M’Cheyne Bible Reading Plan
La Morada (Ex 36,8-38)
26 Harás la Morada con diez cortinas de lino trenzado con púrpura violeta, escarlata y carmesí, y con querubines esmeradamente bordados. 2 Cada cortina medirá catorce metros de largo por dos de ancho; todas las cortinas tendrán las mismas medidas. 3 Cinco cortinas estarán unidas una con otra, y las otras cinco irán empalmadas de igual modo. 4 En cada uno de los bordes de las dos series de cortinas harás unas presillas de púrpura violeta; igualmente harás en el borde de la última cortina del otro grupo. 5 Pon cincuenta presillas en la primera cortina, y otras cincuenta en la última del segundo grupo. Las presillas se corresponderán entre sí. 6 Enlaza un cuerpo de cortinas con el otro mediante cincuenta corchetes de oro, de modo que la Morada forme un todo.
7 Después tejerás con pelo de cabra once cortinas que sirvan de cubierta para la Morada. 8 Todas las cortinas deben medir lo mismo: quince metros de largo por dos de ancho. 9 Empalma cinco cortinas por una parte y las seis restantes por la otra; une la sexta cortina de tal manera que pueda plegarse delante de la entrada de la Morada. 10 Remata los bordes de cada serie de cortinas con cincuenta presillas. 11 Y luego harás cincuenta pasadores de bronce, los meterás por las presillas y así cerrarás la Tienda, formando un todo. 12 Como de las cortinas de la Tienda sobra una parte, la mitad de lo que sobra colgará por la parte posterior de la Morada; 13 y el medio metro de cortina que sobra a ambos lados de la Tienda colgará sobre los costados de la Morada, cubriéndola. 14 También harás para la Tienda una cubierta de pieles de carnero curtidas, y una sobrecubierta de pieles de marsopa.
Las vigas de madera
15 Harás unos tableros de madera de acacia, y los colocarás verticalmente para formar la Morada. 16 Cada tablero tendrá cinco metros de largo, por setenta y cinco centímetros de ancho; 17 y tendrán dos espigas, para ensamblarlos uno con otro. Así deberás hacer con todos los tableros de la Morada. 18 Para el lado de la Morada que mira al sur, harás veinte tableros, 19 y debajo de ellos, colocarás cuarenta basas de plata, dos por cada tablero, para sus dos espigas. 20 Para el otro lado de la Morada, el que mira al norte, prepararás otros veinte tableros 21 con sus cuarenta basas, dos por cada tablero. 22 Y para la parte de la Morada que mira a poniente harás seis tableros, 23 más otros dos tableros para las esquinas posteriores de la Morada. 24 Estarán unidos de abajo a arriba hasta la primera argolla. Así quedarán conformadas las dos esquinas de la Morada.
25 En total habrá ocho tableros con sus correspondientes dieciséis basas de plata, dos por tablero.
26 Prepararás también cinco travesaños de madera de acacia para los tableros de un lado de la Morada, 27 y cinco para los del otro lado y cinco más para los tableros de la parte posterior, la que mira al poniente. 28 El travesaño central pasará por entre los tableros, de una punta a otra. 29 Revestirás de oro los tableros; forjarás, también de oro, las argollas para pasar por ellas los travesaños, que estarán igualmente revestidos de oro.
30 Construye la Morada conforme al modelo que te fue mostrado en el monte.
Velos de separación
31 Harás, asimismo, un velo de lino trenzado y púrpura violeta, escarlata y carmesí; todo ello esmeradamente realizado, y bordarás en él querubines. 32 Después colgarás el velo sujetándolo con ganchos de oro sobre cuatro columnas de madera de acacia, revestidas de oro, sostenidas por cuatro basas de plata. 33 Colgarás el velo en los ganchos, y allí, detrás del velo, colocarás el Arca del testimonio. El velo os servirá de separación entre el lugar santo y el lugar santísimo. 34 Y colocarás la cubierta sobre el Arca del testimonio en el lugar santísimo. 35 Fuera del velo, situarás la mesa, en el lado norte de la Morada, y el candelabro en el lado sur, frente a la mesa.
36 Para la entrada de la Tienda harás una cortina de lino fino trenzado y púrpura violeta, escarlata y carmesí; esmeradamente recamada. 37 Y para colgar esta cortina prepararás cinco columnas de madera de acacia revestidas de oro lo mismo que sus ganchos, y fundirás en bronce cinco basas para las columnas.
Tercer signo (5,1-47)
El paralítico de Betzata
5 Después de esto, Jesús subió a Jerusalén con motivo de una fiesta judía. 2 Hay en Jerusalén, cerca de la puerta llamada de las Ovejas, un estanque conocido con el nombre hebreo de Betzata, que tiene cinco soportales. 3 En estos soportales había una multitud de enfermos recostados en el suelo: ciegos, cojos y paralíticos. 5 Había entre ellos un hombre que llevaba enfermo treinta y ocho años. 6 Jesús, al verlo allí tendido y sabiendo que llevaba tanto tiempo, le preguntó:
— ¿Quieres curarte?
7 El enfermo le contestó:
— Señor, no tengo a nadie que me meta en el estanque una vez que el agua ha sido agitada. Cuando llego, ya otro se me ha adelantado.
8 Entonces Jesús le ordenó:
— Levántate, recoge tu camilla y vete.
9 En aquel mismo instante, el enfermo quedó curado, recogió su camilla y comenzó a andar. Pero aquel día era sábado. 10 Así que los judíos dijeron al que había sido curado:
— Hoy es sábado y está prohibido que cargues con tu camilla.
11 Él respondió:
— El que me curó me dijo que recogiera mi camilla y me fuera.
12 Ellos le preguntaron:
— ¿Quién es ese hombre que te dijo que recogieras tu camilla y te fueras?
13 Pero el que había sido curado no lo sabía, pues Jesús había desaparecido entre la muchedumbre allí reunida.
14 Poco después, Jesús se encontró con él en el Templo y le dijo:
— Ya ves que has sido curado; no vuelvas a pecar para que no te suceda algo peor.
15 Se marchó aquel hombre e hizo saber a los judíos que era Jesús quien lo había curado. 16 Y como Jesús no se privaba de hacer tales cosas en sábado, los judíos no dejaban de perseguirlo. 17 Pero él les replicaba diciendo:
— Mi Padre no cesa nunca de trabajar, y lo mismo hago yo.
18 Esta afirmación provocó en los judíos un mayor deseo de matarlo, porque no sólo no respetaba el sábado, sino que además decía que Dios era su propio Padre, haciéndose así igual a Dios.
La autoridad del Hijo
19 Jesús, entonces, se dirigió a ellos diciendo:
— Yo os aseguro que el Hijo no puede hacer nada por su propia cuenta; él hace únicamente lo que ve hacer al Padre. Lo que hace el Padre, eso hace también el Hijo. 20 Pues el Padre ama al Hijo y le hace partícipe de todas sus obras. Y le hará partícipe de cosas mayores todavía, de modo que vosotros mismos quedaréis maravillados. 21 Porque así como el Padre resucita a los muertos, dándoles vida, así también el Hijo da vida a los que quiere.
22 El Padre no juzga a nadie; todo el poder de juzgar se lo ha dado al Hijo. 23 Y quiere que todos den al Hijo el mismo honor que dan al Padre. El que no honra al Hijo, tampoco honra al Padre que lo ha enviado. 24 Yo os aseguro que el que acepta mi palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna; no será condenado, sino que ha pasado ya de la muerte a la vida.
25 Os aseguro que está llegando el momento, mejor dicho, ha llegado ya, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan volverán a la vida. 26 Pues lo mismo que el Padre tiene la vida en sí mismo, también le concedió al Hijo el tenerla, 27 y le dio autoridad para juzgar, porque es el Hijo del hombre. 28 No os admiréis de lo que estoy diciendo, porque llegará el momento en que todos los muertos oirán su voz 29 y saldrán de las tumbas. Los que hicieron el bien, para una resurrección de vida; los que obraron el mal, para una resurrección de condena.
Testigos a favor de Jesús
30 Yo no puedo hacer nada por mi propia cuenta. Conforme el Padre me dicta, así juzgo. Mi juicio es justo, porque no pretendo actuar según mis deseos, sino según los deseos del que me ha enviado. 31 Si me presentara como testigo de mí mismo, mi testimonio carecería de valor. 32 Es otro el que testifica a mi favor, y yo sé que su testimonio a mi favor es plenamente válido.
33 Vosotros mismos enviasteis una comisión a preguntar a Juan, y él dio testimonio a favor de la verdad. 34 Y no es que yo tenga necesidad de testimonios humanos; si digo esto, es para que vosotros podáis salvaros. 35 Juan el Bautista era como una lámpara encendida que alumbraba; y vosotros estuvisteis dispuestos a alegraros por breve tiempo con su luz. 36 Pero yo tengo a mi favor un testimonio de mayor valor que el de Juan: las obras que el Padre me encargó llevar a feliz término, y que yo ahora realizo, son las que dan testimonio a mi favor de que el Padre me ha enviado.
37 También habla a mi favor el Padre que me envió, aunque vosotros nunca habéis oído su voz ni habéis visto su rostro. 38 No habéis acogido su palabra como lo prueba el hecho de que no habéis creído a su enviado. 39 Estudiáis las Escrituras pensando que contienen vida eterna; pues bien, precisamente las Escrituras dan testimonio a mi favor. 40 A pesar de ello, vosotros no queréis aceptarme para obtener esa vida.
41 Yo no busco honores humanos. 42 Además, os conozco muy bien y sé que no amáis a Dios. 43 Yo he venido de parte de mi Padre, pero vosotros no me aceptáis; en cambio, aceptaríais a cualquier otro que viniera en nombre propio. 44 ¿Cómo vais a creer, si sólo os preocupáis de recibir honores los unos de los otros y no os interesáis por el verdadero honor, que viene del Dios único? 45 Por lo demás, no penséis que voy a ser yo quien os acuse ante mi Padre; os acusará Moisés, el mismo Moisés en quien tenéis puesta vuestra esperanza. 46 Él escribió acerca de mí; por eso, si creyerais a Moisés, también me creeríais a mí. 47 Pero si no creéis lo que él escribió, ¿cómo vais a creer lo que yo digo?
La sabiduría, búsqueda y don
2 Hijo mío, si aceptas mis palabras
y guardas cual tesoro mis mandatos,
2 prestando atención a la sabiduría
y abriendo tu mente a la prudencia;
3 si invocas a la inteligencia
y llamas a la prudencia;
4 si la persigues como al dinero
y la rastreas como a un tesoro,
5 entonces comprenderás lo que es respetar al Señor
y encontrarás el conocimiento de Dios.
6 Porque el Señor concede la sabiduría
y de su boca salen el saber y la prudencia;
7 otorga el éxito a los honrados
y es escudo de conductas íntegras;
8 protege al que se comporta rectamente
y custodia el camino de sus fieles.
9 Entonces comprenderás la justicia,
el derecho y la honradez:
todos los caminos del bien.
10 Pues la sabiduría entrará en tu mente
y el saber se te hará atractivo;
11 la sensatez cuidará de ti
y la prudencia te protegerá;
12 te apartará del mal camino
y de quienes hablan con maldad;
13 de los que abandonan los senderos rectos
y andan por caminos sombríos;
14 de los que disfrutan haciendo el mal
y gozan con la perversión;
15 de los que siguen senderos tortuosos
y caminos extraviados.
16 Te librará de la mujer ajena,
de la extraña de palabras seductoras,
17 la que abandona al compañero de su juventud
y olvida la alianza de su Dios;
18 su casa se precipita en la muerte
y sus sendas en el reino de las sombras.
19 Los que allí entran no regresan,
ni reencuentran los senderos de la vida.
20 Tú, en cambio, sigue el camino de los buenos
y mantén el sendero de los justos.
21 Porque los honrados habitarán la tierra
y los rectos permanecerán en ella;
22 pero los malvados serán arrancados de la tierra,
los perversos serán extirpados de ella.
Introducción (1,1-10)
Saludo
1 Pablo, apóstol no por disposición ni intervención humana alguna, sino por encargo de Jesucristo y de Dios Padre que lo resucitó triunfante de la muerte, 2 junto con todos los hermanos que están conmigo, a las iglesias de Galacia. 3 Que Dios Padre y Jesucristo, el Señor, os concedan gracia y paz. 4 Jesucristo ha entregado su vida por nuestros pecados y nos ha liberado de esta era infestada de maldad, conforme a lo dispuesto por Dios nuestro Padre, 5 a quien pertenece la gloria por siempre. Amén.
Sólo hay un mensaje de salvación
6 ¡No salgo de mi asombro! ¡Hay que ver con qué rapidez habéis desertado de aquel que os llamó mediante la gracia de Cristo y os habéis pasado a otro mensaje! 7 ¿Qué digo otro? Lo que pasa es que algunos os desconciertan intentando deformar el mensaje evangélico de Cristo. 8 Pero sea quien sea —yo mismo o incluso un ángel venido del cielo— el que os anuncie un mensaje diferente del que yo os anuncié, ¡caiga sobre él la maldición! 9 Os lo dije en otra ocasión y os lo repito ahora: si alguien os anuncia un mensaje distinto al que habéis recibido, ¡caiga sobre él la maldición! 10 ¿A quién pretendo yo ahora ganarme? ¿A quién busco agradar? ¿A Dios o a personas humanas? Si todavía tratase de seguir agradando a personas humanas, no sería siervo de Cristo.
I.— AUTORIDAD APOSTÓLICA DE PABLO (1,11—2,21)
La vocación de Pablo
11 Hermanos, quiero dejar bien claro que el mensaje proclamado por mí no es ninguna invención humana. 12 Ni lo recibí ni lo aprendí de persona humana alguna. Es Jesucristo mismo quien me lo ha revelado. 13 Ya conocéis mi antigua conducta, cuando aún militaba en las filas del judaísmo: con qué saña perseguía a la Iglesia de Dios intentando aniquilarla. 14 Incluso sobresalí dentro del judaísmo por encima de muchos de mis compatriotas como fanático defensor de las tradiciones de mis antepasados. 15 Pero Dios, que me había elegido ya desde antes de mi nacimiento, me llamó por pura benevolencia 16 para revelarme a su Hijo y darme el encargo de anunciar su mensaje evangélico a los que no son judíos. No solicité entonces ningún consejo humano; 17 ni siquiera fui a Jerusalén para hablar con quienes eran apóstoles antes que yo, sino que me fui a la región de Arabia, de donde volví otra vez a Damasco. 18 Tres años más tarde, fui a Jerusalén para conocer a Pedro y estuve con él quince días. 19 A ningún otro apóstol vi, aparte de Santiago, el hermano del Señor. 20 Dios es testigo de que no miento en nada de lo que os escribo. 21 Después fui a las regiones de Siria y Cilicia. 22 A todo esto, las iglesias cristianas de Judea seguían sin conocerme en persona. 23 Únicamente habían oído decir: “El que en otro tiempo nos perseguía, ahora anuncia la fe que antes pretendía aniquilar”. 24 Y alababan a Dios por causa mía.
La Palabra, (versión española) © 2010 Texto y Edición, Sociedad Bíblica de España