Revised Common Lectionary (Complementary)
Oración de Salomón (2 Cr 6,12-39)
22 Salomón, de pie ante el altar del Señor y en presencia de toda la asamblea de Israel, levantó las manos al cielo 23 y dijo:
— Señor, Dios de Israel: no hay un Dios como tú ni en el cielo ni en la tierra. Tú mantienes la alianza y la fidelidad con tus siervos cuando proceden sinceramente ante ti.
41 Cuando incluso el extranjero que no pertenece a tu pueblo Israel, venga de un país lejano, atraído por tu fama 42 (porque oirán hablar de tu gran fama, de tu mano fuerte y de tu brazo poderoso), y llegue a orar en este Templo, 43 escucha tú desde el cielo, el lugar donde habitas, y concédele lo que te pida, para que todos los pueblos de la tierra reconozcan tu fama, te respeten, como lo hace tu pueblo Israel, y sepan que tu nombre es invocado en este Templo que he construido.
Salmo 96 (95)
Que cante al Señor la tierra entera
96 Canten al Señor un cántico nuevo,
que cante al Señor la tierra entera;
2 canten al Señor, bendigan su nombre;
pregonen su salvación día tras día.
3 Pregonen su gloria entre las naciones,
sus prodigios entre todos los pueblos.
4 Porque es grande el Señor,
es digno de alabanza,
más admirable que todos los dioses.
5 Todos los dioses paganos son nada,
pero el Señor ha hecho los cielos.
6 Gloria y esplendor hay ante él,
majestad y poder en su santuario.
7 Rindan al Señor, familias de los pueblos,
rindan al Señor gloria y poder;
8 reconozcan que es glorioso su nombre,
tráiganle ofrendas y entren en su presencia;
9 adoren al Señor en su hermoso Templo,
que tiemble ante él la tierra entera.
Introducción (1,1-10)
Saludo
1 Pablo, apóstol no por disposición ni intervención humana alguna, sino por encargo de Jesucristo y de Dios Padre que lo resucitó triunfante de la muerte, 2 junto con todos los hermanos que están conmigo, a las iglesias de Galacia. 3 Que Dios Padre y Jesucristo, el Señor, les concedan gracia y paz. 4 Jesucristo, que ha entregado su vida por nuestros pecados y nos ha liberado de esta era infestada de maldad, conforme a lo dispuesto por Dios nuestro Padre, 5 a quien pertenece la gloria por siempre. Amén.
Sólo hay un mensaje de salvación
6 ¡No salgo de mi asombro! ¡Hay que ver con qué rapidez ustedes han desertado de aquel que los llamó mediante la gracia de Cristo y se han pasado a otro mensaje! 7 ¿Qué digo otro? Lo que pasa es que algunos los desconciertan intentando deformar el mensaje evangélico de Cristo. 8 Pero sea quien sea —yo mismo o incluso un ángel venido del cielo— el que les anuncie un mensaje diferente del que yo les anuncié, ¡caiga sobre él la maldición! 9 Se lo dije a ustedes en otra ocasión y lo repito ahora: si alguien les anuncia un mensaje distinto al que han recibido, ¡caiga sobre él la maldición! 10 ¿A quién pretendo yo ahora ganarme? ¿A quién busco agradar? ¿A Dios o a personas humanas? Si todavía tratase de seguir agradando a personas humanas, no sería siervo de Cristo.
I.— AUTORIDAD APOSTÓLICA DE PABLO (1,11—2,21)
La vocación de Pablo
11 Hermanos, quiero dejar bien claro que el mensaje proclamado por mí no es ninguna invención humana. 12 Ni lo recibí ni lo aprendí de persona humana alguna. Es Jesucristo mismo quien me lo ha revelado.
Jesús sana al asistente de un oficial romano (Mt 8,5-13; Jn 4,43-54)
7 Cuando Jesús acabó de hablar a la gente que lo escuchaba, entró en Cafarnaún. 2 El asistente de un oficial del ejército romano, a quien este último estimaba mucho, estaba enfermo y a punto de morir. 3 El oficial oyó hablar de Jesús y le envió unos ancianos de los judíos para rogarle que fuera a curar a su asistente. 4 Los enviados acudieron a Jesús y le suplicaban con insistencia:
— Este hombre merece que lo ayudes, 5 porque ama de veras a nuestro pueblo. Incluso ha hecho construir a sus expensas una sinagoga para nosotros.
6 Jesús fue con ellos. Estaba ya cerca de la casa, cuando el oficial le envió unos amigos con este mensaje:
— Señor, no te molestes. Yo no soy digno de que entres en mi casa. 7 Ni siquiera me he creído digno de presentarme personalmente ante ti. Pero una sola palabra tuya bastará para que sane mi asistente. 8 Porque yo también estoy sujeto a la autoridad de mis superiores, y a la vez tengo soldados a mis órdenes. Si a uno de ellos le digo: “Vete”, va; y si le digo a otro: “Ven”, viene; y si a mi asistente le digo: “Haz esto”, lo hace.
9 Al oír esto, Jesús quedó admirado de él. Y dirigiéndose a la gente que lo seguía, dijo:
— Les aseguro que ni siquiera en Israel he encontrado una fe tan grande como esta.
10 Y cuando los enviados regresaron a la casa, encontraron curado al asistente.
La Palabra, (versión hispanoamericana) © 2010 Texto y Edición, Sociedad Bíblica de España