M’Cheyne Bible Reading Plan
Ciclo de Jacob (27—36)
Isaac bendice a Jacob y Esaú
27 Isaac era ya anciano y sus ojos se habían nublado tanto que ya no veía. Entonces llamó a Esaú, su hijo mayor, y le dijo:
— ¡Hijo mío!
Él respondió:
— Aquí estoy.
2 Continuó Isaac:
— Como ves, ya soy un anciano y cualquier día me puedo morir. 3 Quiero que vayas al monte con tu arco y tus flechas y me traigas algo de caza. 4 Después me lo guisas como a mí me gusta y me lo traes para que me lo coma, pues deseo darte mi bendición antes de morir.
5 Pero Rebeca había estado escuchando lo que Isaac le decía a su hijo Esaú y, en cuanto este salió al monte a cazar algo para su padre, 6 ella llamó a su hijo Jacob y le dijo:
— Según acabo de escuchar, tu padre le ha pedido a tu hermano Esaú 7 que cace un animal y se lo traiga para hacerle un guiso como a él le gusta, y después le dará su bendición delante del Señor antes de morir. 8 Así que ahora, hijo mío, haz lo que te mando. 9 Vete al rebaño y tráeme dos de los mejores cabritos. Yo prepararé a tu padre un guiso como a él le gusta 10 y tú se lo llevarás para que coma; y así te dará su bendición antes de morir.
11 Pero Jacob replicó a Rebeca, su madre:
— Sabes que mi hermano Esaú es velludo y yo soy lampiño. 12 Si resulta que mi padre llega a palparme y descubre que soy un impostor, me acarrearé maldición en lugar de bendición.
13 Su madre le dijo:
— Caiga sobre mí esa maldición, hijo mío. Tú haz lo que te digo y tráeme esos cabritos.
14 Jacob fue en busca de los cabritos, se los llevó a su madre y ella preparó el guiso como a su padre le gustaba. 15 Después Rebeca tomó la ropa de su hijo mayor Esaú, el mejor vestido que guardaba en casa, y se lo vistió a Jacob, su hijo menor. 16 Con la piel de los cabritos le cubrió las manos y la parte lampiña del cuello, 17 y puso en las manos de su hijo Jacob el guiso y el pan que había preparado.
18 Jacob entró adonde estaba su padre y le dijo:
— ¡Padre!
Isaac respondió:
— Aquí estoy. ¿Quién eres tú, hijo mío?
19 Jacob dijo:
— Soy Esaú, tu primogénito. Ya hice lo que me pediste. Ven, incorpórate para comer de lo que he cazado, y después me darás tu bendición.
20 Isaac dijo a su hijo:
— ¡Qué pronto has encontrado caza!
Jacob respondió:
— El Señor tu Dios me la puso al alcance.
21 Pero Isaac le dijo:
— Acércate, hijo mío, deja que te palpe para saber si de veras eres o no mi hijo Esaú.
22 Y Jacob se acercó a Isaac, su padre, que palpándolo dijo:
— La voz es la de Jacob, pero las manos son de Esaú. 23 Así que no lo reconoció porque sus manos eran velludas como las de su hermano Esaú. Ya se disponía a bendecirlo 24 cuando volvió a preguntarle:
— ¿Eres tú de verdad mi hijo Esaú?
Jacob contestó:
— Lo soy.
25 Entonces su padre le dijo:
— Sírveme de lo que has cazado, hijo mío, para que coma, y te daré mi bendición.
Jacob sirvió de comer a su padre, y comió; también le sirvió vino, y bebió. 26 Después Isaac, su padre, le dijo:
— Acércate ahora, hijo mío, y bésame.
27 Cuando Jacob se acercó para besarlo, Isaac le olió la ropa. Entonces lo bendijo con estas palabras:
“El aroma de mi hijo
es como el aroma de un campo
que el Señor ha bendecido.
28 Que Dios te conceda del cielo el rocío,
y de la tierra una abundante cosecha
de vino y de trigo.
29 Que tengas pueblos por vasallos
y naciones se inclinen ante ti.
Que seas señor de tus hermanos
y ante ti se postren los hijos de tu madre.
¡Maldito sea quien te maldiga,
y quien te bendiga, bendito sea!”.
30 Apenas había terminado Isaac de bendecir a Jacob y de salir este de donde estaba su padre, cuando volvió de cazar Esaú, su hermano. 31 Preparó también Esaú un guiso, se lo llevó a su padre y le dijo:
— Levántate, padre, come de esto que ha cazado tu hijo y dame tu bendición.
32 Su padre Isaac le preguntó:
— ¿Quién eres tú?
Él respondió:
— Soy Esaú, tu hijo primogénito.
33 Isaac se estremeció sobremanera y exclamó:
— Entonces ¿quién es el que fue a cazar y me lo trajo y comí de todo antes de que tú llegaras? Le di mi bendición, y bendecido quedará.
34 Al oír Esaú las palabras de su padre, lanzó un grito atroz, lleno de amargura, y le suplicó:
— ¡Dame tu bendición a mí también, padre!
35 Pero Isaac le respondió:
— Ha venido tu hermano con engaños y te ha robado tu bendición.
36 Esaú exclamó:
— ¡Con razón le pusieron el nombre de Jacob! Ya van dos veces que me ha hecho trampa; primero me quitó mi primogenitura, y ahora me ha arrebatado mi bendición. ¿No te queda otra bendición para mí?
37 Isaac le respondió:
— Mira, lo he puesto por señor tuyo y he declarado siervos suyos a todos sus hermanos. Le he provisto de vino y trigo, ¿qué puedo hacer ya por ti, hijo mío?
38 Pero Esaú insistió:
— ¿Es que sólo tienes una bendición, padre? ¡Bendíceme también a mí, padre mío!
Y Esaú se puso a llorar y a dar grandes gritos.
39 Entonces Isaac, su padre, le dijo:
Vivirás lejos de la tierra fértil,
lejos del rocío del cielo.
40 Vivirás de tu espada
y a tu hermano servirás.
Pero cuando te rebeles,
lograrás quitar su yugo de tu cuello.
41 Desde entonces Esaú guardó un profundo rencor hacia su hermano por la bendición que le había dado su padre, y se decía: “No está lejos el día en que hagamos duelo por la muerte de mi padre; después de eso, mataré a mi hermano Jacob.”
42 Alguien contó a Rebeca lo que Esaú, su hijo mayor, estaba tramando; así que mandó llamar a Jacob, el hijo menor, y le dijo:
— Mira, tu hermano Esaú quiere matarte para vengarse de ti. 43 Créeme, hijo mío, debes huir en seguida a Jarán, a casa de mi hermano Labán. 44 Quédate con él por algún tiempo, hasta que se apacigüe la furia de tu hermano. 45 Cuando ya se haya calmado y olvide lo que le has hecho, entonces te mandaré aviso para que vuelvas. ¡No quiero perderos a los dos el mismo día!
46 Luego Rebeca dijo a Isaac:
— Estas nueras hititas me están amargando la vida. Como Jacob se case también con una de esas hititas, con una nativa de este país, ¡más me valdría morir!
La Pascua de Jesús (26—28)
Complot contra Jesús (Mc 14,1-2; Lc 22,1-2; Jn 11,43-45)
26 Cuando Jesús terminó todos estos discursos, dijo a sus discípulos:
2 — Como sabéis, dentro de dos días es la Pascua, y el Hijo del hombre va a ser entregado para que lo crucifiquen.
3 Por entonces se reunieron los jefes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo en casa de Caifás, el sumo sacerdote. 4 Allí tomaron el acuerdo de tender una trampa a Jesús para prenderlo y darle muerte. 5 Dijeron, sin embargo:
— No lo hagamos durante la fiesta, a fin de evitar que se altere el orden público.
Unción de Jesús en Betania (Mc 14,3-9; Jn 12,1-8)
6 Estaba Jesús en Betania, en casa de un tal Simón, a quien llamaban el leproso, 7 cuando una mujer que llevaba un perfume muy caro en un frasco de alabastro se acercó a él y vertió el perfume sobre su cabeza mientras estaba sentado a la mesa. 8 Esta acción molestó a los discípulos, que dijeron:
— ¿A qué viene tal derroche? 9 Este perfume podía haberse vendido por muy buen precio y haber dado el importe a los pobres.
10 Pero Jesús, advirtiendo lo que pasaba, les dijo:
— ¿Por qué molestáis a esta mujer? Lo que ha hecho conmigo es bueno. 11 A los pobres los tendréis siempre entre vosotros, pero a mí no me tendréis siempre. 12 Al verter este perfume sobre mí, es como si preparara mi cuerpo para el entierro. 13 Os aseguro que en cualquier lugar del mundo donde se anuncie la buena noticia, se recordará también a esta mujer y lo que hizo.
Judas traiciona a Jesús (Mc 14,10-11; Lc 22,3-6)
14 Entonces uno de los doce discípulos, el llamado Judas Iscariote, fue a ver a los jefes de los sacerdotes 15 y les propuso:
— ¿Qué recompensa me daréis si os entrego a Jesús?
Le ofrecieron treinta monedas de plata. 16 Desde aquel momento, Judas comenzó a buscar una oportunidad para entregarles a Jesús.
Los discípulos preparan la cena de Pascua (Mc 14,12-16; Lc 22,7-13)
17 El primer día de los Panes sin levadura se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:
— ¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?
18 Jesús les contestó:
— Id a la ciudad, a casa de fulano, y dadle este recado: “El Maestro dice: Mi hora está cerca y voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos”. 19 Los discípulos hicieron lo que Jesús les había encargado y prepararon la cena de Pascua.
Jesús anuncia la traición de Judas (Mc 14,17-21; Lc 22,14.21.23; Jn 13,21-30)
20 Al anochecer, Jesús se sentó a la mesa con los Doce 21 y mientras cenaban, dijo:
— Os aseguro que uno de vosotros va a traicionarme.
22 Los discípulos, muy tristes, comenzaron a preguntarle uno tras otro:
— ¿Acaso seré yo, Señor?
23 Jesús les contestó:
— El que va a traicionarme es uno que come en mi propio plato. 24 Es cierto que el Hijo del hombre tiene que seguir su camino, como dicen de él las Escrituras. Sin embargo, ¡ay de aquel que traiciona al Hijo del hombre! Mejor le sería no haber nacido.
25 Judas, el traidor, le preguntó:
— ¿Acaso soy yo, Maestro?
Jesús le contestó:
— Tú lo has dicho.
La cena del Señor (Mc 14,22-25; Lc 22,14-23; 1 Co 11,23-25)
26 Durante la cena, Jesús tomó pan, bendijo a Dios, lo partió y se lo dio a sus discípulos, diciendo:
— Tomad, comed: esto es mi cuerpo.
27 Tomó luego en sus manos una copa, dio gracias a Dios y la pasó a sus discípulos, diciendo:
— Bebed todos de ella, 28 porque esto es mi sangre, con la que Dios confirma la alianza, y que va a ser derramada en favor de todos para perdón de los pecados. 29 Os digo que no volveré a beber de este fruto de la vid hasta el día aquel en que beba con vosotros un vino nuevo en el reino de mi Padre.
30 Cantaron después el himno y salieron hacia el monte de los Olivos.
Jesús predice la negación de Pedro (Mc 14,27-31; Lc 22,31-34; Jn 13,36-38)
31 Jesús les dijo entonces:
— Esta noche todos me abandonaréis, porque así lo dicen las Escrituras: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño. 32 Pero después de mi resurrección iré antes que vosotros a Galilea.
33 Pedro le contestó:
— ¡Aunque todos te abandonen, yo no te abandonaré!
34 Jesús insistió:
— Te aseguro que esta misma noche, antes de que cante el gallo, tú me habrás negado tres veces.
35 Pedro insistió:
— ¡Yo no te negaré, aunque tenga que morir contigo!
Y lo mismo decían los otros discípulos.
Jesús ora en Getsemaní (Mc 14,32-42; Lc 22,39-46)
36 Llegó Jesús, acompañado de sus discípulos, al lugar llamado Getsemaní, y les dijo:
— Quedaos aquí sentados mientras yo voy un poco más allá a orar.
37 Se llevó consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo y comenzó a sentirse afligido y angustiado; 38 entonces les dijo:
— Me está invadiendo una tristeza de muerte. Quedaos aquí y velad conmigo.
39 Se adelantó unos pasos más y, postrándose rostro en tierra, oró así:
— Padre mío, si es posible, aparta de mí esta copa de amargura; pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú.
40 Volvió entonces a donde estaban los discípulos y, al encontrarlos dormidos, dijo a Pedro:
— ¿Ni siquiera habéis podido velar una hora conmigo? 41 Velad y orad para que no desfallezcáis en la prueba. Es cierto que tenéis buena voluntad, pero os faltan las fuerzas.
42 Por segunda vez se alejó de ellos y oró así:
— Padre mío, si no es posible que esta copa de amargura pase sin que yo la beba, hágase lo que tú quieras.
43 Regresó de nuevo a donde estaban los discípulos, y volvió a encontrarlos dormidos pues tenían los ojos cargados de sueño. 44 Así que los dejó como estaban y, apartándose de ellos, oró por tercera vez con las mismas palabras. 45 Cuando volvió, les dijo:
— ¿Aún seguís durmiendo y descansando? Mirad que ha llegado la hora y el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de pecadores. 46 ¡Levantaos, vámonos! Ya está aquí el que me va a entregar.
Jesús es arrestado (Mc 14,43-50; Lc 22,47-53; Jn 18,3-12)
47 Todavía estaba hablando Jesús, cuando llegó Judas, uno de los Doce. Venía acompañado de un numeroso tropel de gente armada con espadas y garrotes, enviada por los jefes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo. 48 Judas, el traidor, les había dado esta contraseña:
— Aquel a quien yo bese, ese es; apresadlo.
49 Así que apenas llegó, se acercó a Jesús y lo saludó diciendo:
— ¡Hola, Maestro!
Y lo besó.
50 Jesús le dijo:
— Amigo, lo que has venido a hacer, hazlo ya.
Entonces se abalanzaron sobre Jesús y, echándole mano, lo apresaron. 51 De pronto, uno de los que estaban con Jesús sacó la espada y, de un golpe, le cortó una oreja al criado del sumo sacerdote. 52 Pero Jesús le dijo:
— Guarda tu espada en su vaina, pues todos los que empuñan espada, a espada morirán. 53 ¿Acaso piensas que no puedo pedir ayuda a mi Padre, y que él me enviaría ahora mismo más de doce legiones de ángeles? 54 Pero en ese caso, ¿cómo se cumplirían las Escrituras según las cuales las cosas tienen que suceder así?
55 Entonces dijo Jesús a aquel tropel de gente:
— ¿Por qué habéis venido a arrestarme con espadas y garrotes, como si yo fuera un ladrón? Todos los días me sentaba en el Templo para enseñar, y no me habéis arrestado. 56 Pero todo esto sucede para que se cumpla lo que escribieron los profetas.
Y en aquel momento, todos los discípulos de Jesús lo abandonaron y huyeron.
Jesús ante el Consejo Supremo (Mc 14,53-65; Lc 22,54-55.63-71; Jn 18,12-14.19-24)
57 Los que habían apresado a Jesús lo llevaron a casa de Caifás, el sumo sacerdote, donde se hallaban reunidos los maestros de la ley y los ancianos. 58 Pedro, que lo había seguido de lejos hasta la mansión del sumo sacerdote, entró también y se sentó junto a los criados para ver en qué terminaba todo aquello. 59 Los jefes de los sacerdotes y el pleno del Consejo Supremo andaban buscando un testimonio falso contra Jesús para condenarlo a muerte. 60 Pero no lo encontraban, a pesar de los muchos testigos falsos que comparecían ante ellos. Finalmente comparecieron dos, 61 que dijeron:
— Este ha afirmado: “Yo puedo derribar el Templo de Dios y reconstruirlo en tres días”.
62 Levantándose entonces el sumo sacerdote, dijo a Jesús:
— ¿No tienes nada que alegar a lo que estos testifican contra ti?
63 Pero Jesús permaneció en silencio. Entonces el sumo sacerdote le conminó:
— ¡En nombre del Dios vivo, te exijo que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios!
64 Jesús le respondió:
— Tú lo has dicho. Y añadiré que más adelante veréis al Hijo del hombre sentado junto al Todopoderoso y viniendo sobre las nubes del cielo.
65 Al oír esto, el sumo sacerdote se rasgó las vestiduras y exclamó:
— ¡Ha blasfemado! ¿Para qué necesitamos más testimonios? ¡Ya habéis oído su blasfemia! 66 ¿Qué os parece?
Ellos contestaron:
— ¡Que merece la muerte!
67 Y se pusieron a escupirlo en la cara y a darle puñetazos mientras otros lo abofeteaban 68 diciendo:
— ¡Adivina, Mesías, quién te ha pegado!
Pedro niega a Jesús (Mc 14,66-72; Lc 22,56-62; Jn 18,15-18.25-27)
69 Entre tanto, Pedro estaba sentado fuera, en el patio. Se le acercó una criada, y le dijo:
— Tú eres uno de los que acompañaban a Jesús, el galileo.
70 Pedro lo negó delante de todos, diciendo:
— ¡No sé de qué hablas!
71 Luego se dirigió hacia la puerta y, cuando salía, lo vio otra criada, que aseguró a los que estaban allí:
— Este también andaba con Jesús de Nazaret.
72 Otra vez lo negó Pedro, jurando:
— ¡No sé quién es ese hombre!
73 Algo más tarde se acercaron a Pedro unos que estaban allí, y le dijeron:
— Pues no cabe duda de que tú eres de los suyos; el acento mismo te delata.
74 Entonces él comenzó a jurar y perjurar:
— ¡No sé quién es ese hombre!
Y al instante cantó un gallo. 75 Pedro se acordó de que Jesús le había dicho: “Antes de que cante el gallo me habrás negado tres veces”. Y saliendo de allí, se echó a llorar amargamente.
II.— PROYECTO DE AMÁN PARA EXTERMINAR A LOS JUDÍOS (3—5)
Mardoqueo y Amán
3 Algún tiempo después, el rey Asuero elevó a un alto cargo a Amán, hijo de Hamdatá, de la región de Agag, dándole preeminencia sobre el resto de los oficiales como él. 2 A su paso, todos los servidores del palacio se arrodillaban e inclinaban la cabeza ante él, porque así lo había ordenado el rey. Pero Mardoqueo no se arrodillaba ni inclinaba la cabeza a su paso.
3 Entonces los guardias reales que custodiaban la puerta del palacio le preguntaron a Mardoqueo:
— Y tú, ¿por qué desobedeces el mandato real?
4 Y como todos los días le preguntaban lo mismo, y él no les hacía caso, lo denunciaron a Amán, para ver si valían sus excusas, pues les había declarado que era judío. 5 Al comprobar Amán que Mardoqueo no se arrodillaba ni inclinaba la cabeza a su paso, montó en cólera. 6 Y al saber que Mardoqueo era judío, decidió no solo castigarlo a él, sino exterminar con él a todos los de su raza, a todos los judíos que vivían en el reino de Asuero.
El decreto real contra los judíos
7 Para determinar el día y el mes, se celebró ante Amán en el primer mes, que es el mes de Nisán, del año duodécimo del reinado de Asuero, el sorteo llamado “pur”. Y la suerte cayó en el día trece del duodécimo mes, el mes de Adar. 8 Y dijo Amán al rey Asuero:
— Entre todos los pueblos que forman las provincias de tu imperio existe uno que vive separado y disperso; se rige por leyes diferentes a las de los otros pueblos y no obedece las leyes del rey. No creo que convenga al rey tolerarlos. 9 Por lo tanto, si al rey le parece bien, emita un decreto para exterminarlos, y yo contribuiré con diez mil talentos de plata a la hacienda real para realizar esta labor.
10 Entonces el rey se quitó el anillo y se lo dio a Amán, hijo de Hamdatá, de la región de Agag, enemigo de los judíos, 11 diciendo:
— Puedes quedarte con la plata, y haz con ese pueblo lo que mejor te parezca.
12 El día trece del mes primero fueron convocados los secretarios reales. Estos redactaron en la escritura de cada provincia y en la lengua de cada pueblo, todo lo que Amán ordenaba a los sátrapas reales, a los gobernadores de cada una de las provincias y a los jefes de cada pueblo. Todo se escribió en nombre del rey Asuero y se selló con el anillo real. 13 Luego, los mensajeros llevaron estos documentos a todas las provincias del reino con la orden de destruir, matar y exterminar en un solo día, el día trece del duodécimo mes, es decir el mes de Adar, a todos los judíos, jóvenes y ancianos, niños y mujeres, y de apoderarse de todos sus bienes 14 El texto de este edicto debía ser promulgado como ley en todas las provincias y en todos los pueblos a fin de que estuvieran preparados para ese día.
15 Los mensajeros partieron de inmediato con la orden real. El edicto se hizo público también en la ciudadela de Susa. Y mientras el rey y Amán se dedicaban a banquetear, en la ciudad de Susa reinaba la consternación.
Defensa ante Agripa
26 Agripa dijo entonces a Pablo:
— Tienes permiso para hablar en tu defensa.
Pablo hizo un gesto con la mano e inició su defensa:
2 — Rey Agripa: soy feliz al tener ocasión de defenderme hoy ante ti de todos los cargos que me imputan los judíos. 3 Nadie mejor que tú, que eres un experto conocedor de todas las costumbres y cuestiones judías. Te ruego, pues, que me escuches con paciencia.
4 Todos los judíos saben que, desde mi primera juventud, mi vida ha transcurrido en medio de mi pueblo, en Jerusalén. 5 Me conocen desde hace tiempo y lo suficiente como para dar fe, si quieren, de que he ajustado mi vida a las directrices del partido fariseo, el más estricto de nuestra religión. 6 Ahora, sin embargo, estoy siendo procesado porque espero en la promesa que Dios hizo a nuestros antepasados; 7 promesa cuyo cumplimiento aguardan esperanzadas nuestras doce tribus, mientras rinden culto a Dios día y noche sin cesar. Por tener esta esperanza, me acusan los judíos, rey Agripa. 8 ¿Os parece a vosotros increíble que Dios resucite a los muertos? 9 Es cierto que yo mismo creí mi deber combatir por todos los medios lo referente a Jesús de Nazaret. 10 Así actué en Jerusalén, donde, autorizado por los jefes de los sacerdotes, encarcelé a muchos fieles y di mi voto para que los condenaran a muerte. 11 Recorría también a menudo todas las sinagogas, e intentaba hacerlos abjurar a fuerza de torturas. Mi saña contra ellos llegó a tal extremo, que los perseguí hasta en las ciudades extranjeras.
Pablo relata de nuevo su vocación
12 Esta es la razón por la que fui comisionado por los jefes de los sacerdotes para ir con plenos poderes a Damasco. 13 Me hallaba en camino, majestad, cuando a eso del mediodía vi una luz del cielo más brillante que el sol, cuyo resplandor nos envolvió a mí y a mis compañeros de viaje. 14 Todos caímos al suelo, y yo escuché una voz que me decía en arameo: “Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues? Te va a resultar duro dar coces contra el aguijón”. 15 Entonces pregunté: “¿Quién eres, Señor?”. Y el Señor respondió: “Soy Jesús, a quien tú persigues. 16 Anda, levántate y ponte en pie; me he aparecido a ti para hacerte mi servidor y para que des testimonio de haberme visto y de lo que aún tengo que mostrarte. 17 Yo te libraré del pueblo judío y también de las naciones extranjeras, a las que he de enviarte 18 para que les abras los ojos del entendimiento, les hagas pasar de las tinieblas a la luz y del imperio de Satanás a Dios. De este modo, por medio de la fe en mí, alcanzarán el perdón de los pecados y la herencia que corresponde a los que Dios ha consagrado para sí”.
Pablo, testigo de Jesús como Mesías
19 Yo, pues, rey Agripa, no desobedecí aquella visión celestial, 20 ,sino que me dirigí en primer lugar a los habitantes de Damasco, y luego a los de Jerusalén, a los de todo el país judío y a los de las naciones extranjeras, proclamando la necesidad de convertirse, de volver a Dios y de observar una conducta propia de gente convertida. 21 Por esta razón me detuvieron los judíos, cuando estaba yo en el Templo, y trataron luego de asesinarme. 22 Pero he contado con la protección de Dios hasta el presente, y no ceso de dar testimonio a pequeños y grandes, afirmando únicamente lo que tanto los profetas como Moisés predijeron que había de ocurrir: 23 a saber, que el Mesías tenía que padecer, pero que sería el primero en resucitar de la muerte para anunciar la luz tanto al pueblo judío como a las demás naciones.
Agripa es invitado a creer
24 Estaba Pablo ocupado en el desarrollo de su defensa, cuando intervino Festo diciéndole en voz alta:
— ¡Pablo, estás loco; el mucho estudio te hace desvariar!
25 — No estoy loco, nobilísimo Festo —respondió Pablo—. Los argumentos que presento son verdaderos y razonables. 26 El rey está versado en estos temas, y a él puedo hablarle con plena confianza. Tengo la convicción de que no desconoce ningún detalle de todas estas cosas, ya que han acontecido a la vista de todos. 27 ¿Acaso, rey Agripa, no crees en lo que dijeron los profetas? Estoy seguro de que sí crees.
28 — ¡Por poco me convences para que me haga cristiano! —contestó Agripa—.
29 — ¡Por poco o por mucho —respondió Pablo—, ruego a Dios que no sólo tú, sino todos los que hoy me escuchan, lleguen a ser lo que yo soy, a excepción de estas cadenas!
30 En este momento se levantó el rey, junto con el gobernador, Berenice y toda la concurrencia. 31 Mientras se retiraban, comentaban entre sí:
— Este hombre no ha hecho nada que merezca la muerte o la prisión.
32 Y Agripa dijo a Festo:
— Bien podría ser puesto en libertad, de no haber apelado al emperador.
La Palabra, (versión española) © 2010 Texto y Edición, Sociedad Bíblica de España