Old/New Testament
5 Ahora pues da voces, si habrá quien te responda; y ¿si habrá alguno de los santos a quien mires?
2 Es cierto que al loco la ira lo mata, y al codicioso consume la envidia.
3 Yo he visto al loco que echaba raíces, y en la misma hora maldije su habitación.
4 Sus hijos estarán lejos de la salud, y en la puerta serán quebrantados, y no habrá quien los libre.
5 Su mies comerán los hambrientos, y la sacarán de entre las espinas, y los sedientos beberán su hacienda.
6 Porque la iniquidad no sale del polvo, ni el castigo reverdece de la tierra.
7 Antes como las chispas se levantan para volar por el aire, así el hombre nace para la aflicción.
8 ¶ Ciertamente yo buscaría a Dios, y depositaría en él mis negocios;
9 el cual hace grandes cosas, que no hay quien las comprenda; y maravillas que no tienen cuento.
10 Que da la lluvia sobre la faz de la tierra, y envía las aguas sobre las faces de las plazas.
11 Que pone a los humildes en altura, y los enlutados son levantados a salud.
12 Que frustra los pensamientos de los astutos, para que sus manos no hagan nada.
13 Que prende a los sabios en su propia prudencia, y el consejo de sus adversarios es entontecido.
14 De día tropiezan con tinieblas, y en mitad del día andan a tientas como de noche.
15 Y libra de la espada al pobre, de la boca de los impíos, y de la mano violenta.
16 Que es esperanza al menesteroso, y la iniquidad cerró su boca.
17 ¶ He aquí, que bienaventurado es el hombre a quien Dios castiga; por tanto no menosprecies la corrección del Todopoderoso.
18 Porque él es el que hace la plaga, y él la ligará; él hiere, y sus manos curan.
19 En seis tribulaciones te librará, y en la séptima no te tocará el mal.
20 En el hambre te rescatará de la muerte, y en la guerra de las manos de la espada.
21 Del azote de la lengua serás encubierto; ni temerás de la destrucción cuando viniere.
22 De la destrucción y del hambre te reirás, y no temerás de las bestias de la tierra;
23 pues aun con las piedras del campo tendrás tu concierto, y las bestias del campo estarán en paz contigo.
24 Y sabrás que hay paz en tu tienda; y visitarás tu morada, y no pecarás.
25 Y entenderás que tu simiente es mucha, y tus renuevos como la hierba de la tierra.
26 Y vendrás en la vejez a la sepultura, como el montón de trigo que se coge a su tiempo.
27 He aquí lo que hemos inquirido, lo cual es así: Oyelo, y juzga tú para contigo.
6 Y respondió Job y dijo:
2 ¡Oh, si pesaren al justo mi queja y mi tormento, y se alzaren igualmente en balanza!
3 Porque mi tormento pesaría más que la arena del mar; y por tanto mis palabras son tragadas.
4 Porque las saetas del Todopoderoso están en mí, cuyo veneno bebe mi espíritu; y terrores de Dios me combaten.
5 ¿Acaso gime el asno montés junto a la hierba? ¿Muge el buey junto a su pasto?
6 ¿Por ventura se comerá lo desabrido sin sal? ¿O habrá gusto en la clara del huevo?
7 Las cosas que mi alma no quería tocar antes, ahora por los dolores son mi comida.
8 ¡Quién me diera que viniera mi petición, y que Dios me diera lo que espero;
9 y que quisiera Dios quebrantarme; y que soltara su mano, y me despedazare!
10 Y en esto crecería aún consolación, si me asare con dolor sin haber misericordia; no que haya contradicho las palabras del que es Santo.
11 ¿Cuál es mi fortaleza para esperar aún? ¿Y cuál mi fin para dilatar mi vida?
12 ¿Es mi fortaleza la de las piedras? O mi carne, ¿es de acero?
13 ¿No me ayudo cuanto puedo, y con todo eso el poder me falta del todo?
14 ¶ El atribulado merece recibir misericordia de su compañero; pero se ha abandonado el temor del Omnipotente.
15 Mis hermanos me han mentido como arroyo; se pasaron como las riberas impetuosas,
16 que están escondidas por la helada, y encubiertas con nieve.
17 Que al tiempo del calor son deshechas, y calentándose, desaparecen de su lugar;
18 apártanse de las sendas de su camino, suben en vano y se pierden.
19 Las miraron los caminantes de Temán, los caminantes de Sabá esperaron en ellas;
20 pero fueron avergonzados por su esperanza; porque vinieron hasta ellas, y se hallaron confusos.
21 Ahora ciertamente vosotros sois como ellas; que habéis visto el tormento, y teméis.
22 ¿Os he dicho yo: Traedme, y pagad por mí de vuestra hacienda;
23 y libradme de la mano del angustiador, y rescatadme del poder de los violentos?
24 Enseñadme, y yo callaré; y hacedme entender en qué he errado.
25 ¡Cuán fuertes son las palabras de rectitud! Mas ¿qué reprende el argumento de vosotros?
26 ¿No estáis pensando las palabras para reprender, y echáis al viento palabras perdidas?
27 También os arrojáis sobre el huérfano, y hacéis hoyo delante de vuestro amigo.
28 Ahora pues, si queréis, mirad en mí, y ved si mentiré delante de vosotros.
29 Tornad ahora, y no haya iniquidad; volved aún a mirar por mi justicia en esto.
30 Si hay iniquidad en mi lengua; o si mi paladar no discierne los tormentos.
7 Ciertamente tiempo determinado tiene el hombre sobre la tierra, y sus días son como los días del jornalero.
2 Como el esclavo anhela la sombra, y como el jornalero espera el reposo de su trabajo,
3 así poseo yo los meses de vanidad, y las noches de trabajo me dieron por cuenta.
4 Cuando estoy acostado, digo: ¿Cuándo me levantaré? Y mido la noche, y estoy harto de devaneos hasta el alba.
5 Mi carne está vestida de gusanos, y de terrones de polvo; mi piel hendida y abominable.
6 Mis días fueron más ligeros que la lanzadera del tejedor, y fenecieron sin esperanza.
7 Acuérdate que mi vida es un viento, y que mis ojos no volverán para ver el bien.
8 Los ojos de los que ahora me ven, no me verán más; tus ojos serán sobre mí, y dejaré de ser.
9 La nube se acaba, y se va; así el que desciende al Seol, que nunca más subirá;
10 no tornará más a su casa, ni su lugar le conocerá más.
11 Por tanto yo no reprimiré mi boca; hablaré con la angustia de mi espíritu, y me quejaré con la amargura de mi alma.
12 ¿Soy yo un mar, o dragón, que me pongas guarda?
13 Cuando digo: Mi cama me consolará, mi cama atenuará mis quejas;
14 entonces me quebrantarás con sueños, y me turbarás con visiones.
15 Y mi alma tuvo por mejor el ahogamiento, y quiso la muerte más que a mis huesos.
16 Abominé la vida; no quiero vivir para siempre; déjame, pues, que mis días son vanidad.
17 ¿Qué es el hombre, para que lo engrandezcas, y que pongas sobre él tu corazón,
18 y lo visites todas las mañanas, y todos los momentos lo pruebes?
19 ¿Hasta cuándo no me dejarás, ni me soltarás hasta que trague mi saliva?
20 Si he pecado, ¿qué te haré, oh Guarda de los hombres? ¿Por qué me has puesto contrario a ti, y que a mí mismo sea pesado?
21 ¿Y por qué no quitas mi rebelión, y perdonas mi iniquidad? Porque ahora dormiré en el polvo, y si me buscares de mañana, ya no seré hallado.
8 ¶ Y Saulo consentía en su muerte. Y en aquel día se hizo una gran persecución en la Iglesia que estaba en Jerusalén; y todos fueron esparcidos por las tierras de Judea y de Samaria, salvo los apóstoles.
2 Y llevaron a enterrar a Esteban varones píos, e hicieron gran llanto sobre él.
3 Entonces Saulo asolaba la Iglesia, entrando por las casas; y trayendo hombres y mujeres, los entregaba en la cárcel.
4 ¶ Mas los que fueron esparcidos, pasaban por la tierra anunciando la Palabra del Evangelio.
5 Entonces Felipe, descendiendo a la ciudad de Samaria, les predicaba el Cristo.
6 Y el pueblo escuchaba atentamente unánimes las cosas que decía Felipe, oyendo y viendo las señales que hacía.
7 Porque muchos espíritus inmundos, salían de los que los tenían, dando grandes voces; y muchos paralíticos y cojos eran sanados;
8 así que había gran gozo en aquella ciudad.
9 Y había un hombre llamado Simón, el cual antes ejercía la magia en aquella ciudad, y había asombrado a la gente de Samaria, diciéndose ser algún grande;
10 al cual oían todos atentamente, desde el más pequeño hasta el más grande, diciendo: Esta es la gran virtud de Dios.
11 Y le estaban atentos, porque con sus artes mágicas los había asombrado mucho tiempo.
12 Pero cuando creyeron a Felipe, que les anunciaba el Evangelio del Reino de Dios y el Nombre de Jesús el Cristo, se bautizaban hombres y mujeres.
13 El mismo Simón creyó también entonces, y bautizándose, se llegó a Felipe; y viendo los milagros y grandes maravillas que se hacían, estaba atónito.
14 ¶ Y los apóstoles que estaban en Jerusalén, habiendo oído que Samaria había recibido la palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan;
15 los cuales venidos, oraron por ellos, para que recibieran el Espíritu Santo;
16 (porque aún no había descendido en ninguno de ellos, mas solamente eran bautizados en el Nombre de Jesús.)
17 Entonces les impusieron las manos, y recibieron el Espíritu Santo.
18 Cuando vio Simón que por la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu Santo, les ofreció dinero,
19 diciendo: Dadme también a mí esta potestad, que a cualquiera que pusiere las manos encima, reciba el Espíritu Santo.
20 Entonces Pedro le dijo: Tu dinero perezca contigo, qué piensas que el don de Dios se gana por dinero.
21 No tienes tú parte ni suerte en este negocio; porque tu corazón no es recto delante de Dios.
22 Arrepiéntete pues de ésta tu maldad, y ruega a Dios, si quizás te será perdonado este pensamiento de tu corazón.
23 Porque en hiel de amargura y en prisión de maldad veo que estás.
24 Respondiendo entonces Simón, dijo: Rogad vosotros por mí al Señor, que ninguna cosa de éstas que habéis dicho, venga sobre mí.
25 Y ellos, habiendo testificado y hablado la Palabra de Dios, se volvieron a Jerusalén, y en muchas tierras de los samaritanos anunciaron el Evangelio.
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