Revised Common Lectionary (Semicontinuous)
Salmo 33 (32)
El amor del Señor llena la tierra
33 Regocíjense, justos, en el Señor;
es buena para los honrados la alabanza.
2 Ensalcen al Señor con la cítara,
con un arpa de diez cuerdas alábenlo;
3 canten para él un cántico nuevo,
toquen con esmero entre gritos de júbilo.
4 Porque recta es la palabra del Señor
y toda acción suya es sincera.
5 Él ama la justicia y el derecho,
el amor del Señor llena la tierra.
6 Con la palabra del Señor se hicieron los cielos,
con el soplo de su boca el cortejo celeste.
7 Él embalsa como un dique las aguas de los mares,
guarda en depósitos las aguas del abismo.
8 Que toda la tierra venere al Señor,
que lo respeten los que moran en el mundo,
9 porque habló y todo fue hecho,
él dio la orden y todo existió.
10 El Señor frustra los planes de las naciones,
hace fracasar los proyectos de los pueblos;
11 pero por siempre perdura el plan del Señor,
generación tras generación sus proyectos.
12 ¡Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que escogió como heredad suya!
Abrán y Melquisedec
17 Cuando Abrán volvía de derrotar a Codorlaomer y a sus reyes aliados, el rey de Sodoma salió a su encuentro en el valle de Save, el valle del Rey.
18 Y Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo, le ofreció pan y vino, 19 y bendijo a Abrán con estas palabras:
¡Que el Dios Altísimo,
creador del cielo y de la tierra
bendiga a Abrán!
20 ¡Bendito sea el Dios Altísimo,
que entregó en tus manos a tus enemigos!
Entonces Abrán dio a Melquisedec el diezmo de todo. 21 El rey de Sodoma dijo a Abrán:
— Dame las personas y quédate con los bienes.
22 Pero Abrán le respondió:
— He jurado solemnemente por el Señor, Dios Altísimo, creador del cielo y de la tierra, 23 que no tomaré nada de lo que es tuyo, ni siquiera un hilo ni la correa de una sandalia. Así nunca podrás decir que tú me hiciste rico. 24 No quiero nada para mí, excepto lo que ya han comido los criados. En cuanto a los hombres que me han acompañado, es decir, Aner, Escol y Mambré, que tomen su parte.
Pablo en la isla de Malta
28 Una vez a salvo, supimos que la isla se llamaba Malta. 2 Los isleños nos trataron con una solicitud poco común; y como llovía sin parar y hacía frío, encendieron una hoguera y nos invitaron a todos a calentarnos. 3 Pablo había recogido también una brazada de leña; al arrojarla a la hoguera, una víbora, huyendo de las llamas, hizo presa en su mano. 4 Cuando los isleños vieron al reptil colgando de la mano de Pablo, se dijeron unos a otros:
— Este hombre es realmente un asesino; aunque se ha librado de la tempestad, la justicia divina no permite que viva.
5 Pablo, sin embargo, se sacudió el reptil arrojándolo al fuego y no experimentó daño alguno. 6 Esperaban los isleños que se hinchara o que cayera muerto de repente. Pero, después de un largo rato sin que nada le aconteciese, cambiaron de opinión y exclamaron:
— ¡Es un dios!
7 Cerca de aquel lugar había una finca que pertenecía a Publio, el gobernador de la isla, quien se hizo cargo de nosotros y nos hospedó durante tres días. 8 Se daba la circunstancia de que el padre de Publio estaba en cama aquejado por unas fiebres y disentería. Pablo fue a visitarlo y, después de orar, le impuso las manos y lo curó. 9 A la vista de esto, acudieron también los demás enfermos de la isla, y Pablo los curó. 10 Fueron muchas las muestras de aprecio que nos dispensaron los isleños que, al hacernos de nuevo a la mar, nos suministraron todo lo necesario.
La Palabra, (versión hispanoamericana) © 2010 Texto y Edición, Sociedad Bíblica de España