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Chronological

Read the Bible in the chronological order in which its stories and events occurred.
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La Palabra (Hispanoamérica) (BLPH)
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2 Reyes 5-8

Curación del sirio Naamán

Naamán, general del ejército del rey de Siria, era un hombre muy apreciado y distinguido por su rey, pues el Señor había dado la victoria a Siria valiéndose de él. Este hombre, que era un valiente guerrero, tenía lepra. En una de sus incursiones por Israel, una banda de sirios había tomado cautiva a una muchacha que luego había pasado al servicio de la mujer de Naamán. La muchacha dijo a su señora:

— Si mi señor fuese a ver al profeta que hay en Samaría, él lo curaría de la lepra.

Naamán fue a informar a su rey:

— La muchacha israelita me ha dicho esto.

El rey de Siria le dijo:

— Anda y vete, que yo enviaré una carta al rey de Israel.

Naamán partió, llevando consigo diez talentos de plata, seis mil siclos de oro y diez vestidos, y entregó al rey de Israel la carta, que decía así: “Con esta carta, te envío a mi general Naamán, para que lo cures de su lepra”.

Cuando el rey de Israel leyó la carta, se rasgó las vestiduras y dijo:

— ¿Acaso soy yo Dios, dueño de la muerte y la vida, para que este me encargue curar a un hombre de su lepra? Analícenlo y comprobarán que lo que él quiere es provocarme.

El profeta Eliseo se enteró de que el rey se había rasgado las vestiduras y mandó a decirle:

— ¿Por qué te has rasgado las vestiduras? Que venga a mí y sabrá que hay un profeta en Israel.

Naamán llegó con sus caballos y su carro y se detuvo a la puerta de la casa de Eliseo 10 que le mandó un mensajero a decirle:

— Ve a bañarte siete veces en el Jordán y tu carne quedará sana y purificada.

11 Naamán se marchó indignado y murmurando:

— Yo pensaba que saldría a recibirme y que, puesto en pie, invocaría al Señor, su Dios; que me tocaría con su mano y me libraría de la lepra. 12 ¿Acaso no valen más los ríos de Damasco, el Abaná y el Farfar, que todas las aguas de Israel? ¿Y no podría haberme bañado en ellos para quedar limpio?

Naamán dio media vuelta y se marchó enfurecido. 13 Pero sus servidores se acercaron y le dijeron:

— Padre, si el profeta te hubiera mandado algo extraordinario, ¿no lo habrías hecho? Pues con más razón cuando sólo te ha dicho que te bañes para quedar limpio.

14 Entonces Naamán bajó al Jordán, se bañó siete veces, como le había mandado el profeta, y su carne quedó limpia como la de un niño. 15 Luego volvió con toda su comitiva a ver al profeta. Al llegar, se presentó ante él y le dijo:

— Ahora reconozco que en toda la tierra no hay más Dios que el de Israel. Te ruego, pues, que aceptes un regalo de tu servidor.

16 Pero Eliseo respondió:

— Te juro por el Señor a quien sirvo que no aceptaré nada.

Y por más que le insistió, no quiso aceptar.

17 Entonces Naamán dijo:

— Permite, al menos, que me lleve en un par de mulas dos cargas de tierra de Israel, pues no volveré a ofrecer holocaustos ni sacrificios a más dioses que al Señor. 18 Sólo pido perdón al Señor por una cosa: cuando mi soberano vaya a orar al templo de Rimón, apoyándose en mi brazo y yo tenga que arrodillarme con él en el templo de Rimón, que el Señor me perdone por esa acción.

19 Eliseo le dijo:

— Vete tranquilo.

Naamán se marchó y apenas hubo recorrido un corto trayecto, 20 Guejazí, el criado del profeta Eliseo, pensó: “Mi amo ha dejado marchar al sirio ese, Naamán, sin aceptar lo que le ofrecía. Juro por el Señor que voy a correr tras él a ver si consigo algo”. 21 Guejazí salió tras Naamán y cuando este lo vio corriendo en pos de él, se apeó de su carro para recibirlo y le preguntó:

— ¿Va todo bien?

22 Guejazí respondió:

— Sí, todo va bien; pero mi amo me ha enviado a decirte que acaban de llegarle de la montaña de Efraín dos muchachos de la comunidad de profetas y que hagas el favor de darme para ellos un talento de plata y dos vestidos.

23 Naamán le dijo:

— Te ruego que aceptes dos talentos.

Le insistió y metió en dos sacos dos talentos de plata y dos vestidos. Luego encargó a dos criados para que se los llevasen a Guejazí. 24 Cuando llegó a la colina, Guejazí recogió todo y lo escondió en su casa. A continuación despidió a los criados y estos se marcharon. 25 Se presentó entonces ante su amo y Eliseo le preguntó:

— ¿De dónde vienes, Guejazí?

Él respondió:

— No he ido a ningún sitio.

26 Eliseo le replicó:

— Yo te seguía en espíritu cuando un hombre se bajaba del carro para ir a tu encuentro. ¿Acaso era el momento de aceptar plata y vestidos para comprar olivos y viñas, ovejas y vacas, siervos y siervas? 27 ¡Ahora la lepra de Naamán se les pegará para siempre a ti y tus descendientes!

Y cuando Guejazí salió de allí llevaba la piel blanca como la nieve.

El milagro del hacha

Un día los de la comunidad profética dijeron a Eliseo:

— Mira, el lugar donde nos reunimos contigo es demasiado pequeño para nosotros. Déjanos ir al Jordán donde nos aprovisionaremos de un tronco cada uno para hacernos un nuevo lugar de reunión.

Eliseo les dijo:

— Pueden ir.

Uno de ellos le pidió:

— Acompáñanos, por favor.

Él respondió:

— Está bien, iré con ustedes.

Se fue con ellos y cuando llegaron al Jordán, se pusieron a cortar árboles. Pero a uno de los que talaban troncos se le cayó al río el hierro del hacha y se puso a gritar:

— ¡Ay, maestro, que el hacha era prestada!

El profeta preguntó:

— ¿Dónde ha caído?

Le indicó el lugar y entonces Eliseo cortó un palo, lo arrojó allí y el hierro salió a flote. Luego le dijo:

— Sácalo.

El otro extendió el brazo y lo sacó.

La captura de los sirios

El rey de Siria estaba en guerra con Israel y reunió en consejo a sus oficiales para proponerles:

— Acamparemos en tal sitio.

Entonces el profeta mandó decir al rey de Israel:

— Procura no pasar por tal sitio, pues los sirios están acampados allí.

10 El rey de Israel envió gente al lugar que el profeta le había indicado. Y esto sucedió más de dos veces: el profeta le advertía y él tomaba precauciones. 11 El rey de Siria, desconcertado, reunió a sus oficiales y les dijo:

— Díganme quién de los nuestros informa al rey de Israel.

12 Uno de los oficiales respondió:

— Ninguno, majestad. Se trata de Eliseo, el profeta de Israel, que informa a su rey de todo cuanto hablas en tu intimidad.

13 Entonces el rey ordenó:

— Vayan a averiguar dónde está y enviaré a capturarlo.

Cuando le informaron que estaba en Dotán, 14 el rey de Siria envió allí un gran destacamento de tropas con caballos y carros, que llegaron de noche y cercaron la ciudad. 15 Cuando el criado del profeta se levantó al amanecer, salió y descubrió que un ejército cercaba la ciudad con caballos y carros. Entonces dijo a Eliseo:

— ¡Ay, maestro! ¿Qué hacemos?

16 Él respondió:

— No temas. Los nuestros son más que los de ellos.

17 Luego oró así:

— Señor, ábrele los ojos para que pueda ver.

El Señor abrió los ojos al criado y este vio que el monte estaba lleno de caballos y carros de fuego alrededor de Eliseo.

18 Cuando los sirios bajaban a capturarlo, Eliseo oró de nuevo al Señor:

— Deja ciega a esa gente.

Y el Señor los dejó ciegos conforme a la petición de Eliseo. 19 Entonces Eliseo les dijo:

— Este no es el camino, ni esta la ciudad. Síganme y los llevaré hasta el hombre que buscan.

Y los llevó a Samaría. 20 Cuando llegaron a Samaría, Eliseo oró:

— Señor, ábreles los ojos, para que puedan ver.

El Señor les abrió los ojos y ellos descubrieron que estaban dentro de Samaría.

21 Cuando el rey de Israel los vio, le preguntó a Eliseo:

— Padre, ¿los mato?

22 No los mates. ¿Acaso acostumbras a matar a los que no has capturado con tu espada y tu arco? Ofréceles pan y agua, para que coman y beban y luego regresen a su señor.

23 El rey les preparó un gran banquete y ellos comieron y bebieron. Luego los despidió y regresaron a su señor. A partir de entonces las bandas de sirios no volvieron a invadir territorio israelita.

El sitio de Samaría

24 Algún tiempo después, Benadad, rey de Siria, movilizó a todo su ejército y puso cerco a Samaría. 25 El hambre llegó a ser tan grave a causa del asedio, que una cabeza de burro llegó a costar ochenta siclos de plata y un puñado de palomina, cinco siclos. 26 Un día, el rey paseaba por la muralla y una mujer le gritó:

— ¡Majestad, socórreme!

27 Él respondió:

— Si el Señor no te socorre, ¿con qué voy a socorrerte yo? ¿Con trigo o con mosto?

28 Y el rey le preguntó:

— ¿Qué te pasa?

Ella respondió:

— Esta mujer me dijo: “Trae a tu hijo, lo comeremos hoy, y mañana nos comeremos el mío”. 29 Así que cocimos a mi hijo y nos lo comimos. Pero cuando al día siguiente le pedí que nos entregara a su hijo para comérnoslo, ella lo escondió.

30 Cuando el rey escuchó las palabras de la mujer, se rasgó las vestiduras y, como estaba paseando por la muralla, la gente pudo ver que llevaba un sayal pegado al cuerpo. 31 Luego dijo:

— ¡Que Dios me castigue, si Eliseo, el hijo de Safat, salva hoy su cabeza!

32 Eliseo estaba en su casa sentado con los ancianos, cuando el rey le envió a uno de sus asistentes. Pero antes de que llegase el mensajero, Eliseo dijo a los ancianos:

— Ya verán cómo ese asesino manda a alguien a cortarme la cabeza. Estén atentos y cuando el mensajero llegue, atranquen la puerta y no lo dejen pasar, pues tras él se oyen los pasos de su amo.

33 Todavía estaba hablando con ellos, cuando el mensajero llegó hasta él y le dijo:

— Esta desgracia viene del Señor. ¿Qué puedo ya esperar de él?

Eliseo respondió:

— Escuchen la palabra del Señor, pues dice así: Mañana a estas horas en el mercado de Samaría una medida de harina costará un siclo y lo mismo costarán dos medidas de cebada.

El capitán que era el brazo derecho del rey respondió al profeta:

— Eso no sucederá, ni aunque el Señor abra las compuertas del cielo.

Eliseo replicó:

— ¡Tú mismo lo verás, pero no lo disfrutarás!

A la entrada de la ciudad había cuatro leprosos comentando entre sí:

— ¿Qué hacemos sentados aquí, esperando la muerte? Si nos decidimos a entrar en la ciudad, moriremos de hambre allí dentro; y si nos quedamos aquí, moriremos también. Vamos, pues, a entrar en el campamento sirio: si nos dejan vivos, viviremos; y si nos matan, moriremos.

Al anochecer se levantaron para entrar en el campamento sirio; pero, cuando llegaron a los límites del campamento, descubrieron que allí no había nadie. Resulta que el Señor había hecho resonar en el campamento sirio un estrépito de carros y caballos, el fragor de un gran ejército, y se habían dicho unos a otros: “Seguro que el rey de Israel ha contratado a los reyes hititas y egipcios para que nos ataquen”. Así que al anochecer habían emprendido la huida, abandonando sus tiendas, sus caballos, sus burros y el campamento tal como estaba, para ponerse a salvo.

Aquellos leprosos, que habían llegado a los límites del campamento, entraron en una tienda, comieron y bebieron y se llevaron de allí plata, oro y ropa, y fueron a esconderlo. Luego volvieron, entraron en otra tienda, se llevaron más cosas de allí y fueron también a esconderlas. Pero luego comentaron entre sí:

— No estamos actuando bien. Hoy es día de buenas noticias y nosotros nos las guardamos. Si esperamos a que amanezca, nos considerarán culpables. Vamos, pues, a informar a palacio.

10 Cuando llegaron a la ciudad, llamaron a los centinelas y les informaron:

— Hemos entrado en el campamento sirio y allí no hay nadie, ni se oye a nadie; sólo hay caballos y burros atados, y las tiendas tal como estaban.

11 Los centinelas, a su vez, llamaron y dieron la noticia en palacio. 12 El rey se levantó de noche y dijo a sus oficiales:

— Les voy a explicar lo que nos preparan los sirios: como sabían que estamos pasando hambre, han salido del campamento para esconderse en el campo, pensando atraparnos vivos y apoderarse de la ciudad cuando salgamos.

13 Pero uno de los oficiales propuso:

— Enviemos a unos hombres con cinco de los caballos que aún nos restan a ver qué pasa, pues los que aún quedan en la ciudad van a correr la misma suerte que toda la multitud de israelitas que ya han perecido.

14 Uncieron dos carros a los caballos y el rey los mandó seguir al ejército sirio, encargándoles:

— Vayan a ver qué pasa.

15 Ellos siguieron su rastro hasta el Jordán y encontraron todo el camino lleno de ropa y de objetos que los sirios habían abandonado en su huida apresurada. Luego los emisarios regresaron a informar al rey. 16 Inmediatamente la gente salió a saquear el campamento sirio. La medida de harina costaba un siclo y lo mismo, dos medidas de cebada, como había anunciado el Señor.

17 El rey había encargado la vigilancia de la entrada al capitán que era su brazo derecho, pero el gentío lo atropelló en la entrada y murió, como había predicho el profeta cuando el rey bajó a verlo. 18 En efecto, cuando el profeta dijo al rey: “Mañana a estas horas en el mercado de Samaría una medida de harina costará un siclo, y lo mismo costarán dos medidas de cebada”, 19 el capitán había replicado al profeta: “Eso no sucederá, ni aunque el Señor abra las compuertas del cielo”. Y entonces el profeta le había respondido: “Tú mismo lo verás, pero no lo disfrutarás”. 20 Y así sucedió: el gentío lo atropelló en la entrada y murió.

La emigración de la sunamita

Un día Eliseo dijo a la madre del niño al que había resucitado:

— Ponte en camino con tu familia y emigra donde puedas, pues el Señor ha decidido enviar el hambre, que va a azotar el país durante siete años.

La mujer se apresuró a hacer lo que le había dicho el profeta: se marchó con su familia a territorio filisteo y vivió allí durante siete años. Al cabo de los siete años la mujer regresó de territorio filisteo y fue a reclamar al rey su casa y sus tierras. El rey estaba hablando con Guejazí, el criado del profeta, al que había pedido:

— Cuéntame todos los prodigios que ha realizado Eliseo.

Y cuando el criado contaba al rey cómo Eliseo había resucitado a un muerto, llegó la madre del niño resucitado, reclamando al rey su casa y sus tierras. Entonces Guejazí dijo:

— Majestad, esta es la mujer y este es el niño al que resucitó Eliseo.

El rey preguntó a la mujer y ella se lo contó. Luego el rey puso a disposición de la mujer un funcionario con estas órdenes:

— Haz que le devuelvan todas sus posesiones, junto con las rentas de sus tierras desde el día en que las dejó hasta el presente.

Eliseo y Jazael de Damasco

Eliseo fue a Damasco. Benadad, el rey de Siria, estaba enfermo y le informaron:

— Ha llegado el profeta.

Entonces el rey ordenó a Jazael:

— Lleva contigo algún regalo, vete a ver al profeta y consulta al Señor por medio de él si saldré vivo de esta enfermedad.

Jazael fue a ver al profeta; llevaba como regalo todo lo mejor de Damasco, cargado en cuarenta camellos. Cuando llegó, se presentó ante él y le dijo:

— Tu hijo Benadad, el rey de Siria, me ha enviado a consultarte si saldrá vivo de esta enfermedad.

10 Eliseo le respondió:

— Dile que saldrá vivo de esta enfermedad, aunque el Señor me ha revelado que, en todo caso, va a morir.

11 Entonces el semblante de Eliseo quedó totalmente rígido e inmóvil y luego se echó a llorar. 12 Jazael le preguntó:

— Señor, ¿por qué lloras?

Eliseo respondió:

— Porque sé el daño que tú vas a causar a los israelitas: incendiarás sus fortalezas, pasarás a cuchillo a sus jóvenes guerreros, descuartizarás a sus niños de pecho y destriparás a las embarazadas.

13 Jazael objetó:

— ¿Quién soy yo, sino un perro, para llevar a cabo tales hazañas?

Pero Eliseo le dijo:

— El Señor me ha revelado que tú serás rey de Siria.

14 Jazael se despidió de Eliseo, se presentó ante su señor y este le preguntó:

— ¿Qué te ha dicho Eliseo?

Él respondió:

— Me ha dicho que saldrás vivo.

15 Pero al día siguiente Jazael agarró una manta, la empapó en agua y la puso sobre el rostro del rey hasta que murió. Entonces Jazael reinó en su lugar.

Jorán de Judá (848-841) (2 Cr 21,5-10)

16 Jorán, hijo de Josafat, comenzó a reinar sobre Judá en el quinto año del reinado de Jorán, hijo de Ajab, en Israel. 17 Jorán tenía treinta y dos años cuando comenzó a reinar, y reinó en Jerusalén durante ocho años. 18 Siguió los pasos de los reyes de Israel, como había hecho la dinastía de Ajab, pues se había casado con una hija de Ajab, y ofendió al Señor. 19 Pero el Señor no quiso destruir a Judá en consideración a su siervo David, al que había prometido mantener siempre una lámpara encendida en su presencia.

20 Durante su reinado Edom se independizó del dominio de Judá y se eligió un rey. 21 Jorán llegó a Seír con sus carros y atacó de noche a Edom que los tenía cercados a él y a los jefes de los carros, pero la tropa huyó a sus tiendas. 22 Y así fue como Edom se independizó del dominio de Judá hasta el presente. Por entonces también se independizó Libná.

23 El resto de la historia de Jorán y todo cuanto hizo está escrito en el libro de los Anales de los Reyes de Judá. 24 Cuando Jorán murió fue enterrado con sus antepasados en la ciudad de David. Su hijo Ocozías le sucedió como rey.

Ocozías de Judá (841) (2 Cr 22,1b-6)

25 Ocozías, hijo de Jorán, comenzó a reinar en Judá el duodécimo año del reinado de Jorán, hijo de Ajab, en Israel. 26 Ocozías tenía veintidós años cuando comenzó a reinar, y reinó en Jerusalén durante un año. Su madre se llamaba Atalía y era hija de Omrí, el rey de Israel. 27 Siguió los pasos de la dinastía de Ajab y ofendió al Señor, como la dinastía de Ajab, con la que estaba emparentado. 28 Se alió con Jorán, el hijo de Ajab, para luchar contra Jazael, el rey de Siria, en Ramot de Galaad. Pero los sirios hirieron a Jorán, 29 y el rey tuvo que retirarse a Jezrael para curarse de las heridas que había recibido de los sirios en Ramot, cuando luchaba contra Jazael, rey de Siria. Ocozías, el hijo de Jorán, rey de Judá, fue a Jezrael a visitar a Jorán, el hijo de Ajab, pues estaba enfermo.

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La Palabra, (versión hispanoamericana) © 2010 Texto y Edición, Sociedad Bíblica de España