Los mensajeros le entregaron la propuesta al comandante Holofernes, y éste decidió ir a cada una de las ciudades de la costa. En todas ellas, la gente lo recibió con música de tambores y baile, y hasta se puso coronas de hojas de laurel. Sin embargo, Holofernes destruyó todos los templos que había en esas ciudades, pues tenía orden de destruir los ídolos. Así todos los habitantes de esas ciudades, sin importar su raza o idioma, tendrían que adorar al rey Nabucodonosor como si fuera un dios. Al salir de cada ciudad, Holofernes dejó tropas de su ejército vigilando la ciudad, y eligió hombres del lugar para que sirvieran como soldados auxiliares.