Revised Common Lectionary (Semicontinuous)
Salmo 35 (34)
No te alejes de mí
35 De David.
Señor, ataca a los que me atacan,
haz frente a los que luchan contra mí;
2 embraza el escudo, ponte la coraza
y decídete a actuar en mi ayuda;
3 empuña la lanza y detén
a quienes me persiguen;
dime: “Yo soy tu salvación”.
4 Que sean defraudados y humillados
los que desean mi muerte,
que retrocedan y queden turbados
los que pretenden dañarme.
5 Que sean como paja frente al viento
cuando el ángel del Señor los acose;
6 que sea su camino resbaladizo y sombrío
cuando el ángel del Señor los persiga.
7 Pues sin motivo me tendieron una trampa,
sin motivo me cavaron una fosa.
8 Que los sorprenda un desastre inesperado,
que los atrape la trampa que tendieron,
que caigan en la fosa que cavaron.
9 Y yo en el Señor me alegraré,
por su salvación me llenaré de gozo.
10 Todo mi ser proclamará:
“Señor, ¿quién como tú?”.
Tú libras al débil del que es más fuerte,
al humilde y al pobre del explotador.
En la estepa de Moab (22—25)
Balac y Balaán
22 Los israelitas siguieron su marcha y acamparon en la llanura de Moab junto al Jordán, a la altura de Jericó. 2 Balac hijo de Zipor estaba enterado de todo lo que Israel había hecho con los amorreos. 3 Así que Moab se alarmó al ver un pueblo tan numeroso. Asustado ante los israelitas, 4 Moab dijo a los ancianos de Madián:
— Ahora esta gente devorará todos nuestros bienes, como devora el buey el pasto del campo.
Balac, hijo de Zipor, que era entonces rey de Moab, 5 envió mensajeros a Balaán, hijo de Beor, que residía en Petor, ciudad que está junto al río Éufrates y era su país de origen, para que le dijeran:
— Un pueblo ha salido de Egipto y cubre ya la faz de la tierra; ahora se ha asentado delante de mí. 6 Ven, pues, y maldice a este pueblo de mi parte pues es más fuerte que yo; quizá entonces yo pueda derrotarlo y expulsarlo de mi territorio. Porque yo sé bien que será bendito quien reciba tu bendición y a quien tú maldigas, maldito será.
7 Los ancianos de Moab y los ancianos de Madián partieron llevando consigo el pago por el vaticinio. Llegaron adonde estaba Balaán y le dieron el mensaje de Balac. 8 Él les respondió:
— Pasen aquí esta noche y yo les contestaré según me diga el Señor.
Se quedaron, en efecto, con Balaán aquella noche los dignatarios de Moab. 9 Y tuvo Balaán una visión en la que Dios le preguntó:
— ¿Qué es lo que quieren esos hombres de ti?
10 Balaán respondió a Dios:
— Balac, hijo de Zipor, rey de Moab, me ha enviado este mensaje: 11 “Un pueblo ha salido de Egipto y cubre ya la faz de la tierra; Ven, pues, y maldice a ese pueblo de mi parte; quizá entonces yo pueda derrotarlo y expulsarlo de mi territorio”.
12 Pero Dios dijo a Balaán:
— No vayas con ellos. Tú no debes maldecir a ese pueblo porque es un pueblo bendito.
13 Balaán se levantó por la mañana y dijo a los dignatarios de Balac:
— Retornen a su tierra, porque el Señor no me deja ir con ustedes.
14 Los dignatarios de Moab partieron y regresaron donde estaba Balac y le dijeron:
— Balaán rehusó venir con nosotros.
15 Entonces Balac envió otros dignatarios, más numerosos y más honorables que los anteriores, 16 los cuales llegaron adonde estaba Balaán y le dijeron:
— Así dice Balac, hijo de Zipor: Te ruego que no rehúses venir a mí. 17 Yo te recompensaré espléndidamente y haré todo lo que me digas; ven, pues, ahora y maldice a este pueblo de mi parte.
18 Pero Balaán respondió a los enviados de Balac:
— Aunque Balac me dé su palacio repleto de plata y oro, yo no podré hacer nada, grande o pequeño, que vaya contra lo mandado por el Señor, mi Dios. 19 Les ruego, por tanto, que pasen aquí esta noche para que yo averigüe si el Señor tiene algo que decirme.
20 Esa noche se apareció Dios a Balaán y le dijo:
— Ya que esos hombres han venido a buscarte, puedes ir con ellos. Pero sólo harás lo que yo te ordene.
21 Cuando Balaán se levantó por la mañana, aparejó su burra y partió con los dignatarios moabitas.
Pablo arrestado en Jerusalén (21,17—23,22)
Visita de Pablo a Santiago
17 Cuando llegamos a Jerusalén, los hermanos nos recibieron con alegría. 18 Al día siguiente fuimos con Pablo a visitar a Santiago. Asistieron a la reunión todos los dirigentes. 19 Pablo los saludó y a continuación les refirió detalladamente todo lo que Dios había llevado a cabo entre los no judíos por su ministerio. 20 Ellos alabaron a Dios al oír esto, pero al mismo tiempo dijeron a Pablo:
— Como ves, hermano, millares de judíos son ahora creyentes. Y todos siguen siendo fieles observantes de la ley. 21 Por otra parte, les han informado que tú induces a todos los judíos residentes en el extranjero a abandonar la ley de Moisés y que les aconsejas que no circunciden a sus hijos ni observen nuestras tradiciones. 22 ¿Qué hacer en tal situación? Porque, sin duda, se enterarán de que has llegado. 23 Lo mejor es que sigas este consejo que te damos. Están con nosotros cuatro hombres obligados aún a cumplir una promesa. 24 Llévalos contigo, participa con ellos en el ritual de la purificación y paga lo que les cueste raparse la cabeza. Todos sabrán así que los rumores que circulan acerca de ti carecen de fundamento, y que tú mismo observas y cumples fielmente la ley. 25 En lo concerniente a los no judíos que han abrazado la fe, en su día les comunicamos por escrito nuestra decisión, a saber, que se abstengan de comer carne ofrecida a los ídolos o procedente de animales ahogados, y que se abstengan también de alimentarse de sangre y de cometer cualquier clase de inmoralidad sexual.
26 Tomó, pues, Pablo consigo a aquellos hombres, y al siguiente día inició con ellos la ceremonia de la purificación. Después entró en el Templo para fijar la fecha en que, una vez terminado el período de la purificación, debía ofrecerse un sacrificio por cada uno de ellos.
La Palabra, (versión hispanoamericana) © 2010 Texto y Edición, Sociedad Bíblica de España