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Bible in 90 Days

An intensive Bible reading plan that walks through the entire Bible in 90 days.
Duration: 88 days
Nueva Biblia Viva (NBV)
Version
Lamentaciones 2:1 - Ezequiel 12:20

El Señor oscureció a Sion, pues su enojo era como una nube oscura; acabó con la hermosura de Israel hasta volverla nada. En el día de su enojo, ni siquiera se acordó de la posición de privilegio que goza esta ciudad.

El Señor destruyó sin piedad todas las casas de Israel. En su ira derribó las fortalezas de la capital de Judá. Echó por tierra tanto el reino como a sus príncipes.

Deshizo todo el poderío de Israel cuando dio rienda suelta a su cólera. No nos protegió más cuando el enemigo llegó a atacarnos. El Señor acaba con Israel por todos lados como si fuera un incendio fuera de control.

Ha atacado como si fuera un guerrero enemigo, dando muerte con sus flechas a nuestros muchachos más valiosos del país. Como el fuego que destruye una tienda valiosa, así derramó su enojo contra Jerusalén.

El Señor ha tratado a Israel como a un enemigo, destruyéndolo. Ha derribado sus torres de defensa y sus palacios. Ha traído llanto y tristeza sin fin a la capital de Judá.

Ha derribado su templo, después de haber ingresado a la ciudad destruyendo sus murallas como si fueran sólo la cerca de un huerto. El Señor ha hecho que olvide sus fiestas santas y sábados. Reyes y sacerdotes caen juntos ante su ira.

El Señor ha rechazado su propio altar, ha despreciado su santuario, ha entregado sus palacios a sus enemigos. ¡Hasta se atreven a gritar en el templo como si fuera un día de fiesta!

El Señor decidió derribar las murallas de Jerusalén. Planeó con cuidado su destrucción y la llevó a cabo. Muros y refuerzos de las murallas han caído ante su acción.

Las puertas de Jerusalén han caído por el suelo; el Señor destruyó por completo sus cerrojos. Su rey y sus príncipes andan como extranjeros en tierras lejanas. Ya no hay ley y sus profetas ya no tienen visiones de parte del Señor.

10 Los sabios consejeros de Jerusalén se sientan en tierra y guardan silencio, vestidos con sacos ásperos propios de tiempos de dolor echan polvo sobre sus cabezas en señal de tristeza. Las muchachas de Jerusalén agachan sus cabezas hasta el suelo como señal de la tristeza que sufren.

11 He llorado hasta agotar mis lágrimas, todo mi ser se siente profundamente conmovido al ver lo que ha pasado a Jerusalén. ¡Incluso niños, niñas y bebés de pecho desfallecen y mueren en las calles de la ciudad!

12 «¡Mamá, mamá, queremos comer!», claman mientras sus vidas se van debilitando en los mismos brazos de sus madres. Luego mueren, como si fueran los heridos de una guerra.

13 ¿Hubo alguna vez en toda la tierra un dolor tan grande como el tuyo? Dime, Jerusalén, ¿con qué compararé tu angustia? ¿Cómo podré consolarte, pura y bella Jerusalén? Porque tu angustia es tan grande como el mar. ¿Quién podrá curarte?

14 Tus «profetas» han dicho muchas cosas necias y totalmente falsas, no te señalaron tu maldad para que hubieras podido evitar tu cautiverio; mintieron con falsos mensajes y te hicieron creer en ellos.

15 Todos los que pasan por el camino al verte aplauden en son de burla; entre silbido y muecas, dicen: «¿Es esta la ciudad a la que llaman Hermosa, supuestamente la alegría de toda la tierra?».

16 Todos tus enemigos abren la boca para hablar mal de ti; rechinando los dientes, se burlan diciendo: «¡La hemos destruido al fin! ¡Ha llegado el día que tanto esperábamos! ¡Por fin podemos verlo!».

17 El Señor es quien llevó a cabo lo que había planeado. Cumplió las promesas de desastre que hizo hace mucho tiempo. Destruyó a Jerusalén sin piedad y ha permitido que sus enemigos se rían de ella y presuman delante de ella su poder.

18 ¡Clama al Señor, Jerusalén! ¡Oh bella ciudad amurallada, capital de Sion! ¡Que tus lágrimas corran con abundancia! ¡No dejes de llorar ni de día ni de noche!

19 Levántate en la noche y clama al Señor, cuando los guardas inician la ronda. Derrama tu corazón delante del Señor, como si fuera agua, y levanta tus manos hacia él en actitud de oración. ¡Clama a Dios por tus niños y niñas que desfallecen de hambre en las calles!

20 ¡Oh Señor, ponte a pensar, es a tu propio pueblo al que haces sufrir así! ¿Acaso era necesario llegar al extremo de que las madres tuvieran que comerse a sus propios hijos pequeños? ¿Que los sacerdotes y profetas fueran asesinados incluso dentro del templo del Señor?

21 ¡Niños y ancianos, muchachos y muchachas, tendidos en las calles, muertos por las heridas de espada del enemigo! ¡Tú los has matado sin piedad, dejándote llevar por tu cólera!

22 ¡Has traído el terror de todas partes, como si lo trajeras a una fiesta! En el día de tu ira, Señor, nadie ha escapado ni quedado con vida. El enemigo ha matado a todos los niños y niñas que yo crie y eduqué.

Yo soy un hombre que ha visto lo que se sufre cuando el Señor castiga las maldades. Él me hizo caminar en tinieblas, sin nada de luz. Se ha vuelto contra mí, de día y de noche me castiga sin parar. Me ha hecho sufrir tanto que hasta me veo avejentado y estoy lleno de tristeza. Él ha procurado que sólo me acontezcan cosas malas; todo a mi alrededor es triste y penoso. Me ha hecho vivir en las tinieblas por largo tiempo, como si ya estuviera muerto. Me ha maltratado por todos lados, casi no tengo ni respiro; estoy tan apesadumbrado que parece que estuviera sujetado con cadenas pesadas. ¡Por más que grite y clame no me pone nada de atención! ¡Me ha cerrado el camino de modo que no veo nada claro en mi futuro! ¡Todos mis proyectos los ha estorbado y ya no sé qué hacer!

10 Me acecha como un oso, como un león, listo para atacarme. 11 Me ha arrastrado a un lado del camino, me ha despedazado con sus garras, me ha dejado indefenso y abandonado a mi suerte.

12 Como si fuera un arquero enemigo, me tomó de blanco para lanzarme sus flechas. 13 ¡Y claro que me ha clavado sus flechas en todo mi cuerpo!

14 Mi propia gente se burla de mí, no dejan de molestarme con sus burlas y rechiflas en ningún momento.

15 El Señor ha llenado mi vida de tristeza y vivo amargado y dolorido todo el tiempo.

16 Me ha hecho moler grava con mis dientes, me ha revolcado en el polvo.

17 ¡Me has quitado la paz! ¡Ya ni siquiera me preocupo por portarme bien!

18 Y dije: «Ya no tengo ganas de hacer nada y hasta estoy perdiendo la fe en el Señor».

19 ¡Oh, acuérdate de que ando sin saber adonde ir y afligido, con mucho dolor! 20 Porque nunca podré olvidar este tiempo tan terrible, y por eso estoy desanimado.

21 Pero hay algo que quiero recordar y en ello poner mi esperanza: 22 ¡en que el gran amor del Señor no tiene fin, pues sólo ha sido por su misericordia que nos ha guardado de la destrucción completa! 23 El Señor es digno de toda confianza; sus muestras de bondad las recibimos cada día.

24 El Señor es todo para mí, por lo tanto en él confiaré siempre. 25 El Señor es maravillosamente bueno con aquellos quienes en él confían, con aquellos que buscan seguir sus instrucciones. 26 Es bueno esperar en confiado silencio la salvación del Señor.

27 Es bueno ser fiel al Señor desde la juventud. 28 Déjenla estar sola y en silencio, cuando el Señor le quiere mostrar algo. 29 Que incline su rostro hasta el suelo en señal de humildad, tal vez aún haya esperanza de algún cambio. 30 Que ponga su mejilla a quienes lo hieren, y que soporte sus insultos, 31 porque el Señor no la abandonará para siempre.

32 Aunque el Señor la aflija, también le mostrará compasión, por la grandeza de su bondad. 33 ¡Nadie crea que al Señor le agrada afligir al ser humano ni causarle dolor!

34 El pisotear a los prisioneros de su pueblo, 35 el negar al ser humano sus derechos en la presencia de Dios, 36 el no hacer justicia, ¡son cosas que el Señor para nada aprueba! 37 ¿Puede acaso suceder algo sin el permiso de Dios? 38 ¿Acaso no viene de Dios tanto lo bueno como lo malo?

39 ¿Por qué, pues, nosotros, simples seres humanos, nos quejamos cuando nos castigan por nuestros pecados? 40 Examinemos nuestra conducta y volvamos a ser fieles al Señor otra vez. 41 Alcemos nuestros corazones y manos al Dios del cielo. 42 ¡Hemos actuado muy mal, hemos sido muy tercos, pero tú no has perdonado!

43 Nos has derribado, Señor, en tu gran cólera, y nos has matado, no quisiste perdonarnos. 44 Te has cubierto como con una espesa nube para que nuestras oraciones no lleguen hasta ti. 45 Nos has tratado como si fuéramos basura delante de las naciones. 46 Todos nuestros enemigos han hablado en contra nuestra. 47 Estamos llenos de temor pues estamos atrapados, desolados y destruidos.

48 Me la paso llorando al ver la destrucción de mi pueblo. 49 Lágrimas fluyen de mis ojos sin descanso, al darme cuenta que no hay escape para mi pueblo. 50 ¡Oh, que el Señor mire desde el cielo y responda a mi ruego! 51 Estoy lleno de dolor al ver todo lo que les está pasando a las mujeres de Jerusalén.

52 Mis enemigos, a quienes nunca hice mal, me cazaron como a un ave. 53 Me metieron en un pozo y lo cubrieron con una roca. 54 El agua me cubría por completo. Pensé: «Este es el fin». 55 ¡Entonces yo me dirigí a ti en oración, Señor, desde la profundidad del pozo, 56 y atendiste mi petición! ¡Escuchaste mis oraciones, fuiste sensible a mi llanto! 57 Sí, tú acudiste ante mi oración desesperada y me dijiste: «No tengas miedo».

58 ¡Oh Señor, tú eres mi defensor! ¡Defendiste mi causa, pues tú has librado mi vida de la muerte!

59 Tú has visto el mal que me han hecho, Señor, sé mi juez y hazme justicia. 60 Has visto con que violencia me persiguen mis enemigos. 61 Señor, tú has escuchado los insultos y burlas que dirigen contra mí todo el día, 62 y cómo me agreden de todas formas; entonan canciones burlescas en mi contra. 63 Mira cómo se ríen y cantan alegremente contra mí esos refranes malintencionados. 64 ¡Oh Señor, dales su merecido por todo el mal que me han hecho! 65 ¡Permite que caigan en sus propias maldades, Señor! 66 ¡Persíguelos, Señor, en tu enojo y haz que caigan golpeados por la mala suerte!

¡Cómo se ha opacado el oro! ¡Cómo ha perdido su brillo el más fino oro! ¡Regadas por las esquinas de las calles se han quedado las joyas sagradas! Los apuestos habitantes de Jerusalén, los que antes valían su peso en oro, hoy los tratan como a simples ollas de barro sin valor alguno.

Aun los chacales alimentan a sus crías, pero no así mi pueblo, Israel. Ellos son como crueles avestruces del desierto, ignorando el clamor de sus hijos. La lengua de los niños se les pega por la sed al paladar. Los niños piden pan pero no hay quien se preocupe por ellos.

Los que antes comían las comidas más costosas están ahora mendigando por las calles por cualquier cosa que puedan llevarse a la boca. Los que vivían con todo lujo en sus palacios, ahora revuelven los basureros en busca de comida. Y ello porque los delitos de mi pueblo son peores que los de Sodoma, que fue destruida en un abrir y cerrar de ojos sin que ningún ser humano tuviera que intervenir en su ruina.

Sus príncipes eran más puros que la nieve, y muy apuestos, tan elegantes como una joya preciosa; pero ahora su aspecto es muy lamentable, nadie puede reconocerlos. Ahora son puro pellejo sobre los huesos, consumidos.

Les fue menos mal a los que fueron muertos por las heridas de espada que a aquellos que lentamente se mueren de hambre. 10 Tiernas madres han cocido y comido a sus propios hijos; ¡sólo así han podido sobrevivir al sitio de la ciudad!

11 Pero ahora por fin la cólera del Señor está aplacada, su terrible enojo se ha calmado. Le prendió fuego a Jerusalén que la ha consumido hasta sus cimientos.

12 ¡Nadie se hubiera podido imaginar que un enemigo podría entrar por las puertas de Jerusalén para conquistarla!

13 Todo aconteció a causa de las maldades cometidas por sus profetas y sacerdotes, quienes llenaron la ciudad con la sangre de muchos inocentes. 14 Ahora andan vagando como ciegos por las calles, tan sucios de sangre que nadie se atreve a tocar siquiera sus ropas.

15 «¡Apártense!», la gente les grita. «¡Están inmundos, no nos toquen!». Entonces huyen a tierras lejanas y andan errantes entre extranjeros, pero nadie les permite quedarse. 16 El Señor mismo los dispersó, ya no les ayuda más. No hubo respeto para los sacerdotes ni compasión para los ancianos.

17 Miramos esperanzados que nuestros aliados nos vengan a salvar, pero es en vano. Estamos en espera de una nación que no puede ayudarnos.

18 No podemos salir a la calle sin correr peligro. Nuestro fin está cerca, nuestros días están contados, ¡nos ha llegado la hora!

19 Nuestros enemigos son más veloces que las águilas. Si huimos a las montañas, nos encuentran, si nos escondemos en el desierto, allí nos están esperando. 20 De nuestro rey, el escogido del Señor, el que era para nosotros como el aire que respiramos, de quien decíamos: ¡Bajo su protección podremos resistir a cualquier nación sobre la tierra!, él también ha sido apresado.

21 ¿Te alegras, oh pueblo de Edom, que habitas en la región de Uz? ¡Tú también tendrás que sufrir todo este tormento!

22 ¡Tu castigo ha terminado, Jerusalén, pronto terminará tu condición de esclava en tierra lejana! ¡Pero para ti, Edom, el castigo apenas empieza! ¡Pronto quedarán al descubierto todas tus maldades!

¡Oh Señor, acuérdate de lo que nos ha pasado; mira todo lo que aun tenemos que soportar! Nuestras posesiones ahora las tienen extranjeros, nuestras casas son habitadas por forasteros. Somos huérfanos, nuestros padres han muerto y nuestras madres han quedado viudas. ¡Hasta tenemos que pagar por el agua que bebemos y por nuestra propia leña!

Los que nos persiguen nos pisan los talones, nos cansamos y no nos dejan descansar. Nos sometimos a los egipcios y a los asirios para tener al menos algo que comer.

Nuestros antepasados obraron muy mal, pero murieron antes de que pudieran recibir su propio castigo. ¡Ahora a nosotros nos tocó el castigo que ellos merecían!

Los que antes eran nuestros siervos han llegado a ser nuestros amos. No queda nadie para librarnos de ellos. Arriesgamos nuestra vida en el desierto para conseguir comida. 10 Tenemos la piel quemada y reseca, ¡por el hambre nos da fiebre!

11 En Jerusalén y en los pueblos de Judá violaron tanto a las mujeres como a las niñas. 12 A nuestros príncipes los humillan colgándolos de las manos. No respetan ni las canas de nuestros viejos. 13 Se llevan a los jóvenes para moler en los molinos y los muchachitos se tambalean bajo el peso de los fardos de leña.

14 Los ancianos ya no se sientan a las puertas de la ciudad; los jóvenes ya no bailan ni cantan más. 15 La alegría se ha ido de nosotros, nuestro baile se ha convertido en tristeza. 16 Todo nuestro bienestar se ha ido, se esfumó nuestra grandeza. ¡Ay, es que hemos cometido tantas maldades!

17 Nuestros corazones están enfermos, débiles; todo lo vemos fúnebre y triste. 18 El monte de Sion esta desierto; en él sólo habitan los chacales.

19 ¡Pero tú, Señor, permaneces para siempre igual! Tu presencia entre nosotros permanece por todas las generaciones.

20 ¿Por qué nos olvidas para siempre? ¿Por qué te ausentas por tanto tiempo? 21 ¡Haznos volver a ti, Señor, y volveremos! ¡Devuélvenos la alegría que antes teníamos! 22 ¿O nos has rechazado por completo? ¿Vas a mantener para siempre tu cólera contra nosotros?

Ezequiel, hijo de Buzí, era un sacerdote que vivía con los exiliados judíos junto al río Quebar, en Babilonia. El recibió de parte de Dios visiones que le mostraban lo que acontecería en los próximos meses y años.

Un día, a fines de junio, cuando ya habían pasado cinco años del exilio del rey Joaquín, fue cuando empecé a recibir visiones y mensajes de parte del Señor.

Yo vi en una visión una gran tormenta acercándose hacia mí desde el norte, y delante de ella una enorme nube que resplandecía con fuego, desde adentro de la cual continuamente salían llamaradas, y en el fuego mismo había algo que brillaba como el bronce pulido.

Luego, desde el centro de la nube aparecieron cuatro seres extraños, aunque su figura era como la de un ser humano. ¡Pero, cada uno tenía cuatro caras y dos pares de alas! Sus piernas eran como las de los hombres, pero sus pies tenían pezuñas como de buey, aunque brillaban como el bronce bruñido. Y debajo de cada una de sus alas yo podía ver manos humanas.

Los cuatro seres extraños estaban vivos y unidos ala con ala y volaban hacia delante sin volverse atrás. 10 Cada uno tenía la cara de un ser humano al frente, las caras de los costados eran una de león y una de buey, en tanto que la posterior era de águila. 11 Cada uno tenía, además, dos pares de alas desplegadas que partían del medio de sus espaldas. Un par se extendía hacia arriba y el otro par cubría su cuerpo. 12 A donde les impulsaba el Espíritu iban, pero moviéndose siempre hacia adelante, sin darse vuelta.

13 Subiendo y descendiendo entre ellos había otras formas que resplandecían como brasas ardientes o antorchas brillantes, y desde ellos salían relámpagos. 14 Los seres vivos iban y venían con la velocidad del relámpago.

15 Al estar mirando atentamente todo esto, vi cuatro ruedas sobre el suelo debajo de ellos, correspondiendo una rueda a cada uno de los seres vivientes. 16 Las ruedas parecían como si fueran hechas de ámbar pulido, y cada una estaba construida con una segunda rueda cruzada por adentro. 17 Así podían avanzar en cualquiera de las cuatro direcciones sin tener que darse vuelta. 18 Las cuatro ruedas tenían una enorme circunferencia y despedían brillos intensos.

19 Cuando los cuatro seres vivos volaban hacia adelante, las ruedas se desplazaban con ellos. Cuando volaban hacia arriba, las ruedas también subían con ellos. 20 Cuando los seres vivos se detenían, también se detenían las ruedas. 21 Es que el Espíritu de los cuatro seres vivos estaba en las ruedas de modo que dondequiera su Espíritu iba, las ruedas y los seres vivos iban también.

22 En la parte superior de este extraño ser había una especie de bóveda de cristal purísimo y resplandeciente. 23 Las alas de cada uno de los seres estaban debajo de esta bóveda extendidas para tocar las alas de los otros y cada uno tenía dos alas cubriendo su cuerpo. 24 Al volar, el ruido de sus alas era muy intenso, como las olas estrellándose sobre la costa, o como la voz de Dios, o como el griterío de un poderoso ejército en medio de una feroz batalla. Cuando se detenían, entonces plegaban sus alas. 25 Estaba yo observando cuando se produjo un gran estruendo. 26 Entonces vi sobre la cúpula que estaba encima de ellos. Había algo que se parecía a un trono hecho de zafiros azules, y sentado sobre él, alguien con la apariencia de un ser humano.

27 Desde su cintura hacia arriba parecía como bronce reluciente, deslumbrante como el rayo, y desde su cintura hacia abajo como si todo fuera una llamarada. 28 Había una aureola resplandeciente semejante a un arco iris alrededor de él. Ese era el aspecto que la presencia magnífica del Señor tenía para mí. Y cuando yo lo vi, caí rostro a tierra, y oí la voz de alguien que me hablaba.

Llamamiento de Ezequiel

Y me dijo: ¡Ponte de pie, hombre mortal,[a] que hablaré contigo!

Y el Espíritu entró en mí mientras me hablaba, y me puso de pie.

«Hombre mortal, me dijo, yo te envío a los israelitas, una nación terca, nación que está siempre rebelándose contra mí. Ellos y sus antepasados han vivido siempre desoyendo mis consejos y sin aceptar mi dirección. Ellos son un pueblo terco, de corazón duro. Pero yo te envío para comunicarles a ellos mis mensajes, los mensajes del Señor Dios. Y si ellos escuchan o no (pues acuérdate que son rebeldes), por lo menos sabrán que han tenido un profeta entre ellos. Hombre mortal, no tengas temor de ellos, no te asustes, aun cuando te amenacen con arrojarte a un pozo lleno de escorpiones. No desmayes ante sus semblantes airados, pues acuérdate que son rebeldes. Tú debes entregarles mis mensajes, escuchen ellos o no (pero no lo harán, porque son muy rebeldes). Escucha, hombre mortal, lo que yo te diré. ¡No seas tú también rebelde! ¡Abre la boca y come lo que te daré!».

Entonces miré y vi una mano tendida hacia mí con un rollo escrito por ambos lados. 10 Él lo desenrolló, y entonces vi que estaba lleno de advertencias, lamentaciones y condenas.

Él me dijo: «¡Hombre mortal, come este rollo que te he dado! Luego ve y comunica este mensaje al pueblo de Israel».

Entonces abrí la boca para comer el rollo que él me ofreció. «Cómelo todo», me dijo. Y cuando lo comí, supe que tenía el gusto dulce de la miel.

Luego él me dijo: «Hombre mortal, yo te envío al pueblo de Israel con mis mensajes. No te envío a alguna tierra extraña y distante, donde no entenderías el idioma. No, no a tribus con lenguas extrañas y difíciles que no entenderían lo que les dices. (¡Aunque si lo hiciera, ellos sí obedecerían mis mandatos!) Yo te envío al pueblo de Israel, y ¡no te van a escuchar a ti, como no me han escuchado a mí! Pues todos ellos son duros y testarudos. Pero mira que yo te he hecho duro y testarudo también, tanto como ellos, para que seas insistente. Yo he hecho tu frente más dura que la roca. Así que no tengas miedo de ellos, ni temas sus miradas amenazantes e iracundas, aunque sean tan rebeldes».

10 Luego él agregó: «Hombre mortal, deja que mis palabras penetren en lo profundo de tu propio corazón primero; medítalas tú mismo, atentamente. 11 Luego ve a tus compatriotas en el exilio y, escuchen o no, diles: “Esto es lo que el Señor Dios dice”».

12 Luego el Espíritu me alzó, y la magnífica presencia del Señor comenzó a alejarse, acompañada por el sonido como de un gran terremoto al escucharse un grito que decía: «Que magnífica es la presencia del Señor cuando está en su templo». 13 También el ruido de las alas de los seres vivos al tocarse entre sí era ensordecedor.

14 El Espíritu me alzó por los aires. Yo iba lleno de amargura e ira, pero la mano del Señor me tenía agarrado con gran fuerza. 15 Llegamos a Tel Aviv, donde estaban los israelitas deportados, junto al río Quebar. Al llegar me senté entre ellos, abrumado y atónito, durante siete días.

Advertencia a Israel

16 Al final de los siete días, el Señor me dijo:

17 «Hombre mortal, yo te he designado como un vigía sobre Israel; siempre que le envíe una advertencia a mi pueblo, transmítesela a ellos en seguida. 18 Si rehúsas advertir a los malos cuando yo quiero que les digas: “¡Están bajo sentencia de muerte, por lo tanto arrepiéntanse y salven sus vidas!”, ellos morirán en sus propias culpas, pero yo te culparé a ti por ello. 19 En cambio, si les adviertes y ellos siguen actuando mal, y rehúsan arrepentirse, ellos morirán en sus propias maldades, pero tú estarás sin culpa; hiciste todo lo posible. 20 Y si un hombre bueno se vuelve malo, y tú rehúsas advertirle de las consecuencias, y el Señor lo destruye, sus obras buenas anteriores no le ayudarán; él morirá como culpable. Pero yo te tendré a ti como responsable de su muerte y te castigaré. 21 Y si tú le aconsejas a un justo que se mantenga fiel en su justicia, él será libre de castigo y tú también por haber hecho lo correcto».

22 En eso estaba cuando el Señor me habló de nuevo: «Ve al valle y allí te hablaré». 23 Me levanté y fui al valle, y ¡vi la presencia magnífica del Señor allí, tal como la vi en mi primera visión junto al río Quebar! Y caí con el rostro hacia tierra. 24 Luego el Espíritu entró en mí, me fortaleció y me puso de pie. Me dijo: «Ve y enciérrate en tu casa. 25 Te adelanto que te atarán con sogas de manera que no puedas moverte. 26 Yo haré que tu lengua se pegue a tu paladar para que no puedas hablar para reprenderles, pues ellos son rebeldes y tercos. 27 Pero siempre que te dé un mensaje, entonces soltaré tu lengua y te dejaré hablar, y les dirás: “El Señor Dios dice”, y les comunicarás mi mensaje. ¡El que quiera escuchar, que lo haga, y el que quiera rehusar hacerlo, también! Y es que ellos son rebeldes.

Anuncio del sitio a Jerusalén

»Y ahora, hombre mortal, toma una tablilla de arcilla y ponla delante de ti y dibuja sobre ella un mapa de la ciudad de Jerusalén. Dibuja allí los terraplenes que se usarán para el sitio, los lugares de donde se lanzarán los asaltos, los campamentos enemigos a su alrededor; y también arrietes en derredor de las murallas. Y coloca una plancha de hierro entre ti y la ciudad, como si fuera un muro de hierro. ¡Demuestra gráficamente cómo un ejército enemigo capturará a Jerusalén! Hay un significado especial en cada detalle de lo que te he dicho que hagas, pues es una advertencia para el pueblo de Israel.

4-5 »Ahora acuéstate sobre tu costado izquierdo durante trescientos noventa días, para mostrar que Israel será castigado por trescientos noventa años mediante cautiverio y opresión. Cada día que estés acostado allí representa un año de castigo que aguarda a Israel. Después, date vuelta y acuéstate sobre tu costado derecho durante cuarenta días, para señalar los años del castigo de Judá. Cada día representará un año. Mientras continúa tu demostración del sitio de Jerusalén, acuéstate allí con tu brazo arremangado (para señalar gran fuerza y poder en el ataque contra ella); esto será un gesto simbólico que profetizará su condena. Y yo te ataré con cuerdas para que no puedas darte vuelta de un lado al otro hasta que hayas completado todos los días que simbolizarás el castigo para Israel y Judá.

»Durante los primeros trescientos noventa días come pan hecho de harina mezclada de trigo, cebada, habas, lentejas, ajonjolí y espelta. Junta estas varias clases de harina en un jarro. 10 Habrás de sacar de esto una ración de doscientos cuarenta gramos por vez, una comida por día. 11 Y usa dos tercios de un litro de agua por día, no más. 12 Cada día toma harina y prepárala como harías pan de cebada. Mientras todos están observando, lo cocerás sobre un fuego, usando excrementos humanos secos como combustible, y lo comerás».

13 El sentido de este gesto es que el Señor declara que Israel comerá pan contaminado en las tierras de pueblos paganos a las que les enviará en exilio.

14 Luego yo dije: «Oh Señor Dios, ¿por qué debo yo contaminarme empleando excrementos? Yo nunca antes he estado contaminado en toda mi vida. Desde que era niño hasta ahora, jamás he comido ningún animal que haya muerto enfermo o que haya encontrado lastimado o muerto, y nunca he comido de las clases de animales que nuestra ley prohíbe».

15 Entonces el Señor dijo: «Bien, te permito emplear estiércol de vaca, en vez de excrementos humanos».

16 Luego me dijo: «Hombre mortal, el pan estará restringido en Jerusalén. Será pesado con gran cuidado y comido con temor. Y el agua será distribuida con medida, y bebida con ansiedad. 17 ¡Yo haré que le falte al pueblo pan y agua, y que se miren el uno al otro con terror, y se llenen de angustia y de remordimientos!

»Hombre mortal, toma una espada afilada y empléala como navaja de peluquero para afeitar tu cabeza y barba; emplea luego una balanza para pesar el pelo en tres partes iguales. Coloca un tercio en el centro del mapa de Jerusalén. Quémalo allí después del sitio. Esparce otro tercio por tu mapa y da cuchilladas sobre él. Esparce el último tercio al viento, pues yo perseguiré a mi pueblo con los terrores de la guerra. Conserva sólo un poco del pelo atrapándolo con tu manto; luego saca unos pocos pelos y arrójalos al fuego, pues este poco representa un grupo de sobrevivientes del que posteriormente vendrá alguien como un fuego contra Israel».

5-7 El Señor Dios dice: «Todo esto ilustra lo que sucederá a Jerusalén, pues se ha apartado de mis instrucciones y consejos y ha sido aún más perversa que las naciones que la rodean. Este es el motivo por el que será castigada con tanta severidad. Por eso el Señor Dios dice: Yo mismo estoy contra ustedes y los castigaré públicamente mientras todas las naciones vecinas observan. A causa de las graves maldades que han cometido yo los castigaré en forma más severa de lo que jamás he hecho antes o lo haré después. 10 Los padres y los hijos se devorarán mutuamente, y aquellos que sobrevivan serán esparcidos por todo el mundo.

11 »Pues yo les aseguro: Porque han profanado mi templo llenándolo con ídolos y ofreciendo sacrificios rituales para ellos, entonces yo no los perdonaré ni les tendré piedad. 12 Un tercio de ustedes morirá de hambre y peste, otro tercio será muerto por el enemigo y un tercio esparciré en desbandada, enviando a sus enemigos con espada en mano tras ellos. 13 Luego, por fin, mi cólera será desahogada. ¡Entonces todo Israel sabrá que aquello que advierto, también lo cumplo!

14 »Así haré un ejemplo público de ustedes entre todas las naciones en derredor y ante todos los que pasen por entre las ruinas de su tierra. Quienes los vean se reirán y burlarán de ustedes. 15 Llegarán a ser el hazmerreír del mundo y un terrible ejemplo a todos, para que vean lo que sucede cuando el Señor se la toma contra una nación entera en reprensión furiosa. Yo, el Señor, lo he dicho.

16 »Les castigaré con hambrunas severas para destruirlos. El hambre se acrecentará hasta que no quede ni un pedazo de pan. 17 Y no sólo sobrevendrá hambre, sino que las fieras los atacarán y los matarán a ustedes y a sus familias; la enfermedad y la guerra los cazarán, y las espadas de los enemigos se encargarán de terminar la obra destructiva. Yo, el Señor, lo he dicho».

Profecía contra los montes de Israel

De nuevo me vino un mensaje del Señor: «Hombre mortal, voltea hacia las montañas de Israel y profetiza contra ellas. Diles: “¡Oh montañas de Israel, oigan el mensaje que el Señor Dios trae contra ustedes y contra los ríos, valles y montes! Yo, el Señor mismo, traeré guerra que se extenderá sobre ustedes para destruir los lugares donde se rinde homenaje a los ídolos. 4-7 Todas sus ciudades serán derribadas y quemadas, y los altares de los ídolos quedarán abandonados. Sus dioses serán hechos pedazos, las estelas de madera serán quemadas hasta convertirlas en cenizas; los huesos de sus devotos serán esparcidos entre los altares de los ídolos horribles. Entonces por fin sabrán que yo soy el Señor.

»”Pero dejaré que unos pocos de mi pueblo escapen, para ser esparcidos entre las naciones del mundo. Entonces, cuando estén como exiliados entre las naciones, se acordarán de mí porque yo quitaré su amor por esos ídolos horribles, y evitaré que sus ojos sigan buscando con lujuria esas imágenes idolátricas que son solo basura. Entonces por fin ellos sentirán remordimientos por toda esta maldad que cometieron. 10 Entonces se darán cuenta que sólo yo soy el Señor y que no estaba hablando en broma cuando les advertí que todo esto les sucedería”».

11 El Señor Dios me dijo: «Alza las manos y patalea y menea la cabeza con profundo remordimiento y di: “¡Ay, cuánta maldad ha cometido Israel! ¡Tendrá que perecer por la guerra, el hambre y la peste!”. 12 La peste caerá sobre los que estén en exilio; la guerra destruirá a los que vivan en la tierra de Israel; y los que queden perecerán de hambre durante el sitio de la ciudad. Así, por fin, desahogaré mi indignación sobre ustedes. 13 Cuando sus muertos estén esparcidos entre sus ídolos y altares sobre cada colina y montaña y bajo cada árbol verde y cada gran roble donde ellos ofrecían perfumes delicados a sus dioses, esas basuras inmundas, se darán cuenta que sólo yo soy Dios. 14 Los castigaré a ustedes y desolaré sus ciudades desde el desierto en el sur hasta Riblá en el norte. Entonces sabrán que yo soy el Señor».

El fin ha llegado

Este nuevo mensaje me vino del Señor: Dile a Israel: «En cualquier dirección que mires, este, oeste, norte o sur, tu tierra está acabada. No queda esperanza, pues yo soltaré mi gran cólera sobre ti a causa de tu devoción por los ídolos. ¡Me tendrás que rendir cuentas por tus infidelidades! Me voltearé para no verte y no te mostraré piedad, te daré tu merecido; te pagaré en pleno, y sabrás que yo soy el Señor.

5-6 »Dios el Señor dice: Con un golpe tras otro yo te acabaré. El fin ha llegado, tu juicio final te está esperando. Ya no tienes escapatoria. ¡Oh Israel, amanece el día de tu condenación, ha llegado el tiempo del castigo! ¡Es un día de gritos de angustia en vez de gritos de alegría! 8-9 Pronto derramaré mi cólera contra ti y permitiré que termine su obra de castigarte por todas tus obras perversas. No te perdonaré ni te tendré piedad, y sabrás que yo, el Señor, soy quien lo está haciendo.

10-11 »El día del juicio ha llegado; amanece, pues tu maldad y orgullo han recorrido su ciclo y han llegado a su fin. Ninguno de estos hombres orgullosos, ricos y malvados vivirá. Hasta hoy ha sido la maldad quien reina por todas partes. 12 Sí, el tiempo ha llegado, el día se acerca. No habrá nada para comprar o vender, pues la cólera de Dios está sobre la tierra. 13 Y aun si un comerciante vive, su negocio habrá desaparecido, pues Dios ha hablado contra todo el pueblo de Israel; todo será destruido. Ni siquiera uno de aquellos cuyas vidas están llenas de maldad saldrá bien librado. 14 Tocan las trompetas llamando al ejército de Israel a movilizarse, pero nadie escucha porque mi cólera está sobre todos ellos y tienen miedo.

15 »Si sales fuera de las murallas, allí está el enemigo esperando para matarte; si permanecen adentro, el hambre y la peste se encargarán de ti. 16 Cualquiera que logre escapar estará solitario como si fuera una paloma escondida en las montañas, cada uno llorando por sus propias maldades. 17 Todas las manos estarán debilitadas, y todas las rodillas tan endebles como el agua. 18 Estarán vestidos de saco en señal de penitencia, y el horror y la vergüenza estarán marcados en sus rostros; traerán rapada la cabeza en señal de dolor y remordimiento.

19 »¡Arroja de ti tu dinero! ¡Tíralo como desperdicios sin valor, porque no valdrá nada en aquel día de destrucción, ni te satisfará ni te alimentará pues tu amor al dinero es el causante de tu lamentable estado!

20 »Te di oro y piedras preciosas, ¡y lo empleaste todo para hacerte ídolos! Por lo tanto te lo quitaré todo, echaré todos tus ídolos a la basura. 21 O se los daré a extranjeros y a hombres malvados como botín. 22 No miraré cuando los extranjeros entren a mi templo y lo contaminen, ni los detendré cuando anden saqueando esos ídolos de oro. Como ladrones, ellos saquearán los tesoros y dejarán al templo en ruinas.

23 »Prepara cadenas para mi pueblo pues la tierra está llena de crímenes sangrientos. Jerusalén está llena de violencia, así que esclavizaré a su gente. 24 Aplastaré el orgullo de Jerusalén trayendo a las peores naciones para ocupar sus hogares, destruir las fortificaciones de las que están tan orgullosos los israelitas y contaminar el templo. 25 Porque ha llegado el tiempo del asolamiento de Israel. Pedirás paz, pero no la obtendrás. 26 ¡Calamidad tras calamidad caerán sobre ti; dolor sobre dolor, desastre tras desastre! Anhelarás a algún profeta que pueda guiar a tus habitantes, pero no lo hallarás. 27 Los sacerdotes y sabios consejeros, los reyes y los príncipes, todos estarán impotentes, llorando con desesperación. El pueblo temblará horrorizado, porque yo traeré sobre ellos el mal que ellos han provocado, y les daré su justo merecido. Así aprenderán que yo soy el Señor».

Idolatría en el templo

Luego, a fines de agosto del sexto año del cautiverio del rey Joacín, mientras yo estaba hablando con los sabios consejeros de Judá en mi hogar, llegó a mí la presencia de Dios el Señor. Vi lo que parecía ser un hombre, aunque desde su cintura hacía abajo era de fuego, y de su cintura hacía arriba era resplandeciente como un relámpago. Tendió lo que parecía una mano y me tomó por el pelo. Y el Espíritu me alzó hacia el cielo y pareció transportarme a Jerusalén, a la entrada de la puerta norte de la ciudad, donde se encontraba el ídolo que tanto había provocado la cólera del Señor. Y allí estaba la presencia magnífica del Dios de Israel, tal como la había visto antes en el valle.

Él me dijo: «Hombre mortal, mira hacia el norte». Miré y, por cierto, al norte de la puerta del altar, en la misma entrada, estaba el ídolo tan aborrecido. Y Él me dijo: «Hombre mortal, ¿te das cuenta del sacrilegio que los israelitas están cometiendo? ¿Ves la infidelidad que el pueblo de Israel está cometiendo aquí, para alejarme de mi templo? Pero ven y te mostraré mayores desviaciones».

Luego me llevó a la puerta del atrio del templo, donde pude ver un agujero en la pared. «Ahora sigue cavando ese agujero en la pared», me dijo. Lo hice y descubrí una puerta hacia una habitación escondida. «Entra», me dijo, «y verás toda la colección idolátrica que tanto veneran».

10 Entré. ¡Las paredes estaban cubiertas de cuadros de toda clase de serpientes, lagartos y bestias espantosas, además de otros muchos ídolos venerados por el pueblo de Israel! 11 Setenta de los sabios consejeros de Israel estaban allí junto con Jazanías, hijo de Safán, rindiendo homenaje a las imágenes y las esculturas. Cada uno de ellos tenía un incensario, así que había una espesa nube de humo sobre sus cabezas.

12 Luego el Señor me dijo: «Hombre mortal, ¿te das cuenta de lo que los sabios consejeros de Israel están haciendo en lo oculto? Ellos dicen: “¡El Señor no nos ve, se ha alejado!”».

13 Luego el Señor agregó: «¡Ven y te mostraré cosas aun peores que estas!».

14 Me llevó a la puerta norte del templo, y allí había mujeres sentadas llorando y presentando sus necesidades ante su dios Tamuz, al que consideran dios de la fertilidad.

15 «¿Te das cuenta de tanta infidelidad?», me preguntó. «¡Pero te mostraré cosas aun peores que estas!».

16 Luego me llevó al atrio interior del templo y allí junto a la puerta, entre el vestíbulo y el altar de bronce, había unos veinticinco hombres de espaldas al templo del Señor, mirando hacia el oriente, ¡rindiendo homenaje al sol!

17 «¿Te das cuenta de lo que están haciendo?», me preguntó. «¿No significa nada para los hombres principales del pueblo de Judá cometer estos terribles actos, conduciendo a toda la nación a la idolatría? Además que aumentan su provocación haciéndome gestos de burla. 18 ¡Por todo ello no me apiadaré, ni perdonaré, y aunque clamen por misericordia no les tendré lástima!».

El castigo de los culpables

Luego el Señor gritó con fuerza: «¡Llama a aquellos a quienes yo he entregado la ciudad para que la conquisten! ¡Diles que traigan sus armas consigo!».

Ante su llamado aparecieron seis hombres procediendo de la puerta superior del norte, cada uno portando sus armas, listos para castigar. Uno de ellos estaba vestido de lino y llevaba un tintero de escribano ceñido al costado. Todos entraron al templo y se pararon a un lado del altar de bronce. Y la magnífica presencia del Dios de Israel se alzó del querubín donde había estado reposada y se puso sobre la entrada al templo.

Entonces el Señor llamó al hombre con el tintero de escribano, y le dijo: «Camina por las calles de Jerusalén y pon una marca sobre la frente de los hombres que lloran y suspiran a causa de todas las maldades que ven a su alrededor».

Luego oí al Señor decir a los otros hombres:

«Síganlo a través de la ciudad y maten a todos aquellos cuya frente no está marcada. No les perdonen ni se apiaden de ellos, mátenlos a todos: viejos y jóvenes, muchachas, mujeres y niños pequeños; pero no toquen a nadie que tenga la marca en la frente. Comiencen aquí mismo en el templo». Y así comenzaron por dar muerte a los sabios consejeros. Y luego el Señor les dijo:

«¡Profanen el templo! ¡Llenen sus atrios con los cuerpos de aquellos que matan! ¡Salgan a matar!».

Y ellos salieron por la ciudad e hicieron según les fue ordenado.

Mientras ellos estaban cumpliendo sus órdenes, yo estaba solo. Me postré rostro en tierra y exclamé: «¡Oh Señor Dios!, ¿tu furia contra Jerusalén exterminará a todos los que quedan?».

Entonces el Señor me dijo: «Las maldades del pueblo de Israel y Judá son muy graves y toda la tierra está por su culpa llena de muerte e injusticia, pues ellos dicen: “¡El Señor no nos ve! ¡Se ha alejado de este país!”. 10 Y por eso no los perdonaré, ni tendré piedad de ellos, y les pagaré en pleno por todo lo que han hecho».

11 Justo en ese momento el hombre vestido de lino que llevaba el tintero de escribano vino a dar su informe diciendo: «He terminado la tarea que me encomendaste».

La gloria del Señor abandona el templo

10 Repentinamente un trono hecho de hermosos zafiros azules apareció en el cielo encima de las cabezas de los seres alados, también llamados querubines.

Entonces el Señor habló al hombre vestido de lino y le dijo: «Ve entre las ruedas que giran debajo de los querubines y toma un puñado de brasas encendidas y espárcelas sobre la ciudad». Él lo hizo así, mientras yo observaba.

Los querubines estaban parados al sur del templo cuando el hombre entró. Y una nube esplendorosa llenó el atrio interior.

Luego la magnífica presencia del Señor se alzó desde los querubines, donde estaba asentada, y se trasladó a la puerta del templo. El templo estaba lleno de la magnífica presencia, que se veía como una nube, y el atrio del templo se llenó también del esplendor de la magnífica presencia del Señor. Y el sonido de las alas de los querubines era como la voz del Dios Todopoderoso cuando habla, y podía oírse con claridad hasta en el atrio exterior.

Cuando el Señor le mandó al hombre vestido de lino que fuera entre los querubines y tomara algunas brasas encendidas de entre las ruedas, el hombre entró y se paró al lado de una de estas ruedas. 7-8 Entonces uno de los querubines extendió su mano (pues cada querubín tenía, debajo de sus alas, lo que se parecían a manos humanas) y tomó algunas brasas encendidas de las llamas de entre las ruedas y las puso en las manos del hombre vestido de lino, quien las tomó y salió.

9-13 Cada uno de los cuatro querubines tenía una rueda junto a él, Las Ruedas que Giran, como las oí llamar, pues cada una tenía una segunda rueda cruzada adentro, resplandeciente como el crisolito, con un color verde amarillo. Debido a la construcción de estas ruedas, los querubines podían ir hacia adelante en cada una de las cuatro direcciones; no se volvían atrás cuando cambiaban de dirección puesto que podían desplazarse a cualquiera de las cuatro direcciones a las que sus caras miraban. Cada una de las cuatro ruedas estaba cubierta de ojos, ¡incluyendo las llantas y los rayos! 14 Cada uno de los cuatro querubines tenía caras diferentes: la primera era la de un buey; la segunda, la de un hombre; la tercera, la de un león; y la cuarta, la de un águila.

15-16 Estos eran los mismos seres que yo había visto al lado del río Quebar, y cuando se alzaban en el aire las ruedas subían con ellos, y permanecían junto a ellos al volar. 17 Cuando los querubines se paraban, también lo hacían las ruedas, pues el espíritu de los querubines estaba en las ruedas.

18 Luego la presencia magnífica del Señor se elevó de la puerta principal del templo y se puso encima de los querubines. 19 Y al estar yo observando, los querubines volaron con sus ruedas junto a ellos a la puerta oriental del templo. Y la presencia magnífica del Dios de Israel estaba sobre ellos.

20 Estos eran los seres vivientes que yo había visto debajo del Dios de Israel al lado del río Quebar. Yo sabía que eran los mismos, 21 pues cada uno tenía cuatro caras y cuatro alas, y con lo que parecían manos humanas debajo de sus alas. 22 Sus caras también eran idénticas a las que yo había visto al lado del río, y viajaban desplazándose hacia adelante, tal como lo hacían los otros.

Juicio contra los líderes de Israel

11 Luego el Espíritu me alzó de nuevo y me llevó a la entrada oriental del templo, donde vi a veinticinco de los hombres más prominentes de la ciudad, incluyendo a dos funcionarios, Jazanías, hijo de Azur, y Palatías, hijo de Benaías. El Espíritu me dijo: «Hombre mortal, estos son los hombres responsables de tanta maldad por todo el consejo perverso que se está dando en esta ciudad, pues ellos dicen al pueblo: “Ahora es el tiempo de reconstruir Jerusalén, pues nuestra ciudad es tan segura como un escudo de hierro y nos protegerá de todo mal”. Por lo tanto, hombre mortal, profetiza contra ellos con voz fuerte y clara».

Luego el Espíritu del Señor vino sobre mí y me mandó que dijera: «El Señor dice al pueblo de Israel: “¿Es eso lo que ustedes están diciendo? Sí, yo sé que lo están haciendo, pues yo conozco todo lo que piensan, cada pensamiento que viene a sus mentes. Ustedes han asesinado sin parar y han llenado sus calles con los muertos de su violencia.

»”Por lo tanto el Señor dice: ¿Ustedes piensan que esta ciudad es tan segura como un escudo de hierro? ¡Pues no lo es, no los protegerá! Sus muertos estarán tendidos adentro, pero ustedes serán arrastrados afuera y ahí los matarán. Yo los expondré a la guerra que tanto han temido, dice Dios el Señor, y los tomaré de Jerusalén y los entregaré a extranjeros que ejecutarán mis juicios contra ustedes. 10 Serán muertos por todo el camino hacia las fronteras de Israel, y entonces comprenderán que yo soy el Señor. 11 ¡No, esta ciudad no será como un escudo de hierro para ustedes, y no estarán seguros dentro de ella! ¡Yo los perseguiré aun hasta las fronteras de Israel! 12 Y comprenderán que yo soy el Señor, al que ustedes no han querido obedecer, sino que ustedes han preferido imitar a las naciones a su alrededor”».

13 Mientras aún estaba hablando y contándoles esto, Palatías, hijo de Benaías, murió de repente. Luego me eché con el rostro hasta el suelo y clamé: «¡Oh Señor Dios!, ¿has de matar a todos en Israel?».

14 De nuevo me vino un mensaje del Señor:

15 «Hombre mortal, el remanente que queda en Jerusalén está diciendo de tus hermanos que están exiliados: “Ha sido a consecuencia de que eran tan malvados que el Señor los exilió. Ahora el Señor nos ha dado sus tierras a nosotros”. 16 Pero diles a los exiliados que el Señor Dios dice: “Aunque los he esparcido entre las naciones del mundo, sin embargo, yo seré un santuario para ustedes por el tiempo que estén allí, 17 y algún día los juntaré de entre las naciones donde están esparcidos y les haré volver de nuevo a la tierra de Israel. 18 Y cuando vuelvan, quitarán todo rastro de toda esta horrible idolatría que está practicándose en la actualidad. 19 Les daré un solo corazón y un espíritu nuevo; quitaré sus corazones duros como si fueran de piedra y les daré corazones tiernos llenos de amor hacia Dios 20 para que puedan seguir con gusto mis instrucciones y ser mi pueblo, y yo seré su Dios. 21 Pero en cuanto a los que están ahora en Jerusalén, esos que anhelan los ídolos, yo les pagaré en pleno por sus malas conductas, dice el Señor Dios”».

La gloria del Señor abandona Jerusalén

22 Los querubines desplegaron sus alas y se alzaron en el aire con sus ruedas junto a ellos, y la magnífica presencia del Dios de Israel estaba sobre ellos. 23 Luego la presencia magnífica del Señor se alzó de encima de la ciudad y se puso sobre la montaña al oriente.

24 Después el Espíritu de Dios me llevó de vuelta a Babilonia, a los judíos que estaban exiliados allí. Y así concluyó la visión de mi visita a Jerusalén. 25 Y les conté a los exiliados todo lo que el Señor me había mostrado.

Símbolo del exilio

12 De nuevo me vino un mensaje del Señor:

«Hombre mortal, me dijo, tú vives entre rebeldes que podrían conocer la verdad si quisieran, pero no quieren; ellos podrían oírme si pusieran atención, pero no lo hacen, pues son muy testarudos. Así que ahora haz una demostración para mostrarles cómo será el estar exiliados. Empaqueta todo lo que puedas llevar sobre tus espaldas y deja tu hogar para ir a otra parte. Vete de día para que ellos te vean, pues quizás aún ahora ellos se preguntarán lo que esto significa, aun cuando son tan testaduros. Saca tus bultos fuera de tu casa de día para que ellos puedan observar. Luego deja la casa de noche, tal como lo hacen los cautivos cuando comienzan su larga marcha a tierras distantes. Cava un agujero a través del muro de la ciudad mientras están observando y saca tus posesiones a través de ese agujero. Mientras ellos observan, alza tus bultos sobre tus hombros y aléjate en la noche; cubre tu rostro y no mires a ningún lado. Todo esto es una señal al pueblo de Israel del mal que sobrevendrá sobre Jerusalén».

Hice como se me había mandado. Traje mis bultos afuera a la luz del día —todo lo que podía llevar al exilio— y al atardecer cavé a través del muro con mis manos. Salí en la oscuridad con mis bultos sobre mis hombros, mientras la gente observaba. A la mañana siguiente me vino este mensaje del Señor:

«Hombre mortal, estos testaduros del pueblo de Israel han preguntado lo que todo esto significa. 10 Diles que el Señor dice que es un mensaje para el rey Sedequías en Jerusalén y para todo el pueblo de Israel. 11 Explica que lo que tú hiciste es una demostración de lo que les va a pasar a ellos, porque serán sacados de sus hogares y enviados al exilio. 12 Aun el rey Sedequías saldrá de noche a través de un agujero en la muralla, llevando sólo lo que puede cargar, con la cara cubierta, porque no podrá ver. 13 Pero yo lo capturaré en mi red y lo traeré a Babilonia, la tierra de los caldeos, pero no la verá, y morirá allí. 14 Yo esparciré a sus sirvientes y guardias a los cuatro vientos y enviaré enemigos armados con espadas en su persecución. 15 Y cuando estén esparcidos entre las naciones, entonces sabrán que yo soy el Señor. 16 Pero salvaré a unos pocos de ellos de la muerte por guerra, hambre y peste. Los salvaré para dejar bien claro entre las naciones cuán perversos ellos han sido, y sabrán que yo soy el Señor».

17 Luego me vino este otro mensaje del Señor:

18 «Hombre mortal, tiembla al comer; toma tu agua como si fuera lo último que te queda, 19 y diles al pueblo de Israel y a Jerusalén que distribuirán su comida con sumo cuidado y tomarán en pequeños sorbos su ración de agua en desesperación debido a sus maldades. 20 Sus ciudades serán destruidas y sus campos arrasados, y entonces sabrán que yo soy el Señor».

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