Book of Common Prayer
Salmo 120 (119)
Soy persona de paz
120 Cántico de peregrinación.
Clamo al Señor en mi angustia
y él me responde.
2 Señor, líbrame de los labios mentirosos,
de la lengua embustera.
3 ¿Qué te darán, con qué te pagarán,
lengua embustera?
4 Con flechas afiladas de guerrero
y brasas ardientes de retama.
5 ¡Ay de mí que he tenido que emigrar a Mésec,
que habito entre las tiendas de Quedar!
6 Demasiado tiempo he vivido
con quienes odian la paz.
7 Yo soy persona de paz;
mas si hablo de paz,
ellos quieren la guerra.
Salmo 121 (120)
El Señor es quien te cuida
121 Cántico de peregrinación.
Levanto mis ojos a los montes,
¿de dónde me vendrá el auxilio?
2 Mi auxilio viene del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
3 No dejará que tropiece tu pie,
no dormirá quien te protege.
4 No duerme, no está dormido
el protector de Israel.
5 El Señor es quien te cuida,
es tu sombra protectora.
6 De día el sol no te hará daño,
ni la luna de noche.
7 El Señor te protege de todo mal,
él protege tu vida.
8 El Señor protege tus idas y venidas
desde ahora y para siempre.
Salmo 122 (121)
Vamos a la casa del Señor
122 Cántico de peregrinación. De David.
Me alegro cuando me dicen:
“Vamos a la casa del Señor”.
2 Nuestros pies ya descansan
a tus puertas, Jerusalén.
3 Jerusalén, construida como ciudad
armoniosamente conjuntada.
4 Allí suben las tribus,
las tribus del Señor,
para alabar el nombre del Señor,
como es norma en Israel.
5 Allí están los tribunales de justicia,
los tribunales del palacio de David.
6 Pedid paz para Jerusalén,
que tengan paz quienes te aman;
7 que reine la paz entre tus muros,
la tranquilidad en tus palacios.
8 Por mis hermanos y amigos diré:
“¡Que la paz esté contigo!”.
9 Por amor a la casa del Señor nuestro Dios,
me desviviré por tu bien.
Salmo 123 (122)
Levanto mis ojos hacia ti
123 Cántico de peregrinación.
Levanto mis ojos hacia ti
que habitas en el cielo.
2 Como dirigen sus ojos los siervos
hacia la mano de sus señores,
como dirige sus ojos la esclava
hacia la mano de su señora,
así dirigimos nuestros ojos
hacia Dios, Señor nuestro,
hasta que él se apiade de nosotros.
3 Apiádate, Señor, apiádate de nosotros,
pues estamos hartos de desprecio;
4 estamos ya cansados
de la burla de los arrogantes,
del desprecio de los soberbios.
Salmo 124 (123)
El Señor es nuestro auxilio
124 Cántico de peregrinación. De David.
Si el Señor no hubiese estado con nosotros,
—Israel es testigo—,
2 si el Señor no hubiese estado con nosotros
cuando los demás nos atacaban,
3 nos habrían devorado vivos
al estallar su ira contra nosotros;
4 nos habrían anegado las aguas,
una riada nos habría cubierto,
5 nos habrían cubierto
las impetuosas aguas.
6 ¡Bendito sea el Señor
que nos liberó de sus fauces!
7 Escapamos como el pájaro
de la trampa que le tienden:
se rompió la trampa y escapamos.
8 Nuestro auxilio es el nombre del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
Salmo 125 (124)
El Señor rodea a su pueblo
125 Cántico de peregrinación.
Los que confían en el Señor
son como el monte Sión,
inamovible, firme por siempre.
2 Como los montes rodean Jerusalén,
así el Señor rodea a su pueblo
desde ahora y para siempre.
3 El cetro de la maldad
no se abatirá sobre los justos,
para que estos no se entreguen al mal.
4 Señor, trata bien a los buenos,
a los que son de corazón recto.
5 Mas a quienes siguen senderos tortuosos,
que el Señor los lleve con los malhechores.
¡Que reine la paz en Israel!
Salmo 126 (125)
El Señor ha hecho maravillas por nosotros
126 Cántico de peregrinación.
Cuando el Señor hizo renacer a Sión,
creíamos estar soñando.
2 Entonces nuestra boca se llenó de sonrisas,
nuestra lengua de canciones.
Los otros pueblos decían:
“El Señor ha hecho maravillas por ellos”.
3 El Señor ha hecho maravillas por nosotros
y estamos alegres.
4 Señor, haznos renacer
como a torrentes del Négueb.
5 Los que siembran entre lágrimas,
cosecharán entre cánticos.
6 Al ir, va llorando
el que lleva las semillas;
pero volverá entre cantos
trayendo sus gavillas.
Salmo 127 (126)
En vano os afanáis
127 Cántico de peregrinación. De Salomón.
Si el Señor no construye la casa,
en vano se afanan sus constructores;
si el Señor no protege la ciudad,
en vano vigila el centinela.
2 En vano os levantáis de madrugada,
en vano os vais tarde a descansar
y coméis pan ganado con esfuerzo:
¡El Señor lo da a su amigo mientras duerme!
3 Son los hijos herencia que da el Señor,
son los descendientes una recompensa.
4 Como flechas en la mano del guerrero,
son los hijos que en la juventud se tienen.
5 ¡Feliz quien llena con ellas su aljaba!
No será humillado si se enfrenta
al adversario en la puerta de la ciudad.
Guerra contra los amonitas
11 El amonita Najás subió y acampó frente a Jabés de Galaad. Los habitantes de Jabés le propusieron:
— Haz un pacto con nosotros y nos someteremos a ti.
2 Najás les respondió:
— Haré ese pacto, con la condición de sacaros a cada uno el ojo derecho. Así humillaré a todo Israel.
3 Los ancianos de Jabés le contestaron:
— Danos siete días de plazo para enviar mensajeros por todo el territorio de Israel y si nadie viene a ayudarnos nos rendiremos a ti.
4 Los mensajeros llegaron a Guibeá de Saúl, dieron la noticia al pueblo y toda la gente se puso a gritar y a llorar. 5 Saúl volvía del campo con los bueyes y preguntó:
— ¿Qué sucede? ¿Por qué llora la gente?
Le contaron lo que habían dicho los de Jabés 6 y, al enterarse de la noticia, Saúl, invadido por el espíritu del Señor, se enfureció, 7 agarró la yunta de bueyes, los descuartizó y por medio de mensajeros los repartió por todo Israel con este mensaje:
— Lo mismo se hará con los bueyes de quien no siga a Saúl y a Samuel.
El temor del Señor sobrecogió al pueblo, que se alistó sin faltar uno solo. 8 Saúl pasó revista en Bézec y había trescientos mil hombres de Israel y treinta mil de Judá. 9 Entonces dijo a los mensajeros que habían venido:
— Decid a los de Jabés que mañana al mediodía recibirán ayuda.
Cuando los mensajeros llegaron y comunicaron la noticia, los habitantes de Jabés se llenaron de alegría 10 y dijeron a Najás:
— Mañana nos rendiremos y podréis hacer lo que mejor os parezca con nosotros.
11 Al día siguiente Saúl organizó a la gente en tres columnas; irrumpieron en el campamento antes del alba y estuvieron destrozando a los amonitas hasta el mediodía. Los supervivientes se dispersaron, de suerte que no quedaron dos juntos.
12 Entonces la gente dijo a Samuel:
— ¿Quiénes ponían en duda que Saúl sería nuestro rey? Entregadnos a esos hombres para que los matemos.
13 Pero Saúl replicó:
— Nadie debe morir en un día como este, pues hoy el Señor ha dado la victoria a Israel.
14 Luego Samuel dijo al pueblo:
— Venga, vayamos a Guilgal. Inauguraremos allí la monarquía.
15 Todo el pueblo fue a Guilgal y proclamaron rey a Saúl ante el Señor, allí en Guilgal; ofrecieron sacrificios de comunión al Señor y después Saúl y los israelitas celebraron allí una gran fiesta.
8 Saulo estaba allí, dando su aprobación a la muerte de Esteban.
Persecución de la Iglesia
Aquel mismo día se desató una violenta persecución contra la iglesia de Jerusalén. Todos los fieles, a excepción de los apóstoles, se dispersaron por las regiones de Judea y Samaría. 2 Unos hombres piadosos enterraron el cuerpo de Esteban y lloraron sentidamente su muerte. 3 Mientras tanto, Saulo asolaba la Iglesia: irrumpía en las casas, apresaba a hombres y mujeres y los metía en la cárcel.
II.— TESTIGOS EN JUDEA Y SAMARÍA (8,4—12,25)
Evangelización de Samaría (8,4-40)
Felipe en Samaría
4 Los discípulos que tuvieron que dispersarse iban de pueblo en pueblo anunciando el mensaje. 5 Felipe, en concreto, llegó a la ciudad de Samaría y les predicaba al Mesías. 6 La gente en masa escuchaba con atención a Felipe, pues habían oído hablar de los milagros que realizaba y ahora los estaban viendo. 7 Hubo muchos casos de espíritus malignos que abandonaron a sus víctimas lanzando alaridos; y numerosos paralíticos y cojos fueron también curados, 8 de manera que la ciudad se llenó de alegría.
Simón, el mago
9 Desde hacía tiempo, se encontraba en la ciudad un hombre llamado Simón, que practicaba la magia y tenía asombrada a toda la población de Samaría. Se las daba de persona importante 10 y gozaba de una gran audiencia tanto entre los pequeños como entre los mayores. “Ese hombre —decían— es la personificación del poder divino: eso que se llama el Gran Poder”. 11 Y lo escuchaban encandilados, porque durante mucho tiempo los había tenido asombrados con su magia. 12 Pero cuando Felipe les anunció el mensaje acerca del reino de Dios y de la persona de Jesucristo, hombres y mujeres abrazaron la fe y se bautizaron. 13 Incluso el propio Simón creyó y, una vez bautizado, ni por un momento se apartaba de Felipe; contemplaba los milagros y los portentosos prodigios que realizaba y no salía de su asombro.
Burlas e insultos contra Jesús (Mt 26,67-68; Mc 14,65)
63 Los hombres que custodiaban a Jesús se burlaban de él y lo golpeaban. 64 Tapándole los ojos, le decían:
— ¡Adivina quien te ha pegado!
65 Y proferían contra él toda clase de insultos.
Jesús ante el Consejo Supremo (Mt 26,59-66; Mc 14,55-64; Jn 18,12-14.19-24)
66 Cuando se hizo de día, se reunieron los ancianos del pueblo, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley, y llevaron a Jesús ante el Consejo Supremo. 67 Allí le preguntaron:
— ¿Eres tú el Mesías? ¡Dínoslo de una vez!
Jesús contestó:
— Aunque os lo diga, no me vais a creer; 68 y si os hago preguntas, no me vais a contestar. 69 Sin embargo, desde ahora mismo, el Hijo del hombre estará sentado junto a Dios todopoderoso.
70 Todos preguntaron:
— ¿Así que tú eres el Hijo de Dios?
Jesús respondió:
— Vosotros lo decís: yo soy.
71 Entonces ellos dijeron:
— ¿Para qué queremos más testigos? Nosotros mismos lo hemos oído de sus propios labios.
La Palabra, (versión española) © 2010 Texto y Edición, Sociedad Bíblica de España