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Las aguas me anegaron hasta el cuello,
el abismo me envolvía,
las algas se enredaban en mi cabeza.
Me hundí hasta el cimiento de los montes;
la tierra se cerraba tras de mí para siempre.
Sin embargo tú, Señor Dios mío,
me hiciste salir vivo de la tumba.
Estando ya sin aliento,
me acordé del Señor
y elevé hacia ti mi oración,
hacia tu santo Templo.

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