pues Aarón, un hombre irreprochable, se convirtió en su defensor con las armas de su oficio sacerdotal: la oración y el incienso con que alcanzó el perdón. Hizo así frente a tu ira y puso término a la calamidad, mostrando que era en verdad tu servidor.
Llamaste entonces a un hombre bueno, al sacerdote Aarón. Él salió en defensa de tu pueblo, quemó incienso, hizo oración y te pidió que perdonaras a todos. De esa manera calmó tu enojo y demostró ser un auténtico sacerdote.