Ella se inclinó para adorar a Dios, y les dijo: —Manden que me abran la puerta de la ciudad, y yo iré a hacer lo que ustedes han dicho. Ellos ordenaron a los guardias que le abrieran la puerta, como había pedido.
Judit adoró a Dios, y luego les dijo: —Den la orden para que me permitan salir de la ciudad. Llevaré a cabo todo lo que ustedes acaban de decir. Enseguida, ellos ordenaron que se abrieran los portones,