Bible in 90 Days
El milagro de la comida
38 Eliseo regresó a Guilgal. Había hambre en la tierra. Un día, mientras enseñaba a los jóvenes profetas, le dijo a Guiezi:
―Haz un guiso para que cenen estos hombres.
39 Uno de los jóvenes fue al campo a buscar verduras y regresó con algunas calabazas silvestres, las partió y las puso en una olla, sin saber que eran venenosas. 40 Pero después que los hombres comieron un poco, gritaron:
―¡Señor, el guiso de la olla es venenoso!
41 ―Tráiganme un poco de harina —dijo Eliseo.
La puso dentro de la olla, y dijo:
―Ya todo está bien, así que pueden servirle a todos para que coman.
Así que todos comieron, sin sufrir ningún daño.
Alimentación de cien hombres
42 Un día, un hombre de Baal Salisá le llevó a Eliseo una bolsa con veinte panes de cebada, hechos con los primeros granos de la cosecha. Eliseo le dijo a Guiezi que repartiera los panes entre los jóvenes profetas para que comieran.
43 ―¿Qué? —exclamó Guiezi—. ¿Darle de comer a cien hombres con sólo esto? Pero Eliseo le dijo:
―Hazlo, porque el Señor dice que habrá suficiente para todos, y que aun sobrará.
44 Y sucedió exactamente como el Señor había dicho.
Eliseo sana a Naamán
5 El rey de Siria sentía mucha admiración por Naamán, comandante en jefe de su ejército, porque había conducido a sus soldados a muchas victorias gloriosas. Era un gran héroe, pero estaba leproso. 2 Los sirios habían invadido a Israel en varias ocasiones y habían llevado muchos cautivos, entre los cuales había una niña que había sido dada como esclava a la esposa de Naamán. 3 Un día la niña le dijo a su ama: «Me gustaría que mi amo fuera a ver al profeta que vive en Samaria. Estoy segura de que él lo puede sanar de la lepra».
4 Naamán le contó al rey lo que la niña había dicho.
5 ―Ve y visita al profeta —le dijo el rey—. Yo te daré una carta de presentación para que se la entregues al rey de Israel.
Naamán emprendió la marcha. Llevaba consigo regalos: treinta mil monedas de plata, seis mil monedas de oro y diez mudas de ropa. 6 La carta dirigida al rey de Israel decía: «El hombre que lleva esta carta es mi siervo Naamán. Quiero que lo sanes de la lepra».
7 Cuando el rey de Israel leyó la carta, rasgó su ropa, y dijo: «¡Este hombre me manda a un leproso para que lo sane! ¿Acaso soy Dios, para matar y dar la vida? ¡Ese rey solo está buscando un pretexto para invadirnos nuevamente!».
8 Pero cuando el profeta Eliseo oyó lo que le ocurría al rey de Israel, le envió este mensaje: «¿Por qué estás tan confundido? Envíame a Naamán, y él sabrá que hay profeta de Dios en Israel».
9 Naamán llegó con sus caballos y carros, y se paró a la puerta de la casa de Eliseo. 10 Entonces el profeta le mandó a decir que fuera a lavarse siete veces en el río Jordán, y que así sanaría de su lepra. 11 Pero Naamán se enojó, y se fue. «¿Qué les parece? —dijo—. Yo pensaba que, por lo menos, el profeta saldría y me hablaría. Pensé que levantaría la mano sobre la lepra, invocaría el nombre del Señor su Dios, y me sanaría. 12 Los ríos Abaná y Farfar, de Damasco, son mucho mejores que todos los ríos de Israel juntos. Si de ríos se trata, yo me lavaré en ellos y me libraré de mi lepra».
Se marchó furioso. 13 Pero sus criados le dijeron: «Si el profeta le hubiera pedido que hiciera algo extraordinario, ¿no lo habría hecho? Debiera obedecerle, pues lo único que le ha dicho es que vaya y se lave, para que quede sano».
14 Entonces Naamán fue al río Jordán, se sumergió siete veces, como el profeta le había dicho, y su carne quedó tan sana como la de un niño. 15 Inmediatamente él y toda su compañía volvieron a buscar al profeta. Parado humildemente ante él, Naamán le dijo:
―Ahora sé que no hay Dios en todo el mundo, sino el de Israel. Te ruego que aceptes un regalo.
16 Pero Eliseo respondió:
―Juro por el Señor mi Dios que no lo aceptaré.
Naamán insistió en que lo aceptara, pero Eliseo se negó rotundamente.
17 ―Bien —dijo Naamán—, muy bien. Pero dame dos cargas de tierra para llevar conmigo, porque de ahora en adelante no volveré a ofrecer sacrificios ni holocaustos a otros dioses, sino al Señor. 18 Claro que cuando mi amo, el rey, entre en el santuario del dios Rimón y se apoye sobre mi brazo, el Señor habrá de perdonarme que yo me incline también.
19 ―Ve en paz —le dijo Eliseo.
Entonces Naamán emprendió el regreso. 20 Pero Guiezi, siervo de Eliseo, se dijo: «Mi amo no debió haber dejado que este hombre se fuera sin recibirle sus regalos. Yo lo alcanzaré y le pediré algo». Así que salió en busca de Naamán.
21 Cuando Naamán vio que Guiezi lo seguía, se bajó del carro y corrió a encontrarlo.
―¿Está todo bien? —preguntó.
22 ―Sí —dijo—, pero mi amo me ha enviado a decirte que dos jóvenes del monte de Efraín acaban de llegar, y le gustaría tener tres mil monedas de plata y dos mudas de ropa para ellos.
23 ―Lleva seis mil monedas —insistió Naamán.
Así que Naamán le entregó a Guiezi dos mudas de ropa muy preciosa y el dinero en dos bolsas, y envió a dos siervos para que ayudaran a Guiezi. 24 Pero cuando llegaron al monte donde Eliseo vivía, Guiezi tomó las bolsas que llevaban los dos siervos de Naamán, y los envió de regreso. Luego escondió el dinero en la casa. 25 Cuando entró a ver a su amo, Eliseo le preguntó:
―¿Dónde has estado Guiezi?
―En ninguna parte —respondió.
26 Pero Eliseo le dijo:
―¿No comprendes que, con mi pensamiento, yo te estaba acompañando cuando Naamán descendió de su carro para encontrarse contigo? ¿Es tiempo de recibir dinero, ropa, olivares, viñedos, ovejas, bueyes y criados? 27 Por cuanto has hecho esto, la lepra de Naamán se te pasará a ti, a tus hijos, y a los hijos de tus hijos para siempre.
Tan pronto dejó a Eliseo, la piel de Guiezi se volvió completamente blanca, debido a la lepra.
El milagro del hacha
6 Un día, los discípulos de profetas le dijeron a Eliseo:
2 ―Como puede ver, el dormitorio es muy estrecho. Díganos si podemos edificar uno nuevo con madera traída de las orillas del río Jordán.
―Muy bien háganlo —les dijo.
3 ―Señor, acompáñenos —le dijo uno de los jóvenes.
―Iré con ustedes —respondió.
4 Cuando llegaron al río Jordán, comenzaron a cortar árboles, 5 pero a uno de ellos se le cayó el hacha al río.
―¡Señor, era prestada! —gritó.
6 ―¿Dónde cayó? —preguntó el profeta.
El joven le mostró el lugar, y Eliseo cortó un palo, lo lanzó al agua e hizo que el hacha subiera a la superficie y flotara.
7 ―Sácala —le dijo Eliseo.
Entonces el profeta la sacó.
Eliseo captura una tropa siria
8 Una vez en que el rey de Siria estaba en guerra con Israel, les dijo a sus oficiales: «Movilizaremos nuestras tropas a tal lugar» (y dijo el nombre de un lugar). 9 Inmediatamente Eliseo advirtió al rey de Israel: «No vayan a tal lugar (y nombró el mismo lugar), porque los sirios están poniendo emboscadas contra ustedes allí».
10 El rey entonces envió a algunos espías para ver si Eliseo tenía razón. Se confirmó el hecho, y así se salvaron de un desastre. Esto ocurrió repetidas veces.
11 El rey de Siria, asombrado, convocó a sus oficiales y les preguntó:
―¿Quién de ustedes es el traidor? ¿Quién ha estado revelándole mis planes al rey de Israel?
12 ―Ninguno de nosotros —contestó uno de los oficiales—. Es el profeta Eliseo el que le dice al rey de Israel las mismas palabras que tú hablas en lo más privado de tu habitación.
13 ―¡Vayan y averigüen dónde está! ¡Enviaré soldados para que lo tomen preso! —exclamó el rey.
Pronto llegó el informe: «Eliseo está en Dotán». 14 Entonces, una noche, el rey de Siria envió un gran ejército con muchos carros y caballos que rodearon la ciudad. 15 Al día siguiente, cuando el criado del profeta se levantó temprano y salió al exterior, vio las tropas, los caballos y los carros por toda la ciudad.
―¡Ay, señor mío! ¿Qué haremos ahora? —exclamó ante Eliseo.
16 ―No tengas miedo —le dijo Eliseo—. Son más los que están con nosotros que los que están con ellos.
17 Entonces Eliseo oró: «Señor, ábrele los ojos a mi criado para que vea». Y el Señor le abrió los ojos al criado y este vio que estaban rodeados de caballos y carros de fuego. ¡No estaban solos en la montaña! 18 Cuando los sirios comenzaron a acercarse, Eliseo oró: «Señor, haz que queden ciegos». Y así fue.
19 Entonces Eliseo salió y les dijo: «Se han equivocado de ciudad. Síganme y los llevaré ante el hombre que andan buscando». Y los condujo a Samaria. 20 En cuanto llegaron, Eliseo oró: «Señor, ábreles ahora los ojos y permíteles ver». Y el Señor lo hizo; entonces se dieron cuenta de que estaban en Samaria, la capital de Israel. 21 Cuando el rey de Israel los vio, le preguntó a Eliseo:
―Señor, ¿los mataré? ¿Debo matarlos?
22 ―Desde luego que no —le respondió Eliseo—. ¿Es que nosotros damos muerte a los prisioneros de guerra? Dales de comer y de beber, y envíalos de regreso a su tierra.
23 Entonces el rey hizo un gran banquete para ellos, y los envió de regreso a su tierra y a su rey. Después de esto los sirios dejaron tranquila la tierra de Israel.
Hambre en Samaria
24 Sin embargo, algún tiempo después, el rey Ben Adad, de Siria, reunió sus tropas y puso sitio a Samaria. 25 Como resultado hubo gran hambre en la ciudad. Al poco tiempo la cabeza de un burro se vendía hasta por ochenta monedas de plata, y un cuarto de litro de estiércol de paloma, por cinco.
26-30 Un día que el rey de Israel caminaba sobre el muro de la ciudad, una mujer lo llamó:
―¡Auxilio, señor mío, mi rey!
―Si el Señor no te ayuda, ¿qué puedo hacer yo? —le contestó—. No tengo comida ni vino para darte. Pero, ¿de qué se trata?
Ella respondió:
―Esta mujer me propuso que nos comiéramos a mi hijo un día y el suyo al día siguiente. Cocinamos a mi hijo y nos lo comimos, pero al día siguiente, cuando yo le dije: “Ahora nos corresponde comernos a tu hijo” ella lo escondió.
Cuando el rey oyó esto, rasgó su ropa. (El pueblo que observaba se dio cuenta, al rasgarse él la ropa, que estaba vestido de ropas ásperas). 31 «¡Que el Señor me mate, si hoy mismo no le corto la cabeza a Eliseo hijo de Safat!» exclamó el rey.
32 Eliseo estaba sentado en su casa, con los ancianos de Israel, cuando el rey lo mandó a buscar. Pero antes que llegara el mensajero, Eliseo dijo a los ancianos:
―Este asesino ha enviado a un hombre para que me corte la cabeza. Cuando él llegue, cierren la puerta y déjenlo afuera, porque su amo pronto vendrá tras él.
33 Eliseo aún estaba diciendo esto cuando llegó el mensajero (seguido por el rey).
―El Señor ha causado toda esta aflicción —dijo el rey—. ¿Por qué he de esperar ayuda de él?
7 Eliseo le respondió:
―El Señor dice que mañana, a esta hora, ocho kilos de harina fina y el doble de cebada serán vendidos en el mercado de Samaria por una sola moneda de plata.
2 El oficial que servía de ayudante al rey le dijo:
―Eso no podría ocurrir ni aunque el Señor hiciera ventanas en los cielos.
Pero Eliseo le respondió:
―Tú lo verás, pero no podrás comprar nada.
Liberación de Samaria
3 Había cuatro leprosos sentados fuera del muro de la ciudad.
―¿Qué hacemos aquí sentados? —se dijeron—. 4 Si nos quedamos aquí nos moriremos de hambre, y si entramos en la ciudad también nos moriremos de hambre. Por lo tanto, bien podemos salir y rendirnos a los sirios. Si nos dejan vivir, bien; pero si nos matan, de todos modos aquí vamos a morir.
5 Aquella tarde fueron al campamento de los sirios, pero no había nadie allí, 6 porque el Señor había hecho que el ejército sirio oyera el sonido de muchos carros que corrían a gran velocidad y el estruendo del galope de caballos y el sonido de un gran ejército que se aproximaba. «El rey de Israel ha pagado a los hititas y a los egipcios para que nos ataquen», habían gritado, 7 y llenos de pánico habían huido en medio de la noche, abandonando tiendas, caballos, burros y todo lo demás.
8 Los leprosos llegaron al campamento, entraron en las tiendas y comieron, bebieron vino, y tomaron oro, plata y vestidos, y lo escondieron todo. 9 Pero después se dijeron:
―No es correcto lo que estamos haciendo. Esta es una noticia maravillosa, y debemos darla a conocer. Si esperamos hasta la mañana, nos puede ocurrir alguna desgracia. Vamos, regresemos y avisemos a la gente del palacio.
10 Entonces regresaron a la ciudad y les contaron a los guardias lo que había ocurrido. Les dijeron que habían ido al campamento sirio y no habían hallado a nadie. Que los caballos y los burros estaban atados, y que en las tiendas estaba todo en orden, pero no se veía ni un alma por allí. 11 Entonces los guardias, a gritos, dieron a conocer las noticias a los que estaban en el palacio.
12 El rey salió de la cama y les dijo a sus oficiales:
―Yo sé lo que ha ocurrido: como los sirios saben que tenemos hambre, han abandonado el campamento y se han escondido en los campos. Piensan que somos tan tontos que saldremos de la ciudad. Si salimos nos atacarán, nos harán esclavos y tomarán la ciudad.
13 Uno de sus oficiales propuso:
―Enviemos a algunos espías a averiguar lo que ocurre. Que vayan en cinco de los caballos que quedan. Si algo les ocurre, no será una pérdida mayor que la que les ocurrirá si se quedan aquí. ¡De todos modos, todos estamos condenados a morir!
14 Así que tomaron dos carros de combate, y fueron a investigar qué había acontecido en el campamento de los sirios, tal como el rey les había indicado. 15 Fueron hasta el Jordán. A lo largo del camino fueron hallando la ropa y el equipo que habían arrojado los sirios en su prisa. Los espías volvieron y dieron la información al rey. 16 El pueblo de Samaria, entonces, salió corriendo y saqueó el campamento de los sirios. De esta manera se cumplió lo que el Señor había dicho, pues con una sola moneda de plata se pudo comprar ocho kilos de harina fina y el doble de cebada.
17 El rey había ordenado a su ayudante especial que controlara el paso de la gente por la puerta de la ciudad, pero lo atropellaron, y murió. De ese modo se cumplió lo que el profeta Eliseo le había dicho el día anterior, cuando el rey había enviado a arrestarlo. 18 Cuando el profeta le dijo al rey que la harina y la cebada se venderían a un precio bajo al día siguiente, 19 su ayudante le respondió al profeta: «Eso no podrá ocurrir ni aunque el Señor abra las ventanas de los cielos». Entonces el profeta le dijo: «Tú lo verás, pero no podrás comprar nada de ello». 20 Y, efectivamente, no pudo, porque el pueblo lo atropelló a la entrada de la ciudad, y murió.
La sunamita recupera su terreno
8 Eliseo le había dicho a la mujer a cuyo hijo él había resucitado: «Vete con tu familia a donde puedas, porque el Señor enviará un gran hambre sobre Israel, que durará siete años». 2 La mujer llevó a su familia a vivir a la tierra de los filisteos durante siete años.
3 Cuando la hambruna acabó, regresó a Israel y fue a ver al rey, y le rogó que le devolviera su casa y su tierra. 4 Cuando ella entró, el rey estaba conversando con Guiezi, el criado de Eliseo, y le decía: «Cuéntame de las grandes hazañas que Eliseo ha hecho». 5 Y Guiezi le estaba hablando al rey acerca de la oportunidad en que Eliseo había resucitado al niño. En ese mismo momento entró la madre del niño.
―¡Señor, esta es la mujer, y este es su hijo! ¡Este es el niño que Eliseo resucitó! —exclamó Guiezi.
6 ―¿De veras? —le preguntó el rey a ella.
Ella le dijo que sí, y él dio órdenes a un oficial de su confianza para que se preocupara de que todo lo que le pertenecía a ella le fuera devuelto, además del valor de la cosecha que hubiera habido durante su ausencia.
Jazael, rey de Siria
7 Eliseo se había ido a Damasco (capital de Siria). En esos días el rey Ben Adad estaba enfermo, y alguien le dijo al rey que el profeta había llegado. 8-9 «Lleva un presente al varón de Dios y pídele que le pregunte al Señor si sanaré o no» —le ordenó a Jazael.
Jazael llevó cuarenta camellos cargados de los mejores productos de la tierra, como presente para Eliseo, y le dijo:
―Ben Adad, el rey de Siria y servidor tuyo, me ha enviado a preguntarte si sanará.
10 Eliseo le respondió:
―Le dirás que sí se sanará. Pero el Señor me ha mostrado que de todas maneras va a morir.
11 Eliseo se quedó mirando a Jazael, y lo hizo sentir incómodo. Luego Eliseo rompió a llorar.
12 ―¿Qué le pasa a mi señor? —le preguntó Jazael.
Eliseo le respondió:
―Yo sé las cosas terribles que le harás al pueblo de Israel. Quemarás sus ciudades fortificadas, matarás a los jóvenes, estrellarás a los niños contra las rocas, y abrirás el vientre a las mujeres embarazadas.
13 ―¿Soy yo un perro, acaso? —preguntó Jazael—. ¡Jamás haré algo semejante!
Pero Eliseo le respondió:
―El Señor me ha mostrado que vas a ser rey de Siria.
14 Cuando Jazael regresó, el rey le preguntó:
―¿Qué te dijo el profeta?
Y Jazael respondió:
―Me dijo que usted va a sanar de su enfermedad.
15 Pero al día siguiente, Jazael tomó una manta, la mojó en agua y cubrió con ella el rostro del rey, hasta que este murió asfixiado. Luego, Jazael tomó posesión del trono.
Jorán, rey de Judá
16 Jorán hijo de Josafat, de Judá, comenzó a reinar cuando Jorán hijo de Acab llevaba cinco años reinando en Israel. 17 Jorán tenía treinta y dos años cuando comenzó a reinar, y reinó durante ocho años en Jerusalén. 18 Pero fue tan perverso como Acab y los demás reyes de Israel, y hasta se casó con una de las hijas de Acab. 19 Sin embargo, como Dios había prometido a su siervo David que cuidaría y guiaría a sus descendientes, no destruyó a Judá.
20 Durante el reinado de Jorán, el pueblo de Edom se rebeló contra Judá y designó a su propio rey. 21 El rey Jorán trató de aplastar la rebelión, pero no tuvo éxito. Cruzó el río Jordán y atacó la ciudad de Zaír, pero fue rápidamente rodeado por los edomitas. Protegido por la oscuridad de la noche, logró cruzar las filas enemigas, pero su ejército se dispersó. 22 De esta manera Edom logró su independencia, la cual ha conservado hasta hoy. La ciudad de Libná también se rebeló en aquel tiempo.
23 El resto de la historia del rey Jorán está escrito en el libro de los reyes de Judá. 24 Cuando murió lo sepultaron en el cementerio real de la ciudad de David, la sección antigua de Jerusalén. Y su hijo Ocozías reinó en su lugar.
Ocozías, rey de Judá
25 Cuando Ocozías hijo de Jorán comenzó a reinar en Judá, Jorán hijo de Acab llevaba doce años reinando en Israel. 26 Ocozías tenía veintidós años cuando comenzó a reinar, pero reinó solamente un año en Jerusalén. Su madre fue Atalía, nieta de Omrí, rey de Israel. 27 Fue un hombre perverso, y al igual que todos los descendientes del rey Acab, con quien había emparentado, hizo lo que desagrada al Señor.
28 En unión con el rey Jorán hijo de Acab, rey de Israel, peleó contra Jazael, el rey de Siria, en Ramot de Galaad. El rey Jorán fue herido en la batalla, 29 y fue a Jezrel a descansar y a recuperarse de sus heridas. Mientras estaba allí, fue a visitarlo el rey Ocozías hijo de Jorán, rey de Judá.
Jehú ungido rey de Israel
9 Un día, el profeta Eliseo le dijo a uno de los discípulos de los profetas: «Prepárate para ir a Ramot de Galaad. Toma este vaso de aceite contigo 2 y busca a Jehú hijo de Josafat y nieto de Nimsi. Hazlo entrar en una pieza en privado, donde no lo vean sus amigos, 3 y derrama aceite sobre su cabeza. Dile que el Señor lo ha ungido como rey de Israel. Tan pronto hagas esto, sal corriendo y no te detengas».
4 El joven profeta hizo lo que Eliseo le había dicho. Cuando llegó a Ramot de Galaad, 5 encontró a Jehú sentado junto con otros jefes del ejército.
―Tengo un mensaje para usted, señor —le dijo.
―¿Para quién? —preguntó Jehú.
―Para usted —le respondió el joven profeta.
6 Jehú se apartó de los otros y entró en la casa, y el joven derramó el aceite sobre su cabeza y le dijo: «El Señor, Dios de Israel, dice: “Yo te unjo como rey de mi pueblo Israel. 7 Tú destruirás a la familia de Acab. Tú vengarás el asesinato de mis profetas y de toda la otra gente que murió por causa de Jezabel. 8 Toda la familia de Acab debe ser eliminada. Todo varón de esa familia, esclavo o libre, morirá. 9 Yo destruiré a la familia de Acab, como destruí a la familia de Jeroboán hijo de Nabat, y de Basá hijo de Ahías. 10 Los perros se comerán a Jezabel, la esposa de Acab, en el campo de Jezrel, y nadie la sepultará”».
Tan pronto hizo esto, el profeta abrió la puerta y salió corriendo. 11 Jehú, por su parte, regresó para reunirse con los jefes, y uno de ellos le preguntó:
―¿Qué quería ese tonto? ¿Está todo bien?
―Ustedes saben muy bien quién era y lo que quería —respondió Jehú.
12 ―No, no lo sabemos —dijeron ellos—. Cuéntanos.
―Me dijo: “El Señor te hace saber que te ha ungido como rey de Israel”.
13 Ellos prontamente pusieron sus capas a modo de alfombras en el piso, y tocaron la trompeta y gritaron: «¡Que viva el rey Jehú!».
Jehú asesina a Jorán y a Ocozías
14 De esta manera, Jehú hijo de Josafat y nieto de Nimsi, se rebeló contra el rey Jorán. Fue en la época en que el rey Jorán había ido a Ramot de Galaad, con todo Israel, para pelear contra Jazael, rey de Siria. 15 Pero, como fue herido, regresó a Jezrel para recuperarse de sus heridas. Jehú les dijo a quienes estaban de su lado: «Puesto que ustedes quieren que yo sea rey, no permitan que nadie vaya a Jezrel a llevar la noticia». 16 Luego Jehú subió a un carro de combate y se dirigió a Jezrel, donde el rey Jorán se encontraba recuperándose de sus heridas. Ocozías, rey de Judá, se encontraba allí, pues había ido a visitar al rey Jorán.
17 El guardia que estaba en la torre de Jezrel vio a Jehú y a quienes iban con él, y gritó: «¡Alguien se acerca!».
―Envíen a un jinete para que vea si es amigo o enemigo —ordenó el rey Jorán.
18 El jinete salió al encuentro de Jehú.
―El rey desea saber si eres amigo o enemigo —le preguntó—. ¿Vienes en son de paz?
―¡Eso a ti no te importa! —le respondió Jehú—. ¡Sígueme!
El guardia dio voces avisándole al rey que el mensajero se había reunido con Jehú y sus compañeros, pero que no volvía.
19 Entonces el rey envió a un segundo jinete, quien los alcanzó y, en el nombre del rey, preguntó si las intenciones que traían eran amistosas o no.
―¡Eso a ti no te importa! —le respondió Jehú—. ¡Sígueme!
20 ―¡Este tampoco regresa! —exclamó el guardia—. Debe ser Jehú, porque conduce velozmente el carro.
21 Entonces el rey Jorán ordenó:
―¡Rápido! ¡Preparen mi carro de combate!
Una vez que le tuvieron listo el carro, Jorán y Ocozías, rey de Judá, salieron al encuentro de Jehú. Lo encontraron en el campo de Nabot, el de Jezrel.
22 ―¿Vienes como amigo, Jehú? —le preguntó el rey Jorán.
Jehú le respondió:
―¿Cómo puede haber amistad entre nosotros, si todavía sufrimos debido a las idolatrías y hechicerías de Jezabel, tu madre?
23 Entonces el rey Jorán dio la vuelta para huir, mientras le gritaba a Ocozías:
―¡Traición, Ocozías, traición!
24 Jehú tomó el arco, disparó con todas sus fuerzas y le clavó la flecha entre los dos hombros. La flecha le partió el corazón, y Jorán cayó muerto en su carro.
25 Jehú le dijo a su ayudante Bidcar:
―¡Arroja el cadáver en el campo que fue de Nabot, porque acuérdate que una vez, cuando tú y yo íbamos en un carro tras su padre, Acab, el Señor me reveló esta profecía: 26 “Yo vengaré el asesinato de Nabot y de sus hijos en su misma propiedad”. ¡Así que arroja el cadáver en el campo de Nabot, como el Señor dijo!
27 Mientras tanto, el rey Ocozías, de Judá, había huido hacia Bet Hagán. Jehú corrió en su persecución gritando:
―¡Dispárenle a él también!
Lo hirieron en su carro, cuando iba subiendo la cuesta de Gur, junto a Ibleam. Ocozías logró llegar hasta Meguido, pero allí murió. 28 Sus oficiales lo llevaron en un carro a Jerusalén, donde lo sepultaron en el cementerio real. 29 (El reinado de Ocozías, sobre Judá, había comenzado en el año doce del reinado de Jorán, de Israel).
Muerte de Jezabel
30 Cuando Jezabel supo que Jehú había regresado a Jezrel, se pintó los ojos, se adornó el pelo y se sentó junto a la ventana. 31 Cuando Jehú entró por la puerta del palacio, ella, en forma irónica, le gritó:
―¿Cómo estás, Zimri, asesino de tu rey?
32 Él miró y la vio en la ventana, y gritó:
―¿Quién está de parte mía?
Y dos o tres oficiales del palacio se acercaron a la ventana.
33 ―¡Arrójenla por la ventana! —les ordenó Jehú.
Ellos la arrojaron por la ventana, y su sangre salpicó la muralla y a los caballos que la pisotearon.
34 Entonces Jehú entró en el palacio para comer y beber. Después dijo:
―Que alguien vaya y sepulte a esta mujer maldita, porque es hija de un rey.
35 Pero cuando salieron para sepultarla, encontraron solamente la calavera, los pies y las manos.
36 Cuando regresaron y se lo contaron, él dijo:
―Esto es lo que el Señor, por medio del profeta Elías, dijo que ocurriría. Sí, el Señor dijo que los perros comerían su carne en Jezrel, 37 y que su cuerpo quedaría esparcido como estiércol en el campo, de modo que nadie podría decir: “Estos son los restos de Jezabel”.
Jehú extermina a la familia de Acab
10 Después de esto, Jehú envió cartas a las autoridades de la ciudad de Samaria y a los que cuidaban a los setenta hijos de Acab, que vivían allí. En las cartas les decía: 2-3 «Al recibir esta carta, elijan a uno de los mejores hijos de Acab para que sea su rey, y prepárenlo para que luche por su trono. Porque ustedes tienen carros, caballos, una ciudad fortificada y armamento. Y prepárense para defender a la familia de su rey».
4 Cuando recibieron las cartas sintieron mucho miedo, y dijeron: «Si dos reyes no pudieron vencer a este hombre, ¿qué podemos hacer nosotros?». 5 Entonces el administrador de los asuntos del palacio y el gobernador de la ciudad, junto con las demás autoridades de la ciudad y los que cuidaban a los hijos de Acab, le enviaron este mensaje: «Jehú, somos tus siervos y haremos todo lo que nos digas. No proclamaremos como rey a ninguno de los hijos de Acab. Queremos que tú seas nuestro rey. Haz lo que creas conveniente». 6 Jehú les escribió otra carta, con el siguiente mensaje: «Si de verdad están de mi parte, y están dispuestos a obedecerme, les pido que mañana, a esta hora, vayan a Jezrel y me lleven las cabezas de los hijos de Acab».
(Los setenta hijos del rey Acab vivían con los hombres que estaban a cargo de su crianza). 7 Cuando llegó la carta, los mataron y pusieron sus cabezas en canastos, para llevárselas a Jehú, que estaba en Jezrel. 8 Cuando un mensajero le dijo a Jehú que las cabezas de los hijos del rey habían llegado, ordenó que las pusieran en dos montones a la entrada de la ciudad, y las dejaran allí hasta la mañana siguiente.
9-10 Por la mañana, Jehú salió y habló a la multitud que se había reunido: «¡Ustedes son inocentes! Yo conspiré contra mi señor, y lo maté, pero ¿quién mató a sus hijos? Todo lo que el Señor dijo acerca de la familia de Acab se cumplirá. Él declaró por medio de Elías, su siervo, que esto ocurriría a los descendientes de Acab». 11 Jehú entonces dio muerte al resto de los miembros de la familia de Acab que estaban en Jezrel, y a todos los que habían sido oficiales de Acab, como también a sus amigos íntimos y a sus sacerdotes. Ninguno de ellos quedó con vida.
12 Luego, Jehú salió hacia Samaria. Cuando pasó por Bet Équed de los Pastores, 13 se encontró con los hermanos del rey Ocozías, de Judá.
―¿Quiénes son ustedes? —les preguntó.
Y ellos respondieron:
―Somos hermanos del rey Ocozías. Vamos a Samaria a visitar a los hijos del rey Acab y de la reina Jezabel.
14 ―¡Agárrenlos! —gritó Jehú a sus soldados.
Así que los agarraron y los llevaron junto al pozo de Bet Équed, donde los mataron a todos. En total eran cuarenta y dos. ¡Ninguno de ellos quedó con vida!
15 Al salir de allí, se encontró con Jonadab hijo de Recab, que venía a encontrarse con él. Después de saludarlo, Jehú le dijo:
―¿Eres leal a mí como yo lo soy a ti?
―Sí —respondió Jonadab.
―Dame tu mano entonces —le dijo Jehú, y lo ayudó a subir al carro real.
16 ―Ahora ven conmigo —dijo Jehú—, y comprueba cuánto amor siento por el Señor.
Jonadab se fue con él. 17 Cuando llegaron a Samaria, Jehú hizo matar a todos los amigos y parientes de Acab, que todavía quedaban vivos. Así se cumplió la palabra que el Señor había anunciado por medio de Elías.
Jehú elimina a los adoradores de Baal
18 Jehú convocó a una reunión a todos los habitantes de la ciudad, y les dijo: «Acab rindió poco culto a Baal en comparación con el culto que yo le voy a ofrecer. 19 Convoquen a todos los profetas y sacerdotes de Baal, y reúnan a todos sus adoradores. Asegúrense de que no falte ninguno, porque nosotros los adoradores de Baal vamos a hacer una gran celebración en su honor. Cualquiera de los adoradores que no venga, morirá».
Jehú estaba invitando a esto, pues su plan era matar a todos los adoradores de Baal. 20-21 Envió mensajeros por todo Israel convocando a todos los que adoraban a Baal. Ni uno solo faltó, y llenaron el santuario de Baal, de un extremo a otro. 22 Jehú le ordenó al encargado de cuidar los vestidos de los sacerdotes: «Quiero que les entregues los vestidos de los sacerdotes a los adoradores de Baal, para que se los pongan».
23 Entonces Jehú y Jonadab hijo de Recab, entraron en el santuario de Baal y le dijeron a los adoradores de Baal: «Procuren que solamente haya adoradores de Baal entre los presentes. Que no haya ninguno de los que adoran al Señor».
24 Cuando los sacerdotes de Baal comenzaron a ofrecer sacrificios y holocaustos, Jehú rodeó el edificio con ochenta de sus hombres y les dijo: «Si dejan escapar a alguno, lo pagarán con sus vidas». 25 En cuanto acabaron de ofrecer el holocausto, Jehú salió y les dijo a sus oficiales y ayudantes: «Entren y mátenlos a todos. Que ninguno escape». Y los mataron a todos, y sacaron los cuerpos del santuario de Baal. Luego los hombres de Jehú entraron 26 y arrancaron el altar que se usaba para adorar a Baal y lo quemaron. 27 También derribaron el santuario y lo convirtieron en un basurero, el cual existe todavía.
28 Así destruyó Jehú todo vestigio del culto a Baal en Israel. 29 Sin embargo, no destruyó los becerros de oro que se hallaban en Betel y en Dan, sino que los adoró, siguiendo así el ejemplo de Jeroboán hijo de Nabat, el cual hizo pecar a Israel.
30 Después el Señor le dijo a Jehú: «Has hecho bien al obedecer mis órdenes de destruir a la familia de Acab. Por cuanto has hecho esto, haré que tu hijo, tu nieto y tu bisnieto sean reyes en Israel». 31 Pero Jehú no siguió al Señor, Dios de Israel, con todo su corazón, porque siguió adorando a los becerros de oro con que Jeroboán había hecho pecar a Israel.
32-33 Por aquel tiempo, el Señor comenzó a quitarle territorio a Israel. El rey Jazael atacó a Israel por todas partes, y les quitó las regiones de Galaad, Gat y Rubén; también conquistó parte de Manasés, desde el río Aroer, cerca del arroyo de Arnón, hasta Galaad y Basán.
34 El resto de las actividades de Jehú se encuentran escritas en el libro de los reyes de Israel. 35 Cuando Jehú murió, fue sepultado en Samaria, y le sucedió en el trono su hijo Joacaz. 36 En total, Jehú reinó como rey de Israel en Samaria durante veintiocho años.
Atalía y Joás
11 Cuando Atalía, la madre de Ocozías, rey de Judá, supo que su hijo había muerto, hizo matar a todos los hijos del rey. 2 El único que se salvó fue Joás, que tenía un año de edad, porque su tía Josaba, hija del rey Jorán y hermana del rey Ocozías, logró sacarlo y esconderlo en un dormitorio, junto con su niñera, cuando los demás hijos del rey estaban a punto de ser ejecutados. 3 Durante seis años, Joás y su niñera estuvieron escondidos en el templo del Señor, mientras Atalía reinaba en Judá.
4 En el séptimo año de Atalía, el sacerdote Joyadá mandó a llamar a los jefes de la guardia del palacio y a la escolta real. Se reunió con ellos en el templo del Señor, y luego de hacerles prometer que guardarían el secreto, les mostró al hijo del rey.
5 Luego les dio estas instrucciones: «La tercera parte de quienes estén de guardia en el día de reposo vigilará el palacio. 6-8 Otra tercera parte hará guardia en la puerta sur, y la otra tercera parte vigilará la puerta que está detrás del cuartel de la escolta real. Los demás, los que no estén de guardia el sábado, protegerán el templo del Señor. Rodearán al rey, con las armas en la mano, y matarán a quienquiera que trate de pasar. Acompañen al rey a dondequiera que vaya».
9 Los jefes obedecieron las órdenes de Joyadá. Llevaron ante él a los hombres que estarían libres en el día de reposo y a los que iban a estar de servicio, 10 Joyadá los armó con las lanzas y escudos que estaban guardados en el templo del Señor, y que habían pertenecido al rey David. 11 Los guardianes, con las armas preparadas, se pararon en frente del santuario y rodearon el altar, desde el lado sur hasta el lado norte, para proteger al rey.
12 Entonces Joyadá sacó al joven príncipe, le puso la corona en la cabeza y le dio una copia del pacto. Luego le derramó aceite sobre la cabeza y lo declaró rey de Judá. Todos aplaudieron y gritaron: «¡Que viva el rey!».
13-14 Cuando Atalía oyó el bullicio, entró al templo del Señor y vio al nuevo rey, de pie junto a la columna, como era costumbre en el momento de la coronación, y rodeado por los oficiales y por muchos trompetistas. Todos se regocijaban y hacían sonar las trompetas. Al ver esto, Atalía se rasgó sus vestidos y gritó: «¡Traición! ¡Traición!».
15 Entonces, el sacerdote Joyadá ordenó a los jefes de la guardia que la sacaran del templo del Señor y la mataran, junto con cualquiera que tratara de acudir en su ayuda. 16 Ellos la arrastraron hacia los establos del palacio, y allí la mataron.
17 Después, Joyadá hizo prometer al rey y a la gente que serían fieles al Señor. Además, hizo un pacto entre el rey y el pueblo. 18 Todos acudieron al santuario de Baal para destruirlo, y rompieron sus altares e imágenes, y mataron a Matán, el sacerdote de Baal, frente al altar.
Joyadá puso guardias en el templo del Señor. 19 Luego él, los jefes, los guardianes y todo el pueblo condujeron al rey desde el templo del Señor y, pasando la guardia, lo llevaron a la casa del rey. Y allí Joás se sentó en el trono real. 20 Todos estaban felices, y la ciudad volvió a tener paz después de la muerte de Atalía. 21 Joás tenía siete años cuando comenzó a reinar.
Joás, rey de Judá
12 Joás comenzó a reinar sobre Judá, cuando Jehú llevaba siete años reinando sobre Israel. Reinó en Jerusalén durante cuarenta años. (Su madre era Sibia, de Berseba). 2 Durante toda su vida Joás hizo lo recto, ya que siguió las enseñanzas del sacerdote Joyadá. 3 Sin embargo, no destruyó los santuarios de las colinas, y el pueblo siguió ofreciendo allí sacrificios e incienso.
4-5 Un día el rey Joás le dijo a los sacerdotes: «Es necesario reparar el templo del Señor. Cuando alguien traiga una contribución para el Señor, ya sea una contribución regular o una donación especial, úsenla para pagar las reparaciones que sean necesarias».
6 Pero en el año veintitrés de su reinado, el templo aún no había sido reparado. 7 Entonces Joás llamó a Joyadá y a los otros sacerdotes, y les preguntó: «¿Por qué no se ha reparado los daños del templo? Desde ahora no manejarán el dinero que reciban, sino que lo entregarán para que se invierta en la reparación y restauración del templo».
8 Los sacerdotes estuvieron de acuerdo en no seguir manejando el dinero, y en no estar al frente de las reparaciones del templo. 9 El sacerdote Joyadá hizo un agujero en la cubierta de un gran cofre y lo puso a la derecha del altar, a la entrada del templo del Señor. Los porteros ponían allí todas las contribuciones del pueblo. 10 Cada vez que el cofre se llenaba, el secretario de finanzas del rey y el sumo sacerdote lo contaban, lo ponían en bolsas, 11-12 y lo entregaban a los administradores de la construcción, para que pagaran a los carpinteros, canteros, albañiles, a los que vendían la madera, y a los mercaderes de piedras, y para que compraran los demás materiales necesarios para la reparación del templo del Señor.
13-14 El dinero no se usaba para comprar vasos de plata, ni utensilios de oro, ni fuentes, ni trompetas, ni otros artículos similares, sino solamente para pagar las reparaciones del templo del Señor. 15 A los administradores de la construcción no se les pedía cuentas del dinero, porque eran hombres honestos y fieles. 16 Sin embargo, el dinero que se daba para ofrendas por la culpa y por el pecado no se llevaba al templo del Señor, sino que se entregaba a los sacerdotes para su uso personal.
17 En este tiempo, Jazael, rey de Siria, atacó la ciudad de Gat y la conquistó. Luego se dirigió hacia Jerusalén, con el fin de atacarla. 18 Pero Joás tomó todos los objetos sagrados que sus antepasados Josafat, Jorán y Ocozías, reyes de Judá, habían consagrado, juntamente con lo que él mismo había consagrado al Señor, y todo el oro de la tesorería del templo del Señor y del palacio, y lo envió a Jazael. Al recibir este regalo, Jazael desistió de atacar a Jerusalén.
19 El resto de la historia de Joás está escrita en el libro de los reyes de Judá. 20 Algunos de sus oficiales se alzaron contra él y lo asesinaron en Bet Miló, en el camino a Sila. 21 Los asesinos fueron Josacar hijo de Simat, y Jozabad hijo de Semer, ambos servidores de confianza. Joás fue sepultado en el cementerio real de Jerusalén, en la Ciudad de David, y su hijo Amasías fue el nuevo rey.
Joacaz, rey de Israel
13 Joacaz hijo de Jehú comenzó a reinar sobre Israel en el año veintitrés del reinado de Joás, de Judá. Reinó diecisiete años. 2 Pero fue un mal rey, pues siguió el mal ejemplo de Jeroboán hijo de Nabat, el que hizo pecar a Israel. 3 Por eso, el Señor se airó contra Israel, y permitió que Jazael, rey de Siria, y su hijo Ben Adad los vencieran muchas veces.
4 Pero Joacaz pidió ayuda al Señor, y él oyó su oración, y vio cuán terriblemente el rey de Siria estaba oprimiendo a Israel. 5 El Señor levantó un libertador entre los israelitas que los libró de la tiranía de los sirios, de modo que los israelitas pudieron vivir tranquilos en sus casas, como antes. 6 Con todo eso, no se apartaron del pecado, sino siguieron el mal ejemplo de Jeroboán. Y continuaron adorando a la diosa Aserá de Samaria.
7 Fue tanto el daño que el rey de Siria le había ocasionado a Israel, que sólo le quedaron cincuenta hombres de caballería, diez carros de combate y diez mil hombres de infantería.
8 El resto de la historia de Joacaz está escrito en el libro de los reyes de Israel. 9 Cuando Joacaz murió, lo sepultaron en Samaria, y reinó en su lugar su hijo Joás.
Joás, rey de Israel
10 Joás llevaba treinta y siete años reinando en Judá, cuando Joás hijo de Joacaz comenzó a reinar en Israel, y reinó en Samaria dieciséis años. 11 Pero fue malo porque, al igual que Jeroboán hijo de Nabat, fomentó la adoración a los ídolos, con lo que hizo pecar a su pueblo. 12 El resto de la historia del reinado de Joás, incluyendo sus guerras contra el rey Amasías, de Judá, está escrito en el libro de los reyes de Israel. 13 Joás murió y fue sepultado en Samaria con los demás reyes de Israel; y su hijo Jeroboán fue el nuevo rey. A este Jeroboán se le llegó a conocer como Jeroboán II.
Muerte de Eliseo
14 Cuando Eliseo enfermó de muerte, el rey Joás, de Israel, lo visitó y, echándose sobre él, se puso a llorar, y exclamó:
―¡Padre mío, padre mío! ¡Carro de Israel y su guía!
15 Eliseo le dijo:
―Toma un arco y algunas flechas.
Y él así lo hizo.
16-17 ―Abre aquella ventana que da hacia el oriente —le ordenó.
Entonces le pidió al rey que pusiera la mano en el arco, mientras él ponía sus manos sobre las manos del rey:
―Dispara —ordenó Eliseo.
El rey disparó.
―¡Esta es flecha del Señor que completa la victoria sobre Siria! ¡Vencerás completamente a los sirios en Afec! —exclamó el profeta—. 18 Ahora toma las demás flechas y golpea con ellas el suelo.
El rey las tomó y golpeó tres veces el suelo, y se detuvo.
19 ―¡Debiste haber golpeado el suelo, cinco o seis veces —exclamó enojado el profeta—, porque entonces habrías derrotado definitivamente a los sirios, pero solo lo derrotarás tres veces!
20-21 Después Eliseo murió, y fue sepultado.
En aquellos días, algunas bandas de delincuentes moabitas hacían incursiones en la tierra cada primavera. Una vez, unos hombres estaban sepultando a un amigo, pero al ver a esas bandas tuvieron miedo y arrojaron el cadáver en la tumba de Eliseo. Y en cuanto el cuerpo tocó los huesos de Eliseo, el hombre resucitó y se puso de pie.
Jazael oprime a los israelitas
22 El rey Jazael, de Siria, había oprimido a Israel durante todo el reinado del rey Joacaz. 23 Pero el Señor tuvo misericordia del pueblo de Israel, y no permitió que fuera totalmente destruido. Dios se compadeció de ellos y también se acordó de su pacto con Abraham, Isaac y Jacob.
24 Cuando el rey Jazael, de Siria, murió, su hijo Ben Adad reinó en su lugar. 25 Entonces Joás hijo de Joacaz, rey de Israel, lo venció tres veces y reconquistó ciudades que Ben Adad le había arrebatado a su padre Joacaz.
Amasías, rey de Judá
14 Durante el segundo año del reinado de Joás, de Israel, el rey Amasías comenzó su reinado sobre Judá. 2 Amasías tenía veinticinco años cuando comenzó a reinar, y reinó en Jerusalén veintinueve años. (Su madre era Joadán, de Jerusalén). 3 Fue un buen rey ante los ojos del Señor, aunque no a la manera de su antepasado David. Pero fue un buen rey como su padre Joás. 4 Sin embargo, no destruyó los altares de las colinas, de manera que el pueblo seguía sacrificando y quemando incienso en ellos.
5 En cuanto se afirmó en el poder, hizo matar a los hombres que habían dado muerte a su padre; 6 pero no mató a los hijos de ellos, porque el Señor había ordenado en la ley de Moisés que los padres no murieran por la culpa de los hijos, ni los hijos por los pecados de sus padres: cada uno debía pagar la culpa de su propio pecado.
7 En una ocasión, Amasías dio muerte a diez mil edomitas en el valle de la Sal; también conquistó la ciudad de Selá, y le cambió el nombre por el de Joctel, como se le conoce hasta este día.
8 Un día envió un mensaje a Joás hijo de Joacaz y nieto de Jehú, rey de Israel, en que lo desafiaba a que saliera a la guerra contra él.
9 Pero el rey Joás le respondió: «El cardo del Líbano le dijo al poderoso cedro: “Entrégame a tu hija para que sea esposa de mi hijo”. Pero luego pasó un animal salvaje y pisó al cardo, y lo destrozó. 10 Has vencido a Edom y te sientes orgulloso de ello, pero mi consejo es que te sientas contento con tu triunfo y te quedes en casa. ¿Por qué provocar un desastre para ti y para Judá?».
11 Pero Amasías se negó a oír. Entonces, el rey Joás de Israel salió a enfrentársele. La batalla comenzó en Bet Semes, una de las ciudades de Judá. 12 Judá fue derrotado, y huyó. 13 El rey Amasías fue capturado, y Joás marchó sobre Jerusalén y derribó sus murallas, desde la puerta de Efraín hasta la puerta de la Esquina, como unos ciento ochenta metros. 14 También se llevó a muchos rehenes, y todo el oro y la plata del templo del Señor y de la tesorería de la casa real, además de las copas de oro. Luego regresó a Samaria.
15 El resto de la historia de Joás y de su guerra contra el rey Amasías, de Judá, están escritos en el libro de los reyes de Israel. 16 Cuando Joás murió, fue sepultado en Samaria con los reyes de Israel, y su hijo Jeroboán fue el nuevo rey.
17 Amasías, rey de Judá, vivió quince años más que Joás, rey de Israel. 18 El resto de su biografía está escrito en el libro de los reyes de Judá. 19 Hubo una conspiración contra su vida en Jerusalén, y él huyó a Laquis; pero sus enemigos lo persiguieron, y allí lo mataron. 20 Lo llevaron después en caballos, y lo sepultaron en el cementerio real, en la Ciudad de David, en Jerusalén.
21 Entonces, el pueblo de Judá tomó a Azarías hijo de Amasías, y lo puso por rey de Judá. En ese momento Azarías tenía dieciséis años. 22 Fue él quien, tras la muerte de su padre, reconstruyó la ciudad de Elat y la devolvió a Judá.
Jeroboán II, rey de Israel
23 Jeroboán hijo de Joás comenzó a reinar en Israel cuando Amasías hijo de Joás llevaba quince años reinando en Judá. A este Jeroboán se le conoce como Jeroboán II, y reinó en Samaria durante cuarenta y un años. 24 Pero fue tan malo como Jeroboán hijo de Nabat, que había hecho pecar a Israel haciéndolo adorar ídolos. 25 Jeroboán II recuperó los territorios perdidos de Israel entre Lebó Jamat y el mar de Arabá, tal como el Señor, Dios de Israel, lo había anunciado por medio de Jonás hijo de Amitay, el profeta de Gat Jefer. 26 Porque el Señor había visto la situación tan triste en que estaban los habitantes de Israel, tanto libres como esclavos, y que no tenían quién los defendiera. 27 Así que el Señor los libró por medio de Jeroboán II, pues aún no había decidido hacer desaparecer al pueblo de Israel.
28 El resto de la biografía de Jeroboán, todo lo que hizo, su gran poder, sus guerras, y cómo recuperó Damasco y Jamat (que habían sido capturadas por Judá) está registrado en el libro de los reyes de Israel. 29 Cuando murió Jeroboán II fue sepultado con los demás reyes de Israel, y su hijo Zacarías fue el nuevo rey de Israel.
Azarías, rey de Judá
15 Azarías hijo de Amasías comenzó a gobernar en Judá cuando Jeroboán II llevaba veintisiete años reinando en Israel. 2 Cuando Azarías subió al trono de Judá tenía dieciséis años, y reinó en Jerusalén durante cincuenta y dos años. Su madre era Jecolías, de Jerusalén.
3 Azarías fue un buen rey, y agradó al Señor, tal como lo había hecho su padre Amasías. 4 Pero a semejanza de sus antecesores, no destruyó los santuarios situados sobre las colinas, donde el pueblo hacía sacrificios y quemaba incienso.
5 El Señor lo atacó con lepra, la que le duró hasta el día de su muerte. Por esta razón vivió solo en una casa. Su hijo Jotán ejercía el gobierno.
6 El resto de la historia de Azarías está escrito en el libro de los reyes de Judá. 7 Cuando Azarías murió, fue sepultado con sus antepasados en la Ciudad de David, en Jerusalén, y su hijo Jotán fue el nuevo rey.
Zacarías, rey de Israel
8 Zacarías hijo de Jeroboán comenzó a reinar en Israel cuando Azarías llevaba treinta y ocho años reinando en Judá. Zacarías reinó en Samaria seis meses, 9 y fue un rey malo ante los ojos del Señor, a la manera de sus antecesores. A semejanza de Jeroboán hijo de Nabat, fomentó en Israel el pecado de la adoración a los ídolos.
10 Entonces Salún hijo de Jabés conspiró contra él y lo asesinó en Ibleam, y tomó la corona. 11 El resto de la historia de Zacarías está en el libro de los reyes de Israel. 12 De esta manera se cumplió la afirmación que el Señor había hecho a Jehú: «Tu hijo, tu nieto y tu bisnieto serán reyes de Israel».
Salún, rey de Israel
13 Salún hijo de Jabés comenzó a reinar en Israel en el año treinta y nueve del reinado de Uzías en Judá. Salún solo alcanzó a reinar durante un mes, 14 pues Menajem hijo de Gadí fue de Tirsá a Samaria y lo mató, y se apoderó del trono.
15 Los demás detalles del reinado de Salún y su conspiración están escritos en el libro de los reyes de Israel.
16 Menajem destruyó la ciudad de Tifsa y los lugares circundantes, comenzando por Tirsá, porque sus ciudadanos se negaron a aceptarlo como rey. Dio muerte a toda la población, y les abrió el vientre a las mujeres que estaban embarazadas.
Menajem, rey de Israel
17 Menajem hijo de Gadí subió al trono de Israel en el año treinta y nueve del reinado de Azarías, rey de Judá. Reinó diez años en Samaria. 18 También fue un rey muy malo. Adoró ídolos, siguiendo así el ejemplo de Jeroboán hijo de Nabat que condujo al pueblo de Israel al pecado.
19-20 Entonces el rey Pul, es decir, Tiglat Piléser, de Asiria, invadió la tierra, pero el rey Menajem lo compró con un regalo de treinta y tres mil kilos de plata, para que lo dejara seguir siendo rey de Israel. Para conseguir esa cantidad de plata, Menajem obligó a los ricos de Israel a entregar, como impuesto, medio kilo de plata. Entonces Tiglat Piléser se regresó a su tierra.
21 El resto de la historia del rey Menajem está escrito en el libro de los reyes de Israel. 22 Cuando murió le sucedió su hijo Pecajías.
Pecajías, rey de Israel
23 Pecajías hijo de Menajem comenzó a reinar en Israel cuando Azarías llevaba cincuenta años reinando en Judá. Pecajías reinó en Samaria dos años, 24 pero hizo lo que ofende al Señor, pues siguió el ejemplo de Jeroboán hijo de Nabat que hizo pecar a Israel, conduciéndolo a la idolatría.
25 Entonces Pecaj hijo de Remalías, que era uno de los oficiales del ejército, conspiró contra él con cincuenta hombres de Galaad, y lo asesinaron en el palacio de Samaria. (Argob y Arié también murieron en aquella ocasión). Después de matar al rey, Pecaj se apoderó del trono de Israel.
26 El resto de la historia del rey Pecajías está escrito en el libro de los reyes de Israel.
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