New Testament in a Year
Una niña muerta y una mujer enferma
18 Apenas terminó de pronunciar estas palabras, cuando un jefe de los judíos llegó y se postró ante él.
―Mi hija acaba de morir —le dijo—, pero sé que resucitará si vas y la tocas.
19 Jesús y los discípulos se dirigieron al hogar del jefe judío. 20 Mientras iban, una mujer que llevaba doce años enferma de un derrame de sangre, se acercó por detrás y tocó el borde del manto de Jesús. 21 Ella pensaba que si lo tocaba sanaría. 22 Jesús se volvió y le dijo:
―Hija, tu fe te ha sanado. Vete tranquila.
Y la mujer sanó en aquel mismo momento.
23 Al llegar a la casa del jefe judío y escuchar el alboroto de los presentes y la música fúnebre, 24 Jesús dijo:
―Salgan de aquí. La niña no está muerta, sólo está dormida.
La gente se rio de Jesús, 25 y todos salieron. Jesús entró donde estaba la niña y la tomó de la mano. ¡Y la niña se levantó sana!
26 La noticia de este milagro se difundió por toda aquella región.
Jesús sana a los ciegos y a los mudos
27 Cuando regresaba de la casa del jefe judío, dos ciegos lo siguieron gritando:
―¡Hijo de David, apiádate de nosotros!
28 Al llegar a la casa, Jesús les preguntó:
―¿Creen que puedo devolverles la vista?
―Sí, Señor —le contestaron—; creemos.
29 Entonces él les tocó los ojos y dijo: —Hágase realidad lo que han creído.
30 ¡Y recobraron la vista!
Jesús les pidió encarecidamente que no se lo contaran a nadie, 31 pero apenas salieron de allí se pusieron a divulgar por aquellos lugares lo que Jesús había hecho.
32 Cuando se fueron los ciegos, le llevaron a la casa a un hombre que había quedado mudo por culpa de demonios que se le habían metido. 33 Tan pronto como Jesús los echó fuera, el hombre pudo hablar. La gente, maravillada, exclamó:
«¡Jamás habíamos visto algo semejante en Israel!».
34 En cambio, los fariseos decían:
«Él puede echar fuera demonios porque tiene dentro al mismísimo príncipe de los demonios».
Son pocos los obreros
35 Jesús recorría las ciudades y los pueblos de la región enseñando en las sinagogas, predicando las buenas nuevas del reino y sanando a la gente de sus enfermedades y dolencias. 36 Al ver a las multitudes, sintió compasión de ellas, porque eran como ovejas desamparadas y dispersas que no tienen pastor.
37 «¡Es tan grande la mies y hay tan pocos obreros!» —les dijo a los discípulos—. 38 «Pidan que el Señor de la mies consiga más obreros para sus campos».
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