Book of Common Prayer
¡Ven pronto en mi ayuda!
SALMO 70 (69)
Himno de David.
70 Mi Dios,
¡ven pronto a salvarme!
¡Ven pronto en mi ayuda!
2 ¡Pon en completa vergüenza
a los que quieren matarme!
¡Haz que huyan avergonzados
los que quieren hacerme daño!
3 ¡Haz que huyan avergonzados
los que se burlan de mí!
4 Pero que se alegren
y se pongan contentos
todos los que te buscan.
Que siempre reconozcan tu grandeza
aquellos a quienes tú has salvado.
5 Dios mío,
yo soy muy pobre,
y estoy muy necesitado;
¡ven pronto!
Dame tu ayuda,
dame la libertad;
¡no te tardes!
Tú eres mi refugio
SALMO 71 (70)
71 Dios mío,
en ti he puesto mi confianza;
no me pongas jamás en vergüenza.
2 Tú eres un Dios justo;
¡rescátame y ponme a salvo!
¡Préstame atención y ayúdame!
3 ¡Protégeme como una roca
donde siempre pueda refugiarme!
Da la orden, y quedaré a salvo,
pues tú eres esa roca;
¡tú eres mi fortaleza!
4-5 Dios mío,
tú eres mi esperanza;
no permitas que yo caiga
en poder de gente malvada y violenta.
Desde que era joven
puse mi confianza en ti;
6 desde antes de nacer
ya dependía de ti.
¡Fuiste tú quien me hizo nacer!
¡Por eso te alabaré siempre!
7 Muchos se asombran al verme,
pero tú eres para mí
un refugio seguro.
8 A todas horas te alabo;
todo el día anuncio tu grandeza.
9 No me desprecies
cuando llegue yo a viejo;
no me abandones
cuando ya no tenga fuerzas.
10 Mis enemigos hablan mal de mí;
me vigilan y piensan hacerme daño.
11 Hasta ordenan a su gente
que me persigan y me atrapen.
Creen que me abandonaste,
y que nadie podrá salvarme.
12 Dios mío,
¡no me dejes solo!
¡Ven pronto en mi ayuda!
13 Pon en vergüenza
a los que me acusan;
¡pon en completo ridículo
a los que buscan mi mal,
y acaba con ellos!
14 Yo, por mi parte,
siempre confiaré en ti
y te alabaré más todavía.
15 Aunque no alcanzo a entenderlo,
a todas horas diré
que eres un Dios que salva
con grandes actos de justicia.
16 Dios mío,
ahora voy a recordar
tus hechos poderosos,
y hablaré de la justicia
que sólo tú puedes hacer.
17 Desde que yo era joven
tú has sido mi maestro,
y hasta ahora sigo hablando
de las maravillas que has hecho.
18-19 Dios mío,
aunque estoy lleno de canas,
no me abandones;
todavía quiero decirles
a los que aún no han nacido
que tú eres un Dios poderoso.
Eres incomparable,
pues has hecho grandes cosas;
tu justicia llega hasta el cielo.
20 Tú me hiciste pasar
por muchos aprietos y problemas,
pero volverás a darme vida:
¡de lo profundo de la tumba
volverás a levantarme!
21 Me darás mayor poder,
y volverás a consolarme.
22 Santo Dios de Israel,
tú eres un Dios fiel.
Por eso te cantaré himnos
con música de arpas
y de otros instrumentos de cuerda.
23 Te cantaré himnos
y gritaré de alegría
porque me salvaste la vida.
24 Todo el día hablaré
de tu poder para salvar,
pues los que buscaban hacerme daño
quedaron avergonzados por completo.
Dios mío, libera a tu pueblo
SALMO 74 (73)
Himno de Asaf.
74 Dios y pastor nuestro,
¿por qué nos rechazas?
¿Vas a estar siempre enojado
con este pueblo que es tu rebaño?
2 ¡No te olvides de nosotros!
Hace mucho tiempo nos compraste;
somos el pueblo que rescataste
para que fuéramos tuyos.
¡No te olvides de Jerusalén,
la montaña donde habitas!
3 Ven a ver tu templo:
para siempre ha quedado en ruinas;
¡todo lo destruyó el enemigo!
4 En el centro de tu ciudad,
tus enemigos rugieron como leones
y agitaron victoriosos sus banderas.
5 Como si fueran leñadores,
hacha en mano lo derribaron todo;
6 con hachas y martillos
destrozaron las paredes
talladas en madera.
7 No respetaron tu templo
sino que le prendieron fuego.
8 Lo redujeron a cenizas,
como a todas las sinagogas del país.
9 Ya no vemos ondear nuestras banderas;
ya no hay profetas entre nosotros,
ni hay tampoco quien sepa
cuánto más debemos aguantar.
10 Dios nuestro,
¿hasta cuándo el enemigo
va a seguir ofendiéndote
y burlándose de ti?
11 ¡Demuéstrales tu poder!
¡No te quedes allí
cruzado de brazos!
12 Desde tiempos antiguos
tú has sido nuestro Dios y rey;
en repetidas ocasiones
nos has dado la victoria.
13 Tú, con tu poder,
dividiste el mar en dos;
¡a los monstruos del mar
les partiste la cabeza!
14 Tú aplastaste contra el suelo
las cabezas del monstruo Leviatán,
y con su cuerpo sin vida
alimentaste a las fieras.
15 Tú hiciste que brotaran
ríos y manantiales,
pero también secaste por completo
ríos que parecían inagotables.
16 Tuyos son el día y la noche,
pues hiciste el sol y la luna;
17 tú fijaste los límites de la tierra,
y estableciste las estaciones del año.
18 Dios nuestro,
el enemigo se burla de ti;
gente malvada te ofende.
¡No se lo perdones!
19 Este pueblo tuyo
es frágil como una mariposa;
¡no te olvides de nosotros,
ni dejes que nos devoren
nuestros feroces enemigos!
20 Acuérdate de tu pacto,
porque en todas partes hay violencia.
21 No dejes que avergüencen
al pobre y al humilde;
haz que tus enemigos te alaben.
22 ¡Vamos, Dios nuestro, defiéndete!
Esos malvados no dejan de ofenderte;
¡no se lo perdones!
23 ¡No les perdones a tus enemigos
tanto griterío y alboroto!
Muerte de Sara
23 Sara llegó a vivir ciento veintisiete años, 2 y murió en la ciudad de Hebrón, que está en la región de Canaán. Después de que Abraham lloró su muerte, 3 fue a hablar con los hititas que allí vivían, y les dijo:
4 —Aunque no soy más que un extranjero que ha venido a vivir entre ustedes, véndanme algún terreno en donde pueda enterrar a mi esposa.
5 Los hititas le respondieron:
6 —Respetable señor, todos nosotros lo consideramos una persona muy importante. Entierre usted a su esposa en la mejor de nuestras tumbas, que ninguno de nosotros se la negará.
7 Abraham se puso de pie, y con mucho respeto, 8 les dijo:
—Si realmente quieren que yo entierre aquí a mi esposa, les ruego que convenzan a Efrón hijo de Sóhar, 9 de que me venda la cueva que tiene en Macpelá, la que está junto a su campo. Díganle que me la venda en su justo precio, para que yo tenga entre ustedes una tumba de mi propiedad.
10 Como Efrón estaba sentado entre ellos, le respondió a Abraham en voz alta, para que lo oyeran todas las autoridades hititas allí reunidas:
11 —Respetable señor, no le vendo la cueva; más bien, se la regalo junto con el campo en el que está. Nuestras autoridades son testigos de que yo le regalo todo esto. Entierre usted a su esposa.
12 Pero Abraham, con mucho respeto, 13 le dijo a Efrón delante de todos ellos:
—Tenga usted la bondad de escucharme. Yo le pagaré el precio del campo. Le ruego aceptar mi dinero, para que pueda yo enterrar a mi esposa.
14 Efrón le contestó:
15 —Señor mío, el terreno vale cuatrocientas monedas de plata. Eso no es gran cosa entre usted y yo. ¡Vaya usted y entierre a su esposa!
16-20 Este precio le pareció bien a Abraham, y le pagó a Efrón las cuatrocientas monedas de plata, siguiendo las reglas de los comerciantes. Así fue como el campo y la cueva pasaron a ser propiedad legal de Abraham, junto con todos los árboles que había en el campo. De esto fueron testigos todas las autoridades hititas.
Una vez cerrado el trato, Abraham enterró a Sara en esa cueva, la cual está en Hebrón, frente al bosque de Mamré, en la región de Canaán.
32 ¿Qué más les puedo decir? No me alcanzaría el tiempo para hablarles de la confianza en Dios de Gedeón, de Barac, de Sansón, de Jefté, de David, de Samuel y de los profetas. 33 Ellos confiaron en Dios, y por eso conquistaron países; y como actuaron con justicia, recibieron lo que Dios les había prometido. Cerraron la boca de leones y 34 apagaron grandes incendios. Escaparon de que los mataran con espada, recibieron fuerzas cuando más débiles estaban, y en la guerra fueron tan poderosos que vencieron a los ejércitos enemigos.
35 Algunas mujeres confiaron en Dios, y por eso Dios hizo que sus familiares muertos volvieran a vivir.
Algunos confiaron tanto en Dios que no quisieron que los dejaran en libertad. Al contrario, dejaron que los mataran, porque sabían que volverían a vivir y así estarían mucho mejor. 36 Mucha gente se burló de ellos y los maltrató, y hasta los metió en la cárcel. 37 A otros los mataron a pedradas, los partieron en dos con una sierra, o los mataron con espada. Algunos anduvieron de un lugar a otro con ropas hechas de piel de oveja o de cabra. Eran pobres, estaban tristes, y habían sido maltratados. 38 La gente de este mundo no merecía personas tan buenas, que anduvieron sin rumbo fijo por el desierto, por las montañas, por las cuevas y las cavernas de la tierra.
39 Dios estaba contento con todas estas personas, pues confiaron en él. Pero ninguna de ellas recibió lo que Dios había prometido. 40 Y es que Dios tenía un plan mucho mejor, para que nosotros también recibiéramos lo prometido. Dios sólo hará perfectas a esas personas cuando nos haya hecho perfectos a nosotros.
Los sufrimientos y nuestra confianza en Dios
12 ¡Todas esas personas están a nuestro alrededor como testigos! Por eso debemos dejar de lado el pecado que es un estorbo, pues la vida es una carrera que exige resistencia.
2 Pongamos toda nuestra atención en Jesús, pues de él viene nuestra confianza, y es él quien hace que confiemos cada vez más y mejor. Jesús soportó la vergüenza de morir clavado en una cruz porque sabía que, después de tanto sufrimiento, sería muy feliz. Y ahora se ha sentado a la derecha del trono de Dios.
Palabras que dan vida eterna
60 Cuando muchos de los seguidores de Jesús le oyeron enseñar esto, dijeron:
—Esto que dices es muy difícil de aceptar. ¿Quién puede estar de acuerdo contigo?
61 Pero Jesús les respondió:
—¿Esto los ofende? 62 Entonces, ¿qué sucedería si me vieran a mí, el Hijo del hombre, subir al cielo, donde antes estaba? 63 El que da vida eterna es el Espíritu de Dios; ninguna persona puede dar esa vida. Las palabras que les he dicho vienen del Espíritu que da esa vida. 64 Pero todavía hay algunos de ustedes que no creen.
Jesús dijo esto porque, desde el principio, sabía quiénes eran los que no creían, y quién era el que lo iba a traicionar. 65 También les dijo que nadie podía ser su seguidor si Dios su Padre no se lo permitía.
66 Desde ese momento, muchos de los que seguían a Jesús lo abandonaron. 67 Entonces Jesús les preguntó a sus doce apóstoles:
—¿También ustedes quieren irse?
68 Simón Pedro le contestó:
—¿Y a quién seguiríamos, Señor? Sólo tus palabras dan vida eterna. 69 Nosotros hemos creído en ti, y sabemos que tú eres el Hijo de Dios.[a]
70 Jesús les dijo:
—A ustedes doce yo los elegí; sin embargo, uno de ustedes es un demonio.
71 Jesús se refería a Judas hijo de Simón, el Iscariote. Porque Judas, que era uno de los doce, lo iba a traicionar.
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