Old/New Testament
Un llamado a volver al Señor
1 En el mes octavo del segundo año del reinado de Darío, el Señor le habló a Zacarías hijo de Berequías y nieto de Idó. El Señor Todopoderoso le pidió que les diera a los israelitas este mensaje: 2 «Yo, que soy el Señor, estuve muy enojado con los antepasados de ustedes. 3 Pero si ustedes vuelven a serme fieles devotos, entonces yo volveré a estar con ustedes en todo momento. Lo afirmo yo, el Señor Todopoderoso.
4 »¡No sean como sus antepasados! A ellos, los primeros profetas les rogaron en vano que dejaran de actuar de forma tan malvada. “¡Vamos, vuélvanse de nuevo en fieles devotos del Señor”, les decían en nombre del Señor. Pero no. Ellos no quisieron seguir la exhortación; no les hicieron caso a sus palabras.
5 »Hace tiempo ya que murieron sus antepasados, y también los profetas antiguos. 6 Pero se cumplió en ellos todo lo que les advertí por medio de mis profetas. Sí, el castigo anunciado cayó sobre ellos. Entonces al fin se arrepintieron. “Hemos recibido del Señor Todopoderoso lo que merecían nuestras malas acciones”, dijeron. “El Señor hizo lo que nos había advertido que haría”».
El hombre entre los mirtos
7 En el día veinticuatro del mes onceavo, el mes llamado sebat, del segundo año del reinado de Darío, el Señor le habló a Zacarías hijo de Berequías y nieto de Idó. Lo hizo con estas palabras. 8 Vi en la noche a un hombre montado sobre un caballo alazán que estaba entre los mirtos, en medio de un valle. Detrás de él había otros caballos: alazanes, bayos y blancos, cada uno con su jinete. 9 Un ángel se paró a mi lado, y yo le pregunté: «Señor, ¿para qué son todos estos caballos?». El ángel me respondió: «Te explicaré». 10 Entonces el jinete del caballo alazán, que estaba entre los mirtos, me dijo: «A estos caballos el Señor los ha enviado a recorrer la tierra».
11 Entonces los demás jinetes informaron al ángel del Señor: «Hemos recorrido toda la tierra, y en todo lugar hay paz y prosperidad». 12 Después de oír esto, el ángel del Señor dijo en oración: «Señor Todopoderoso, durante setenta años has castigado mucho a Jerusalén y las ciudades de Judá. ¿Cuánto tiempo más tendrá que pasar antes de que les muestres tu misericordia nuevamente?».
13 Y el Señor le respondió con palabras alentadoras y buenas al ángel que estaba parado a mi lado. 14 Entonces el ángel me dijo: «Proclama este mensaje del Señor Todopoderoso: “Amo mucho a Jerusalén, es tan inmenso el amor que le tengo, que hasta siento celos por ella. 15 Estoy encolerizado con las naciones paganas que viven tan tranquilas, porque se aprovecharon de que estuve enojado un poco con mi pueblo, y estas naciones aprovecharon para afligir a mi pueblo mucho más de lo que debían. 16 Por lo tanto, así digo yo, el Señor: Volveré a tener misericordia de Jerusalén, y haré que mi templo sea reedificado. Lo afirmo yo, el Señor Todopoderoso”».
17 El ángel me dijo que también diera este mensaje de parte del Señor Todopoderoso: «Nuevamente las ciudades de Israel volverán a rebosar de prosperidad, y el Señor consolará otra vez a Jerusalén, la bendecirá y vivirá en ella».
18 Luego levanté la vista, y vi cuatro cuernos. 19 Entonces le pregunté al ángel que hablaba conmigo: «¿Qué significan estos cuernos?». Y él me respondió: «Representan las cuatro potencias que han esparcido a Judá, a Israel y a Jerusalén».
20 Entonces el Señor me mostró cuatro herreros. 21 Y le pregunté: «¿Qué han venido a hacer estos hombres?». El ángel me respondió: «Han venido a derribar los cuernos que dispersaron a Judá, y para acabar por completo con su poder, por lo que le hicieron a Judá».
El hombre con una cuerda de medir
2 Nuevamente alcé la vista, y vi alrededor mío a un hombre que llevaba en la mano una cuerda de medir. 2 Entonces le pregunté: «¿A dónde vas?». Y él me respondió: «Voy a medir a Jerusalén, pues quiero saber cuánto mide de ancho y cuánto de largo».
3 Entonces el ángel que estaba conversando conmigo se dispuso a salir, pero en ese momento llegó otro ángel y habló con el él. 4 Le dijo: «Ve y dile a este joven: “Jerusalén llegará a tener tantos habitantes y tanto ganado, que será una ciudad sin murallas. 5 Porque yo mismo, que soy el Señor, seré su muro de protección, seré como una muralla de fuego a su alrededor, y además haré sentir siempre mi poderosa presencia dentro de ella”.
6 »¡Vamos, huyan de la tierra del norte, de Babilonia! ¡Fui yo el que los esparcí a ustedes por los cuatro puntos cardinales! ¡Salgan de Babilonia! ¡Regresen a Jerusalén! Lo ordeno yo, que soy el Señor Todopoderoso. 7 ¡Vamos, Israel, es hora de marchar!».
8 El Señor Todopoderoso me ha enviado a decirles a las naciones que los oprimieron: «¡El que hace daño a mi pueblo lo pagará muy caro! ¡Quien daña a Israel es como si lastimara la niña de mis ojos! 9 Los aplastaré con mi puño, y sus mismos esclavos los robarán. Entonces reconocerán que el Señor Todopoderoso me ha enviado.
10 »¡Canta y regocíjate, Jerusalén, porque yo he venido para vivir contigo! Lo afirmo yo, el Señor.
11 »En aquel tiempo muchas naciones se convertirán en fieles devotas del Señor. También ellas serán mi pueblo, y viviré en medio de ellas. Entonces sabrán que fue el Señor Todopoderoso quien me envió a ustedes. 12 Judá será de nuevo herencia del Señor en la Tierra Santa; Dios una vez más ha escogido a Jerusalén para bendecirla. 13 ¡Que toda la humanidad guarde silencio delante del Señor, porque se ha puesto en pie en su santa morada!».
Ropas limpias para el sumo sacerdote
3 Entonces el ángel me mostró en la visión al sumo sacerdote Josué que estaba delante del ángel del Señor; y también estaba allí Satanás, a la derecha del ángel, acusando de muchas cosas a Josué. 2 El ángel del Señor le dijo a Satanás: «¡Que el Señor te condene a ti, Satanás! ¡Sí, que el Señor, que ha escogido a Jerusalén, te condene! ¿Acaso no ves que a este hombre lo ha librado el Señor del castigo?».
3 Josué, que estaba delante del ángel, tenía ropas sucias. 4 Entonces el ángel les dijo a los demás que estaban parados allí: «¡Quítenle esa ropa sucia!». Y volviéndose a Josué, le dijo: «Mira, he quitado tu pecado, y te vestiré con ropa de dignidad».
5 Entonces ordenó: «Pónganle también una mitra en la cabeza, como señal de dignidad». Y ellos se la pusieron, y le pusieron también las ropas de dignatario. 6 Cuando terminaron de vestirlo, el ángel del Señor le advirtió a Josué: 7 «Esto es lo que te dice el Señor Todopoderoso: Si te mantienes fiel a mis instrucciones y ejerces con fidelidad tu sacerdocio, entonces te pondré a cargo del templo y cuidarás mis atrios. ¡Y te daré una posición especial entre estos ángeles que están a mi servicio!
8 »Óyeme, Josué, sumo sacerdote, y que me oigan también tus compañeros, los que están a tu lado, pues todos ustedes son una señal de las buenas cosas que vendrán: ¡Yo traeré a mi siervo, yo traeré a mi Renuevo! 9 ¡Pon mucha atención, Josué, delante de ti he puesto una piedra! ¡Es una piedra extraordinaria de siete lados! En ella voy a dejar grabado un mensaje. ¡En un solo día perdonaré el pecado de esta tierra! ¡Lo afirmo yo, el Señor Todopoderoso!
10 »Y después de aquello, declara el Señor Todopoderoso, todos ustedes vivirán en paz y prosperidad, y cada uno poseerá su propia casa, con jardines y viñedos, y de nuevo podrá invitar a sus vecinos».
El candelabro de oro y los dos olivos
4 Entonces el ángel que había estado hablando conmigo me despertó, como si hubiera estado durmiendo, 2 y me preguntó: «¿Que ves ahora?». Yo le respondí: «Veo un candelabro de oro que sostiene siete lámparas, y sobre ellas hay un depósito para el aceite de oliva que sirve de combustible y que fluye hacia ellas a través de siete tubos. 3 Veo, además, dos olivos junto al candelabro, uno a cada lado del depósito».
4 Entonces le pregunté al ángel: «¿Qué es esto, señor? ¿Qué significa?». 5 Y el ángel me preguntó: «¿En realidad, no lo sabes?». Yo le dije que no lo sabía. 6 De modo que el ángel me dijo: «Este es el mensaje de Dios para Zorobabel: No vencerás con ejército, ni usando tu fuerza, sino sólo con mi Espíritu, dice el Señor Todopoderoso. 7 Por lo tanto, ninguna montaña, por alta que sea, podrá estorbar a Zorobabel, pues delante de él será solo un valle fácil de atravesar. Tú, Zorobabel, colocarás la primera piedra para construir el templo, y todos gritarán llenos de alegría: “¡Qué preciosa es! ¡Qué preciosa es!”».
8 Luego el Señor me dijo:
9 «Zorobabel echó los cimientos de este templo, y él lo completará. ¡Así se confirmará delante de todo el pueblo que yo, el Señor Todopoderoso, te he enviado a darles mi mensaje!
10 »No desprecien este humilde comienzo, porque los ojos del Señor se deleitan en ver el trabajo iniciado, al ver la plomada en la mano de Zorobabel controlando la verticalidad de los muros. Porque estas siete lámparas representan mis ojos, pues yo lo observo todo».
11 Entonces le pregunté acerca de los dos olivos que estaban a ambos lados del candelabro, 12 y acerca de las dos ramas de olivo que vaciaban aceite en vasijas de oro, por medio de dos tubos de oro.
13 Y el ángel me preguntó: «¿No lo sabes?». Y yo le contesté que no lo sabía. 14 Entonces me dijo: «Representan a los dos ungidos que ayudan al Señor de toda la tierra».
La caída de Babilonia
18 Después de esto vi que desde el cielo descendía otro ángel que, cubierto de gran autoridad, iluminó la tierra con su resplandor, 2 y con voz potente gritó:
«¡Ya cayó, ya cayó la gran Babilonia! Babilonia se ha convertido en guarida de demonios, en antro de espíritus inmundos y en nido de toda ave impura y odiosa, 3 porque las naciones se han embriagado con el vino excitante de su adulterio, los gobernantes de la tierra se han entregado con ella a los placeres, y los comerciantes de la tierra se han enriquecido con la abundancia de lujos que ella despilfarraba».
4 Entonces oí otra voz del cielo que decía:
«Sal de esa ciudad, pueblo mío; no participes en su pecado para que no se te castigue con ella, 5 porque sus pecados se han ido amontonando hasta el cielo y Dios va a juzgarla por su perversidad.
6 Hazle a ella lo que ella te hizo a ti, e imponle doble castigo a sus maldades. En la copa en que preparó bebida para otros, prepárale una bebida dos veces más fuerte.
7 Ella ha vivido en derroches y en placeres sin límites; dale ahora dolores y penas sin límites. Ella se jacta diciendo: “En este trono soy reina. No soy ninguna viuda; nunca sufriré”.
8 Por tanto, ¡en un solo día caerán sobre ella peste, llanto y hambre, y al final la consumirá el fuego! ¡Poderoso es el Señor Dios que la juzga!».
9 Los gobernantes del mundo que tomaron parte en sus inmoralidades y se deleitaron con sus lujos, llorarán y lamentarán ante sus restos humeantes. 10 Desde la distancia, la contemplarán temblorosos de miedo al ver semejante castigo, y gritarán:
«¡Pobre, pobre Babilonia, la gran ciudad poderosa! ¡En un instante te llegó el juicio!».
11 Los mercaderes de la tierra sollozarán y se lamentarán, porque ya no habrá nadie que les compre. 12 Ella era una gran cliente que compraba oro, plata, piedras preciosas y perlas; lino fino, púrpura y seda escarlata; maderas olorosas, objetos de marfil, maderas preciosas labradas, cobre, hierro y mármol; 13 canela, especias aromáticas, incienso, mirra, y perfumes; vino, aceite, harina fina y trigo; vacas, ovejas, caballos y carrozas; y hasta seres humanos vendidos como esclavos.
14 «Ya no tienes los lujos que tanto te gustaban —le gritarán—. Ya no tienes el lujo y el esplendor en que te deleitabas. Jamás los volverás a tener».
15 Los mercaderes que se habían enriquecido comerciando con aquella ciudad se pararán de lejos, aterrorizados de ver semejante castigo. Llorarán y dirán entre sollozos:
16 «¡Pobre, pobre de la gran ciudad, vestida de linos finos, púrpura y escarlata, y adornada con oro, piedras preciosas y perlas! 17 ¡Cuánta riqueza se perdió en un instante!».
Los navíos y los capitanes de las flotas mercantes, sus tripulaciones y sus pasajeros y todos los que viven del mar, se pararán lejos, 18 y al contemplar el humo del incendio, dirán: «¿Dónde vamos a encontrar otra ciudad como esta?».
19 Y echándose tierra en la cabeza en señal de duelo, dirán ahogados por el llanto:
«¡Ay, pobre de la gran ciudad que nos enriqueció con su gran riqueza! ¡En sólo una hora desapareció…! 20 Pero tú, cielo, regocíjate por lo que ha sucedido. Y regocíjense también los santos, los profetas y los apóstoles, porque al castigar a la gran ciudad, Dios les está haciendo justicia a ustedes».
21 Entonces un ángel poderoso tomó una peña con forma de piedra de molino y la arrojó en el mar diciendo:
«Babilonia, la gran ciudad, será arrojada como yo arrojé esta piedra, y desaparecerá para siempre. 22 Nunca se volverá a escuchar en ella la música de los cantantes, el vibrar del arpa, la flauta y la trompeta. Jamás volverá a verse en ella industria de ningún tipo, y cesará la molienda de granos. 23 Negras serán sus noches, sin luz de lámparas en las ventanas. Jamás volverán a proclamarse alegrías nupciales, porque tus mercaderes eran los más prósperos de la tierra y engañaste a las naciones con tus hechicerías, 24 porque por ti se derramó sangre de profetas y santos y de todos los que han sido asesinados en toda la tierra».
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