¿lemá sabaqtaní?, es decir: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.

47 Lo oyeron algunos de los que estaban allí y comentaron:

— Está llamando a Elías.

48 Al punto, uno de ellos fue corriendo a buscar una esponja, la empapó en vinagre y sirviéndose de una caña se la acercó a Jesús para que bebiera. 49 Pero los otros le decían:

— Deja, veamos si viene Elías a salvarlo.

50 Jesús, entonces, lanzando otra vez un fuerte gritó, expiró.

51 De pronto, la cortina del Templo se rasgó en dos de arriba abajo; la tierra tembló y las rocas se resquebrajaron; 52 las tumbas se abrieron y resucitaron muchos creyentes ya difuntos. 53 Estos salieron de sus tumbas y, después de la resurrección de Jesús, entraron en la ciudad santa donde se aparecieron a mucha gente.

54 El oficial del ejército romano y los que estaban con él vigilando a Jesús, al ver el terremoto y todo lo que estaba sucediendo, exclamaron sobrecogidos de espanto:

— ¡Verdaderamente, este era Hijo de Dios!

55 Había también allí muchas mujeres contemplándolo todo de lejos. Eran las que habían seguido a Jesús desde Galilea para atenderlo. 56 Entre ellas se encontraban María Magdalena, María la madre de Santiago y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo.

Jesús es sepultado (Mc 13,42-47; Lc 23,50-56; Jn 19,38-42)

57 Al atardecer llegó un hombre rico llamado José, natural de Arimatea, que se contaba también entre los seguidores de Jesús. 58 Este hombre se presentó a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Pilato ordenó que se lo entregaran, 59 y José, después de envolverlo en una sábana limpia, 60 lo puso en un sepulcro nuevo que había hecho excavar en la roca. Después hizo rodar una gran piedra, cerrando con ella la entrada del sepulcro, y se marchó. 61 Entre tanto, María Magdalena y la otra María estaban allí sentadas frente al sepulcro.

El sepulcro bajo custodia

62 A la mañana siguiente, cuando ya había pasado el día de preparación, los jefes de los sacerdotes y los fariseos fueron juntos a ver a Pilato, 63 y le dijeron:

— Señor, nos hemos acordado de que aquel embaucador, cuando aún vivía, afirmó que iba a resucitar al tercer día. 64 Por eso debes ordenar que se asegure el sepulcro hasta que haya pasado el tercer día, no sea que sus seguidores vayan y roben el cuerpo, y luego digan al pueblo que ha resucitado. De donde el último engaño resultaría más grave que el primero.

65 Pilato les contestó:

— Ahí tenéis un piquete de soldados; id vosotros mismos y asegurad el sepulcro como mejor os parezca.

66 Ellos fueron y aseguraron el sepulcro. Sellaron la piedra que lo cerraba y dejaron allí el piquete de soldados.

Ester 4

Ester y su pueblo

Cuando Mardoqueo se enteró de lo ocurrido, se rasgó la ropa, se vistió de sayal y se echó ceniza por encima y salió a la calle gritando con enorme angustia. Así llegó hasta la entrada del palacio real, pero no pudo pasar porque estaba prohibido entrar vestido de esa manera.

En cada provincia adonde llegaban el edicto y la orden real, llegaba también la aflicción para los judíos, quienes manifestaban su dolor ayunando, llorando y gimiendo. Muchos se vestían de sayal y se tendían sobre ceniza.

Cuando las doncellas y los eunucos contaron a Ester lo que estaba sucediendo, la reina quedó consternada y envió ropas a Mardoqueo para que se las pusiera en lugar del sayal, pero él no aceptó. Ester llamó entonces a Atac, un eunuco real que estaba a su servicio, y le ordenó que fuese a ver a Mardoqueo para averiguar qué le pasaba y por qué actuaba de aquel modo. Atac fue a hablar con Mardoqueo que estaba en la plaza de la ciudad, delante del palacio real, y Mardoqueo le puso al tanto de lo que estaba ocurriendo; también mencionó lo de la cantidad de plata que Amán había ofrecido donar a la hacienda real a cambio de exterminar a los judíos. Además le dio una copia del edicto de exterminio que se había promulgado en Susa, para que se lo mostrara a Ester y la informase de lo que estaba ocurriendo, pidiéndole que se presentase ante el rey a fin de implorar clemencia para su pueblo.

Atac regresó e informó a Ester de lo que Mardoqueo le había dicho. 10 Ester, entonces, dio a Atac este recado para Mardoqueo:

11 — Todos los servidores del rey y los habitantes de las provincias de su reino saben que existe una ley que condena a muerte a todos los hombres y mujeres que entren en el patio interior sin haber sido llamados por el rey, a no ser que el rey extienda su cetro de oro hacia esa persona y le salve la vida. En cuanto a mí, hace ya treinta días que no he sido reclamada por el rey.

12 Cuando Mardoqueo recibió la respuesta de Ester, 13 le envió a su vez este mensaje:

— No pienses que por estar en palacio estás a salvo de la suerte que vamos a correr todos los judíos. 14 Si no te atreves a interceder en una situación como esta, el consuelo y la liberación de los judíos vendrá de otra parte, pero tú y toda tu familia moriréis. ¡Quién sabe si no has llegado a ser reina para mediar en una situación como esta!

15 Y Ester respondió a Mardoqueo:

16 — Reúne a todos los judíos de Susa y ayunad por mí, sin comer ni beber durante tres días con sus noches. Mis doncellas y yo ayunaremos igualmente y luego me presentaré ante el rey, aunque sea en contra de la ley; y si por ello tengo que morir, moriré.

17 Entonces Mardoqueo se fue a cumplir todas las indicaciones dadas por Ester.

Hechos 27

Pablo trasladado a Roma (27,1—28,31)

Pablo embarca para Roma

27 Cuando se decidió que debíamos embarcar para Italia, entregaron a Pablo, con algunos otros prisioneros, a la custodia de un oficial llamado Julio, que era capitán de la compañía denominada “Augusta”. Subimos a bordo de un barco de Adramitio que partía rumbo a las costas de la provincia de Asia, y nos hicimos a la mar. Nos acompañaba Aristarco, un macedonio de Tesalónica. Al día siguiente hicimos escala en Sidón, y Julio, que trataba a Pablo con amabilidad, le permitió visitar a sus amigos y recibir sus atenciones. Zarpamos de Sidón y, como los vientos nos eran contrarios, navegamos al abrigo de la costa chipriota. Continuamos nuestra travesía, navegando ya por alta mar frente a Cilicia y Panfilia, hasta que alcanzamos Mira, en Licia. Allí encontró el oficial un buque alejandrino que hacía la ruta de Italia y nos hizo transbordar a él.

Después de muchos días de lento navegar, llegamos a duras penas a la altura de Cnido. Pero como el viento no nos permitía aproximarnos, buscamos el abrigo de la isla de Creta, navegando hacia el cabo Salmón. Cuando lo doblamos, seguimos costeando con dificultad hasta llegar a un punto llamado Buenos Puertos, cerca de la ciudad de Lasea. Habíamos perdido mucho tiempo y resultaba peligroso continuar navegando, pues estaba ya entrado el otoño. Así que Pablo aconsejaba:

10 — Señores, opino que proseguir viaje ahora es arriesgado y puede acarrear graves daños, no sólo a la nave y a su cargamento, sino también a nosotros mismos.

11 Pero el oficial confiaba más en el criterio del capitán y del patrón del barco que en el de Pablo. 12 Como, además, el puerto no era apropiado para invernar, la mayoría se inclinó por hacerse a la mar y tratar de llegar a Fenice, un puerto de Creta orientado al sudoeste y al noroeste, para pasar allí el invierno.

La tempestad

13 Comenzó a soplar entonces una ligera brisa del sur, por lo que pensaron que el proyecto era realizable; así que levaron anclas y fueron costeando Creta. 14 Pero muy pronto se desencadenó un viento huracanado procedente de la isla, el llamado Euroaquilón. 15 Incapaz la nave de hacer frente a un viento que la arrastraba sin remedio, nos dejamos ir a la deriva. 16 Pasamos a sotavento de Cauda, una pequeña isla a cuyo abrigo logramos con muchos esfuerzos recuperar el control del bote salvavidas. 17 Una vez izado a bordo, ciñeron el casco del buque con cables de refuerzo y, por temor a encallar en los bancos de arena de la Sirte, soltaron el ancla flotante y continuaron a la deriva. 18 Al día siguiente, como arreciaba el temporal, los marineros comenzaron a aligerar la carga. 19 Y al tercer día tuvieron que arrojar al mar, con sus propias manos, el aparejo de la nave. 20 El sol y las estrellas permanecieron ocultos durante muchos días y, como la tempestad no disminuía, perdimos toda esperanza de salvarnos. 21 Hacía tiempo que nadie a bordo probaba bocado; así que Pablo se puso en medio de todos y dijo:

— Compañeros, deberíais haber atendido mi consejo y no haber zarpado de Creta. Así hubiéramos evitado esta desastrosa situación. 22 De todos modos, os recomiendo ahora que no perdáis el ánimo, porque ninguno de vosotros perecerá, aunque el buque sí se hundirá. 23 Pues anoche se me apareció un ángel del Dios a quien pertenezco y sirvo, 24 y me dijo: “No temas, Pablo. Has de comparecer ante el emperador, y Dios te ha concedido también la vida de tus compañeros de navegación”. 25 Por tanto, amigos, cobrad ánimo, pues confío en Dios, y sé que ocurrirá tal como se me ha dicho. 26 Sin duda, iremos a parar a alguna isla.

27 A eso de la media noche del día en que se cumplían las dos semanas de navegar a la deriva por el Adriático, los marineros barruntaron que nos aproximábamos a tierra. 28 Lanzaron entonces la sonda, y hallaron que había veinte brazas de fondo; poco después volvieron a lanzarla, y había quince brazas. 29 Por temor a que pudiéramos encallar en algún arrecife, largaron cuatro anclas por la popa, mientras esperaban con ansia que llegara el amanecer. 30 La tripulación intentó abandonar el barco, y arriaron el bote salvavidas con el pretexto de largar algunas anclas por la proa. 31 Pero Pablo dijo al oficial y a los soldados:

— Si estos no permanecen a bordo, no podréis salvaros vosotros.

32 Entonces, los soldados cortaron los cabos del bote y lo dejaron perderse. 33 En tanto amanecía, rogó Pablo a todos que tomaran algún alimento:

— Hoy hace catorce días —les dijo— que estáis en espera angustiosa y en ayunas, sin haber probado bocado. 34 Os aconsejo, pues, que comáis algo, que os vendrá bien para vuestra salud; por lo demás, ni un cabello de vuestra cabeza se perderá.

35 Dicho esto, Pablo tomó un pan y después de dar gracias a Dios delante de todos, lo partió y se puso a comer. 36 Los demás se sintieron entonces más animados, y también tomaron alimento.

37 En el barco estábamos en total doscientas setenta y seis personas. 38 Una vez satisfechos, arrojaron el trigo al mar para aligerar la nave.

El naufragio

39 Llegó el día, y los marineros no pudieron reconocer el lugar. Pero distinguieron una ensenada con su playa, y trataron de ver si era posible que la nave recalase allí. 40 Así pues, soltaron las anclas y las dejaron irse al fondo; aflojaron luego las amarras de los timones, izaron la vela de proa e, impulsados por el viento, se dirigieron a la playa. 41 Pero tocaron en un banco de arena entre dos corrientes y el barco encalló. La proa quedó clavada e inmóvil, en tanto que la popa era destrozada por los golpes del mar. 42 Entonces, los soldados resolvieron matar a los presos para evitar que alguno de ellos escapara a nado. 43 Pero el oficial, queriendo salvar la vida de Pablo, les impidió llevar a cabo su propósito. Ordenó que quienes supieran nadar saltaran los primeros por la borda y ganaran la orilla; 44 en cuanto a los demás, unos lo harían sobre tablones flotantes y otros sobre restos del buque. De esta forma todos logramos llegar a tierra sanos y salvos.

La Palabra (España) (BLP)

La Palabra, (versión española) © 2010 Texto y Edición, Sociedad Bíblica de España