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La mujer samaritana le contesta:

— ¡Cómo! ¿No eres tú judío? ¿Y te atreves a pedirme de beber a mí que soy samaritana?

(Es que los judíos y los samaritanos no se trataban).

10 Jesús le responde:

— Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: “dame de beber”, serías tú la que me pedirías de beber, y yo te daría agua viva.

11 — Pero Señor —replica la mujer—, no tienes con qué sacar el agua y el pozo es hondo. ¿Dónde tienes ese agua viva? 12 Jacob, nuestro antepasado, nos dejó este pozo, del que bebió él mismo, sus hijos y sus ganados. ¿Acaso te consideras de mayor categoría que él?

13 Jesús le contesta:

— Todo el que bebe de esta agua volverá a tener sed; 14 en cambio, el que beba del agua que yo quiero darle, nunca más volverá a tener sed sino que esa agua se convertirá en su interior en un manantial capaz de dar vida eterna.

15 Exclama entonces la mujer:

— Señor, dame de esa agua; así ya no volveré a tener sed ni tendré que venir aquí a sacar agua.

16 Jesús le dice:

— Vete a tu casa, llama a tu marido y vuelve acá.

17 Ella le contesta:

— No tengo marido.

— Es cierto —reconoce Jesús—; no tienes marido. 18 Has tenido cinco y ese con el que ahora vives no es tu marido. En esto has dicho la verdad.

19 Le responde la mujer:

— Señor, veo que eres profeta. 20 Nuestros antepasados rindieron culto a Dios en este monte; en cambio, vosotros los judíos decís que el lugar para dar culto a Dios es Jerusalén.

21 Jesús le contesta:

— Créeme, mujer, está llegando el momento en que para dar culto al Padre, no tendréis que subir a este monte ni ir a Jerusalén. 22 Vosotros los samaritanos rendís culto a algo que desconocéis; nosotros sí lo conocemos, ya que la salvación viene de los judíos. 23 Está llegando el momento, mejor dicho, ha llegado ya, en que los verdaderos adoradores rendirán culto al Padre en espíritu y en verdad, porque estos son los adoradores que el Padre quiere. 24 Dios es espíritu, y quienes le rinden culto deben hacerlo en espíritu y en verdad.

25 La mujer le dice:

— Yo sé que el Mesías (es decir, el Cristo) está por llegar; cuando venga nos lo enseñará todo.

26 Jesús, entonces, le manifiesta:

— El Mesías soy yo, el mismo que está hablando contigo.

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