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Read the Gospels in 40 Days

Read through the four Gospels--Matthew, Mark, Luke, and John--in 40 days.
Duration: 40 days
Traducción en lenguaje actual (TLA)
Version
Lucas 4-6

Jesús vence al diablo

El Espíritu de Dios llenó a Jesús con su poder. Y cuando Jesús se alejó del río Jordán, el Espíritu lo guió al desierto.

Allí, durante cuarenta días, el diablo trató de hacerlo caer en sus trampas, y en todo ese tiempo Jesús no comió nada.[a] Cuando pasaron los cuarenta días, Jesús sintió hambre.

Entonces el diablo le dijo:

—Si en verdad eres el Hijo de Dios, ordena que estas piedras se conviertan en pan.

Jesús le contestó:

—La Biblia dice: “No sólo de pan vive la gente”.

Después el diablo llevó a Jesús a un lugar alto. Desde allí, en un momento, le mostró todos los países más ricos y poderosos del mundo, y le dijo:

—Todos estos países me los dieron a mí, y puedo dárselos a quien yo quiera. Yo te haré dueño de todos ellos, si te arrodillas delante de mí y me adoras.

Jesús le respondió:

—La Biblia dice: “Adoren a Dios, y obedézcanlo sólo a él.”

Finalmente, el diablo llevó a Jesús a la ciudad de Jerusalén, hasta la parte más alta del templo, y allí le dijo:

—Si en verdad eres el Hijo de Dios, tírate desde aquí, 10 pues la Biblia dice:

“Dios mandará a sus ángeles
para que te cuiden.
11 Ellos te sostendrán,
para que no te lastimes los pies
contra ninguna piedra.”

12 Jesús le contestó:

—La Biblia también dice: “Nunca trates de hacer caer a Dios en una trampa.”

13 El diablo le puso a Jesús todas las trampas posibles, y como ya no encontró más qué decir, se alejó de él por algún tiempo.

Jesús comienza su trabajo

14-15 Jesús regresó a la región de Galilea lleno del poder del Espíritu de Dios. Iba de lugar en lugar enseñando en las sinagogas, y toda la gente hablaba bien de él. Y así Jesús pronto llegó a ser muy conocido en toda la región. 16 Después volvió a Nazaret, el pueblo donde había crecido.

Un sábado, como era su costumbre, fue a la sinagoga. Cuando se levantó a leer, 17 le dieron el libro del profeta Isaías. Jesús lo abrió y leyó:

18 «El Espíritu de Dios está sobre mí,
porque me eligió y me envió
para dar buenas noticias a los pobres,
para anunciar libertad a los prisioneros,
para devolverles la vista a los ciegos,
para rescatar a los que son maltratados
19 y para anunciar a todos que:
“¡Éste es el tiempo que Dios eligió
para darnos salvación!”»

20 Jesús cerró el libro, lo devolvió al encargado y se sentó. Todos los que estaban en la sinagoga se quedaron mirándolo. 21 Entonces Jesús les dijo: «Hoy se ha cumplido ante ustedes esto que he leído.»

22 Todos hablaban bien de Jesús, pues se admiraban de lo agradables que eran sus enseñanzas. La gente preguntaba:

—¿No es éste el hijo de José?

23 Jesús les respondía:

—Sin duda ustedes me recitarán este dicho: “¡Médico, primero cúrate a ti mismo!”

»Ustedes saben todo lo que he hecho en Cafarnaúm, y por eso ahora me pedirán que haga aquí lo mismo. 24 Pero les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su propio pueblo. 25 Hace muchos años, cuando aún vivía el profeta Elías, no llovió durante tres años y medio, y la gente se moría de hambre. 26 Y aunque había en Israel muchas viudas, Dios no envió a Elías para ayudarlas a todas, sino solamente a una viuda del pueblo de Sarepta, cerca de la ciudad de Sidón. 27 En ese tiempo, también había en Israel muchas personas enfermas de lepra, pero Eliseo sanó solamente a Naamán, que era del país de Siria.

28 Al oír eso, los que estaban en la sinagoga se enojaron muchísimo. 29 Entonces sacaron de allí a Jesús, y lo llevaron a lo alto de la colina donde estaba el pueblo, pues querían arrojarlo por el precipicio. 30 Pero Jesús pasó en medio de ellos, y se fue de Nazaret.

El hombre con un espíritu malo

31 Jesús se fue al pueblo de Cafarnaúm, en la región de Galilea. Allí se puso a enseñar un día sábado. 32 Todos estaban admirados de sus enseñanzas, porque les hablaba con autoridad.

33 En la sinagoga había un hombre que tenía un espíritu malo. El espíritu le gritó a Jesús:

34 —¡Jesús de Nazaret! ¿Qué quieres hacer con nosotros? ¿Acaso vienes a destruirnos? Yo sé quién eres tú. ¡Eres el Hijo de Dios![b]

35 Jesús reprendió al espíritu malo y le dijo:

—¡Cállate, y sal de este hombre!

Delante de todos, el espíritu malo arrojó al hombre al suelo, y salió de él sin hacerle daño.

36 La gente se asombró mucho, y decía: «¿Qué clase de poder tiene este hombre? Con autoridad y poder les ordena a los espíritus malos que salgan, ¡y ellos lo obedecen!»

37 En toda aquella región se hablaba de Jesús y de lo que él hacía.

Jesús sana a mucha gente

38 Jesús salió de la sinagoga y fue a la casa de Simón.

Cuando entró en la casa, le contaron que la suegra de Simón estaba enferma, y que tenía mucha fiebre. 39 Jesús fue a verla, y ordenó que la fiebre se le quitara. La fiebre se le quitó, y la suegra de Simón se levantó y les dio de comer a los que estaban en la casa.

40 Al anochecer, la gente le llevó a Jesús muchas personas con diferentes enfermedades. Jesús puso sus manos sobre los enfermos, y los sanó. 41 Los demonios que salían de la gente gritaban:

—¡Tú eres el Hijo de Dios!

Pero Jesús reprendía a los demonios y no los dejaba hablar, porque ellos sabían que él era el Mesías.

Jesús anuncia las buenas noticias

42 Al amanecer, Jesús salió de la ciudad y fue a un lugar solitario. Sin embargo, la gente lo buscaba y le pedía que no se fuera del pueblo. 43 Pero Jesús les dijo: «Dios me ha enviado a anunciar a todos las buenas noticias de su reino. Por eso debo ir a otros poblados.»

44 Entonces Jesús fue a las sinagogas de todo el país, y allí anunciaba las buenas noticias.

Una pesca milagrosa

Una vez Jesús estaba a la orilla del Lago de Galilea, y la gente se amontonó alrededor de él para escuchar el mensaje de Dios. Jesús vio dos barcas en la playa. Estaban vacías porque los pescadores estaban lavando sus redes. Una de esas barcas era de Simón Pedro. Jesús subió a ella y le pidió a Pedro que la alejara un poco de la orilla. Luego se sentó[c] en la barca, y desde allí comenzó a enseñar a la gente.

Cuando Jesús terminó de enseñarles, le dijo a Pedro:

—Lleva la barca a la parte honda del lago, y lanza las redes para pescar.

Pedro respondió:

—Maestro, toda la noche estuvimos trabajando muy duro y no pescamos nada. Pero, si tú lo mandas, voy a echar las redes.

Hicieron lo que Jesús les dijo, y fueron tantos los pescados que recogieron, que las redes estaban a punto de romperse. Entonces hicieron señas a los compañeros de la otra barca, para que fueran enseguida a ayudarlos. Eran tantos los pescados que, entre todos, llenaron las dos barcas. Y las barcas estaban a punto de hundirse.

Al ver esto, Pedro se arrodilló delante de Jesús y le dijo:

—¡Señor, apártate de mí, porque soy un pecador!

9-10 Santiago y Juan, que eran hijos de Zebedeo, Pedro y todos los demás, estaban muy asombrados por la pesca tan abundante. Pero Jesús le dijo a Pedro:

—No tengas miedo. De hoy en adelante, en lugar de pescar peces, voy a enseñarte a ganar seguidores para mí.

11 Los pescadores llevaron las barcas a la orilla, dejaron todo lo que llevaban, y se fueron con Jesús.

Jesús sana a un hombre

12 Un día, Jesús estaba en un pueblo. De pronto llegó un hombre que estaba enfermo de lepra, se inclinó delante de Jesús hasta tocar el suelo con la frente, y le suplicó:

—Señor, yo sé que tú puedes sanarme.[d] ¿Quieres hacerlo?

13 Jesús extendió la mano, tocó al enfermo y le dijo:

—¡Sí quiero! ¡Queda sano!

De inmediato, el hombre quedó completamente sano. 14 Después, Jesús le dijo:

—No le digas a nadie lo que sucedió. Ve con el sacerdote y lleva la ofrenda que Moisés ordenó;[e] así los sacerdotes verán que ya no estás enfermo.

15 Jesús se hacía cada vez más famoso. Mucha gente se reunía para escuchar su mensaje, y otros venían para que él los sanara. 16 Pero Jesús siempre buscaba un lugar para estar solo y orar.

El hombre que no podía caminar

17 En cierta ocasión, Jesús estaba enseñando en una casa. Allí estaban sentados algunos fariseos y algunos maestros de la Ley. Habían venido de todos los pueblos de Galilea, de Judea, y de la ciudad de Jerusalén, para oír a Jesús.

Y como Jesús tenía el poder de Dios para sanar enfermos, 18 llegaron unas personas con una camilla, en la que llevaban a un hombre que no podía caminar. Querían poner al enfermo delante de Jesús, 19 pero no podían entrar en la casa porque en la entrada había mucha gente. Entonces subieron al techo[f] y abrieron allí un agujero. Por ese agujero bajaron al enfermo en la camilla, hasta ponerlo en medio de la gente, delante de Jesús.

20 Cuando Jesús vio la gran confianza que aquellos hombres tenían en él, le dijo al enfermo: «¡Amigo, te perdono tus pecados!»

21 Los maestros de la Ley y los fariseos pensaron: «¿Y éste quién se cree que es? ¡Qué barbaridades dice contra Dios! ¡Sólo Dios puede perdonar pecados!»

22 Jesús se dio cuenta de lo que estaban pensando, y les preguntó: «¿Por qué piensan así? 23 Díganme: ¿qué es más fácil? ¿Perdonar a este enfermo, o sanarlo? 24 Pues voy a demostrarles que yo, el Hijo del hombre, tengo autoridad aquí en la tierra para perdonar pecados.»

Entonces le dijo al hombre que no podía caminar: «Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.»

25 En ese mismo instante, y ante la mirada de todos, el hombre se levantó, tomó la camilla y se fue a su casa alabando a Dios.

26 Todos quedaron admirados y llenos de temor, y comenzaron a alabar a Dios diciendo: «¡Qué cosas tan maravillosas hemos visto hoy!»

Jesús llama a Mateo

27 Después de esto, Jesús se fue de aquel lugar. En el camino vio a un hombre llamado Mateo, que estaba cobrando impuestos para el gobierno de Roma. Jesús le dijo: «Sígueme».

28 Mateo se levantó, dejó todo lo que tenía, y lo siguió.

29 Ese mismo día, Mateo ofreció en su casa una gran fiesta en honor de Jesús. Allí estaban comiendo muchos cobradores de impuestos y otras personas. 30 Algunos fariseos y maestros de la Ley comenzaron a hablar contra los discípulos de Jesús, y les dijeron:

—¿Por qué comen ustedes con los cobradores de impuestos y con toda esta gente mala?

31 Jesús les respondió:

—Los que necesitan del médico son los enfermos, no los que están sanos. 32 Yo vine a invitar a los pecadores para que regresen a Dios, no a los que se creen buenos.

Jesús enseña sobre el ayuno

33 Algunas personas le dijeron a Jesús:

—Los discípulos de Juan el Bautista y los seguidores de los fariseos siempre dedican tiempo para ayunar y para orar. Tus discípulos, en cambio, nunca dejan de comer y de beber.

34 Jesús les respondió:

—Los invitados a una fiesta de bodas no ayunan mientras el novio está con ellos. 35 Pero llegará el momento en que se lleven al novio, y entonces los invitados ayunarán.

36 Jesús también les puso esta comparación:

«Si un vestido viejo se rompe, nadie corta un pedazo de un vestido nuevo para remendar el viejo. Si lo hace, echa a perder el vestido nuevo. Además, el remiendo nuevo se verá feo en el vestido viejo.

37 »Tampoco se echa vino nuevo en recipientes viejos porque, cuando el vino nuevo fermente, hará que reviente el cuero viejo. Entonces se perderá el vino nuevo, y los recipientes se destruirán. 38 Por eso, hay que echar vino nuevo en recipientes de cuero nuevo.

39 »Además, si una persona prueba el vino viejo, ya no quiere beber vino nuevo, porque habrá aprendido que el viejo es mejor.»

Los discípulos arrancan espigas de trigo

Un sábado, Jesús y sus discípulos caminaban por un campo sembrado de trigo. Los discípulos comenzaron a arrancar espigas y a frotarlas entre las manos, para sacar el trigo y comérselo.[g]

Los fariseos vieron a los discípulos hacer esto, y dijeron:

—¿Por qué desobedecen la ley? ¡Está prohibido hacer eso en el día de descanso!

Jesús les respondió:

—¿No han leído ustedes en la Biblia lo que hizo el rey David, cuando él y sus compañeros tuvieron hambre? David entró en la casa de Dios, tomó el pan sagrado, que sólo los sacerdotes tenían permiso de comer, y se lo comieron él y sus compañeros. Yo, el Hijo del hombre, soy quien decide lo que puede hacerse, y lo que no puede hacerse, en el día de descanso.

Jesús sana a un hombre en sábado

Otro sábado, Jesús fue a la sinagoga para enseñar. Allí estaba un hombre que tenía tullida la mano derecha.

Los fariseos y los maestros de la Ley estaban vigilando a Jesús, para ver si sanaba la mano de aquel hombre. Si lo hacía, podrían acusarlo de trabajar en el día de descanso.

Jesús se dio cuenta de lo que ellos estaban pensando, así que llamó al hombre que no podía mover la mano y le dijo: «Levántate, y párate en medio de todos.»

El hombre se levantó y se paró en el centro.

Luego Jesús dijo a todos los que estaban allí: «Voy a hacerles una pregunta: “¿Qué es correcto hacer en día de descanso? ¿Hacer el bien, o hacer el mal? ¿Salvar una vida o destruirla?”»

10 Y después de mirar a todos, Jesús le dijo al hombre: «Extiende la mano».

El hombre la extendió, y la mano le quedó sana.

11 Pero aquellos hombres se enojaron muchísimo y comenzaron a hacer planes contra Jesús.

Jesús elige a doce apóstoles

12 En aquellos días, Jesús subió a una montaña para orar. Allí pasó toda la noche hablando con Dios. 13 Al día siguiente, llamó a sus seguidores y eligió a doce de ellos. A estos doce Jesús los llamó apóstoles. 14 Ellos eran Simón, a quien llamó Pedro, y su hermano Andrés; Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, 15 Mateo y Tomás; Santiago hijo de Alfeo, y Simón, que era miembro del partido de los patriotas; 16 Judas hijo de Santiago, y Judas Iscariote, el que después traicionó a Jesús.

Jesús enseña y sana

17 Jesús y los doce apóstoles bajaron de la montaña y se fueron a una llanura. Allí se habían reunido muchos de sus seguidores. También estaban allí muchas personas de la región de Judea, de Jerusalén y de las ciudades de Tiro y Sidón.[h] 18 Habían llegado para que Jesús los escuchara y los sanara de sus enfermedades. Los que tenían espíritus malos también quedaron sanos. 19 Todos querían tocar a Jesús, porque sabían que el poder que salía de él los sanaría.

Bendiciones

20 Jesús miró fijamente a sus discípulos y les dijo:

«Dios los bendecirá a ustedes,
los que son pobres,
porque el reino de Dios
les pertenece.

21 »Dios los bendecirá a ustedes,
los que ahora pasan hambre,
porque tendrán comida suficiente.

»Dios los bendecirá a ustedes,
los que ahora están tristes,
porque después vivirán alegres.

22 »Dios los bendecirá a ustedes cuando la gente los odie o los insulte, o cuando sean rechazados y nadie quiera convivir con ustedes. La gente los tratará así sólo porque me obedecen a mí, el Hijo del hombre. 23 Siéntanse felices, salten de alegría, porque Dios ya les tiene preparado un premio muy grande. Hace mucho tiempo, su propia gente también trató muy mal a los profetas.»

Maldiciones

24 Jesús miró a los otros y les dijo:

«¡Qué mal les va a ir a ustedes,
los que son ricos,
pues ahora viven cómodos y tranquilos!

25 »¡Qué mal les va a ir a ustedes,
los que tienen mucho que comer,
porque pasarán hambre!

»¡Qué mal les va a ir a ustedes,
los que ahora ríen,
porque sabrán lo que es llorar
y estar tristes!

26 »¡Qué mal les va a ir a ustedes, los que siempre reciben halagos! Hace mucho tiempo, su propia gente también halagó a los profetas mentirosos.

Amar a los enemigos

27 »Escuchen bien lo que tengo que decirles: Amen a sus enemigos, y traten bien a quienes los maltraten. 28 A quienes los insulten, respóndanles con buenas palabras. Si alguien los rechaza, oren por esa persona. 29 Si alguien les da una bofetada en una mejilla, pídanle que les pegue en la otra. Si alguien quiere quitarles el abrigo, dejen que también se lleve la camisa. 30 Si alguien les pide algo, dénselo. Si alguien les quita algo, no le pidan que lo devuelva. 31 Traten a los demás como les gustaría que los demás los trataran a ustedes.

32 »Si sólo aman a la gente que los ama, no hacen nada extraordinario. ¡Hasta los pecadores hacen eso! 33 Y si sólo tratan bien a la gente que los trata bien, tampoco hacen nada extraordinario. ¡Hasta los pecadores hacen eso! 34 Si ustedes les prestan algo sólo a los que pueden darles también algo, no hacen nada que merezca ser premiado. Los pecadores también se prestan unos a otros, esperando recibir muchas ganancias.

35 »Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada a cambio. Si lo hacen, el Dios altísimo les dará un gran premio, y serán sus hijos. Dios es bueno hasta con la gente mala y desagradecida. 36 Ustedes deben ser compasivos con todas las personas, así como Dios, su Padre, es compasivo con todos.»

No juzguen a los demás

37 Jesús también les dijo:

«No se conviertan en jueces de los demás, y Dios no los juzgará a ustedes. No sean duros con los demás, y Dios no será duro con ustedes. Perdonen a los demás y Dios los perdonará a ustedes. 38 Denles a otros lo necesario, y Dios les dará a ustedes lo que necesiten. En verdad, Dios les dará la misma medida que ustedes den a los demás. Si dan trigo, recibirán una bolsa llena de trigo, bien apretada y repleta, sin que tengan que ir a buscarla.»

39 Jesús también les puso esta comparación:

«Un ciego no puede guiar a otro ciego, porque los dos caerían en el mismo hueco. 40 El alumno no sabe más que su maestro; pero, cuando termine sus estudios, sabrá lo mismo que él.

41 »¿Por qué te fijas en lo malo que hacen otros, y no te das cuenta de las muchas cosas malas que haces tú? Es como si te fijaras que en el ojo de alguien hay una basurita, y no te dieras cuenta de que en el tuyo hay una rama. 42 ¿Cómo te atreves a decirle al otro: “Déjame sacarte la basurita que tienes en el ojo”, si en el tuyo tienes una rama? ¡Hipócrita! Saca primero la rama que tienes en tu ojo, y así podrás ver bien para sacar la basurita que está en el ojo del otro.»

El árbol y su fruto

43 Jesús también les dijo:

«Ningún árbol bueno produce frutos malos, y ningún árbol malo produce frutos buenos. 44 Cada árbol se conoce por los frutos que produce. De una planta de espinos no se pueden recoger higos ni uvas. 45 La gente buena siempre hace el bien, porque el bien habita en su corazón. La gente mala siempre hace el mal, porque en su corazón está el mal. Las palabras que salen de tu boca muestran lo que hay en tu corazón.»

Dos clases de personas

46 Jesús continuó diciendo:

«Ustedes dicen que yo soy su Señor y su dueño, pero no hacen lo que yo les ordeno. 47 Si alguien se acerca a mí, y escucha lo que yo enseño y me obedece, 48 es como el que construyó su casa sobre la roca. Hizo un hoyo profundo, hasta encontrar la roca, y allí puso las bases. Cuando vino una inundación, la corriente de agua pegó muy fuerte contra la casa. Pero la casa no se movió, porque estaba bien construida.

49 »En cambio, el que escucha lo que yo enseño y no me obedece, es como el que construyó su casa sobre terreno blando. Vino la corriente de agua y pegó muy fuerte contra la casa; la casa enseguida se vino abajo y se hizo pedazos.»