El sumo sacerdote Joaquín y todos los sacerdotes, que servían en el templo, y los demás que oficiaban ante el Señor, iban vestidos con ropas ásperas mientras ofrecían el holocausto de todos los días, las oraciones y las ofrendas voluntarias del pueblo.
También cubrieron el altar del templo con telas ásperas, y le pidieron a Dios protección. Y es que temían que sus enemigos se burlaran de ellos, les quitaran a sus hijos y se llevaran a sus mujeres. Sabían que los enemigos destruirían las ciudades que habían heredado y adorarían a sus dioses en el templo. En Jerusalén y en toda Judea, la gente ayunó durante muchos días delante del templo del Dios todopoderoso. Por su parte, Joaquín, el jefe de los sacerdotes, junto con los demás sacerdotes y los que trabajaban en el templo, reconocieron ante Dios que sin su ayuda estaban perdidos. Entonces se vistieron con ropas ásperas para hacer los sacrificios de cada día, y para recibir las ofrendas que el pueblo voluntariamente le llevaba a Dios. Además se echaron ceniza sobre la cabeza, y con todas sus fuerzas le pidieron a Dios que protegiera al pueblo de Israel. Dios vio el sufrimiento de su pueblo y escuchó sus oraciones.