Tobías salió a llamarlo y le dijo: —Joven, mi padre te llama. El ángel entró, y Tobit se adelantó a saludarlo. El ángel le respondió, deseándole que se encontrara bien. Tobit le contestó: —¿Qué bien me puedo encontrar ya? ¡Estoy ciego, no puedo ver la luz del sol! Me encuentro en la oscuridad, como los muertos, que ya no pueden ver la luz. Mi vida es una muerte. Oigo hablar a la gente, pero no la puedo ver. El ángel le respondió: —¡Ten confianza! Dios no tardará en sanarte. ¡Ten confianza! Tobit le dijo: —Mi hijo Tobías quiere viajar a Media. ¿Puedes acompañarlo y servirle de guía? Amigo, yo te pagaré lo que sea. Él respondió: —Sí, puedo acompañarlo. Conozco bien esos caminos. He ido muchas veces a Media y he recorrido todas esas llanuras y los montes. Conozco todos esos caminos.
Tobías fue a llamarlo, y le dijo: —Joven, mi padre quiere conocerte. Cuando el ángel entró en la casa, lo saludé primero, y él me contestó: —¡Qué tengas paz y salud! Pero yo le contesté: —¡Qué paz ni qué salud! Estoy tan ciego que ni siquiera puedo ver la luz del sol. Escucho a la gente, pero no la puedo ver. Vivo en la oscuridad. ¡Estoy muerto en vida! —¡No se desespere! —me dijo el ángel Rafael—. Dios lo sanará pronto. ¡Tenga confianza! Yo le dije: —Mi hijo Tobías quiere ir hasta el país de Media, ¿podrías acompañarlo y servirle de guía? Yo te pagaré por tus servicios. —Claro que sí —me respondió—. He ido muchas veces a ese país, y he recorrido sus cerros y valles; conozco bien esos caminos.