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Old/New Testament

Each day includes a passage from both the Old Testament and New Testament.
Duration: 365 days
Nueva Traducción Viviente (NTV)
Version
Lamentaciones 1-2

Dolor en Jerusalén

[a]Jerusalén, antes colmada de gente,
    ahora está desierta.
La que en su día fue grande entre las naciones
    ahora queda sola como una viuda.
La que antes era la reina de toda la tierra
    ahora es una esclava.

Durante toda la noche solloza;
    las lágrimas corren por sus mejillas.
De todos sus amantes,
    no hay quien la consuele.
Todos sus amigos la traicionaron
    y se volvieron sus enemigos.

Judá fue llevada al cautiverio,
    oprimida por la cruel esclavitud.
Vive entre naciones extranjeras
    y no tiene lugar donde descansar.
Sus enemigos la persiguieron y la alcanzaron
    y ya no tiene a quien recurrir.

Los caminos a Jerusalén[b] están de luto,
    porque las multitudes ya no vienen para celebrar los festivales.
En las puertas de la ciudad hay silencio,
    sus sacerdotes gimen,
sus mujeres jóvenes lloran;
    ¡qué amarga es su suerte!

Sus opresores son ahora sus amos
    y sus enemigos prosperan,
porque el Señor castigó a Jerusalén
    por sus muchos pecados.
Sus hijos fueron capturados
    y llevados a tierras lejanas.

La bella Jerusalén[c] ha sido despojada
    de toda su majestad.
Sus príncipes son como venados hambrientos
    en busca de pastos.
Están demasiado débiles para huir
    del enemigo que los persigue.

En medio de su tristeza y sus andanzas,
    Jerusalén recuerda su antiguo esplendor.
Pero ahora ha caído en manos de su enemigo
    y no hay quien la ayude.
Su enemigo la derribó
    y se burlaba cuando ella caía.

Jerusalén ha pecado grandemente,
    por eso fue desechada como un trapo sucio.
Todos los que antes la honraban ahora la desprecian,
    porque vieron su desnudez y su humillación.
Lo único que puede hacer es gemir
    y taparse la cara.

Se deshonró a sí misma con inmoralidad
    y no pensó en su futuro.
Ahora yace en una zanja
    y no hay nadie que la saque.
«Señor, mira mi sufrimiento—gime—.
    El enemigo ha triunfado».

10 El enemigo la saqueó por completo
    y se llevó todo lo valioso que poseía.
Vio a los extranjeros profanar su templo sagrado,
    el lugar al que el Señor les había prohibido entrar.

11 Su pueblo gime en busca de pan;
    vendieron sus tesoros para comprar comida y mantenerse con vida.
«Oh Señor, mira—se lamenta—
    y observa cómo me desprecian.

12 »¿No les importa nada, ustedes que pasan por aquí?
    Miren a su alrededor y vean si hay otro sufrimiento como el mío,
que el Señor descargó sobre mí
    cuando estalló en ira feroz.

13 »Él mandó fuego del cielo que me quema los huesos.
    Tendió una trampa en mi camino y me hizo volver atrás.
Me dejó devastada
    y atormentada día y noche por la enfermedad.

14 »Él tejió sogas con mis pecados
    para atarme a un yugo de cautiverio.
El Señor minó mis fuerzas; me entregó a mis enemigos
    y en sus manos soy incapaz de levantarme.

15 »El Señor trató con desdén
    a mis hombres valientes.
A su orden llegó un gran ejército
    para aplastar a mis jóvenes guerreros.
El Señor pisoteó su amada ciudad[d]
    como se pisotean las uvas en un lagar.

16 »Por todas estas cosas lloro;
    lágrimas corren por mis mejillas.
No tengo a nadie que me consuele;
    todos los que podrían alentarme están lejos.
Mis hijos no tienen futuro
    porque el enemigo nos ha conquistado».

17 Jerusalén extiende la mano en busca de ayuda,
    pero nadie la consuela.
El Señor ha dicho
    de su pueblo Israel:[e]
«¡Que sus vecinos se conviertan en enemigos!
    ¡Que sean desechados como un trapo sucio!».

18 «El Señor es justo—dice Jerusalén—,
    porque yo me rebelé contra él.
Escuchen, pueblos de todas partes;
    miren mi angustia y mi desesperación,
porque mis hijos e hijas
    fueron llevados cautivos a tierras lejanas.

19 »Les supliqué ayuda a mis aliados,
    pero me traicionaron.
Mis sacerdotes y mis líderes
    murieron de hambre en la ciudad,
mientras buscaban comida
    para salvar sus vidas.

20 »¡Señor, mira mi angustia!
    Mi corazón está quebrantado
y mi alma desespera
    porque me rebelé contra ti.
En las calles la espada mata,
    y en casa solo hay muerte.

21 »Otros oyeron mis lamentos,
    pero nadie se volvió para consolarme.
Cuando mis enemigos se enteraron de mis tribulaciones,
    se pusieron felices al ver lo que habías hecho.
Oh, manda el día que prometiste,
    cuando ellos sufrirán como he sufrido yo.

22 »Señor, mira todas sus maldades.
    Castígalos como me castigaste a mí
    por todos mis pecados.
Son muchos mis gemidos
    y tengo el corazón enfermo de angustia».

El enojo de Dios por el pecado

En su enojo el Señor
    cubrió de sombras a la bella Jerusalén.[f]
La más hermosa de las ciudades de Israel yace en el polvo,
    derrumbada desde las alturas del cielo.
En su día de gran enojo
    el Señor no mostró misericordia ni siquiera con su templo.[g]

El Señor ha destruido sin misericordia
    todas las casas en Israel.[h]
En su enojo derribó
    las murallas protectoras de la bella Jerusalén.[i]
Las derrumbó hasta el suelo
    y deshonró al reino y a sus gobernantes.

Toda la fuerza de Israel
    desaparece ante su ira feroz.
El Señor ha retirado su protección
    durante el ataque del enemigo.
Él consume toda la tierra de Israel
    como un fuego ardiente.

Tensa el arco contra su pueblo
    como si él fuera su enemigo.
Utiliza su fuerza contra ellos
    para matar a sus mejores jóvenes.
Su furia se derrama como fuego
    sobre la bella Jerusalén.[j]

Así es, el Señor venció a Israel
    como lo hace un enemigo.
Destruyó sus palacios
    y demolió sus fortalezas.
Causó dolor y llanto interminable
    sobre la bella Jerusalén.

Derribó su templo
    como si fuera apenas una choza en el jardín.
El Señor ha borrado todo recuerdo
    de los festivales sagrados y los días de descanso.
Ante su ira feroz,
    reyes y sacerdotes caen juntos.

El Señor rechazó su propio altar;
    desprecia su propio santuario.
Entregó los palacios de Jerusalén
    a sus enemigos.
Ellos gritan en el templo del Señor
    como si fuera un día de celebración.

El Señor decidió
    destruir las murallas de la bella Jerusalén.
Hizo cuidadosos planes para su destrucción,
    después los llevó a cabo.
Por eso, los terraplenes y las murallas
    cayeron ante él.

Las puertas de Jerusalén se han hundido en la tierra;
    él rompió sus cerrojos y sus barrotes.
Sus reyes y príncipes fueron desterrados a tierras lejanas;
    su ley dejó de existir.
Sus profetas no reciben
    más visiones de parte del Señor.

10 Los líderes de la bella Jerusalén
    se sientan en el suelo en silencio;
están vestidos de tela áspera
    y se echan polvo sobre la cabeza.
Las jóvenes de Jerusalén
    bajan la cabeza avergonzadas.

11 Lloré hasta que no tuve más lágrimas;
    mi corazón está destrozado.
Mi espíritu se derrama de angustia
    al ver la situación desesperada de mi pueblo.
Los niños y los bebés
    desfallecen y mueren en las calles.

12 Claman a sus madres:
    «¡Necesitamos comida y bebida!».
Sus vidas se extinguen en las calles
    como la de un guerrero herido en la batalla;
intentan respirar para mantenerse vivos
    mientras desfallecen en los brazos de sus madres.

13 ¿Qué puedo decir de ti?
    ¿Quién ha visto alguna vez semejante dolor?
Oh hija de Jerusalén,
    ¿con qué puedo comparar tu angustia?
Oh hija virgen de Sion,
    ¿cómo puedo consolarte?
Pues tu herida es tan profunda como el mar.
    ¿Quién puede sanarte?

14 Tus profetas han declarado
    tantas tonterías; son falsas hasta la médula.
No te salvaron del destierro
    exponiendo a la luz tus pecados.
Más bien, te pintaron cuadros engañosos
    y te llenaron de falsas esperanzas.

15 Todos los que pasan por tu camino te abuchean.
    Insultan a la bella Jerusalén[k] y se burlan de ella diciendo:
«¿Es esta la ciudad llamada “La más bella del mundo”
    y “La alegría de la tierra”?».

16 Todos tus enemigos se burlan de ti;
    se mofan, gruñen y dicen:
«¡Por fin la hemos destruido!
    ¡Hace mucho que esperábamos este día,
    y por fin llegó!».

17 Sin embargo, es el Señor quien hizo exactamente lo que se había propuesto;
    cumplió las promesas de calamidad
    que hizo hace mucho tiempo.
Destruyó a Jerusalén sin misericordia;
    hizo que sus enemigos se regodearan ante ella
    y sobre ella les dio poder.

18 ¡Lloren a viva voz[l] delante del Señor,
    oh murallas de la bella Jerusalén!
Que sus lágrimas corran como un río,
    de día y de noche.
No se den descanso;
    no les den alivio a sus ojos.

19 Levántense durante la noche y clamen.
    Desahoguen el corazón como agua delante del Señor.
Levanten a él sus manos en oración,
    y rueguen por sus hijos
porque en cada calle
    desfallecen de hambre.

20 «¡Oh Señor, piensa en esto!
    ¿Debieras tratar a tu propio pueblo de semejante manera?
¿Habrán de comerse las madres a sus propios hijos,
    a quienes mecieron en sus rodillas?
¿Habrán de ser asesinados los sacerdotes y los profetas
    dentro del templo del Señor?

21 »Mira cómo yacen en las calles,
    jóvenes y viejos,
niños y niñas,
    muertos por la espada del enemigo.
Los mataste en tu enojo;
    los masacraste sin misericordia.

22 »Convocaste a los terrores para que vinieran de todas partes,
    como si los invitaras a un día de fiesta.
En el día del enojo del Señor,
    no escapó ni sobrevivió nadie.
El enemigo mató a todos los niños
    que llevé en mis brazos y crie».

Hebreos 10:1-18

El sacrificio de Cristo, una vez y para siempre

10 El sistema antiguo bajo la ley de Moisés era solo una sombra—un tenue anticipo de las cosas buenas por venir—no las cosas buenas en sí mismas. Bajo aquel sistema se repetían los sacrificios una y otra vez, año tras año, pero nunca pudieron limpiar por completo a quienes venían a adorar. Si los sacrificios hubieran podido limpiar por completo, entonces habrían dejado de ofrecerlos, porque los adoradores se habrían purificado una sola vez y para siempre, y habrían desaparecido los sentimientos de culpa.

Pero en realidad, esos sacrificios les recordaban sus pecados año tras año. Pues no es posible que la sangre de los toros y las cabras quite los pecados. Por eso, cuando Cristo[a] vino al mundo, le dijo a Dios:

«No quisiste sacrificios de animales ni ofrendas por el pecado.
    Pero me has dado un cuerpo para ofrecer.
No te agradaron las ofrendas quemadas
    ni otras ofrendas por el pecado.
Luego dije: “Aquí estoy, oh Dios; he venido a hacer tu voluntad
    como está escrito acerca de mí en las Escrituras”»[b].

Primero, Cristo dijo: «No quisiste sacrificios de animales, ni ofrendas por el pecado, ni ofrendas quemadas ni otras ofrendas por el pecado; tampoco te agradaron todas esas ofrendas» (aun cuando la ley de Moisés las exige). Luego dijo: «Aquí estoy, he venido a hacer tu voluntad». Él anula el primer pacto para que el segundo entre en vigencia. 10 Pues la voluntad de Dios fue que el sacrificio del cuerpo de Jesucristo nos hiciera santos, una vez y para siempre.

11 Bajo el antiguo pacto, el sacerdote oficia de pie delante del altar día tras día, ofreciendo los mismos sacrificios una y otra vez, los cuales nunca pueden quitar los pecados; 12 pero nuestro Sumo Sacerdote se ofreció a sí mismo a Dios como un solo sacrificio por los pecados, válido para siempre. Luego se sentó en el lugar de honor, a la derecha de Dios. 13 Allí espera hasta que sus enemigos sean humillados y puestos por debajo de sus pies. 14 Pues mediante esa única ofrenda, él perfeccionó para siempre a los que está haciendo santos.

15 Y el Espíritu Santo también da testimonio de que es verdad, pues dice:

16 «Este es el nuevo pacto que haré
    con mi pueblo en aquel día,[c] dice el Señor:
Pondré mis leyes en su corazón
    y las escribiré en su mente»[d].

17 Después dice:

«Nunca más me acordaré
    de sus pecados y sus transgresiones»[e].

18 Y cuando los pecados han sido perdonados, ya no hace falta ofrecer más sacrificios.

Nueva Traducción Viviente (NTV)

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