Read the Gospels in 40 Days
No juzguen a los demás
7 »No se conviertan en jueces de los demás, y así Dios no los juzgará a ustedes. 2 Si son muy duros para juzgar a otras personas, Dios será igualmente duro con ustedes. Él los tratará como ustedes traten a los demás.
3 »¿Por qué te fijas en lo malo que hacen otros, y no te das cuenta de las muchas cosas malas que haces tú? Es como si te fijaras que en el ojo del otro hay una basurita, y no te dieras cuenta de que en tu ojo hay una rama. 4 ¿Cómo te atreves a decirle a otro: “Déjame sacarte la basurita que tienes en el ojo”, si en tu ojo tienes una rama? 5 ¡Hipócrita! Primero saca la rama que tienes en tu ojo, y así podrás ver bien para sacar la basurita que está en el ojo del otro.
6 »No den a los perros las cosas que pertenecen a Dios, ni echen delante de los cerdos lo que para ustedes es más valioso. Los cerdos no sabrán apreciar su valor, y los perros pueden morderlos a ustedes.
Pedir, buscar y llamar
7 »Pidan a Dios, y él les dará. Hablen con Dios, y encontrarán lo que buscan. Llámenlo, y él los atenderá. 8 Porque el que confía en Dios recibe lo que pide, encuentra lo que busca y, si llama, es atendido.
9 »Nadie le da a su hijo una piedra, si él le pide pan. 10 Ni le da una serpiente, si le pide un pescado.
11 »Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, con mayor razón Dios, su Padre que está en el cielo, dará buenas cosas a quienes se las pidan.
12 »Traten a los demás como ustedes quieran ser tratados, porque eso nos enseña la Biblia.
La entrada estrecha
13 »Es muy fácil andar por el camino que lleva a la perdición,[a] porque es un camino ancho. ¡Y mucha gente va por ese camino! 14 Pero es muy difícil andar por el camino que lleva a la vida, porque es un camino muy angosto. Por eso, son muy pocos los que lo encuentran.
El árbol y su fruto
15 »¡Cuídense de los profetas mentirosos, que dicen que hablan de parte de Dios! Se presentan ante ustedes tan inofensivos como una oveja, pero en realidad son tan peligrosos como un lobo feroz. 16 Ustedes los podrán reconocer, pues no hacen nada bueno. Son como las espinas, que sólo te hieren. 17-18 El árbol bueno sólo produce frutos buenos y el árbol malo sólo produce frutos malos. 19 El árbol que no da buenos frutos se corta y se quema. 20 Así que ustedes reconocerán a esos mentirosos por el mal que hacen.
¡Cuidado!
21 »No todos los que dicen que yo soy su Señor y dueño entrarán en el reino de Dios. Eso no es suficiente; antes que nada deben obedecer los mandamientos de mi Padre, que está en el cielo. 22 Cuando llegue el día en que Dios juzgará a todo el mundo, muchos me dirán: “Señor y dueño nuestro, nosotros anunciamos de parte tuya el mensaje a otros. Y también usamos tu nombre para echar fuera demonios y para hacer milagros”. 23 Pero yo les diré: ¡Apártense de mí, gente malvada! ¡Yo no tengo nada que ver con ustedes!
Dos clases de personas
24 »El que escucha lo que yo enseño y hace lo que yo digo, es como una persona precavida que construyó su casa sobre piedra firme. 25 Vino la lluvia, y el agua de los ríos subió mucho, y el viento sopló con fuerza contra la casa. Pero la casa no se cayó, porque estaba construida sobre piedra firme.
26 »Pero el que escucha lo que yo enseño y no hace lo que yo digo es como una persona tonta que construyó su casa sobre la arena. 27 Vino la lluvia, y el agua de los ríos subió mucho, y el viento sopló con fuerza contra la casa. Y la casa se cayó y quedó totalmente destruida.»
28 Cuando Jesús terminó de hablar, todos los que escuchaban quedaron admirados de sus enseñanzas, 29 porque Jesús hablaba con toda autoridad, y no como los maestros de la Ley.
Jesús sana a un hombre
8 Después de que Jesús bajó de la montaña, mucha gente lo siguió. 2 De pronto, un hombre que tenía lepra se acercó a Jesús, se arrodilló delante de él y le dijo:
—Señor, yo sé que tú puedes sanarme.[b] ¿Quieres hacerlo?
3 Jesús puso la mano sobre él y le contestó:
—¡Quiero hacerlo! ¡Ya estás sano!
Y el hombre quedó sano de inmediato. 4 Después, Jesús le dijo:
—¡Escucha bien esto! No le digas a nadie lo que sucedió. Vete a donde está el sacerdote, y lleva la ofrenda que Moisés ordenó.[c] Así los sacerdotes serán testigos de que ya no tienes esa enfermedad.
Un capitán romano
5 En cierta ocasión, Jesús fue al pueblo de Cafarnaúm. Allí, se le acercó un capitán del ejército romano 6 y le dijo:
—Señor Jesús, mi sirviente está enfermo en casa. Tiene fuertes dolores y no puede moverse.
7 Entonces Jesús le dijo:
—Iré a sanarlo.
8 Pero el capitán respondió:
—Señor Jesús, yo no merezco que entre usted en mi casa. Basta con que ordene desde aquí que mi sirviente se sane y él quedará sano. 9 Porque yo sé lo que es dar órdenes y lo que es obedecer. Si yo le ordeno a uno de mis soldados que vaya a algún sitio, ese soldado va. Si a otro le ordeno que venga, él viene; y si mando a mi sirviente que haga algo, lo hace.
10 Jesús se quedó admirado al escuchar la respuesta del capitán. Entonces le dijo a la gente que lo seguía:
—¡Les aseguro que, en todo Israel, nunca había conocido a alguien que confiara tanto en mí como este extranjero! 11 Oigan bien esto: De todas partes del mundo vendrá gente que confía en Dios como confía este hombre. Esa gente participará en la gran cena que Dios dará en su reino. Se sentará a la mesa con sus antepasados Abraham, Isaac y Jacob. 12 Pero los que habían sido invitados primero a participar en el reino de Dios, serán echados fuera, a la oscuridad. Allí llorarán de dolor y les rechinarán de terror los dientes.
13 Luego Jesús le dijo al capitán:
—Regresa a tu casa, y que todo suceda tal como has creído.
En ese mismo instante, su sirviente quedó sano.
Jesús sana a mucha gente
14 Jesús fue a casa de Pedro y encontró a la suegra de éste en cama, con mucha fiebre. 15 Jesús la tocó en la mano y la fiebre se le quitó. Entonces ella se levantó y le dio de comer a Jesús.
16 Al anochecer, la gente llevó a muchas personas que tenían demonios. Jesús echó a los demonios con una sola palabra, y también sanó a todos los enfermos que estaban allí.
17 Así, Dios cumplió su promesa, tal como lo había anunciado el profeta Isaías en su libro: «Él nos sanó de nuestras enfermedades».
Los que querían seguir a Jesús
18 Jesús vio que mucha gente lo rodeaba. Por eso, ordenó a sus discípulos que lo acompañaran al otro lado del Lago de Galilea. 19 Cuando llegaron allá, un maestro de la Ley se le acercó y le dijo:
—Maestro, yo te acompañaré a dondequiera que vayas.
20 Jesús le contestó:
—Las zorras tienen cuevas y las aves tienen nidos, pero yo, el Hijo del hombre, no tengo un lugar donde descansar.
21 Otro de sus discípulos le dijo después:
—Señor, dame permiso para ir primero a enterrar a mi padre; luego te seguiré.
22 Jesús le contestó:
—¡Deja que los muertos[d] entierren a sus muertos! ¡Tú, sígueme!
La gran tormenta
23 Jesús subió a la barca y se fue con sus discípulos. 24 Todavía estaban navegando cuando se desató una tormenta tan fuerte que las olas se metían en la barca. Mientras tanto, Jesús dormía. 25 Entonces sus discípulos fueron a despertarlo:
—¡Señor Jesús, sálvanos, porque nos hundimos!
26 Jesús les dijo:
—¿Por qué están tan asustados? ¡Qué poco confían ustedes en Dios!
Jesús se levantó y les ordenó al viento y a las olas que se calmaran, y todo quedó muy tranquilo. 27 Los discípulos preguntaban asombrados:
—¿Quién será este hombre, que hasta el viento y las olas lo obedecen?
Dos hombres con muchos demonios
28 Cuando Jesús llegó a la región de Gadara, que está a la otra orilla del lago, dos hombres que tenían demonios salieron de entre las tumbas. Eran tan peligrosos que nadie podía pasar por ese camino. Cuando los dos hombres se acercaron a Jesús, 29 los demonios gritaron:
—¡Jesús, Hijo de Dios!, ¿qué vas a hacernos? ¿Vas a castigarnos antes del juicio final?
30 No muy lejos de allí había muchos cerdos, y 31 los demonios le suplicaron a Jesús:
—Si nos sacas de estos hombres, déjanos entrar en esos cerdos.
32 Jesús les dijo:
—Entren en ellos.
Los demonios salieron de los dos hombres y entraron en los cerdos. Entonces todos los cerdos corrieron sin parar, hasta que cayeron en el lago, donde se ahogaron.
33 Los hombres que cuidaban los cerdos huyeron al pueblo. Allí contaron lo que había pasado con los cerdos y con los dos hombres que habían tenido demonios. 34 La gente del pueblo fue a ver a Jesús, y le rogaron que se marchara de aquella región.
El hombre que no podía caminar
9 Después de esto, Jesús subió a una barca y cruzó al otro lado del lago para llegar al pueblo de Cafarnaúm, donde vivía. 2 Allí, algunas personas le llevaron a un hombre acostado en una camilla, pues no podía caminar. Al ver Jesús que estas personas confiaban en él, le dijo al hombre: «¡Ánimo, amigo! Te perdono tus pecados.»
3 Algunos de los maestros de la Ley, que estaban en aquel lugar, pensaron: «¿Qué se cree éste? ¿Se imagina que es Dios? ¡Qué equivocado está!»
4 Pero Jesús se dio cuenta de lo que estaban pensando, así que les preguntó: «¿Por qué piensan algo tan malo? 5 Díganme: ¿qué es más fácil? ¿Perdonar a este enfermo, o sanarlo? 6 Pues voy a demostrarles que yo, el Hijo del hombre, tengo poder en la tierra para perdonar pecados.»
Entonces Jesús le dijo al que no podía caminar: «Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.»
7 El hombre se levantó y se fue a su casa. 8 Cuando la gente vio esto, quedó muy impresionada y alabó a Dios por haber dado ese poder a los seres humanos.
Jesús llama a Mateo
9 Cuando Jesús salió de allí, vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado cobrando impuestos para el gobierno de Roma. Entonces Jesús le dijo: «Sígueme».
Mateo se levantó y lo siguió.
10 Ese mismo día, Jesús y sus discípulos fueron a comer a casa de Mateo. Allí también estaban comiendo otros cobradores de impuestos y gente de mala fama. 11 Cuando algunos fariseos vieron a toda esa gente, les preguntaron a los discípulos:
—¿Por qué su maestro come con cobradores de impuestos y con pecadores?
12 Jesús oyó lo que decían los fariseos y les dijo:
—Los que necesitan del médico son los enfermos, no los que están sanos. 13 Mejor vayan y traten de averiguar lo que Dios quiso decir con estas palabras: “Prefiero que sean compasivos con la gente, y no que me traigan ofrendas”. Yo vine a invitar a los pecadores para que sean mis discípulos, no a los que se creen buenos.
Jesús enseña sobre el ayuno
14 Los discípulos de Juan el Bautista fueron a ver a Jesús y le preguntaron:
—Nosotros y los fariseos ayunamos mucho. ¿Por qué tus discípulos no hacen lo mismo?
15 Jesús les respondió:
—En una boda, los invitados no están tristes mientras el novio está con ellos. Pero llegará el momento en que se lleven al novio. Entonces los invitados ayunarán.[e]
16 »Si un vestido viejo se rompe, no se le pone un parche de tela nueva. Porque al lavarse el vestido viejo, la tela nueva se encoge y rompe todo el vestido; y entonces el daño es mayor.
17 »Tampoco se echa vino nuevo en recipientes viejos, porque cuando el vino nuevo fermenta, hace que se reviente el cuero viejo; así se pierde el vino nuevo, y se destruyen los recipientes. Por eso, hay que echar vino nuevo en recipientes de cuero nuevo. De ese modo, ni el vino ni los recipientes se pierden.
Una niña muerta y una mujer enferma
18 Mientras Jesús hablaba, llegó un jefe de los judíos, se arrodilló delante de él y le dijo: «¡Mi hija acaba de morir! Pero si tú vienes y pones tu mano sobre ella, volverá a vivir.»
19 Jesús se levantó y se fue con él. Sus discípulos también lo acompañaron.
20-21 En el camino, pasaron por donde estaba una mujer que había estado enferma durante doce años. Su enfermedad le hacía perder mucha sangre. Al verlos pasar, la mujer pensó: «Si tan sólo pudiera tocar el manto de Jesús, con eso quedaría sana.» Entonces se acercó a Jesús por detrás y tocó su manto. 22 Jesús se dio vuelta, vio a la mujer y le dijo: «Ya no te preocupes, tu confianza en Dios te ha sanado.»
Y desde ese momento la mujer quedó sana.
23 Jesús siguió su camino hasta la casa del jefe judío. Cuando llegó, vio a los músicos preparados para el entierro, y a mucha gente llorando a gritos. 24 Jesús les dijo: «Salgan de aquí. La niña no está muerta, sino dormida.»
La gente se rió de Jesús. 25 Pero una vez que sacaron a todos, Jesús entró, tomó de la mano a la niña, y ella se levantó.
26 Todos en esa región supieron lo que había pasado.
Jesús sana a dos ciegos
27 Cuando Jesús salió de allí, dos ciegos lo siguieron y comenzaron a gritarle:
—¡Jesús, tú que eres el Mesías, ten compasión de nosotros!
28 Los ciegos siguieron a Jesús hasta la casa. Y cuando ya estaban adentro, Jesús les preguntó:
—¿Creen ustedes que puedo sanarlos?
Ellos respondieron:
—Sí, Señor; lo creemos.
29 Entonces Jesús les tocó los ojos y dijo:
—Por haber confiado en mí, serán sanados.
30 De inmediato, los ciegos pudieron volver a ver. Pero Jesús les ordenó:
—No le cuenten a nadie lo que pasó.
31 Sin embargo, ellos salieron y le contaron a toda la gente de aquella región lo que Jesús había hecho.
Jesús sana a un mudo
32 Después de que aquellos hombres salieron de la casa, unas personas le trajeron a Jesús un hombre que no podía hablar porque tenía un demonio. 33 Cuando Jesús expulsó al demonio, el hombre pudo hablar. La gente que estaba allí se quedó asombrada, y decía: «¡Nunca se había visto algo así en Israel!»
34 Pero los fariseos decían: «Si Jesús expulsa a los demonios, es porque el jefe mismo de todos los demonios le da ese poder.»
Jesús tiene compasión de la gente
35 Jesús recorría todos los pueblos y las ciudades. Enseñaba en las sinagogas, anunciaba las buenas noticias del reino de Dios, y sanaba a la gente que sufría de dolores y de enfermedades. 36 Y al ver la gran cantidad de gente que lo seguía, Jesús sintió mucha compasión, porque vio que era gente confundida, que no tenía quien la defendiera. ¡Parecían un rebaño de ovejas sin pastor!
37 Jesús les dijo a sus discípulos: «Son muchos los que necesitan entrar al reino de Dios, pero son muy pocos los discípulos para anunciarles las buenas noticias. 38 Por eso, pídanle a Dios que envíe más discípulos, para que compartan las buenas noticias con toda esa gente.»
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