Revised Common Lectionary (Complementary)
Salmo 116 (114—115)
El Señor ha sido bueno conmigo
116 Amo al Señor porque escucha
mi voz suplicante.
2 Lo invocaré de por vida,
porque es todo oídos para mí.
3 Las cadenas de la muerte me cercaban,
me alcanzaba la tristeza del abismo,
era presa de la angustia y el dolor.
4 Pero invoqué el nombre del Señor:
“Te ruego, Señor, que me salves”.
5 El Señor es clemente y justo,
es compasivo nuestro Dios.
6 El Señor protege a los sencillos:
estaba yo abatido y me salvó.
7 ¡A ver si recobro la calma,
pues el Señor ha sido bueno conmigo!
8 Me ha librado de la muerte,
ha preservado mis ojos de las lágrimas,
mis pies de la caída.
9 Caminaré en presencia del Señor
en la tierra de los vivos.
Respetan a Rajab y su familia
22 Josué dijo a los dos hombres enviados a explorar el país:
— Entren en casa de la prostituta y hagan salir de ella a esa mujer con todo lo que le sea propio, pues así se lo juraron ustedes.
23 Los jóvenes espías fueron e hicieron salir a Rajab, a su padre, a su madre, a sus hermanos con todo cuanto le pertenecía. También permitieron salir a todos los de su familia, dejándolos fuera del campamento de Israel. 24 Luego prendieron fuego a la ciudad con todo lo que contenía. Sólo la plata, el oro y los objetos de bronce y de hierro los depositaron en el tesoro de la casa del Señor.
25 Pero Josué respetó la vida de Rajab, la prostituta, así como la de la familia de su padre y la de todos los suyos que continúan viviendo en medio de Israel hasta el día de hoy. Todo ello porque Rajab escondió a los espías que envió Josué a explorar Jericó.
Maldición contra quien reconstruya Jericó
26 En aquella ocasión Josué pronunció este juramento:
— ¡Maldito sea ante el Señor quien se atreva a reconstruir esta ciudad! ¡Echar sus cimientos le costará la vida de su primogénito, y asentar sus puertas la de su hijo menor!
27 Y el Señor estuvo con Josué, cuya fama se divulgó por toda la tierra.
La autoridad de Jesús (Mc 11,27-33; Lc 20,1-8)
23 Jesús entró en el Templo y mientras enseñaba se le acercaron los jefes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo y le preguntaron:
— ¿Con qué derecho haces tú todo eso? ¿Quién te ha autorizado para ello?
24 Jesús les contestó:
— Yo también voy a preguntarles una cosa. Si me responden, les diré con qué derecho hago todo esto. 25 ¿De quién recibió Juan el encargo de bautizar: del cielo o de los hombres?
Ellos se pusieron a razonar entre sí: “Si contestamos que lo recibió de Dios, él nos dirá: ‘¿Por qué, pues, no le creyeron?’ 26 Y si decimos que lo recibió de los hombres, corremos el peligro de la reacción del pueblo, porque todos tienen a Juan por profeta”. 27 Así que respondieron a Jesús:
— No lo sabemos.
A lo que él replicó:
— Pues tampoco yo les diré con qué derecho hago todo esto.
Parábola de los dos hijos
28 — ¿Qué les parece? Una vez, un hombre que tenía dos hijos le dijo a uno de ellos: “Hijo, hoy tienes que ir a trabajar a la viña”. 29 El hijo contestó: “No quiero ir”. Pero más tarde cambió de idea y fue. 30 Lo mismo le dijo el padre al otro hijo, que le contestó: “Sí, padre, iré”. Pero no fue. 31 Díganme, ¿cuál de los dos cumplió el mandato de su padre?
Ellos respondieron:
— El primero.
Y Jesús añadió:
— Pues les aseguro que los recaudadores de impuestos y las prostitutas van a entrar en el reino de Dios antes que ustedes. 32 Porque vino Juan mostrando con su vida cómo se debe cumplir la voluntad de Dios, y ustedes no le creyeron; en cambio, sí le creyeron los recaudadores de impuestos y las prostitutas. Y ustedes lo vieron, pero ni aun así cambiaron de actitud dándole crédito.
La Palabra, (versión hispanoamericana) © 2010 Texto y Edición, Sociedad Bíblica de España