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Historical

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La Palabra (Hispanoamérica) (BLPH)
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2 Reyes 1-4

Enfermedad y muerte de Ocozías

Después de la muerte de Ajab, Moab se sublevó contra Israel. Cierto día, Ocozías se cayó por la ventana del piso superior de su palacio en Samaría y quedó malherido. Entonces envió unos mensajeros a consultar a Baal Zebub, dios de Ecrón, si se iba a recuperar de sus heridas. Pero el ángel del Señor dijo a Elías, el tesbita:

— Sal al encuentro de los mensajeros del rey de Samaría y diles: “¿Es que no hay Dios en Israel, para que tengan que ir a consultar a Baal Zebub, dios de Ecrón? Por eso, así dice el Señor: No volverás a levantarte de la cama en que yaces, porque vas a morir”.

Elías cumplió el encargo. Los mensajeros regresaron ante el rey y él les preguntó:

— ¿Por qué han vuelto?

Nos salió al encuentro un hombre y nos dijo que nos volviéramos al rey que nos había enviado y que le dijéramos: “Así dice el Señor: ¿Es que no hay Dios en Israel, para que tengan que ir a consultar a Baal Zebub, dios de Ecrón? Por eso, no volverás a levantarte de la cama en que yaces, porque vas a morir”.

El rey les preguntó:

— ¿Qué aspecto tenía ese hombre que les salió al encuentro y les dijo eso?

Le respondieron:

— Era un hombre vestido de pieles, con un cinturón de cuero a la cintura.

El rey exclamó:

— ¡Es Elías, el de Tisbé!

Entonces envió contra él a un capitán con cincuenta hombres. Cuando llegó, Elías estaba sentado en la cima del monte. Entonces le dijo:

— Hombre de Dios, el rey ordena que bajes.

10 Elías le respondió:

— Si yo soy el hombre de Dios, que caiga un rayo del cielo y los consuma a ti y a tus cincuenta hombres.

Y al instante cayó un rayo del cielo que consumió al capitán y a sus cincuenta hombres. 11 El rey volvió a enviar a otro capitán con cincuenta hombres, que subió y dijo a Elías:

— Hombre de Dios, el rey ordena que bajes inmediatamente.

12 Elías le respondió:

— Si soy el hombre de Dios, que caiga un rayo del cielo y los consuma a ti y a tus cincuenta hombres.

Y al instante Dios lanzó un rayo desde el cielo, que consumió al capitán y a sus cincuenta hombres.

13 Por tercera vez el rey le envió a otro capitán con cincuenta hombres. Subió y cuando llegó, se arrodilló ante Elías y le suplicó:

— Hombre de Dios, respeta mi vida y la de estos cincuenta servidores tuyos. 14 Antes han caído rayos del cielo que han consumido a los dos capitanes anteriores y a sus hombres. Te ruego que ahora respetes mi vida.

15 El ángel del Señor dijo a Elías:

— Baja con él, no le tengas miedo.

Entonces Elías bajó con él a ver al rey 16 y le dijo:

— Así dice el Señor: Por haber enviado mensajeros a consultar a Baal Zebub, dios de Ecrón, como si en Israel no hubiera un Dios a quien consultar, no volverás a levantarte de la cama donde yaces, porque vas a morir.

17 Ocozías murió, de acuerdo con la palabra de Dios anunciada por Elías, y su hermano Jorán le sucedió como rey, en el año segundo de Jorán de Judá, pues Ocozías no tenía hijos. 18 El resto de la historia de Ocozías y cuanto hizo está escrito en el libro de los Anales de los Reyes de Israel.

Historia de Eliseo (2—8)

La ascensión de Elías

Cuando el Señor iba a ascender a Elías al cielo en el torbellino, Elías y Eliseo partieron de Guilgal. Elías dijo a Eliseo:

— Quédate aquí, pues el Señor me ha ordenado ir a Betel.

Pero Eliseo contestó:

— Juro por el Señor y por tu vida que no te abandonaré.

Bajaron a Betel y la comunidad de profetas que vivía allí salió a recibir a Eliseo y le dijo:

— ¿No sabes que el Señor te arrebatará hoy a tu maestro?

Él respondió:

— ¡Ya lo sé! ¡Cállense!

Luego Elías dijo a Eliseo:

— Quédate aquí, pues el Señor me ha ordenado ir a Jericó.

Pero Eliseo contestó:

— Juro por el Señor y por tu vida que no te abandonaré.

Fueron a Jericó y los profetas que vivían allí formando un grupo se acercaron a Eliseo y le dijeron:

— ¿No sabes que el Señor te arrebatará hoy a tu maestro?

Él respondió:

— ¡Ya lo sé! ¡Cállense!

Después le dijo Elías:

— Quédate aquí, pues el Señor me ha ordenado ir al Jordán.

Pero Eliseo contestó:

— Juro por el Señor y por tu vida que no te abandonaré.

Y se fueron los dos. Fueron también cincuenta profetas y se detuvieron a cierta distancia, frente a ellos. Ellos dos se detuvieron junto al Jordán. Entonces Elías agarró el manto, lo enrolló y golpeó con él las aguas, que se partieron por la mitad y ellos atravesaron por lo seco. Cuando cruzaron, Elías dijo a Eliseo:

— Pídeme lo que quieras, antes de que sea arrebatado de junto a ti.

Eliseo le dijo:

— Déjame recibir dos tercios de tu espíritu.

10 Elías respondió:

— ¡Me pides demasiado! Pero si logras verme cuando sea arrebatado de tu lado, lo tendrás. Si no me ves, no lo tendrás.

11 Mientras ellos seguían caminando y hablando, un carro de fuego tirado por caballos de fuego los separó y Elías subió al cielo en el torbellino. 12 Eliseo lo miraba y gritaba:

— ¡Padre mío, padre mío, carro y caballería de Israel!

Cuando dejó de verlo, rompió en dos su vestido, 13 recogió el manto que se le había caído a Elías, se volvió y se detuvo a orillas del Jordán. 14 Golpeó entonces las aguas con el manto que se le había caído a Elías y exclamó:

— ¿Dónde está el Señor, el Dios de Elías? ¿Dónde está?

Volvió a golpear las aguas, que se partieron por la mitad, y Eliseo las atravesó. 15 Cuando lo vieron los profetas de Jericó que estaban enfrente, exclamaron:

— ¡Eliseo lleva el espíritu de Elías!

Entonces fueron a su encuentro y se inclinaron ante él. 16 Luego le dijeron:

— Mira, entre tus servidores hay cincuenta valientes. Deja que vayan a buscar a tu maestro, no sea que el espíritu del Señor lo haya arrebatado y arrojado en algún monte o valle.

Pero Eliseo respondió:

— No los manden.

17 Pero le insistieron tanto que no tuvo más remedio que permitírselo. Enviaron a los cincuenta hombres que estuvieron buscándolo durante tres días, aunque no lo encontraron. 18 Cuando regresaron a Jericó, donde se había quedado Eliseo, este les dijo:

— ¿No les dije que no fueran?

Milagros de Eliseo

19 Los habitantes de Jericó dijeron a Eliseo:

— Mira, la situación de la ciudad es buena, como puedes ver. Pero el agua es mala y la tierra, estéril.

20 Eliseo les dijo:

— Tráiganme un plato nuevo con sal.

Cuando se lo llevaron, 21 Eliseo fue al manantial y echó en él la sal, diciendo:

— Así dice el Señor: He purificado estas aguas y no volverán a causar muerte ni esterilidad.

22 Y las aguas quedaron purificadas hasta el presente, conforme al oráculo pronunciado por Eliseo.

23 Eliseo marchó de allí a Betel y cuando iba subiendo por el camino, salieron de la ciudad unos chiquillos, que empezaron a burlarse de él, gritando:

— ¡Sube, calvo! ¡Sube, calvo!

24 Él se volvió y, cuando los vio, los maldijo en el nombre del Señor. Entonces salieron del bosque dos osos que despedazaron a cuarenta y dos chiquillos. 25 Eliseo marchó de allí al monte Carmelo y desde allí volvió a Samaría.

Jorán de Israel (852-841)

Jorán, hijo de Ajab, comenzó a reinar sobre Israel en Samaría el año décimo octavo del reinado de Josafat en Judá. Reinó durante doce años. Ofendió al Señor con sus acciones, aunque no tanto como su padre y su madre, pues suprimió la columna de Baal que había levantado su padre. Aún así, imitó los pecados que Jeroboán, hijo de Nabat, había hecho cometer a Israel y no se apartó de ellos.

Eliseo y la guerra contra Moab

Mesá, el rey de Moab, era pastor y pagaba al rey de Israel un tributo de cien mil corderos y cien mil carneros lanudos. Pero, cuando murió Ajab, el rey de Moab se sublevó contra el rey de Israel. El rey Jorán salió inmediatamente de Samaría, pasó revista a todo el ejército israelita y mandó decir a Josafat, rey de Judá:

— El rey de Moab se ha rebelado contra mí. ¿Quieres acompañarme a luchar contra Moab?

Él contestó:

— Sí, te acompaño. Yo, mi gente y mi caballería estamos a tu disposición.

Luego preguntó:

— ¿Qué camino tomamos?

Contestó:

— El camino del desierto de Edom.

Los reyes de Israel, Judá y Edom emprendieron la marcha y al cabo de siete días de camino faltó el agua para el ejército y para los animales que llevaban. 10 Entonces el rey de Israel exclamó:

— ¡Ay, que el Señor nos ha reunido a los tres reyes para entregarnos en poder de Moab!

11 Josafat preguntó:

— ¿No hay por aquí algún profeta a través del cual podamos consultar al Señor?

Uno de los servidores del rey de Israel respondió:

— Por aquí anda Eliseo, el hijo de Safat, que era asistente de Elías.

12 Josafat dijo:

— ¡Él anuncia la palabra del Señor!

Entonces el rey de Israel, Josafat y el rey de Edom bajaron a ver a Eliseo. 13 Y Eliseo dijo al rey de Israel:

— ¡No tengo nada que ver contigo! Consulta a los profetas de tu padre y de tu madre.

Pero el rey de Israel le contestó:

— No, pues ha sido el Señor quien nos ha reunido a los tres reyes para entregarnos en poder de Moab.

14 Eliseo contestó:

— Te juro por el Señor del universo, a quien sirvo, que si no fuera por respeto a Josafat, el rey de Judá, no te haría caso ni te miraría. 15 Ahora, tráiganme un músico.

Mientras el músico tocaba, el Señor se apoderó de Eliseo 16 y este dijo:

— El Señor manda que llenen de zanjas esta vaguada. 17 Pues, según dice el Señor, no se verá viento ni lluvia, pero esta vaguada se llenará de agua y podrán beber ustedes, sus ganados y sus animales. 18 Y por si esto no fuera suficiente, el Señor entregará a Moab en poder de ustedes 19 y destruirán todas las ciudades fortificadas e importantes, talarán todos los árboles frutales, cegarán todas las fuentes de agua y llenarán de piedras todas las tierras de cultivo.

20 A la mañana siguiente, a la hora de la ofrenda, empezó a venir agua de la parte de Edom y el terreno se inundó. 21 Cuando los moabitas se enteraron de que los reyes subían a atacarlos, movilizaron a toda la gente apta para la guerra y tomaron posiciones en la frontera. 22 Cuando se levantaron a la mañana siguiente, el sol reverberaba sobre el agua y a los moabitas, de lejos, las aguas les parecieron rojas como la sangre. 23 Entonces exclamaron:

— ¡Eso es sangre! Seguro que los reyes se han acuchillado y se han matado unos a otros. ¡Moabitas, al saqueo!

24 Cuando los moabitas llegaban al campamento de Israel, los israelitas les hicieron frente, derrotaron a Moab y los pusieron en fuga. Luego los israelitas penetraron en Moab y lo devastaron. 25 Destruyeron sus ciudades, lanzaron piedras a las tierras de cultivo, cegaron todas las fuentes de agua y talaron todos los árboles frutales. Sólo quedó en pie Quir Jaréset, pero los honderos la cercaron y la atacaron.

26 Cuando el rey de Moab vio que la batalla estaba perdida, tomó consigo a setecientos hombres armados con espadas y trató de abrir brecha por donde estaba el rey de Edom, pero no lo consiguió. 27 Entonces agarró a su hijo primogénito, el que debía sucederle como rey, y lo ofreció en holocausto sobre la muralla. El hecho causó tan gran indignación entre los israelitas, que levantaron el asedio y regresaron a su país.

El milagro del aceite

Una mujer, casada con uno de la comunidad de profetas, fue a suplicar a Eliseo:

— Mi marido, servidor tuyo, ha muerto; y tú sabes que era un hombre religioso. Ahora ha venido el acreedor a llevarse a mis dos hijos como esclavos. Eliseo le dijo:

— ¿Qué puedo hacer por ti? Dime qué tienes en casa.

Ella respondió:

— Sólo me queda en casa una alcuza de aceite.

Eliseo le dijo:

— Sal a pedir vasijas a todas tus vecinas, vasijas vacías en abundancia. Cuando vuelvas, te encierras en casa con tus hijos, empiezas a echar aceite en todas esas vasijas y pones aparte las llenas.

La mujer se marchó y se encerró en casa con sus hijos. Ellos le acercaban las vasijas, y ella echaba el aceite. Cuando llenó todas las vasijas, pidió a uno de sus hijos:

— Acércame otra vasija.

Pero él le dijo:

— Ya no quedan más.

Entonces se agotó el aceite. La mujer fue a contárselo al profeta y este le dijo:

— Ahora vende el aceite, paga a tu acreedor y con el resto podrán vivir tú y tus hijos.

Eliseo y la sunamita

Un día Eliseo pasó por Sunán y una mujer rica que vivía allí le insistió para que se quedase a comer. Desde entonces, cada vez que pasaba por allí, se detenía a comer. La mujer dijo a su marido:

— Mira, creo que ese que nos visita cada vez que pasa es un profeta santo. 10 Vamos a construirle en la terraza una habitación pequeña con una cama, una mesa, una silla y un candil, para que se aloje en ella cuando venga a visitarnos.

11 Un día que Eliseo llegó allí, subió a la terraza y se acostó en la habitación. 12 Luego dijo a su criado Guejazí:

— Llama a esa sunamita.

Él la llamó y cuando se presentó ante él, 13 Eliseo ordenó a su criado que le dijese:

— Ya que te has tomado todas estas molestias por nosotros, dinos qué podemos hacer por ti. ¿Necesitas pedir algo al rey o al jefe del ejército?

Pero ella respondió:

— Vivo a gusto entre mi gente.

14 Eliseo insistió:

— ¿Qué podríamos hacer por ella?

Entonces Guejazí sugirió:

— No sé. No tiene hijos y su marido es viejo.

15 Eliseo dijo:

— Llámala.

La llamó y ella se quedó en la puerta. 16 Eliseo le dijo:

— El año que viene por estas fechas estarás abrazando a un hijo.

Ella respondió:

— ¡No, señor mío, hombre de Dios! ¡No engañes a tu servidora!

17 Pero la mujer quedó embarazada y dio a luz un hijo al año siguiente por aquellas fechas, tal como le había anunciado Eliseo.

18 El niño creció. Un día, en que salió a ver a su padre que estaba con los segadores, 19 le dijo:

— ¡Se me estalla la cabeza!

El padre ordenó a un criado:

— Llévaselo a su madre.

20 El criado lo llevó a su madre y ella lo tuvo sentado en su regazo hasta el mediodía. Pero el niño murió. 21 La mujer lo subió, lo acostó en la cama del profeta, cerró la puerta y salió. 22 Luego llamó a su marido y le dijo:

— Mándame a un criado con una burra; quiero ir corriendo a ver al profeta y regresaré inmediatamente.

23 Él le preguntó:

— ¿Cómo es que vas a visitarlo hoy, si no es luna nueva ni sábado?

Ella contestó:

— No te preocupes.

24 La mujer aparejó la burra y ordenó a su criado:

— Llévame, camina y no me detengas hasta que yo te lo ordene.

25 Partió y llegó al monte Carmelo, donde estaba el profeta. Al verla de lejos, el profeta dijo a su criado Guejazí:

— Por ahí viene la sunamita. 26 Corre a su encuentro y pregúntale como están ella, su marido y su hijo.

Ella respondió:

— Estamos bien.

27 Cuando llegó al monte en donde estaba el profeta, ella se abrazó a sus pies. Guejazí se acercó para apartarla, pero el profeta le dijo:

— Déjala, que está llena de amargura. El Señor me lo había ocultado, sin hacérmelo saber.

28 Ella le dijo:

— ¿Acaso te pedí yo un hijo? ¿No te advertí que no me engañaras?

29 Eliseo ordenó a Guejazí:

— Prepárate, coge mi bastón y ponte en camino. Si encuentras a alguien, no lo saludes; y si alguien te saluda, no le respondas. Luego pones mi bastón en la cara del niño.

30 La madre del niño le dijo:

— Juro por el Señor y por tu vida, que no me iré sin ti.

Entonces Eliseo se levantó y partió detrás de ella. 31 Guejazí se les había adelantado y había puesto el bastón sobre la cara del niño, pero no obtuvo respuesta ni señales de vida. Entonces salió al encuentro de Eliseo y le dijo:

— El niño no ha despertado.

32 Eliseo entró en la casa y encontró al niño muerto y acostado en su cama. 33 Pasó a la habitación, cerró la puerta tras de sí y se puso a orar al Señor. 34 Luego se subió a la cama y se tendió sobre el niño, poniendo boca sobre boca, ojos sobre ojos y manos sobre manos. Mientras estaba tendido sobre él, el cuerpo del niño empezó a entrar en calor. 35 Eliseo se bajó y se puso a andar de un lado para otro. Luego volvió a subirse y a tenderse sobre él. Entonces el niño estornudó siete veces y abrió los ojos. 36 Entonces Eliseo llamó a Guejazí y le dijo:

— Llama a la sunamita.

La llamó, y ella se presentó ante Eliseo, que le dijo:

— Toma a tu hijo.

37 Ella se acercó, se echó a sus pies, le hizo una reverencia, tomó al niño y se fue.

La comida envenenada

38 Eliseo regresó a Guilgal y por entonces había mucha hambre en la región. Los profetas estaban sentados a su alrededor y él ordenó a su criado:

— Pon al fuego la olla grande y prepara un guiso para los profetas.

39 Uno de ellos salió al campo a recoger hierbas, encontró un arbusto silvestre y llenó su manto con sus frutos. Cuando volvió, los troceó y los echó a la olla del guisado sin saber lo que era. 40 Cuando sirvieron la comida a los hombres y probaron el guiso, se pusieron a gritar:

— ¡La comida está envenenada, hombre de Dios!

Y no pudieron comer. 41 Entonces Eliseo ordenó:

— Tráiganme harina.

La echó en la olla y dijo:

— Sirve a la gente, para que coman.

Y desapareció el veneno de la olla.

La multiplicación de los panes

42 Por entonces llegó un hombre de Baal Salisá a traer al profeta el pan de las primicias: veinte panes de cebada y grano nuevo en su alforja. Eliseo ordenó:

— Dáselo a la gente para que coma.

43 Pero el criado respondió:

— ¿Cómo puedo dar esto a cien personas?

Y Eliseo insistió:

— Dáselo a la gente, para que coma; pues el Señor ha dicho que comerán y sobrará.

44 Entonces el criado les sirvió, comieron y sobró, como había dicho el Señor.

La Palabra (Hispanoamérica) (BLPH)

La Palabra, (versión hispanoamericana) © 2010 Texto y Edición, Sociedad Bíblica de España