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La Palabra (Hispanoamérica) (BLPH)
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Génesis 41-42

Los sueños del faraón

41 Pasaron dos años y el faraón tuvo un sueño: Estaba de pie junto al Nilo cuando de pronto, vio salir del río siete vacas robustas y bien cebadas, que se ponían a pastar entre los cañaverales. Detrás de ellas salían del Nilo otras siete vacas flacas y famélicas, y se ponían junto a las otras, a la orilla del Nilo. Y entonces, las siete vacas flacas y famélicas se comían a las siete vacas robustas y bien cebadas.

En ese momento el faraón se despertó.

Volvió a quedarse dormido y tuvo otro sueño: Siete espigas brotaban de un tallo, hermosas y granadas; pero otras siete espigas, secas y agostadas por el viento solano, brotaban después de ellas. Y las espigas secas devoraron a las siete espigas hermosas y granadas.

En eso el faraón se despertó y se dio cuenta de que sólo era un sueño. Por la mañana, el faraón, muy intrigado, mandó llamar a todos los adivinos y sabios de Egipto y les contó sus sueños, pero ninguno se los sabía interpretar. Entonces el copero mayor dijo al faraón:

— Ahora recuerdo un error que cometí. 10 Cuando el faraón se irritó contra sus siervos y nos mandó a la cárcel, bajo custodia del capitán de la guardia, a mí y al panadero mayor, 11 él y yo tuvimos un sueño la misma noche, cada sueño con su propio significado. 12 Allí, con nosotros, había un joven hebreo, siervo del capitán de la guardia. A él le contamos nuestros sueños y él los interpretó; a cada uno nos dio la interpretación de nuestro sueño. 13 Y se cumplió lo que él nos interpretó: a mí me restablecieron en mi cargo, y al otro lo colgaron.

14 Entonces el faraón mandó llamar a José. En seguida lo sacaron de la cárcel, lo afeitaron, lo cambiaron de ropa y fue llevado ante el faraón.

15 Este le dijo:

— He tenido un sueño que nadie ha podido interpretar. He sabido que tú, si oyes un sueño, eres capaz de interpretarlo.

16 José respondió al faraón:

— No soy yo, sino Dios, quien dará al faraón una respuesta propicia.

17 El faraón dijo a José:

— En mi sueño, yo estaba de pie a la orilla del Nilo, 18 cuando de pronto, salieron del río siete vacas robustas y bien cebadas que se ponían a pastar entre los cañaverales. 19 Detrás de ellas salieron otras siete vacas flacas, feas y famélicas. Nunca vi en Egipto unas vacas tan raquíticas. 20 Y de pronto, las siete vacas flacas y famélicas se comieron a las siete vacas anteriores, las robustas. 21 Cuando ya se las habían tragado, no se notaba que hubiesen engordado; continuaban tan flacas y famélicas como antes. Y en ese momento me desperté. 22 Después volví a tener otro sueño en el que siete espigas brotaban de un tallo, hermosas y granadas; 23 pero otras siete espigas, secas y agostadas por el viento solano, brotaban después de ellas 24 y devoraron a las siete espigas hermosas. He contado todo esto a los adivinos, pero ninguno de ellos me lo supo interpretar.

25 José dijo al faraón:

— Se trata de un único sueño: Dios ha anunciado al faraón lo que él va a hacer. 26 Las siete vacas robustas y las siete espigas hermosas significan siete años. Se trata del mismo sueño. 27 Tanto las siete vacas flacas y famélicas que subieron detrás de las otras, como las siete espigas secas y agostadas por el viento solano, significan siete años, pero siete años de hambre. 28 Es lo que he dicho al faraón: Dios ha mostrado al faraón lo que va a hacer. 29 Van a venir siete años de gran abundancia en todo Egipto, 30 a los que seguirán siete años de hambre, que harán olvidar toda la abundancia que antes hubo en Egipto, porque el hambre consumirá todo el país. 31 Tan terrible será el hambre que no quedarán señales en el país de la abundancia que antes hubo. 32 El hecho de que el sueño del faraón se haya repetido dos veces, quiere decir que Dios está firmemente resuelto a realizarlo; y además será muy pronto. 33 Por tanto, que el faraón busque un hombre sabio y competente y lo ponga al frente de Egipto. 34 Que establezca también gobernadores por todo el país, encargados de recaudar la quinta parte de la cosecha de Egipto durante esos siete años de abundancia. 35 Que los gobernadores, bajo el control del faraón, reúnan toda la producción de esos años buenos que van a venir, y la almacenen en las ciudades, para que haya reservas de alimento. 36 Estas provisiones servirán después de reserva para Egipto durante los siete años de hambruna que van a venir, y así la gente no morirá de hambre.

José, gran gobernador de Egipto

37 Al faraón y a su corte les pareció acertada la propuesta de José. 38 Entonces el faraón preguntó a sus cortesanos:

— ¿Es posible que encontremos a un hombre más idóneo que este, dotado del espíritu de Dios?

39 Después dijo a José:

— Puesto que Dios te ha hecho saber todo esto, no hay nadie más sabio y competente que tú. 40 Por eso, tú estarás al frente de mis asuntos, y todo mi pueblo obedecerá tus órdenes. Solo el trono real estará por encima de ti.

41 Y añadió:

— Mira, te pongo al frente de todo el país de Egipto.

42 Acto seguido el faraón se quitó de la mano el sello oficial y lo puso en la de José. Hizo que lo vistieran con ropa de lino fino, y que le pusieran un collar de oro al cuello. 43 Después lo invitó a subirse al carro reservado al segundo del reino y ordenó que gritaran delante de él: “¡Abran paso!”. Así fue como José fue puesto al frente de todo Egipto.

44 El faraón dijo a José:

— Yo soy el faraón, pero nadie en todo Egipto moverá una mano o un pie sin tu consentimiento.

45 Y el faraón impuso a José el nombre de Zafnat-Panej y le dio por mujer a Asenet, hija de Potifera, sacerdote de On.

José salió a recorrer Egipto. 46 Tenía José treinta años cuando se presentó ante el faraón, rey de Egipto. Al salir de su presencia, viajó por todo el territorio de Egipto. 47 Durante los siete años de abundancia, la tierra produjo generosas cosechas 48 y José fue acumulando todo el alimento que se produjo en el país durante aquellos siete años, depositándolo en las ciudades y almacenando en cada ciudad las cosechas de los campos de alrededor. 49 José almacenó tal cantidad de grano, que tuvo que dejar de contabilizarlo, porque no se podía llevar la cuenta. Había tanto grano como arena hay en el mar.

50 Antes que llegase el primer año de hambre, José tuvo dos hijos con su esposa Asenet, hija de Potifera, sacerdote de On. 51 Al primogénito lo llamó Manasés, porque dijo: “Dios me ha hecho olvidar todos mis sufrimientos y mi casa paterna”. 52 Al segundo lo llamó Efraín porque dijo: “Dios me ha hecho fecundo en esta tierra de mi aflicción”.

53 Los siete años de abundancia en Egipto llegaron a su fin 54 y, tal como José lo había predicho, comenzaron los siete años de hambre. Hubo hambre en todos los países, menos en Egipto, pues allí sí tenían alimento. 55 Cuando también en Egipto se hizo sentir el hambre, el pueblo clamó al faraón pidiendo comida. Entonces el faraón dijo a todo el pueblo de Egipto:

— Vayan a ver a José y hagan lo que él les diga.

56 José, viendo que el hambre se había extendido por todo el país, abrió los graneros y vendió grano a los egipcios. El hambre fue arreciando cada vez más en Egipto. 57 De todos los países venían a Egipto a comprar grano a José, pues en ningún sitio había qué comer.

Los hermanos de José bajan a Egipto

42 Cuando Jacob se enteró de que había grano en Egipto, les dijo a sus hijos:

— ¿Qué hacen cruzados de brazos? He oído que hay grano en Egipto; así que bajen allá y compren grano para que podamos sobrevivir; pues si no, moriremos.

Por eso, los diez hermanos de José bajaron a Egipto para abastecerse de grano; pero Jacob no permitió que Benjamín, el hermano de José, bajase con ellos, por temor a que le ocurriese alguna desgracia. Así fue como los hijos de Israel, al igual que hacían otros, bajaron a comprar grano, porque el hambre se había apoderado de Canaán.

José era el gobernador del país, y el que vendía el grano a la gente que llegaba de todas partes. Cuando sus hermanos llegaron ante él, se postraron rostro en tierra. En cuanto José vio a sus hermanos, los reconoció, pero fingiendo no conocerlos, les preguntó con rudeza:

— ¿De dónde vienen?

Ellos respondieron:

— Venimos de la tierra de Canaán para comprar grano.

José había reconocido a sus hermanos, pero ellos no lo reconocieron. Entonces José recordó los sueños que había tenido acerca de ellos, y les dijo:

— Ustedes son espías y han venido para estudiar las zonas desguarnecidas del país.

10 Ellos respondieron:

— ¡No, mi señor! Tus siervos han venido a comprar alimento. 11 Todos nosotros somos hijos de un mismo padre, gente honrada. Estos siervos tuyos no son espías.

12 Pero José insistió:

— ¿Cómo que no? Han venido a estudiar las zonas vulnerables del país.

13 Ellos respondieron:

— Nosotros, tus siervos, éramos doce hermanos, todos hijos de un mismo padre que vive en Canaán. Nuestro hermano, el más pequeño, se ha quedado con nuestro padre, y el otro ya no está con nosotros.

14 Sin embargo, José volvió a decirles:

— Ya les decía yo que son espías. 15 Los pondré a prueba, y Les juro por la vida del faraón, que de aquí no saldrán a menos que traigan acá a su hermano menor. 16 Que uno de ustedes vaya a traerlo; los demás quedarán prisioneros. Así probarán sus palabras y si han dicho la verdad. Porque si no es así, ¡por la vida del faraón que son espías!

17 José los encerró durante tres días. 18 Al tercer día les dijo José:

— Yo soy un hombre temeroso de Dios. Hagan lo siguiente y salvarán sus vida. 19 Si son gente honrada, que se quede aquí preso uno de ustedes mientras los demás van a llevar algo de grano para calmar el hambre de sus familias. 20 Pero tienen que traerme luego a su hermano menor; así se demostrará que han dicho la verdad, y no morirán.

Ellos aceptaron, 21 pero se decían unos a otros:

— Ahora estamos pagando el mal que le hicimos a nuestro hermano, pues viendo cómo nos suplicaba con angustia, no tuvimos compasión de él. Por eso nos viene ahora esta desgracia.

22 Entonces habló Rubén:

— Yo les advertí que no hicieran ningún daño al muchacho, pero no me hicieron caso, y ahora tenemos que pagar el precio de su muerte.

23 Como José les había hablado valiéndose de un intérprete, no sabían que él entendía todo lo que ellos decían. 24 Entonces José se retiró, porque no podía reprimir las lágrimas. Cuando estuvo en condiciones de hablarles nuevamente, tomó a Simeón y lo hizo encadenar delante de ellos. 25 Después ordenó que les llenaran los costales de grano, que devolvieran a cada uno su dinero poniéndolo dentro de cada costal, y que les dieran provisiones para el camino. Así se hizo. 26 Entonces ellos cargaron el grano sobre sus asnos y se fueron de allí.

27 Cuando se detuvieron para pasar la noche, uno de ellos abrió su costal para dar de comer a su asno y vio que su dinero estaba allí, en la boca del costal. 28 Entonces dijo a sus hermanos:

— ¡Me han devuelto el dinero! Miren, ¡aquí está en mi costal!

Se les encogió el corazón del susto y se decían unos a otros temblando:

— ¿Qué es esto que Dios nos ha hecho?

29 Al llegar adonde estaba su padre Jacob, en Canaán, le contaron todo lo que les había pasado:

30 — El hombre que gobierna aquel país nos trató con rudeza y nos acusó de estar espiando su país. 31 Pero nosotros le dijimos: “Somos gente honrada y no espías; 32 éramos doce hermanos, hijos del mismo padre; uno ya no está con nosotros y el menor se ha quedado en Canaán con nuestro padre”. 33 Pero aquel hombre, el señor del país, nos dijo: “Voy a comprobar si son gente honrada: dejen aquí conmigo a uno de sus hermanos mientras los demás llevan algo de grano para calmar el hambre de sus familias; 34 pero a la vuelta deberán traer a su hermano menor. Así sabré que no son espías, sino gente honrada; entonces les devolveré a su hermano y podrán comerciar en mi país”.

35 Cuando vaciaron sus costales, se encontraron con que la bolsa de dinero de cada uno estaba allí. Esto hizo que ellos y su padre se llenaran de preocupación. 36 Entonces su padre, Jacob, les dijo:

— ¡Me van a dejar sin hijos! José ya no está con nosotros, Simeón tampoco está aquí, ¡y ahora me van a quitar a Benjamín! ¡Todo se vuelve contra mí!

37 Pero Rubén dijo a su padre:

— Confíalo a mi cuidado y yo te lo devolveré. Si no lo hago, puedes dar muerte a mis dos hijos.

38 Pero Jacob respondió:

— Mi hijo no irá con ustedes. Su hermano está muerto y él es el único que me queda. Si le sucediese alguna desgracia en el viaje que van a emprender, ustedes tendrían la culpa de que este pobre viejo se muera de pena.

La Palabra (Hispanoamérica) (BLPH)

La Palabra, (versión hispanoamericana) © 2010 Texto y Edición, Sociedad Bíblica de España