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M’Cheyne Bible Reading Plan

The classic M'Cheyne plan--read the Old Testament, New Testament, and Psalms or Gospels every day.
Duration: 365 days
Nueva Versión Internacional (Castilian) (CST)
Version
2 Reyes 6

El milagro del hacha

Un día, los miembros de la comunidad de los profetas le dijeron a Eliseo:

―Como puedes ver, el lugar donde ahora vivimos contigo nos resulta pequeño. Es mejor que vayamos al Jordán. Allí podremos conseguir madera y construir[a] un albergue.

―Bien, id —respondió Eliseo.

Pero uno de ellos le pidió:

―Acompaña, por favor, a tus siervos.

Eliseo consintió en acompañarlos, y cuando llegaron al Jordán empezaron a cortar árboles. De pronto, al cortar un tronco, a uno de los profetas se le zafó el hacha y se le cayó al río.

―¡Ay, maestro! —gritó—. ¡Esa hacha no era mía!

―¿Dónde cayó? —preguntó el hombre de Dios.

Cuando se le indicó el lugar, Eliseo cortó un palo y, echándolo allí, hizo que el hacha saliera a flote.

―Sácala —ordenó Eliseo.

Así que el hombre extendió el brazo y la sacó.

Eliseo captura una tropa siria

El rey de Siria, que estaba en guerra con Israel, deliberó con sus ministros y les dijo: «Vamos a acampar en tal lugar». Pero el hombre de Dios le envió este mensaje al rey de Israel: «Procura no pasar por tal sitio, pues los sirios te han tendido allí una emboscada».[b] 10 Así que el rey de Israel envió a reconocer el lugar que el hombre de Dios le había indicado. Y en varias otras ocasiones Eliseo le avisó al rey, de modo que este tomó precauciones. 11 El rey de Siria, enfurecido por lo que estaba pasando, llamó a sus ministros y les preguntó:

―¿Queréis decirme quién está informando al rey de Israel?

12 ―Nadie, mi señor y rey —respondió uno de ellos—. El responsable es Eliseo, el profeta que está en Israel. Es él quien le comunica todo al rey de Israel, incluso lo que tú dices en el interior de tu alcoba.

13 ―Pues entonces averiguad dónde está —ordenó el rey—, para que mande a capturarlo.

Cuando le informaron de que Eliseo estaba en Dotán, 14 el rey envió allí un destacamento grande, con caballos y carros de combate. Llegaron de noche y cercaron la ciudad. 15 Por la mañana, cuando el criado del hombre de Dios se levantó para salir, vio que un ejército con caballos y carros de combate rodeaba la ciudad.

―¡Ay, mi señor! —exclamó el criado—. ¿Qué vamos a hacer?

16 ―No tengas miedo —respondió Eliseo—. Los que están con nosotros son más que los que están con ellos.

17 Entonces Eliseo oró: «Señor, ábrele a Guiezi los ojos para que vea». El Señor así lo hizo, y el criado vio que la colina estaba llena de caballos y de carros de fuego alrededor de Eliseo. 18 Como ya los sirios se acercaban a él, Eliseo volvió a orar: «Señor, castiga a esta gente con ceguera». Y él hizo lo que le pidió Eliseo.

19 Luego Eliseo les dijo: «Esta no es la ciudad adonde ibais; habéis tomado un camino equivocado. Seguidme, que yo os llevaré adonde está el hombre que buscáis». Pero los llevó a Samaria. 20 Después de entrar en la ciudad, Eliseo dijo: «Señor, ábreles los ojos, para que vean». El Señor así lo hizo, y ellos se dieron cuenta de que estaban dentro de Samaria. 21 Cuando el rey de Israel los vio, le preguntó a Eliseo:

―¿Los mato, mi señor? ¿Los mato?

22 ―No, no los mates —contestó Eliseo—. ¿Acaso los has capturado con tu espada y tu arco, para que los mates? Mejor sírveles comida y agua para que coman y beban, y que luego vuelvan a su rey.

23 Así que el rey de Israel les dio un tremendo banquete. Cuando terminaron de comer, los despidió, y ellos regresaron a su rey. Y las bandas de sirios no volvieron a invadir el territorio israelita.

Hambre en Samaria

24 Algún tiempo después, Ben Adad, rey de Siria, movilizó todo su ejército para ir a Samaria y sitiarla. 25 El sitio duró tanto tiempo que provocó un hambre terrible en la ciudad, hasta tal punto que una cabeza de asno llegó a costar ochenta monedas de plata,[c] y un poco de algarroba,[d] cinco.

26 Un día, mientras el rey recorría la muralla, una mujer le gritó:

―¡Sálvanos, oh mi señor el rey!

27 ―Si el Señor no te salva —respondió el rey—, ¿de dónde voy a sacar yo comida para salvarte? ¿Del granero? ¿Del lagar? 28 ¿Qué te pasa?

Ella se quejó:

―Esta mujer me propuso que le entregara a mi hijo para que nos lo comiéramos hoy, y que mañana nos comeríamos el de ella. 29 Pues bien, cocinamos a mi hijo y nos lo comimos, pero, al día siguiente, cuando le pedí que entregara a su hijo para que nos lo comiéramos, resulta que ya lo había escondido.

30 Al oír la queja de la mujer, el rey se rasgó las vestiduras. Luego reanudó su recorrido por la muralla, y la gente pudo ver que bajo su túnica real iba vestido de luto. 31 «¡Que Dios me castigue sin piedad —exclamó el rey— si hoy mismo no le corto la cabeza a Eliseo hijo de Safat!»

32 Mientras Eliseo se encontraba en su casa, sentado con los ancianos, el rey le envió un mensajero. Antes de que este llegara, Eliseo les dijo a los ancianos:

―Ahora vais a ver cómo ese asesino envía a alguien a cortarme la cabeza. Pues bien, cuando llegue el mensajero, atrancad la puerta para que no entre. ¡Ya oigo detrás de él los pasos de su señor!

33 No había terminado de hablar cuando el mensajero llegó y dijo:

―Esta desgracia viene del Señor; ¿qué más se puede esperar de él?

1 Timoteo 3

Obispos y diáconos

Se dice, y es verdad, que, si alguno desea ser obispo, a noble función aspira. Así que el obispo debe ser intachable, esposo de una sola mujer, moderado, sensato, respetable, hospitalario, capaz de enseñar; no debe ser borracho ni pendenciero, ni amigo del dinero, sino amable y apacible. Debe gobernar bien su casa y hacer que sus hijos le obedezcan con el debido respeto; porque el que no sabe gobernar su propia familia, ¿cómo podrá cuidar de la iglesia de Dios? No debe ser un recién convertido, no sea que se vuelva presuntuoso y caiga en la misma condenación en que cayó el diablo. Se requiere además que hablen bien de él los que no pertenecen a la iglesia,[a] para que no caiga en descrédito y en la trampa del diablo.

Los diáconos, igualmente, deben ser honorables, sinceros, no amigos del mucho vino ni codiciosos de las ganancias mal habidas. Deben guardar, con una conciencia limpia, las grandes verdades[b] de la fe. 10 Que primero sean puestos a prueba, y después, si no hay nada que reprocharles, que sirvan como diáconos.

11 Así mismo, las esposas de los diáconos[c] deben ser honorables, no calumniadoras, sino moderadas y dignas de toda confianza.

12 El diácono debe ser esposo de una sola mujer y gobernar bien a sus hijos y su propia casa. 13 Los que ejercen bien el diaconado se ganan un lugar de honor y adquieren mayor confianza para hablar de su fe en Cristo Jesús.

14 Aunque espero ir pronto a verte, escribo estas instrucciones para que, 15 si me retraso, sepas cómo hay que portarse en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y fundamento de la verdad. 16 No hay duda de que es grande el misterio de nuestra fe:[d]

Él[e] se manifestó como hombre;[f]
    fue vindicado por[g] el Espíritu,
visto por los ángeles,
    proclamado entre las naciones,
creído en el mundo,
    recibido en la gloria.

Daniel 10

Daniel junto al río Tigris

10 En el tercer año del reinado de Ciro de Persia, Daniel, que también se llamaba Beltsasar, tuvo una visión acerca de un gran ejército. El mensaje era verdadero, y Daniel pudo comprender su significado en la visión.

«En aquella ocasión yo, Daniel, pasé tres semanas como si estuviera de luto. En todo ese tiempo no comí nada especial, ni probé carne ni vino, ni usé ningún perfume. El día veinticuatro del mes primero, mientras me encontraba yo a la orilla del gran río Tigris, levanté los ojos y vi ante mí a un hombre vestido de lino, con un cinturón del oro más refinado. Su cuerpo brillaba como el topacio, y su rostro resplandecía como el relámpago; sus ojos eran dos antorchas encendidas, y sus brazos y piernas parecían de bronce bruñido; su voz resonaba como el eco de una multitud.

»Yo, Daniel, fui el único que tuvo esta visión. Los que estaban conmigo, aunque no vieron nada, se asustaron y corrieron a esconderse. Nadie se quedó conmigo cuando tuve esta gran visión. Las fuerzas me abandonaron, palideció mi rostro, y me sentí totalmente desvalido. Fue entonces cuando oí que aquel hombre me hablaba. Mientras lo oía, caí en un profundo sueño, de cara al suelo. 10 En ese momento, una mano me agarró, me puso sobre mis manos y rodillas, 11 y me dijo: “Levántate, Daniel, pues he sido enviado a verte. Tú eres muy apreciado, así que presta atención a lo que voy a decirte”.

»En cuanto aquel hombre me habló, tembloroso me puse de pie. 12 Entonces me dijo: “No tengas miedo, Daniel. Tu petición fue escuchada desde el primer día en que te propusiste ganar entendimiento y humillarte ante tu Dios. En respuesta a ella estoy aquí. 13 Durante veintiún días el príncipe de Persia se me opuso, así que acudió en mi ayuda Miguel, uno de los príncipes de primer rango. Y me quedé allí, con los reyes de Persia. 14 Pero ahora he venido a explicarte lo que va a suceder con tu pueblo en el futuro, pues la visión tiene que ver con el porvenir”.

15 »Mientras aquel hombre me decía esto, yo me incliné de cara al suelo y guardé silencio. 16 Entonces alguien con aspecto humano me tocó los labios, y yo los abrí y comencé a hablar. Y le dije a quien había estado hablando conmigo: “Señor, por causa de esta visión me siento muy angustiado y sin fuerzas. 17 ¿Cómo es posible que yo, que soy tu siervo, hable contigo? ¡Las fuerzas me han abandonado, y apenas puedo respirar!”

18 »Una vez más, el de aspecto humano me tocó y me infundió fuerzas, 19 al tiempo que me decía: “¡La paz sea contigo, hombre altamente estimado! ¡Cobra ánimo, no tengas miedo!”

»Mientras él me hablaba, yo fui recobrando el ánimo y le dije: “Ya que me has reanimado, ¡háblame, Señor!” 20 Y me dijo: “¿Sabes por qué he venido a verte? Pues porque debo volver a pelear contra el príncipe de Persia. Y, cuando termine de luchar contra él, hará su aparición el príncipe de Grecia. 21 Pero, antes de eso, te diré lo que está escrito en el libro de la verdad. En mi lucha contra ellos, solo cuento con el apoyo de Miguel, vuestro capitán.

Salmos 119:1-24

Álef

119 Dichosos los que van por caminos perfectos,
    los que andan conforme a la ley del Señor.
Dichosos los que guardan sus estatutos
    y de todo corazón lo buscan.
Jamás hacen nada malo,
    sino que siguen los caminos de Dios.
Tú has establecido tus preceptos,
    para que se cumplan fielmente.
¡Cuánto deseo afirmar mis caminos
    para cumplir tus decretos!
No tendré que pasar vergüenzas
    cuando considere todos tus mandamientos.
Te alabaré con integridad de corazón,
    cuando aprenda tus justos juicios.
Tus decretos cumpliré;
    no me abandones del todo.

Bet

¿Cómo puede el joven llevar una vida íntegra?
    Viviendo conforme a tu palabra.
10 Yo te busco con todo el corazón;
    no dejes que me desvíe de tus mandamientos.
11 En mi corazón atesoro tus dichos
    para no pecar contra ti.
12 ¡Bendito seas, Señor!
    ¡Enséñame tus decretos!
13 Con mis labios he proclamado
    todos los juicios que has emitido.
14 Me regocijo en el camino de tus estatutos
    más que en[a] todas las riquezas.
15 En tus preceptos medito,
    y pongo mis ojos en tus sendas.
16 En tus decretos hallo mi deleite,
    y jamás olvidaré tu palabra.

Guímel

17 Trata con bondad a este siervo tuyo;
    así viviré y obedeceré tu palabra.
18 Ábreme los ojos, para que contemple
    las maravillas de tu ley.
19 En esta tierra soy un extranjero;
    no escondas de mí tus mandamientos.
20 A toda hora siento un nudo en la garganta
    por el deseo de conocer tus juicios.
21 Tú reprendes a los insolentes;
    ¡malditos los que se apartan de tus mandamientos!
22 Aleja de mí el menosprecio y el desdén,
    pues yo cumplo tus estatutos.
23 Aun los poderosos se confabulan contra mí,
    pero este siervo tuyo medita en tus decretos.
24 Tus estatutos son mi deleite;
    son también mis consejeros.

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