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M’Cheyne Bible Reading Plan

The classic M'Cheyne plan--read the Old Testament, New Testament, and Psalms or Gospels every day.
Duration: 365 days
Nueva Biblia Viva (NBV)
Version
Éxodo 4

Señales para Moisés

Pero Moisés le respondió a Dios:

―No me creerán ni harán lo que les diga. Al contrario, me dirán: “¡El Señor no se te ha aparecido!”.

―¿Qué tienes en la mano? —le preguntó el Señor.

―Una vara de pastor —le respondió Moisés.

―Tírala al suelo —le ordenó el Señor.

Cuando la arrojó, la vara se convirtió en una serpiente, y Moisés retrocedió al verla.

―Tómala de la cola —le dijo el Señor.

Él lo hizo, y la serpiente volvió a convertirse en vara.

―Haz eso y te creerán —le dijo el Señor—, pues comprenderán que me has visto a mí, que soy el Señor Dios de sus antepasados Abraham, Isaac y Jacob. Ahora, mete tu mano dentro de tu ropa y tócate el pecho.

Moisés metió la mano y la volvió a sacar. ¡Estaba blanca de lepra!

―Hazlo otra vez —le dijo Dios.

Cuando Moisés metió la mano y la volvió a sacar, estaba normal, completamente sana.

―Si no creen al primer milagro, creerán al segundo —le dijo el Señor—. Si no aceptan el segundo, toma agua del Nilo y derrámala en tierra seca. Tan pronto el agua caiga al suelo, se convertirá en sangre.

10 Pero Moisés insistió:

Señor, tú sabes que nunca me he distinguido por ser un buen orador. Es un problema que tengo desde mucho antes de que tú me hablaras. ¡Me cuesta mucho trabajo expresarme bien!

11 ―¿Quién hizo la boca? —le preguntó el Señor—. ¿No la hice yo, el Señor? ¿Quién hace que el hombre pueda o no pueda hablar, que vea o no vea, que oiga o no oiga? 12 Ahora vé y haz lo que te dije, porque yo te ayudaré a expresarte bien, y te diré lo que tienes que decir.

13 Moisés le dijo:

Señor, por favor, envía a otra persona.

14 El Señor se enojó con Moisés y le dijo:

―¡Muy bien! Tu hermano Aarón habla bien. Él vendrá a buscarte y se alegrará mucho cuando te encuentre. 15 Yo te diré lo que tienes que decirle; yo los ayudaré a ambos para que hablen bien, y les diré lo que deben hacer. 16 Yo te diré lo que debes comunicarle a Aarón, y él hablará por ti al pueblo, y será como si tú mismo estuvieras hablándole a la gente. 17 Llévate la vara para que puedas realizar los milagros que te he mostrado.

Moisés regresa a Egipto

18 Moisés volvió a casa y habló de esto con Jetro, su suegro.

―Con tu permiso —le dijo Moisés—, iré a Egipto para ver cómo están mis hermanos. Ni siquiera sé si viven aún.

―Vé con mi bendición —contestó Jetro.

19 Antes de que Moisés saliera de Madián, el Señor le dijo:

―No tengas miedo de regresar a Egipto, porque los que querían matarte han muerto.

20 Moisés tomó a su esposa y a sus hijos, los puso sobre un burro, y regresó a la tierra de Egipto, llevando en la mano la vara de Dios.

21 Y el Señor le dijo:

―Cuando hayas regresado a Egipto tienes que hacer delante del faraón los milagros que te mostré. Sin embargo, yo haré que el faraón se niegue a dejar salir al pueblo. 22 Así que tú le dirás: “El Señor dice: ‘Israel es mi hijo primogénito, 23 y yo te he ordenado que lo dejes salir, para que vaya a adorarme, pero te has negado. Por lo tanto, mataré a tu primogénito’ ”.

24 Durante el viaje, Moisés y su familia se detuvieron para pasar la noche. Allí el Señor se le apareció y amenazó con matarlo. 25-26 Pero Séfora, la esposa de Moisés, tomó un cuchillo de pedernal y cortó el prepucio del pene de su hijo. Luego, con el prepucio tocó los genitales de Moisés, y le dijo:

―Me has resultado un marido de sangre.

Entonces Dios lo dejó ir.

27 Mientras tanto, el Señor le había dicho a Aarón:

―Vé al desierto a encontrarte con Moisés.

Aarón viajó hasta Horeb, el monte de Dios, y allí se encontró con Moisés, y ambos se saludaron con mucho cariño. 28 Moisés le contó a Aarón lo que Dios le había dicho que debían hacer y lo que tenían que decir, y le habló de los milagros que debían hacer en presencia del faraón.

29 Moisés y Aarón regresaron a Egipto y convocaron a los ancianos a una reunión. 30 Aarón les contó lo que el Señor le había dicho a Moisés; y Moisés realizó delante de ellos los milagros que debía hacer en presencia del faraón. 31 Los ancianos creyeron que el Señor los había enviado. Y cuando supieron que el Señor los había visitado, que había visto sus sufrimientos y había decidido rescatarlos, se regocijaron, se arrodillaron y lo adoraron.

Lucas 7

La fe del centurión

Cuando Jesús terminó de hablar al pueblo, entró en Capernaúm. Allí vivía un capitán del ejército romano que tenía un siervo al que estimaba mucho. Y ese siervo estaba enfermo, al borde de la muerte. El capitán oyó hablar de Jesús y mandó a varios ancianos de los judíos a pedirle que fuera y sanara a su siervo. Al llegar ellos ante Jesús, le suplicaron:

―Ese hombre merece que hagas lo que te pide. Ama tanto a nuestra nación que nos construyó una sinagoga.

Jesús fue con ellos. Y cuando ya estaba cerca de la casa, el capitán mandó a unos amigos a decirle:

―Señor, no te molestes, pues no merezco que entres en mi casa. Por eso no fui yo mismo a buscarte. Yo sé que con una sola palabra que digas, mi siervo sanará, pues yo mismo estoy acostumbrado a obedecer las órdenes de mis superiores y también a dar ordenes a mis soldados. Si yo le digo a uno: “Ve” él va, y si le digo al otro: “Ven” él viene. Y si le digo a mi siervo: “Haz esto”, él lo hace.

Jesús, al oír aquel mensaje se asombró, y mirando a la gente que lo seguía dijo:

―Ni siquiera en Israel he encontrado una fe tan grande.

10 Cuando los enviados regresaron a la casa, encontraron sano al siervo.

Jesús resucita al hijo de una viuda

11 Poco después, Jesús, acompañado de mucha gente y de sus discípulos, se dirigió a un pueblo llamado Naín. 12 Cuando se acercaba a las puertas del pueblo, vio que llevaban a enterrar a un muerto. Se trataba del único hijo de una viuda, a quien acompañaba mucha gente del pueblo.

13 Al verla el Señor, tuvo compasión de ella y le dijo:

―No llores.

14 Se acercó luego y tocó la camilla. Los que la llevaban se detuvieron, y Jesús dijo:

―¡Joven, te ordeno que te levantes!

15 Entonces el muerto se levantó y comenzó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre.

16 La gente se llenó de miedo y, alabando a Dios, decía:

―Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha venido a ayudar a su pueblo.

17 Lo que Jesús había hecho se supo por toda Judea y sus alrededores.

Jesús y Juan el Bautista

18 Los discípulos de Juan le contaron todas estas cosas. Él llamó a dos de ellos 19 y los mandó a preguntarle a Jesús:

―¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?

20 Cuando ellos se acercaron a Jesús, le dijeron:

―Juan el Bautista nos envió a preguntarte: ¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro? 21 En ese momento Jesús sanó a muchos que estaban enfermos o sufriendo, a personas que tenían espíritus malos y a muchos ciegos, a los que les dio la vista. 22 Luego les respondió:

―Vayan y cuéntenle a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan sanos, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncian las buenas nuevas. 23 ¡Y dichoso el que no tropiece por causa de mí!

24 Cuando se fueron los discípulos de Juan, Jesús comenzó a hablarle a la gente acerca de Juan: «Ustedes, ¿qué salieron a ver al desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? 25 Y si no, ¿qué salieron a ver? ¿A un hombre vestido con ropa lujosa? No, pues los que visten ropas lujosas y viven en placeres están en los palacios de los reyes. 26 Entonces, ¿qué salieron a ver? ¿A un profeta? Sí, y a alguien que es más que profeta. 27 Él es de quien la Escritura dice: “Voy a enviar mi mensajero delante de ti, él te preparará el camino”. 28 Les digo que entre todos los hombres no hay otro más grande que Juan. Sin embargo, el más pequeño en el reino de Dios es más grande que él».

29 Todo el pueblo, hasta los que cobraban impuestos, al oír esto reconocieron que lo que Dios pide es justo e hicieron que Juan los bautizara. 30 Pero los fariseos y los maestros de la ley no quisieron que Juan los bautizara, y de esta manera rechazaron el propósito que Dios tenía para ellos.

31 «Entonces, ¿con qué compararé a la gente de esta generación? ¿A quién se parecen? 32 Se parecen a los niños que se sientan en la plaza y les gritan a otros niños: “Tocamos la flauta, y ustedes no bailaron; cantamos canciones tristes, y ustedes no lloraron”. 33 Vino Juan el Bautista, que no come pan ni bebe vino, y ustedes dicen que tiene un demonio. 34 Luego vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y ustedes dicen que es un glotón y un borracho, que es amigo de recaudadores de impuestos y de pecadores. 35 Pero la sabiduría se demuestra por los que la siguen».

Una mujer pecadora unge a Jesús

36 Un fariseo invitó a Jesús a comer. Él fue a la casa del fariseo y se sentó a la mesa. 37 Entonces una mujer que vivía en aquel pueblo y tenía mala fama, se enteró de que Jesús estaba comiendo en aquella casa. La mujer llegó allí con un frasco de alabastro lleno de perfume. 38 Se colocó, llorando, a los pies de Jesús, y con sus lágrimas se los mojaba. Luego se los secaba con sus cabellos, se los besaba y se los ungía con el perfume.

39 Cuando el fariseo que había invitado a Jesús vio esto pensó: «Si este hombre fuera profeta, sabría que lo está tocando una mujer que tiene mala fama».

40 Entonces Jesús le dijo:

―Simón, tengo algo que decirte.

Él respondió:

―Dime, Maestro.

41 ―Dos hombres le debían dinero a un prestamista. Uno le debía quinientas monedas de plata, y el otro cincuenta. 42 Como ellos no tenían con qué pagarle, les perdonó a los dos la deuda. Ahora dime, ¿cuál de los dos lo amará más?

43 Simón contestó:

―Supongo que el hombre al que más le perdonó.

Jesús le dijo:

―Haz juzgado bien.

44 Luego, mirando a la mujer le dijo a Simón:

―¿Ves a esta mujer? Cuando entré en tu casa, no me diste agua para mis pies, pero ella me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha secado con sus cabellos. 45 Tú no me saludaste con un beso, pero ella desde que entré, no ha dejado de besarme los pies. 46 Tú no me ungiste la cabeza con aceite, pero ella me ungió los pies con perfume. 47 Por eso te digo que ella ama mucho porque sus muchos pecados le han sido perdonados. Pero al que se le perdonan pocos pecados, poco ama.

48 Entonces Jesús le dijo a la mujer:

―Tus pecados ya están perdonados.

49 Los demás invitados comenzaron a preguntarse: «¿Quién es este, que hasta perdona pecados?».

50 Jesús también le dijo a la mujer:

―Tu fe te ha salvado; vete tranquila.

Job 21

Séptimo discurso de Job

21 Respuesta de Job:

2-3 «Escúchenme; déjenme hablar, y luego sigan con sus burlas.

»De Dios me quejo, y no del hombre. Con razón tengo el espíritu tan atribulado: Mírenme horrorizados y tápense la boca con la mano. Hasta yo me asusto al verme, el horror se apodera de mí, y me estremezco. La verdad es que los malos llegan a una agradable ancianidad, se engrandecen y se hacen poderosos. Alcanzan a ver a sus hijos convertidos en hombres en torno suyo, así como a sus nietos. Sus casas están a salvo de todo temor, y Dios no los castiga. 10 Su ganado se reproduce, 11 tienen muchos hijos felices 12-13 y pasan el tiempo entre cantos y danzas. Nadan en riquezas y de nada tienen que privarse; son afortunados hasta el final. 14 Todo esto no obstante que han expulsado a Dios de su vida, y no quieren nada con él ni con lo que manda. 15 “¿Quién es el Dios Todopoderoso?”, dicen burlándose. “¿Por qué tenemos que obedecerlo? ¿Qué ganaremos con eso?”. 16 Miren, ¡cuanto el rico toca se convierte en oro! Pero yo me niego a tratar siquiera con gente así.

17 »Sin embargo, los ricos se quedan tan campantes como siempre. Jamás tienen tribulaciones, y Dios se olvida de ellos al distribuir sus dolores y su ira. 18 ¿Son arrastrados como paja por el viento? ¿Los arrasa la tormenta? ¡Jamás! 19 “Bueno”, dirán ustedes, “por lo menos a sus hijos los castiga Dios”. ¡Pero yo digo que Dios debe castigar al que peca y no a los hijos de este! Que sienta el castigo en su propia carne. 20 Sí, que sea destruido por su maldad. Que beba bastante de la ira del Todopoderoso, 21 porque cuando esté muerto, ¿qué más le da lo que le pase a su familia?

22 »Pero, ¿quién podrá reprender a Dios, el supremo juez? 23-24 Él destruye a los sanos, ricos, y prósperos. 25 Dios destruye también a los que padecen espantosa miseria y jamás poseyeron bien alguno. 26 Unos y otros son sepultados en el mismo polvo; devorados por los mismos gusanos.

27 »Sé muy bien lo que están pensando, y los planes que tienen de hacerme daño. 28 También sé que se preguntan: “¿Dónde está la mansión del potentado? ¿Dónde están las moradas de los inicuos?”. 29 Pero yo respondo: pregúntenle a cualquiera que tenga experiencia y él les dirá la verdad: 30-32 que al malvado suele eximírsele en el día de la calamidad, y permitírsele que huya. Nadie lo reprende en público. Nadie le da su merecido. Y una guardia de honor le rinde homenaje en su tumba. 33 Un gran cortejo fúnebre lo precede y lo sigue cuando lo conducen a la mullida tierra que lo ha de cubrir.

34 »¿Cómo pueden ustedes consolarme con palabras tan faltas de fundamento?».

1 Corintios 8

Lo sacrificado a los ídolos

Y ahora, pasemos a la pregunta en cuanto a si se debe comer o no lo que ha sido sacrificado a los ídolos. Es cierto que todos tenemos conocimiento. Sin embargo, el saberlo todo hace que nos sintamos orgullosos. Lo que se necesita es el amor que edifica. El que cree que sabe algo, todavía no sabe nada como debería saber. Pero Dios sabe quién lo ama de veras.

Entonces, ¿debemos comer carnes sacrificadas a los ídolos? Bueno, sabemos bien que el ídolo no es nada; y que sólo hay un Dios. Pues aunque hay muchos a los que llaman dioses, en el cielo y en la tierra, y los hay, para nosotros sólo hay un Dios: el Padre, de quien vienen todas las cosas y quien nos hizo para él; y sólo hay un Señor: Jesucristo, quien lo creó todo y nos da vida.

Sin embargo, algunos cristianos no se dan cuenta de esto. Siguen tan acostumbrados a sus viejas creencias, que todavía comen esos alimentos creyendo que fueron ofrecidos a los ídolos, y por eso cuando los comen su conciencia les molesta. Recuerden que a Dios no le importa si los comemos o no. No somos peores si los comemos ni mejores si no los comemos.

Ahora bien, tengan cuidado; no vayan a lastimar al hermano de conciencia débil al hacer uso de la libertad que tienen de comer cualquier cosa, 10 porque puede suceder que tú, que crees que no hay nada malo en ello, vas a comer al templo de un ídolo, y un hermano débil te ve haciéndolo. Pudiera ser que aquel hermano se decida entonces a comer, aunque en su interior crea que está haciendo mal. 11 Si es así, ese hermano de conciencia débil, por quien Cristo murió, se perderá por culpa de tu conocimiento. 12 Al pecar así contra los hermanos, hiriendo su débil conciencia, pecan ustedes contra Cristo. 13 Por lo tanto, si mi comida va a hacer caer a mi hermano, mejor no la como nunca, para no hacerlo caer en pecado.

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