Book of Common Prayer
Salmo 88 (87)
Estoy harto de males
88 Canto. Salmo de los hijos de Coré. Al maestro del coro. Para la enfermedad. Para responder. Poema de Hemán el Ezraíta.
2 Señor, Dios salvador mío,
día y noche ante ti grito.
3 Que mi súplica llegue a ti,
que escuche tu oído mi clamor;
4 porque estoy harto de males
y roza mi vida el reino de los muertos.
5 Me ven ya entre los difuntos,
parezco un ser acabado.
6 Entre los muertos me encuentro,
estoy como los que yacen en su tumba
sin que tú ya los recuerdes,
pues están alejados de ti.
7 En una fosa profunda me has dejado,
en las tinieblas, en las sombras;
8 sobre mí ha caído tu ira,
con tus olas me golpeas. [ Pausa]
9 Has alejado de mí a mis amigos,
me has hecho odioso para ellos;
estoy encerrado y no puedo salir;
10 mis ojos se consumen de pena.
Señor, a ti clamo sin cesar,
hacia ti elevo mis manos.
11 ¿Harás un milagro por los muertos?
¿Se alzarán para alabarte las sombras?
12 ¿Se proclama tu amor en la tumba,
tu fidelidad en el mundo de los muertos?
13 ¿Se conocen tus prodigios en la fosa,
tu justicia en la tierra del olvido?
14 Pero yo, Señor, te imploro,
de mañana mi ruego a ti llega.
15 Señor, ¿por qué me rechazas
y me ocultas tu rostro?
16 Débil, agonizante desde mi juventud,
aguanto tus horrores y estoy desconcertado.
17 Tu ira ha pasado sobre mí,
tus terrores me han destruido.
18 Como agua me rodean todo el día
y me cercan todos juntos.
19 Alejaste de mí al amigo, al compañero,
¡las tinieblas me hacen compañía!
Salmo 91 (90)
El Señor es tu refugio
91 Tú que habitas al amparo del Altísimo,
tú que vives al abrigo del Todopoderoso,
2 dí al Señor: “tú eres mi refugio,
mi baluarte, mi Dios en quien confío”.
3 Él te librará de la red del cazador
y de la peste asoladora;
4 con sus plumas te resguardará,
bajo sus alas te dará cobijo,
escudo y armadura será su lealtad.
5 No temerás el terror de la noche,
ni la flecha que ondea de día,
6 ni la peste que surca la niebla,
ni la plaga que devasta a pleno día.
7 Que caigan mil a tu lado,
diez mil a tu diestra,
¡a ti no podrán alcanzarte!
8 Sólo con abrir los ojos
verás el escarmiento del malvado,
9 porque el Señor es tu refugio,
y has hecho del Altísimo tu amparo.
10 No vendrá sobre ti la desgracia,
ni mal alguno alcanzará tu tienda,
11 pues él ordenará a sus ángeles
protegerte en todas tus sendas.
12 Te llevarán en las palmas de sus manos
para que tu pie no tropiece en la piedra.
13 Caminarás sobre el león y la víbora,
pisarás al león y al dragón.
14 Voy a salvarlo pues se acogió a mí;
lo protegeré, pues me conoce.
15 Me llamará y le responderé,
estaré con él en la angustia,
lo libraré y lo engrandeceré;
16 le daré una larga vida,
le haré ver mi salvación.
Salmo 92 (91)
¡Qué bueno es alabar al Señor!
92 Salmo. Canto para el sábado.
2 Qué bueno es alabar al Señor,
elogiar, oh Altísimo, tu nombre,
3 pregonar tu amor durante el día,
tu fidelidad durante la noche,
4 al son del arpa y la cítara,
con los acordes de la lira.
5 Tú, Señor, con tus actos me alegras,
con la obra de tus manos me regocijas.
6 Señor, ¡qué grandes son tus obras,
qué profundos tus pensamientos!
7 El ignorante nada sabe,
el necio no entiende nada de esto:
8 aunque broten los malvados como hierba,
aunque todos los malhechores prosperen,
acabarán destruidos para siempre.
9 Mas tú, Señor, por siempre eres excelso.
10 Señor, aquí tienes a tus enemigos,
a los enemigos que han de perecer,
a los malvados que se dispersarán.
11 Pero tú me has dado la fuerza del búfalo,
me has ungido con aceite nuevo.
12 Mis ojos verán caer a mis rivales,
mis oídos se enterarán
de quiénes son los que me atacan.
13 El justo florecerá cual palmera,
crecerá como un cedro del Líbano;
14 plantado en la casa del Señor,
brotará en los atrios de nuestro Dios.
15 Aún en la vejez darán su fruto,
se mantendrán fecundos y frondosos,
16 para anunciar la rectitud del Señor,
mi refugio, en quien no hay maldad.
Vocación de Samuel
3 El joven Samuel estaba al servicio del Señor bajo la custodia de Elí. Por aquel entonces los mensajes del Señor eran excepcionales y escaseaban las visiones. 2 Cierto día Elí dormía en su habitación; sus ojos se estaban apagando y no podía ver. 3 La lámpara divina aún no se había extinguido y Samuel dormía en el santuario del Señor, donde está el Arca de Dios. 4 El Señor llamó a Samuel que respondió:
— ¡Aquí estoy!
5 Fue corriendo adonde estaba Elí y le dijo:
— Aquí estoy, presto a tu llamada.
Elí le contestó:
— Yo no te he llamado, hijo mío. Vuelve a acostarte.
Y Samuel fue a acostarse. 6 El Señor volvió a llamar otra vez a Samuel y este se levantó y se presentó ante Elí, diciendo:
— Aquí estoy, presto a tu llamada.
Elí contestó:
— Yo no te he llamado, hijo mío. Vuelve a acostarte. 7 Y es que Samuel todavía no conocía al Señor, ni se le había revelado su palabra. 8 El Señor volvió a llamar a Samuel por tercera vez y él se levantó y se presentó ante Elí, diciendo:
— Aquí estoy, presto a tu llamada.
Entonces comprendió Elí que era el Señor quien llamaba al muchacho 9 y le dijo:
— Vuelve a acostarte y si alguien te llama, respóndele: “Habla, Señor, que tu servidor escucha”.
Y Samuel se fue a acostar a su habitación. 10 El Señor volvió a insistir y lo llamó como antes:
— ¡Samuel! ¡Samuel!
Y él le respondió:
— Habla, que tu servidor escucha.
11 Y el Señor dijo a Samuel:
— Mira, voy a hacer una cosa en Israel que a los que la oigan les retumbarán los oídos. 12 En ese momento voy a cumplir todo lo que he anunciado contra Elí y su familia de principio a fin. 13 Ya le he comunicado que voy a condenar a su familia para siempre, porque él sabía que sus hijos ultrajaban a Dios, pero no los corrigió. 14 Por eso, juro a la familia de Elí que ni sacrificios ni ofrendas podrán reparar nunca su delito.
15 Samuel se acostó hasta la mañana siguiente. Luego abrió las puertas del santuario, pero no se atrevió a contarle a Elí la visión. 16 Elí lo llamó:
— Samuel, hijo mío.
Y él contestó:
— Aquí estoy.
17 Elí le preguntó:
— ¿Qué te ha dicho? No me lo ocultes. Que Dios te castigue si me ocultas una sola palabra de lo que te ha dicho.
18 Entonces Samuel se lo contó todo, sin omitir nada. Elí comentó:
— Él es el Señor, que haga lo que mejor le parezca.
19 Samuel seguía creciendo y el Señor lo protegía, sin dejar de cumplir ni una sola de sus palabras. 20 Así supo todo Israel, desde Dan hasta Berseba, que Samuel era un profeta acreditado ante Dios. 21 El Señor siguió manifestándose en Siló, donde revelaba su palabra a Samuel.
Los primeros convertidos
37 Estas palabras les llegaron hasta el fondo del corazón; así que dijeron a Pedro y a los demás apóstoles:
— ¿Qué debemos hacer, hermanos?
38 Pedro les contestó:
— Convertíos y que cada uno de vosotros se bautice en el nombre de Jesucristo, a fin de obtener el perdón de vuestros pecados. Entonces recibiréis, como don de Dios, el Espíritu Santo. 39 Porque la promesa os corresponde a vosotros y a vuestros hijos, e incluso a todos los extranjeros que reciban la llamada del Señor, nuestro Dios.
40 Con estas y otras muchas razones los instaba y animaba, diciendo:
— Poneos a salvo de este mundo corrupto.
41 Los que aceptaron con agrado la invitación se bautizaron, y aquel día se unieron a los apóstoles alrededor de tres mil personas.
Vida de la primera comunidad cristiana
42 Todos se mantenían constantes a la hora de escuchar la enseñanza de los apóstoles, de compartir lo que tenían, de partir el pan* y de participar en la oración. 43 Todo el mundo estaba impresionado a la vista de los numerosos prodigios y señales realizados por los apóstoles. 44 En cuanto a los creyentes, vivían todos de mutuo acuerdo y todo lo compartían. 45 Hasta vendían las propiedades y bienes, y repartían el dinero entre todos según la necesidad de cada cual. 46 A diario acudían al Templo con constancia y en íntima armonía, en familia partían el pan y compartían juntos el alimento con sencillez y alegría sinceras. 47 Alababan a Dios, y toda la gente los miraba con simpatía. Por su parte, el Señor aumentaba cada día el grupo de los que estaban en camino de salvación.
Los signos del fin del mundo (Mt 24,3-14; Mc 13,3-13)
5 Algunos estaban hablando del Templo, de la belleza de sus piedras y de las ofrendas votivas que lo adornaban. Entonces Jesús dijo:
6 — Llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra de todo eso que estáis viendo. ¡Todo será destruido!
7 Los discípulos le preguntaron:
— Maestro, ¿cuándo sucederá todo esto? ¿Cómo sabremos que esas cosas están a punto de ocurrir?
8 Jesús contestó:
— Tened cuidado, no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: “Yo soy” o “El momento ha llegado”. No les hagáis caso. 9 Cuando oigáis noticias de guerras y revoluciones, no os asustéis. Aunque todo eso ha de suceder primero, todavía no es inminente el fin.
10 Les dijo también:
— Se levantarán unas naciones contra otras, y unos reinos contra otros; 11 por todas partes habrá grandes terremotos, hambres y epidemias, y en el cielo se verán señales formidables. 12 Pero antes que todo eso suceda, os echarán mano, os perseguirán, os entregarán a las sinagogas y os meterán en la cárcel. Por causa de mí os conducirán ante reyes y gobernadores; 13 tendréis así oportunidad de dar testimonio. 14 En tal situación haceos el propósito de no preocuparos por vuestra defensa, 15 porque yo os daré entonces palabras y sabiduría tales, que ninguno de vuestros enemigos podrá resistiros ni contradeciros. 16 Hasta vuestros propios padres, hermanos, parientes y amigos os traicionarán; y a bastantes de vosotros les darán muerte. 17 Todos os odiarán por causa de mí; 18 pero ni un solo cabello vuestro se perderá. 19 Manteneos firmes y alcanzaréis la vida.
La Palabra, (versión española) © 2010 Texto y Edición, Sociedad Bíblica de España