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Pues ya que la ley solo tiene la sombra de los bienes futuros y no la forma misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que ellos ofrecen continuamente año tras año, hacer perfectos a los que se acercan.
De otra manera, ¿no habrían cesado de ofrecerse, ya que los adoradores, una vez purificados, no tendrían ya más conciencia de pecado?
Pero en esos sacrificios hay un recordatorio de pecados año tras año.
Porque es imposible que la sangre de toros y de machos cabríos quite los pecados.
Por lo cual, al entrar Él en el mundo, dice: Sacrificio y ofrenda no has querido, pero un cuerpo has preparado para mí;
en holocaustos y sacrificios por el pecado no te has complacido.
Entonces dije: «He aquí, yo he venido (en el rollo del libro esta escrito de mí) para hacer, oh Dios, tu voluntad».
Habiendo dicho arriba: Sacrificios y ofrendas y holocaustos, y sacrificios por el pecado no has querido, ni en ellos te has complacido (los cuales se ofrecen según la ley),
entonces dijo: He aquí, yo he venido para hacer tu voluntad. El quita lo primero para establecer lo segundo.
Por esta voluntad hemos sido santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo ofrecida de una vez para siempre.
Y ciertamente todo sacerdote está de pie, día tras día, ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados;
pero Él, habiendo ofrecido un solo sacrificio por los pecados para siempre, se sentó a la diestra de Dios,
esperando de ahí en adelante hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies.
Porque por una ofrenda Él ha hecho perfectos para siempre a los que son santificados.
Y también el Espíritu Santo nos da testimonio; porque después de haber dicho:
Este es el pacto que haré con ellos después de aquellos días —dice el Señor: Pondré mis leyes en su corazón, y en su mente las escribiré, añade:
Y nunca más me acordaré de sus pecados e iniquidades.
Ahora bien, donde hay perdón de estas cosas, ya no hay ofrenda por el pecado.
Entonces, hermanos, puesto que tenemos confianza para entrar al Lugar Santísimo por la sangre de Jesús,
por un camino nuevo y vivo que Él inauguró para nosotros por medio del velo, es decir, su carne,
y puesto que tenemos un gran sacerdote sobre la casa de Dios,
acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, teniendo nuestro corazón purificado de mala conciencia y nuestro cuerpo lavado con agua pura.
Mantengamos firme la profesión de nuestra esperanza sin vacilar, porque fiel es el que prometió;
y consideremos cómo estimularnos unos a otros al amor y a las buenas obras,
no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos unos a otros, y mucho más al ver que el día se acerca.
Porque si continuamos pecando deliberadamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda sacrificio alguno por los pecados,
sino cierta horrenda expectación de juicio, y la furia de un fuego que ha de consumir a los adversarios.
Cualquiera que viola la ley de Moisés muere sin misericordia por el testimonio de dos o tres testigos.
¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que ha hollado bajo sus pies al Hijo de Dios, y ha tenido por inmunda la sangre del pacto por la cual fue santificado, y ha ultrajado al Espíritu de gracia?
Pues conocemos al que dijo: Mia es la venganza, yo pagare. Y otra vez: El Señor juzgara a su pueblo.
¡Horrenda cosa es caer en las manos del Dios vivo!
Pero recordad los días pasados, cuando después de haber sido iluminados, soportasteis una gran lucha de padecimientos;
por una parte, siendo hechos un espectáculo público en oprobios y aflicciones, y por otra, siendo compañeros de los que eran tratados así.
Porque tuvisteis compasión de los prisioneros y aceptasteis con gozo el despojo de vuestros bienes, sabiendo que tenéis para vosotros mismos una mejor y más duradera posesión.
Por tanto, no desechéis vuestra confianza, la cual tiene gran recompensa.
Porque tenéis necesidad de paciencia, para que cuando hayáis hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa.
Porque dentro de muy poco tiempo, el que ha de venir vendrá y no tardará.
Mas mi justo vivirá por la fe; y si retrocede, mi alma no se complacerá en Él.
Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para la preservación del alma.
¶ Porque la ley teniendo una sombra de los bienes venideros, no la representación misma de las cosas, nunca puede hacer perfectos a los que se allegan por los mismos sacrificios que ofrecen continuamente cada año.
De otra manera cesarían de ofrecerse, porque los que sacrificaran, limpios de una vez, no tendrían más conciencia de pecado.
Pero en estos sacrificios cada año se hace la misma conmemoración de los pecados.
Porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados.
Por lo cual, entrando en el mundo, dice: Sacrificio y Presente no quisiste; mas me apropiaste el cuerpo;
holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron.
¶ Entonces dije: Heme aquí (en la cabecera del libro está escrito de mí) para que haga, oh Dios, tu voluntad.
Diciendo arriba: Sacrificio y presente, y holocaustos y expiaciones por el pecado no quisiste, ni te agradaron, las cuales cosas se ofrecen según la Ley,
entonces dijo: Heme aquí para que haga, oh Dios, tu voluntad. Quita lo primero, para establecer lo postrero.
En esa voluntad somos santificados por la ofrenda del cuerpo de Jesús, el Cristo, hecha UNA VEZ.
Así que, todo sacerdote se presenta cada día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados;
pero éste, habiendo ofrecido por los pecados un solo sacrificio para siempre, está sentado a la diestra de Dios,
esperando lo que resta, es a decir, hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies;
porque con una sola ofrenda hizo consumados para siempre a los santificados.
Así, nos atestigua lo mismo el Espíritu Santo; que después dijo:
Y éste es el testamento que haré con ellos después de aquellos días, dice el Señor, Daré mis leyes en sus corazones, y en sus almas las escribiré;
y nunca más me acordaré de sus pecados e iniquidades.
Pues donde hay remisión de éstos, no hay más ofrenda por el pecado.
¶ Así que, hermanos, teniendo atrevimiento para entrar en el Santuario por la sangre de Jesús el Cristo,
por el camino que él nos consagró nuevo, y vivo, por el velo, es a saber, por su carne,
y teniendo aquel Gran Sacerdote, sobre la casa de Dios,
lleguémonos con corazón verdadero, y con fe llena, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua limpia
retengamos firme la profesión de nuestra esperanza, que fiel es el que prometió.
Y considerémonos los unos a los otros para provocarnos a la caridad, y a las buenas obras;
no dejando nuestra congregación, como algunos tienen por costumbre, mas exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca.
Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por el pecado,
sino una horrenda esperanza de juicio, y hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios.
El que menospreciare la ley de Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos muere sin ninguna misericordia.
¿Cuánto pensáis que será más digno de mayor castigo, el que hollare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del testamento en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia?
Sabemos quién es el que dijo: Mía es la venganza, yo daré el pago, dice el Señor. Y otra vez: El Señor juzgará a su pueblo.
Horrenda cosa es caer en las manos del Dios viviente.
Pero traed a la memoria los días pasados en los cuales después de haber recibido la luz, sufristeis gran combate de aflicciones.
De una parte ciertamente con vituperios y tribulaciones fuisteis hechos espectáculo; y de otra parte hechos compañeros de los que estaban en tal estado.
Porque de mis prisiones también os resentisteis conmigo, y el robo de vuestros bienes padecisteis con gozo, conociendo que tenéis en vosotros una mejor sustancia en los cielos, y que permanece.
No perdáis pues ésta vuestra confianza, que tiene gran remuneración de galardón;
porque la paciencia os es necesaria, para que, habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa.
Porque aún, un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará.
Mas el justo vivirá por la fe; mas el que se retirare, no agradará a mi alma.
Pero nosotros no somos tales que nos retiremos para perdición, sino fieles para ganancia del alma.
Porque la ley de Moisés era solamente una sombra de los bienes que habían de venir, y no su presencia verdadera. Por eso la ley nunca puede hacer perfectos a quienes cada año se acercan a Dios para ofrecerle los mismos sacrificios.
Pues si la ley realmente pudiera purificarlos del pecado, ya no se sentirían culpables, y dejarían de ofrecer sacrificios.
Pero estos sacrificios sirven más bien para hacerles recordar sus pecados cada año.
Porque la sangre de los toros y de los chivos no puede quitar los pecados.
Por eso Cristo, al entrar en el mundo, dijo a Dios: «No quieres sacrificio ni ofrendas, sino que me has dado un cuerpo.
No te agradan los holocaustos ni las ofrendas para quitar el pecado.
Entonces dije: “Aquí estoy, tal como está escrito de mí en el libro, para hacer tu voluntad, oh Dios.”»
En primer lugar, dice que Dios no quiere ni le agradan sacrificios ni ofrendas de animales, ni holocaustos para quitar el pecado, a pesar de que son cosas que la ley manda ofrecer.
Y después añade: «Aquí vengo para hacer tu voluntad.» Es decir, que quita aquellos sacrificios antiguos y pone en su lugar uno nuevo.
Dios nos ha consagrado porque Jesucristo hizo la voluntad de Dios al ofrecer su propio cuerpo en sacrificio una sola vez y para siempre.
Todo sacerdote judío oficia cada día y sigue ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, aunque éstos nunca pueden quitar los pecados.
Pero Jesucristo ofreció por los pecados un solo sacrificio para siempre, y luego se sentó a la derecha de Dios.
Allí está esperando hasta que Dios haga de sus enemigos el estrado de sus pies,
porque por medio de una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los que han sido consagrados a Dios.
Y el Espíritu Santo nos lo confirma, al decir:
«La alianza que haré con ellos después de aquellos días, será ésta, dice el Señor: Pondré mis leyes en su corazón y las escribiré en su mente.
Y no me acordaré más de sus pecados y maldades.»
Así pues, cuando los pecados han sido perdonados, ya no hay necesidad de más ofrendas por el pecado.
Hermanos, ahora podemos entrar con toda libertad en el santuario gracias a la sangre de Jesús,
siguiendo el nuevo camino de vida que él nos abrió a través del velo, es decir, a través de su propio cuerpo.
Tenemos un gran sacerdote al frente de la casa de Dios.
Por eso, acerquémonos a Dios con corazón sincero y con una fe completamente segura, limpios nuestros corazones de mala conciencia y lavados nuestros cuerpos con agua pura.
Mantengámonos firmes, sin dudar, en la esperanza de la fe que profesamos, porque Dios cumplirá la promesa que nos ha hecho.
Busquemos la manera de ayudarnos unos a otros a tener más amor y a hacer el bien.
No dejemos de asistir a nuestras reuniones, como hacen algunos, sino animémonos unos a otros; y tanto más cuanto que vemos que el día del Señor se acerca.
Porque si seguimos pecando intencionalmente después de haber conocido la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados;
solamente nos queda la terrible amenaza del juicio y del fuego ardiente que destruirá a los enemigos de Dios.
Cuando alguien desobedece la ley de Moisés, si hay dos o tres testigos que declaren contra él, se le condena a muerte sin compasión.
Pues ¿no creen ustedes que mucho mayor castigo merecen los que pisotean al Hijo de Dios y desprecian su sangre, los que insultan al Espíritu del Dios que los ama? Esa sangre es la que confirma la alianza, y con ella han sido ellos consagrados.
Sabemos que el Señor ha dicho: «A mí me corresponde hacer justicia; yo pagaré.» Y ha dicho también: «El Señor juzgará a su pueblo.»
¡Terrible cosa es caer en las manos del Dios viviente!
Pero recuerden ustedes los tiempos pasados, cuando acababan ustedes de recibir la luz y soportaron con fortaleza los sufrimientos de una gran lucha.
Algunos de ustedes fueron insultados y maltratados públicamente, y otros se unieron en el sufrimiento con los que fueron tratados así.
Ustedes tuvieron compasión de los que estaban en la cárcel, y hasta con alegría se dejaron quitar lo que poseían, sabiendo que en el cielo tienen algo que es mucho mejor y que permanece para siempre.
No pierdan, pues, su confianza, porque ella les traerá una gran recompensa.
Ustedes necesitan tener fortaleza en el sufrimiento, para hacer la voluntad de Dios y recibir así lo que él ha prometido.
Pues la Escritura dice: «Pronto, muy pronto, vendrá el que tiene que venir. No tardará.
Mi justo por la fe vivirá; pero si se vuelve atrás, no estaré contento de él.»
Y nosotros no somos de los que se vuelven atrás y van a su condenación, sino de los que alcanzan la salvación porque tienen fe.
Pues ya que la ley solo tiene la sombra de los bienes futuros y no la forma misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que ellos ofrecen continuamente año tras año, hacer perfectos a los que se acercan.
De otra manera, ¿no habrían cesado de ofrecerse, ya que los adoradores, una vez purificados, no tendrían ya más conciencia de pecado?
Pero en esos sacrificios hay un recordatorio de pecados año tras año.
Porque es imposible que la sangre de toros y de machos cabríos quite los pecados.
Por lo cual, al entrar Cristo en el mundo, dice: «Sacrificio y ofrenda no has querido, Pero un cuerpo has preparado para Mí;
En holocaustos y sacrificios por el pecado no te has complacido.
-»Entonces dije: “Aquí estoy, Yo he venido (En el rollo del libro está escrito de Mí) Para hacer, oh Dios, Tu voluntad”».
Habiendo dicho anteriormente: «Sacrificios y ofrendas y holocaustos, y sacrificios por el pecado no has querido, ni en ellos Tú te has complacido» (los cuales se ofrecen según la ley),
entonces dijo: «Mira, Yo he venido para hacer Tu voluntad». Él quita lo primero para establecer lo segundo.
Por esa voluntad hemos sido santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo ofrecida una vez para siempre.
Ciertamente todo sacerdote está de pie, día tras día, ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados.
Pero Cristo, habiendo ofrecido un solo sacrificio por los pecados para siempre, se sentó a la diestra de Dios,
esperando de ahí en adelante hasta que Sus enemigos sean puestos por estrado de Sus pies.
Porque por una ofrenda Él ha hecho perfectos para siempre a los que son santificados.
También el Espíritu Santo nos da testimonio. Porque después de haber dicho:
«Este es el pacto que haré con ellos Después de aquellos días, dice el Señor: Pondré Mis leyes en su corazón, Y en su mente las escribiré», añade:
«Y nunca más me acordaré de sus pecados e iniquidades».
Ahora bien, donde hay perdón de estas cosas, ya no hay ofrenda por el pecado.
Entonces, hermanos, puesto que tenemos confianza para entrar al Lugar Santísimo por la sangre de Jesús,
por un camino nuevo y vivo que Él inauguró para nosotros por medio del velo, es decir, Su carne,
y puesto que tenemos un gran Sacerdote sobre la casa de Dios,
acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, teniendo nuestro corazón purificado de mala conciencia y nuestro cuerpo lavado con agua pura.
Mantengamos firme la profesión de nuestra esperanza sin vacilar, porque fiel es Aquel que prometió.
Consideremos cómo estimularnos unos a otros al amor y a las buenas obras,
no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos unos a otros, y mucho más al ver que el día se acerca.
Porque si continuamos pecando deliberadamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda sacrificio alguno por los pecados,
sino cierta horrenda expectación de juicio, y la furia de un fuego que ha de consumir a los adversarios.
Cualquiera que viola la ley de Moisés muere sin misericordia por el testimonio de dos o tres testigos.
¿Cuánto mayor castigo piensan ustedes que merecerá el que ha pisoteado bajo sus pies al Hijo de Dios, y ha tenido por inmunda la sangre del pacto por la cual fue santificado, y ha ultrajado al Espíritu de gracia?
Pues conocemos a Aquel que dijo: «Mía es la venganza, Yo pagaré». Y otra vez: «El Señor juzgará a Su pueblo».
¡Horrenda cosa es caer en las manos del Dios vivo!
Pero recuerden los días pasados, cuando después de haber sido iluminados, ustedes soportaron una gran lucha de padecimientos.
Por una parte, siendo hechos un espectáculo público en oprobios y aflicciones, y por otra, siendo compañeros de los que eran tratados así.
Porque tuvieron compasión de los prisioneros y aceptaron con gozo el despojo de sus bienes, sabiendo que tienen para ustedes mismos una mejor y más duradera posesión.
Por tanto, no desechen su confianza, la cual tiene gran recompensa.
Porque ustedes tienen necesidad de paciencia, para que cuando hayan hecho la voluntad de Dios, obtengan la promesa.
Porque dentro de muy poco tiempo, El que ha de venir vendrá y no tardará.
Mas Mi justo vivirá por la fe; Y si retrocede, Mi alma no se complacerá en él.
Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para la preservación del alma.
La ley es sólo una sombra de los bienes que están por venir y no la realidad misma de esos bienes. Por eso, la ley nunca puede hacer perfectos a los que adoran por medio de los mismos sacrificios, año tras año sin cesar.
Si hubiera podido, ya habrían dejado de ofrecerse sacrificios, pues los que adoran, purificados de una vez por todas, ya no se sentirían culpables de pecado.
Pero esos sacrificios son un recordatorio, cada año, de sus pecados,
porque es imposible que la sangre de los toros y de los chivos quite los pecados.
Por eso Cristo, al entrar en el mundo, dijo: «Tú no quieres sacrificios ni ofrendas; por eso, me has dado un cuerpo.
No te agradan los holocaustos ni los sacrificios por los pecados.
Por eso dije: “Aquí me tienes”, como está escrito de mí en el libro: “He venido para hacer tu voluntad, oh Dios”».
Al principio dijo: «No quieres ni te agradan los sacrificios por los pecados ni las ofrendas y holocaustos» (a pesar de que la ley exigía que se ofrecieran).
Y luego añadió: «Aquí estoy. He venido a hacer tu voluntad». Es decir, que quitó lo primero para establecer lo segundo.
Y como Jesucristo hizo la voluntad de Dios al sacrificar su propio cuerpo, una sola vez y para siempre, por eso nosotros somos santificados.
Todo sacerdote celebra el culto día tras día ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados.
Pero este sacerdote le ofreció a Dios por los pecados un solo sacrificio para siempre. Después se sentó a la derecha de Dios,
y allí esperará a que sus enemigos sean puestos bajo sus pies.
Porque con un solo sacrificio hizo perfectos para siempre a los que está santificando.
También el Espíritu Santo lo confirma cuando dice:
«Este es el pacto que haré con ellos después de aquellos días, —dice el Señor: Pondré mis leyes en su corazón y las escribiré en su mente».
Luego añade: «Y nunca más me acordaré de sus pecados y maldades».
Y cuando los pecados han sido perdonados, ya no es necesario ofrecer ningún otro sacrificio por ellos.
Por eso, amados hermanos, gracias a la sangre de Jesucristo podemos entrar libremente en el Lugar Santísimo.
Jesús nos ha abierto un camino nuevo y vivo a través de la cortina, es decir, a través de su cuerpo.
Además, en él tenemos un gran sacerdote que está al frente de la familia de Dios.
Y puesto que es así, acerquémonos a Dios con corazón sincero y con la plena seguridad que da la fe, ya que en nuestro interior hemos sido purificados de una mala conciencia y exteriormente hemos sido lavados con agua pura.
Sigamos firmes en la esperanza que profesamos, porque él cumplirá la promesa que nos hizo.
Tratemos de ayudarnos unos a otros para animarnos al amor y a hacer el bien.
No dejemos de reunirnos, como algunos acostumbran hacer, sino animémonos unos a otros, y con mayor razón cuando vemos que aquel día se acerca.
Si después de haber conocido la verdad seguimos pecando, ya no queda ningún sacrificio por los pecados.
Lo único que nos queda es esperar con terror el juicio, el fuego ardiente con el que Dios destruirá a sus enemigos.
Por eso, cualquiera que desobedecía la ley de Moisés, y si así lo declaraban dos o tres testigos, moría sin remedio.
¿No piensan ustedes que merece un mayor castigo el que haya pisoteado al Hijo de Dios?, ¿el que haya despreciado la sangre del pacto por la cual había sido santificado y que haya insultado así al Espíritu de gracia?
Sabemos que el Señor dijo: «Yo soy el que se vengará; yo pagaré». Y también dijo: «El Señor juzgará a su pueblo».
¡Terrible cosa es caer en las manos del Dios viviente!
Recuerden los días pasados cuando ustedes, después de recibir la luz, tuvieron que soportar una dura lucha y muchos sufrimientos.
Hubo ocasiones en que los persiguieron e insultaron delante de la gente; y en otras se unieron a los que eran tratados de igual manera.
También tuvieron compasión de los que estaban en la cárcel, y cuando a ustedes les quitaron sus posesiones, lo aceptaron con alegría porque sabían que tenían un patrimonio mejor y más duradero.
Por eso, no pierdan la confianza, porque esta les traerá una gran recompensa.
Ustedes necesitan seguir confiando para que, después de haber cumplido la voluntad de Dios, reciban lo que él ha prometido.
Pues en poco tiempo, «el que tiene que venir vendrá, y no tardará.
Mi justo vivirá por la fe; pero si se vuelve atrás, no estaré contento con él».
Mas nosotros no somos de los que se vuelven atrás y terminan perdiéndose, sino de los que tienen fe y alcanzan la salvación.
El sistema antiguo bajo la ley de Moisés era solo una sombra—un tenue anticipo de las cosas buenas por venir—no las cosas buenas en sí mismas. Bajo aquel sistema se repetían los sacrificios una y otra vez, año tras año, pero nunca pudieron limpiar por completo a quienes venían a adorar.
Si los sacrificios hubieran podido limpiar por completo, entonces habrían dejado de ofrecerlos, porque los adoradores se habrían purificado una sola vez y para siempre, y habrían desaparecido los sentimientos de culpa.
Pero en realidad, esos sacrificios les recordaban sus pecados año tras año.
Pues no es posible que la sangre de los toros y las cabras quite los pecados.
Por eso, cuando Cristo vino al mundo, le dijo a Dios: «No quisiste sacrificios de animales ni ofrendas por el pecado. Pero me has dado un cuerpo para ofrecer.
No te agradaron las ofrendas quemadas ni otras ofrendas por el pecado.
Luego dije: “Aquí estoy, oh Dios; he venido a hacer tu voluntad como está escrito acerca de mí en las Escrituras”».
Primero, Cristo dijo: «No quisiste sacrificios de animales, ni ofrendas por el pecado, ni ofrendas quemadas ni otras ofrendas por el pecado; tampoco te agradaron todas esas ofrendas» (aun cuando la ley de Moisés las exige).
Luego dijo: «Aquí estoy, he venido a hacer tu voluntad». Él anula el primer pacto para que el segundo entre en vigencia.
Pues la voluntad de Dios fue que el sacrificio del cuerpo de Jesucristo nos hiciera santos, una vez y para siempre.
Bajo el antiguo pacto, el sacerdote oficia de pie delante del altar día tras día, ofreciendo los mismos sacrificios una y otra vez, los cuales nunca pueden quitar los pecados;
pero nuestro Sumo Sacerdote se ofreció a sí mismo a Dios como un solo sacrificio por los pecados, válido para siempre. Luego se sentó en el lugar de honor, a la derecha de Dios.
Allí espera hasta que sus enemigos sean humillados y puestos por debajo de sus pies.
Pues mediante esa única ofrenda, él perfeccionó para siempre a los que está haciendo santos.
Y el Espíritu Santo también da testimonio de que es verdad, pues dice:
«Este es el nuevo pacto que haré con mi pueblo en aquel día, dice el Señor: Pondré mis leyes en su corazón y las escribiré en su mente».
Después dice: «Nunca más me acordaré de sus pecados y sus transgresiones».
Y cuando los pecados han sido perdonados, ya no hace falta ofrecer más sacrificios.
Así que, amados hermanos, podemos entrar con valentía en el Lugar Santísimo del cielo por causa de la sangre de Jesús.
Por su muerte, Jesús abrió un nuevo camino—un camino que da vida—a través de la cortina al Lugar Santísimo.
Ya que tenemos un gran Sumo Sacerdote que gobierna la casa de Dios,
entremos directamente a la presencia de Dios con corazón sincero y con plena confianza en él. Pues nuestra conciencia culpable ha sido rociada con la sangre de Cristo a fin de purificarnos, y nuestro cuerpo ha sido lavado con agua pura.
Mantengámonos firmes sin titubear en la esperanza que afirmamos, porque se puede confiar en que Dios cumplirá su promesa.
Pensemos en maneras de motivarnos unos a otros a realizar actos de amor y buenas acciones.
Y no dejemos de congregarnos, como lo hacen algunos, sino animémonos unos a otros, sobre todo ahora que el día de su regreso se acerca.
Queridos amigos, si seguimos pecando a propósito después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda ningún sacrificio que cubra esos pecados.
Solo queda la terrible expectativa del juicio de Dios y el fuego violento que consumirá a sus enemigos.
Pues todo el que rehusaba obedecer la ley de Moisés era ejecutado sin compasión por el testimonio de dos o tres testigos.
Piensen, pues, cuánto mayor será el castigo para quienes han pisoteado al Hijo de Dios y han considerado la sangre del pacto—la cual nos hizo santos—como si fuera algo vulgar e inmundo, y han insultado y despreciado al Espíritu Santo que nos trae la misericordia de Dios.
Pues conocemos al que dijo: «Yo tomaré venganza; yo les pagaré lo que se merecen». También dijo: «El Señor juzgará a su propio pueblo».
¡Es algo aterrador caer en manos del Dios vivo!
Acuérdense de los primeros tiempos, cuando recién aprendían acerca de Cristo. Recuerden cómo permanecieron fieles aunque tuvieron que soportar terrible sufrimiento.
Algunas veces los ponían en ridículo públicamente y los golpeaban, otras veces ustedes ayudaban a los que pasaban por lo mismo.
Sufrieron junto con los que fueron metidos en la cárcel y, cuando a ustedes les quitaron todos sus bienes, lo aceptaron con alegría. Sabían que en el futuro les esperaban cosas mejores, que durarán para siempre.
Por lo tanto, no desechen la firme confianza que tienen en el Señor. ¡Tengan presente la gran recompensa que les traerá!
Perseverar con paciencia es lo que necesitan ahora para seguir haciendo la voluntad de Dios. Entonces recibirán todo lo que él ha prometido.
«Pues, dentro de muy poco tiempo, Aquel que viene vendrá sin demorarse.
Mis justos vivirán por la fe. Pero no me complaceré con nadie que se aleje».
Pero nosotros no somos de los que se apartan de Dios hacia su propia destrucción. Somos los fieles, y nuestras almas serán salvas.
La Ley es solo una sombra de los bienes venideros, no la presencia misma de estas realidades. Por eso nunca puede perfeccionar a los que se acercan para adorar mediante los mismos sacrificios que se ofrecen sin cesar año tras año.
De otra manera, ¿no habrían dejado ya de hacerse sacrificios? Pues los que rinden culto, purificados de una vez por todas, ya no se habrían sentido culpables de pecado.
Pero esos sacrificios son un recordatorio anual de los pecados,
ya que es imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos quite los pecados.
Por eso, al entrar en el mundo, Cristo dijo: «A ti no te complacen sacrificios ni ofrendas; en su lugar, me preparaste un cuerpo;
no te agradaron ni holocaustos ni sacrificios por el pecado.
Por eso dije: “Aquí me tienes —como está escrito en el libro—. He venido, oh Dios, a hacer tu voluntad”».
Primero dijo: «Sacrificios y ofrendas, holocaustos y sacrificios por el pecado no te complacen ni fueron de tu agrado», a pesar de que la Ley exigía que se ofrecieran.
Luego añadió: «Aquí me tienes: He venido a hacer tu voluntad». Así quitó lo primero para establecer lo segundo.
Y en virtud de esa voluntad somos santificados mediante el sacrificio del cuerpo de Jesucristo, ofrecido una vez y para siempre.
Todo sacerdote celebra el culto día tras día ofreciendo repetidas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados.
Pero este sacerdote, después de ofrecer por los pecados un solo sacrificio para siempre, se sentó a la derecha de Dios
en espera de que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies.
Porque con un solo sacrificio ha perfeccionado para siempre a los que han sido santificados.
También el Espíritu Santo nos da testimonio de ello. Primero dice:
«Este es el pacto que haré con ellos después de aquel tiempo», afirma el Señor, «pondré mis leyes en su corazón y las escribiré en su mente».
Después añade: «Y nunca más me acordaré de sus pecados y maldades».
Y puesto que estos han sido perdonados, ya no hace falta ofrecer otro sacrificio por el pecado.
Así que, hermanos, mediante la sangre de Jesús, tenemos confianza para entrar en el Lugar Santísimo
por el camino nuevo y vivo que él nos ha abierto a través de la cortina, lo cual hizo por medio de su cuerpo.
También tenemos un gran sacerdote al frente de la casa de Dios.
Acerquémonos, pues, a Dios con corazón sincero y con la plena seguridad que da la fe, interiormente purificados de una conciencia culpable y los cuerpos lavados con agua pura.
Mantengamos firme la esperanza que profesamos, porque fiel es el que hizo la promesa.
Preocupémonos los unos por los otros, a fin de estimularnos al amor y a las buenas obras.
No dejemos de congregarnos, como acostumbran hacer algunos, sino animémonos unos a otros, y con mayor razón ahora que vemos que aquel día se acerca.
Si después de recibir el conocimiento de la verdad pecamos obstinadamente, ya no hay sacrificio por los pecados.
Solo queda una aterradora expectativa de juicio, el fuego ardiente que ha de devorar a los adversarios.
Cualquiera que rechazaba la Ley de Moisés moría irremediablemente por el testimonio de dos o tres testigos.
¿Cuánto mayor castigo piensan ustedes que merece el que ha pisoteado al Hijo de Dios, que ha profanado la sangre del pacto por la cual había sido santificado y que ha insultado al Espíritu de la gracia?
Pues conocemos al que dijo: «Mía es la venganza; yo pagaré»; y también: «El Señor juzgará a su pueblo».
¡Es aterrador caer en las manos del Dios vivo!
Recuerden aquellos días pasados cuando ustedes, después de haber sido iluminados, sostuvieron una dura lucha y soportaron mucho sufrimiento.
Unas veces se vieron expuestos públicamente al insulto y a la persecución; otras veces se solidarizaron con los que eran tratados de igual manera.
También se compadecieron de los encarcelados y, cuando a ustedes les confiscaron sus bienes, lo aceptaron con alegría, conscientes de que tenían una mejor herencia y más permanente.
Así que no abandonen su confianza, la cual ha de ser grandemente recompensada.
Ustedes necesitan perseverar para que, después de haber cumplido la voluntad de Dios, reciban lo que él ha prometido.
Pues dentro de muy poco tiempo, «el que ha de venir vendrá y no tardará.
Pero el justo vivirá por la fe. Y si se vuelve atrás, no será de mi agrado».
Pero nosotros no somos de los que se vuelven atrás y acaban por perderse, sino de los que tienen fe y preservan su vida.
La ley es solo una sombra de los bienes venideros, y no la presencia misma de estas realidades. Por eso nunca puede, mediante los mismos sacrificios que se ofrecen sin cesar año tras año, hacer perfectos a los que adoran.
De otra manera, ¿no habrían dejado ya de hacerse sacrificios? Pues los que rinden culto, purificados de una vez por todas, ya no se habrían sentido culpables de pecado.
Pero esos sacrificios son un recordatorio anual de los pecados,
ya que es imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos quite los pecados.
Por eso, al entrar en el mundo, Cristo dijo: «A ti no te complacen sacrificios ni ofrendas; en su lugar, me preparaste un cuerpo;
no te agradaron ni holocaustos ni sacrificios por el pecado.
Por eso dije: “Aquí me tienes —como el libro dice de mí—. He venido, oh Dios, a hacer tu voluntad”».
Primero dijo: «Sacrificios y ofrendas, holocaustos y expiaciones no te complacen ni fueron de tu agrado» (a pesar de que la ley exigía que se ofrecieran).
Luego añadió: «Aquí me tienes: He venido a hacer tu voluntad». Así quitó lo primero para establecer lo segundo.
Y en virtud de esa voluntad somos santificados mediante el sacrificio del cuerpo de Jesucristo, ofrecido una vez y para siempre.
Todo sacerdote celebra el culto día tras día ofreciendo repetidas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados.
Pero este sacerdote, después de ofrecer por los pecados un solo sacrificio para siempre, se sentó a la derecha de Dios,
en espera de que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies.
Porque con un solo sacrificio ha hecho perfectos para siempre a los que está santificando.
También el Espíritu Santo nos da testimonio de ello. Primero dice:
«Este es el pacto que haré con ellos después de aquel tiempo —dice el Señor—: Pondré mis leyes en su corazón, y las escribiré en su mente».
Después añade: «Y nunca más me acordaré de sus pecados y maldades».
Y, cuando estos han sido perdonados, ya no hace falta otro sacrificio por el pecado.
Así que, hermanos, mediante la sangre de Jesús, tenemos plena libertad para entrar en el Lugar Santísimo,
por el camino nuevo y vivo que él nos ha abierto a través de la cortina, es decir, a través de su cuerpo;
y tenemos además un gran sacerdote al frente de la familia de Dios.
Acerquémonos, pues, a Dios con corazón sincero y con la plena seguridad que da la fe, interiormente purificados de una conciencia culpable y exteriormente lavados con agua pura.
Mantengamos firme la esperanza que profesamos, porque fiel es el que hizo la promesa.
Preocupémonos los unos por los otros, a fin de estimularnos al amor y a las buenas obras.
No dejemos de congregarnos, como acostumbran hacerlo algunos, sino animémonos unos a otros, y con mayor razón ahora que vemos que aquel día se acerca.
Si después de recibir el conocimiento de la verdad pecamos obstinadamente, ya no hay sacrificio por los pecados.
Solo queda una terrible expectativa de juicio, el fuego ardiente que ha de devorar a los enemigos de Dios.
Cualquiera que rechazaba la ley de Moisés moría irremediablemente por el testimonio de dos o tres testigos.
¿Cuánto mayor castigo pensáis que merece el que ha pisoteado al Hijo de Dios, que ha profanado la sangre del pacto por la cual había sido santificado y que ha insultado al Espíritu de la gracia?
Pues conocemos al que dijo: «Mía es la venganza; yo pagaré»; y también: «El Señor juzgará a su pueblo».
¡Terrible cosa es caer en las manos del Dios vivo!
Recordad aquellos días pasados cuando vosotros, después de haber sido iluminados, sostuvisteis una dura lucha y soportasteis mucho sufrimiento.
Unas veces os visteis expuestos públicamente al insulto y a la persecución; otras veces os solidarizasteis con los que eran tratados de igual manera.
También os compadecisteis de los encarcelados y, cuando a vosotros os confiscaron vuestros bienes, lo aceptasteis con alegría, conscientes de que teníais un patrimonio mejor y más permanente.
Así que no perdáis la confianza, porque esta será grandemente recompensada.
Necesitáis perseverar para que, después de haber cumplido la voluntad de Dios, recibáis lo que él ha prometido.
Pues dentro de muy poco tiempo, «el que ha de venir vendrá, y no tardará.
Pero mi justo vivirá por la fe. Y, si se vuelve atrás, no será de mi agrado».
Pero nosotros no somos de los que se vuelven atrás y acaban por perderse, sino de los que tienen fe y preservan su vida.
La ley era sólo una imagen borrosa de las bendiciones que llegarían en el futuro. La ley no es la verdadera bendición porque exige a la gente que ofrezca los mismos sacrificios todos los años. Los que se acercan a ofrecer culto a Dios siguen ofreciendo esos sacrificios, pero la ley jamás puede hacerlos perfectos.
Si la ley lo pudiera hacer, entonces ya estarían limpios, no se sentirían culpables de sus pecados y esos sacrificios ya hubieran dejado de ofrecerse.
Cada año los sacrificios sirven para recordarles sus pecados,
porque es imposible quitar los pecados con la sangre de toros y chivos.
Por eso, cuando Cristo vino al mundo dijo: «Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, sino que has preparado un cuerpo para mí.
A ti no te gustan los sacrificios de animales muertos y quemados, ni los sacrificios que se ofrecen por los pecados.
Entonces dije: “Aquí estoy, Dios. En el libro de la ley está escrito acerca de mí: Vine a hacer lo que tú quieres que haga”».
Cristo comienza diciendo: «No te agradan los sacrificios ni las ofrendas. Tampoco te gustan los sacrificios de animales muertos y quemados, ni los sacrificios que se ofrecen por los pecados», aunque todos estos sacrificios los ordena la ley.
Luego añade: «Aquí estoy, Dios. En el libro de la ley está escrito acerca de mí: Vine a hacer lo que tú quieres que haga». Dios reemplaza el primer sistema de sacrificios por el sacrificio de Cristo.
Por eso el sacrificio del cuerpo de Cristo nos hace santos. Él cumplió con lo que quería Dios cuando se entregó por nosotros una sola vez y para siempre.
Todos los días los sacerdotes celebran sus servicios religiosos. Una y otra vez ofrecen los mismos sacrificios que nunca podrán quitar los pecados.
Pero Cristo ofreció un solo sacrificio por los pecados, que es suficiente para todos los tiempos. Luego, se sentó a la derecha de Dios.
Ahora Cristo está esperando que Dios ponga a sus enemigos bajo su poder.
Con una sola ofrenda, Cristo ha hecho perfectos a los que él purifica.
El Espíritu Santo también nos testifica de ello. Primero dice:
«Este es el pacto que haré con mi pueblo en el futuro, dice el Señor. Pondré mis leyes en su corazón y las escribiré en su mente».
Luego dice: «Nunca más recordaré sus pecados ni sus maldades».
Una vez que todo ha sido perdonado, ya no hay necesidad de otro sacrificio.
Entonces, hermanos, podemos entrar con toda libertad al Lugar Santísimo gracias a la sangre que Jesús derramó.
Jesús abrió un camino nuevo para nosotros a través de la cortina. Él mismo es ese camino nuevo y vivo. Es decir, lo abrió ofreciendo su propio cuerpo como sacrificio.
El gran sacerdote que tenemos reina sobre la casa de Dios.
Nos ha limpiado y liberado de toda culpa, y ahora nuestro cuerpo está lavado con agua pura. Entonces acerquémonos a Dios con un corazón sincero, seguros de la fe que tenemos.
Mantengámonos firmes en nuestra esperanza porque Dios cumplirá lo que prometió. No dejemos nunca de hablarles a los demás de nuestra fe.
Seamos solidarios. Ayudemos a los demás a demostrar su amor y a hacer el bien.
Algunos están faltando a las reuniones, y eso no está bien. Reunámonos para animarnos unos a otros y con mayor razón ahora que vemos que se acerca el día.
Si decidimos seguir pecando después de conocer la verdad, entonces no queda otro sacrificio que quite los pecados.
Sólo nos queda esperar el juicio terrible, un fuego ardiente que destruirá a los enemigos de Dios.
Si alguien desobedece la ley de Moisés, es ejecutado sin compasión cuando hay dos o tres testigos que declaran contra él.
¿Qué creen que le pasará al que desprecia al Hijo de Dios? Es seguro que recibirá mayor castigo por considerar la sangre de Cristo una porquería. Esa sangre que estableció el nuevo pacto lo había purificado de sus pecados. Por eso recibirá un castigo peor por insultar al Espíritu que nos muestra el generoso amor de Dios.
Sabemos que Dios dijo: «Los castigaré, les daré su merecido» y «El Señor juzgará a su pueblo».
¡Es terrible caer en las manos del Dios viviente!
Recuerden aquellos días cuando acababan de conocer la verdad. Enfrentaron muchos sufrimientos, pero siguieron firmes.
En unas ocasiones sufrieron insultos y persecución, y en otras ayudaron a los que estaban sufriendo lo mismo.
Se condolieron de los encarcelados y soportaron con alegría cuando a ustedes les quitaron sus propiedades. Siguieron felices porque sabían que poseían algo mucho mejor, algo que dura para siempre.
Así que no pierdan la valentía que tenían antes, pues tendrán una gran recompensa.
Tengan paciencia y hagan la voluntad de Dios para que reciban lo prometido.
«Dentro de poco, el que va a venir, vendrá; no tarda.
El aprobado por Dios, vivirá por la fe; pero no me agradará si por temor se vuelve atrás».
Pero nosotros no somos de los cobardes que se vuelven atrás y se pierden, sino de los que se salvan por su fe.
La ley de Moisés es sólo una sombra de los bienes futuros y no la realidad misma de las cosas. Por eso es incapaz de hacer perfectos a quienes, todos los años sin falta, se acercan a ofrecer los mismos sacrificios.
Si fuera de otro modo, ya habrían dejado de ofrecer tales sacrificios, pues quienes los ofrecen, una vez limpios, ya no tendrían por qué seguir sintiéndose culpables.
Y, sin embargo, año tras año esos sacrificios les recuerdan que siguen bajo el peso del pecado,
pues es imposible que la sangre de toros y machos cabríos pueda borrar los pecados.
Por eso dice Cristo al entrar en el mundo: No has querido ofrendas ni sacrificios, sino que me has dotado de un cuerpo.
Tampoco han sido de tu agrado los holocaustos y las víctimas expiatorias.
Entonces dije: Aquí vengo yo, oh Dios, para hacer tu voluntad, como está escrito acerca de mí en un título del libro.
En primer lugar dice que no has querido ni han sido de tu agrado las ofrendas, los sacrificios, los holocaustos y las víctimas expiatorias, —cosas todas que se ofrecen de acuerdo con la ley—.
Y a continuación añade: Aquí vengo yo para hacer tu voluntad, con lo que deroga la primera disposición y confiere validez a la segunda.
Y al haber cumplido Jesucristo la voluntad de Dios, ofreciendo su propio cuerpo una vez por todas, nosotros hemos quedado consagrados a Dios.
Cualquier otro sacerdote desempeña cada día su ministerio ofreciendo una y otra vez los mismos sacrificios que son incapaces de borrar definitivamente los pecados.
Cristo, en cambio, después de ofrecer de una vez para siempre un solo sacrificio por el pecado, está sentado junto a Dios.
Espera únicamente que Dios ponga a sus enemigos por estrado de sus pies.
Y así, ofreciéndose en sacrificio una única vez, ha hecho perfectos de una vez para siempre a cuantos han sido consagrados a Dios.
El mismo Espíritu Santo lo atestigua cuando, después de haber dicho:
Esta es la alianza que sellaré con ellos cuando llegue aquel tiempo —dice el Señor—: inculcaré mis leyes en su corazón y las escribiré en su mente.
Y añade: No me acordaré más de sus pecados, ni tampoco de sus iniquidades.
Ahora bien, donde el perdón de los pecados es un hecho, ya no hay necesidad de ofrendas por el pecado.
Así pues, hermanos, la muerte de Jesús nos ha dejado vía libre hacia el santuario,
abriéndonos un camino nuevo y viviente a través del velo, es decir, de su propia humanidad.
Jesús es, además, el gran sacerdote puesto al frente del pueblo de Dios.
Acerquémonos, pues, con un corazón sincero y lleno de fe, con una conciencia purificada de toda maldad, con el cuerpo bañado en agua pura.
Mantengamos fielmente la esperanza que profesamos porque quien ha hecho la promesa es fiel,
y estimulémonos mutuamente en la práctica del amor y de las buenas obras.
Que nadie deje de asistir a las reuniones de su iglesia, como algunos tienen por costumbre; al contrario, animaos unos a otros, tanto más cuanto estáis viendo que se está acercando el día.
Porque si después de haber conocido la verdad continuamos pecando intencionadamente, ¿qué otro sacrificio podrá perdonar los pecados?
Sólo queda la temible espera del juicio y del fuego ardiente que está presto a devorar a los rebeldes.
Si uno quebranta la ley de Moisés y dos o tres testigos lo confirman, es condenado a muerte sin compasión.
Pues ¡qué decir de quien haya pisoteado al Hijo de Dios, haya profanado la sangre de la alianza con que fue consagrado y haya ultrajado al Espíritu que es fuente de gracia! ¿No merece un castigo mucho más severo?
Conocemos, en efecto, a quien ha dicho: A mí me corresponde tomar venganza; yo daré a cada uno según su merecido. Y también: El Señor es quien juzgará a su pueblo.
¡Tiene que ser terrible caer en las manos del Dios viviente!
Recordad aquellos días, cuando apenas acababais de recibir la luz de la fe y tuvisteis ya que sostener un encarnizado y doloroso combate.
Unos fuisteis públicamente escarnecidos y sometidos a tormentos; otros os hicisteis solidarios con los que así eran maltratados.
Os compadecisteis, efectivamente, de los encarcelados y soportasteis con alegría que os despojaran de vuestros bienes, seguros como estabais de tener a vuestro alcance unos bienes más valiosos y duraderos.
No perdáis, pues, el ánimo. El premio que os espera es grande.
Pero es preciso que seáis constantes en el cumplimiento de la voluntad de Dios, para que podáis recibir lo prometido.
Falta poco, muy poco, para que venga sin retrasarse el que ha de venir.
Y aquel a quien he restablecido en mi amistad por medio de la fe, alcanzará la vida; mas si se acobarda, dejará de agradarme.
Nosotros, sin embargo, no somos de los que se acobardan y terminan sucumbiendo. Somos gente de fe que buscamos salvarnos.
La ley de Moisés es sólo una sombra de los bienes futuros y no la realidad misma de las cosas. Por eso es incapaz de hacer perfectos a quienes, todos los años sin falta, se acercan a ofrecer los mismos sacrificios.
Si fuera de otro modo, ya habrían dejado de ofrecer tales sacrificios, pues quienes los ofrecen, una vez limpios, ya no tendrían por qué seguir sintiéndose culpables.
Y, sin embargo, año tras año esos sacrificios les recuerdan que siguen bajo el peso del pecado,
pues es imposible que la sangre de toros y machos cabríos pueda borrar los pecados.
Por eso dice Cristo al entrar en el mundo: No has querido ofrendas ni sacrificios, sino que me has dotado de un cuerpo.
Tampoco han sido de tu agrado los holocaustos y las víctimas expiatorias.
Entonces dije: Aquí vengo yo, oh Dios, para hacer tu voluntad, como está escrito acerca de mí en un título del libro.
En primer lugar dice que no has querido ni han sido de tu agrado las ofrendas, los sacrificios, los holocaustos y las víctimas expiatorias, —cosas todas que se ofrecen de acuerdo con la ley—.
Y a continuación añade: Aquí vengo yo para hacer tu voluntad, con lo que deroga la primera disposición y confiere validez a la segunda.
Y al haber cumplido Jesucristo la voluntad de Dios, ofreciendo su propio cuerpo una vez por todas, nosotros hemos quedado consagrados a Dios.
Cualquier otro sacerdote desempeña cada día su ministerio ofreciendo una y otra vez los mismos sacrificios que son incapaces de borrar definitivamente los pecados.
Cristo, en cambio, después de ofrecer de una vez para siempre un solo sacrificio por el pecado, está sentado junto a Dios.
Espera únicamente que Dios ponga a sus enemigos por estrado de sus pies.
Y así, ofreciéndose en sacrificio una única vez, ha hecho perfectos de una vez para siempre a cuantos han sido consagrados a Dios.
El mismo Espíritu Santo lo atestigua cuando, después de haber dicho:
Esta es la alianza que sellaré con ellos cuando llegue aquel tiempo —dice el Señor—: inculcaré mis leyes en su corazón y las escribiré en su mente.
Y añade: No me acordaré más de sus pecados, ni tampoco de sus iniquidades.
Ahora bien, donde el perdón de los pecados es un hecho, ya no hay necesidad de ofrendas por el pecado.
Así pues, hermanos, la muerte de Jesús nos ha dejado vía libre hacia el santuario,
abriéndonos un camino nuevo y viviente a través del velo, es decir, de su propia humanidad.
Jesús es, además, el gran sacerdote puesto al frente del pueblo de Dios.
Acerquémonos, pues, con un corazón sincero y lleno de fe, con una conciencia purificada de toda maldad, con el cuerpo bañado en agua pura.
Mantengamos fielmente la esperanza que profesamos porque quien ha hecho la promesa es fiel,
y estimulémonos mutuamente en la práctica del amor y de las buenas obras.
Que nadie deje de asistir a las reuniones de su iglesia, como algunos tienen por costumbre; al contrario, anímense unos a otros, tanto más cuanto ustedes están viendo que se está acercando el día.
Porque si después de haber conocido la verdad continuamos pecando intencionadamente, ¿qué otro sacrificio podrá perdonar los pecados?
Sólo queda la temible espera del juicio y del fuego ardiente que está presto a devorar a los rebeldes.
Si uno quebranta la ley de Moisés y dos o tres testigos lo confirman, es condenado a muerte sin compasión.
Pues ¡qué decir de quien haya pisoteado al Hijo de Dios, haya profanado la sangre de la alianza con que fue consagrado y haya ultrajado al Espíritu que es fuente de gracia! ¿No merece un castigo mucho más severo?
Conocemos, en efecto, a quien ha dicho: A mí me corresponde tomar venganza; yo daré a cada uno según su merecido. Y también: El Señor es quien juzgará a su pueblo.
¡Tiene que ser terrible caer en las manos del Dios viviente!
Recuerden aquellos días, cuando ustedes apenas acababan de recibir la luz de la fe y tuvieron ya que sostener un encarnizado y doloroso combate.
Unos fueron públicamente escarnecidos y sometidos a tormentos; otros de ustedes se hicieron solidarios con los que así eran maltratados.
Se compadecieron ustedes, efectivamente, de los encarcelados y soportaron con alegría que los despojaran de su bienes, seguros como estaban de tener al alcance unos bienes más valiosos y duraderos.
No pierdan, pues, el ánimo. El premio que les espera es grande.
Pero es preciso que sean constantes en el cumplimiento de la voluntad de Dios, para que puedan recibir lo prometido.
Falta poco, muy poco, para que venga sin retrasarse el que ha de venir.
Y aquel a quien he restablecido en mi amistad por medio de la fe, alcanzará la vida; mas si se acobarda, dejará de agradarme.
Nosotros, sin embargo, no somos de los que se acobardan y terminan sucumbiendo. Somos gente de fe que buscamos salvarnos.
Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros y no la forma misma de estas realidades, nunca puede, por medio de los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente de año en año, hacer perfectos a los que se acercan.
De otra manera, ¿no habrían dejado de ser ofrecidos? Porque los que ofrecen este culto, una vez purificados, ya no tendrían más conciencia de pecado.
Sin embargo, cada año se hace memoria de los pecados con estos sacrificios,
porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados.
Por lo tanto, entrando en el mundo, él dice: Sacrificio y ofrenda no quisiste, pero me preparaste un cuerpo.
Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron;
entonces dije: “¡Heme aquí para hacer, oh Dios, tu voluntad!” como en el rollo del libro está escrito de mí.
Habiendo dicho arriba: Sacrificios y ofrendas, holocaustos y sacrificios por el pecado no quisiste ni te agradaron (cosas que se ofrecen según la ley),
luego dijo: ¡Heme aquí para hacer tu voluntad! Él quita lo primero para establecer lo segundo.
Es en esa voluntad que somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre.
Todo sacerdote se ha presentado, día tras día, para servir en el culto y ofrecer muchas veces los mismos sacrificios que nunca pueden quitar los pecados.
Pero este, habiendo ofrecido un solo sacrificio por los pecados, se sentó para siempre a la diestra de Dios,
esperando de allí en adelante hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies.
Porque con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los santificados.
También el Espíritu Santo nos da testimonio, porque después de haber dicho:
“Este es el pacto que haré con ellos después de aquellos días”, dice el Señor; “pondré mis leyes en su corazón, y en su mente las inscribiré”,
él añade: “de los pecados e iniquidades de ellos nunca más me acordaré”.
Pues donde hay perdón de pecados no hay más ofrenda por el pecado.
Así que, hermanos, teniendo plena confianza para entrar al lugar santísimo por la sangre de Jesús,
por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo (es decir, su cuerpo),
y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios,
acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura.
Retengamos firme la confesión de la esperanza sin vacilación porque fiel es el que lo ha prometido.
Considerémonos los unos a los otros para estimularnos al amor y a las buenas obras.
No dejemos de congregarnos, como algunos tienen por costumbre; más bien, exhortémonos, y con mayor razón cuando vemos que el día se acerca.
Porque si pecamos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por el pecado
sino una horrenda expectativa de juicio y de fuego ardiente que ha de devorar a los adversarios.
El que ha desechado la ley de Moisés ha de morir sin compasión por el testimonio de dos o tres testigos.
¿Cuánto mayor castigo piensan que merecerá el que ha pisoteado al Hijo de Dios, que ha considerado de poca importancia la sangre del pacto por la cual fue santificado y que ha ultrajado al Espíritu de gracia?
Porque conocemos al que ha dicho: “Mía es la venganza; yo daré la retribución”. Y otra vez: “El Señor juzgará a su pueblo”.
¡Horrenda cosa es caer en las manos del Dios vivo!
Traigan a la memoria los días del pasado en los cuales, después de haber sido iluminados, soportaron gran conflicto y aflicciones.
Por una parte, fueron hechos espectáculo público con reproches y tribulaciones. Por otra parte, fueron hechos compañeros de los que han estado en tal situación.
También se compadecieron de los presos y con gozo padecieron al ser despojados de sus bienes, sabiendo que ustedes mismos tienen una posesión superior y perdurable.
No desechen, pues, su confianza, la cual tiene una gran recompensa.
Porque les es necesaria la perseverancia para que, habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengan lo prometido;
porque: Aún un poco, en un poco más el que ha de venir vendrá y no tardará.
Pero mi justo vivirá por fe; y si se vuelve atrás, no agradará a mi alma.
Pero nosotros no somos de los que se vuelven atrás para perdición sino de los que tienen fe para la preservación del alma.
La ley es apenas el contorno de los bienes venideros, y no su imagen real. Por eso jamás podrá hacer perfectos a los que cada año se acercan a Dios para ofrecer los mismos sacrificios.
Si en realidad pudiera, entonces los que rinden este culto, una vez limpios, dejarían de ofrecerlos, pues ya no tendrían más conciencia de pecado.
Pero con estos sacrificios, cada año se hace memoria de los pecados,
porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados.
Por eso, al entrar en el mundo, Cristo dijo: «No quieres sacrificio y ofrenda, pero me has dado un cuerpo.
No te agradan los holocaustos ni las expiaciones por el pecado.
Entonces dije: “Mi Dios, aquí estoy para hacer tu voluntad, como está escrito de mí en el libro.”»
Al decir primero: «No quieres ni te agradan sacrificios ni ofrendas, ni holocaustos ni expiaciones por el pecado» (cosas que se ofrecen según la ley),
y luego añadir: «Aquí estoy, para hacer tu voluntad», quita lo primero para establecer esto último.
Por esa voluntad somos santificados, mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo, hecha una sola vez y para siempre.
Todo sacerdote ministra día tras día, y una y otra vez ofrece los mismos sacrificios, los cuales nunca pueden quitar los pecados.
Pero Cristo, después de ofrecer una sola vez un solo sacrificio por los pecados, para siempre se sentó a la derecha de Dios,
y de ahí en adelante está en espera de que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies.
Él, por medio de una sola ofrenda, hizo perfectos para siempre a los santificados.
De esto nos da testimonio el Espíritu Santo, pues primero dice:
«El Señor ha dicho: Éste es el pacto que haré con ellos después de aquellos días: Pondré mis leyes en su corazón, y las escribiré en su mente.»
Y luego añade: «Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones.»
Cuando los pecados ya han sido perdonados, no hay más necesidad de presentar ofrendas por el pecado.
Hermanos, puesto que con toda libertad podemos entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo,
por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, es decir, de su propio cuerpo,
y puesto que tenemos un gran sacerdote al frente de la casa de Dios,
acerquémonos con un corazón sincero, y con la plena seguridad de la fe, con el corazón purificado de una mala conciencia, y con el cuerpo lavado en agua pura.
Mantengamos firme y sin fluctuar la esperanza que profesamos, porque fiel es el que prometió.
Tengámonos en cuenta unos a otros, a fin de estimularnos al amor y a las buenas obras.
No dejemos de congregarnos, como es la costumbre de algunos, sino animémonos unos a otros; y con más razón ahora que vemos que aquel día se acerca.
Si con toda intención pecamos después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados
sino una terrible expectativa del juicio y del fuego ardiente que devorará a los enemigos de Dios.
Cualquiera que desobedece la ley de Moisés, muere sin falta, siempre y cuando haya dos o tres testigos que declaren en su contra.
¿Y qué mayor castigo piensan ustedes que merece el que pisotea al Hijo de Dios y considera impura la sangre del pacto, en la cual fue santificado, e insulta al Espíritu de la gracia?
Bien sabemos que el Señor ha dicho: «Mía es la venganza, yo pagaré», y también: «El Señor juzgará a su pueblo».
¡Horrenda cosa es caer en las manos del Dios vivo!
Pero recuerden ustedes los tiempos pasados, cuando después de haber sido iluminados soportaron ustedes los sufrimientos de una gran lucha.
Algunas veces fueron expuestos públicamente a las burlas y las aflicciones, y otras veces llegaron a ser compañeros de los que enfrentaban una situación semejante.
Además, ustedes también se compadecieron de los presos, y gozosos soportaron el despojo de sus propios bienes, sabedores de que en los cielos tienen una herencia mejor y permanente.
Por lo tanto, no pierdan la confianza, que lleva consigo una gran recompensa.
Lo que ustedes necesitan es tener paciencia; para que, una vez que hayan hecho la voluntad de Dios, reciban lo que él ha prometido darnos.
«Porque dentro de muy poco tiempo el que ha de venir, vendrá y no tardará.
Pero el justo vivirá por la fe; y si se vuelve atrás, no será de mi agrado.»
Pero nosotros no somos de los que se vuelven atrás y se pierden, sino de los que tienen fe y salvan su alma.
Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan.
De otra manera cesarían de ofrecerse, pues los que tributan este culto, limpios una vez, no tendrían ya más conciencia de pecado.
Pero en estos sacrificios cada año se hace memoria de los pecados;
porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados.
Por lo cual, entrando en el mundo dice: Sacrificio y ofrenda no quisiste; Mas me preparaste cuerpo.
Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron.
Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, Como en el rollo del libro está escrito de mí.
Diciendo primero: Sacrificio y ofrenda y holocaustos y expiaciones por el pecado no quisiste, ni te agradaron (las cuales cosas se ofrecen según la ley),
y diciendo luego: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad; quita lo primero, para establecer esto último.
En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre.
Y ciertamente todo sacerdote está día tras día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados;
pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios,
de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies;
porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados.
Y nos atestigua lo mismo el Espíritu Santo; porque después de haber dicho:
Este es el pacto que haré con ellos Después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en sus corazones, Y en sus mentes las escribiré,
añade: Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones.
Pues donde hay remisión de estos, no hay más ofrenda por el pecado.
Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo,
por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne,
y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios,
acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura.
Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió.
Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras;
no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca.
Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados,
sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios.
El que viola la ley de Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos muere irremisiblemente.
¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia?
Pues conocemos al que dijo: Mía es la venganza, yo daré el pago, dice el Señor. Y otra vez: El Señor juzgará a su pueblo.
¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!
Pero traed a la memoria los días pasados, en los cuales, después de haber sido iluminados, sostuvisteis gran combate de padecimientos;
por una parte, ciertamente, con vituperios y tribulaciones fuisteis hechos espectáculo; y por otra, llegasteis a ser compañeros de los que estaban en una situación semejante.
Porque de los presos también os compadecisteis, y el despojo de vuestros bienes sufristeis con gozo, sabiendo que tenéis en vosotros una mejor y perdurable herencia en los cielos.
No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón;
porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa.
Porque aún un poquito, Y el que ha de venir vendrá, y no tardará.
Mas el justo vivirá por fe; Y si retrocediere, no agradará a mi alma.
Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma.
Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la representación misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan.
De otra manera cesarían de ofrecerse, pues los que tributan este culto, limpios de una vez, no tendrían ya ninguna conciencia de pecado.
Pero en estos sacrificios cada año se hace memoria de los pecados;
porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados.
Por lo cual, entrando en el mundo dice: Sacrificio y ofrenda no quisiste; Pero me preparaste un cuerpo.
En holocaustos y expiaciones por el pecado no te complaciste.
Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, Como está escrito de mí en el rollo del libro.
Diciendo más arriba: Sacrificio y ofrenda, holocaustos y expiaciones por el pecado no quisiste, ni en ellos te complaciste (las cuales cosas se ofrecen según la ley),
ha dicho luego: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad; quita lo primero, para establecer lo segundo.
En la cual voluntad hemos sido santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre.
Y en verdad todo sacerdote está día tras día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados;
pero Cristo, habiendo ofrecido un solo sacrificio por los pecados, para siempre se ha sentado a la diestra de Dios,
esperando de ahí en adelante hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies;
porque con una sola ofrenda ha hecho perfectos para siempre a los que son santificados.
Y nos da testimonio también el Espíritu Santo; porque después de haber dicho:
Este es el pacto que haré con ellos Después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en sus corazones, Y las inscribiré en sus mentes,
añade: Y nunca más me acordaré de sus pecados e iniquidades.
Pues donde hay perdón de estas cosas, ya no hay ofrenda por el pecado.
Así que, hermanos, teniendo entera libertad para entrar en el Lugar Santo por la sangre de Jesucristo,
por el camino nuevo y vivo que él abrió para nosotros a través del velo, esto es, de su carne,
y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios,
acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, teniendo los corazones purificados de mala conciencia, y los cuerpos lavados con agua pura.
Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió.
Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras;
no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto que veis que aquel día se acerca.
Porque si continuamos pecando voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados,
sino una horrenda expectación de juicio, y un fuego airado, que está a punto de consumir a los adversarios.
El que viola la ley de Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos muere sin compasión.
¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que haya hollado al Hijo de Dios, y haya tenido por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, y haya ultrajado al Espíritu de gracia?
Pues conocemos al que dijo: Mía es la venganza, yo daré el pago, dice el Señor. Y otra vez: El Señor juzgará a su pueblo.
¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!
Pero traed a la memoria los días pasados, en los cuales, después de haber sido iluminados, sostuvisteis gran combate de padecimientos;
por una parte, siendo expuestos públicamente a ultrajes y aflicciones; por otra, siendo compañeros de los que estaban en una situación semejante.
Porque también os compadecisteis de los presos, y sufristeis con gozo el despojo de vuestros bienes, sabiendo que tenéis para vosotros una mejor y perdurable posesión en los cielos.
No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene gran galardón;
porque tenéis necesidad de paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa.
Porque aún un poquito, Y el que ha de venir vendrá, y no tardará.
Mas el justo vivirá por fe; Y si retrocede, mi alma no se complace en él.
Pero nosotros no somos de los que retroceden para destrucción, sino de los que tienen fe para preservación del alma.
La Ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan.
De otra manera cesarían de ofrecerse, pues los que tributan este culto, limpios una vez, no tendrían ya más conciencia de pecado.
Pero en estos sacrificios cada año se hace memoria de los pecados,
porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados.
Por lo cual, entrando en el mundo dice: «Sacrificio y ofrenda no quisiste, mas me diste un cuerpo.
Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron.
Entonces dije: “He aquí, vengo, Dios, para hacer tu voluntad, como en el rollo del libro está escrito de mí.”»
Diciendo primero: «Sacrificio y ofrenda, holocaustos y expiaciones por el pecado no quisiste, ni te agradaron» —cosas que se ofrecen según la Ley—,
y diciendo luego: «He aquí, vengo, Dios, para hacer tu voluntad», quita lo primero para establecer esto último.
En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre.
Ciertamente, todo sacerdote está día tras día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados.
Pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios.
Allí estará esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies.
Y así, con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados.
El Espíritu Santo nos atestigua lo mismo, porque después de haber dicho:
«Éste es el pacto que haré con ellos después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en sus corazones, y en sus mentes las escribiré»,
añade: «Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones»,
pues donde hay remisión de estos, no hay más ofrenda por el pecado.
Así que, hermanos, tenemos libertad para entrar en el Lugar santísimo por la sangre de Jesucristo,
por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne.
También tenemos un gran sacerdote sobre la casa de Dios.
Acerquémonos, pues, con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia y lavados los cuerpos con agua pura.
Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió.
Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras,
no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca.
Si pecamos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados,
sino una horrenda expectación de juicio y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios.
El que viola la Ley de Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos muere irremisiblemente.
¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisotee al Hijo de Dios, y tenga por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado y ofenda al Espíritu de gracia?
Pues conocemos al que dijo: «Mía es la venganza, yo daré el pago» —dice el Señor—. Y otra vez: «El Señor juzgará a su pueblo.»
¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!
Pero traed a la memoria los días pasados, en los cuales, después de haber sido iluminados, sostuvisteis un fuerte y doloroso combate;
por una parte, ciertamente, con vituperios y tribulaciones fuisteis hechos espectáculo, y por otra, llegasteis a ser compañeros de los que estaban en una situación semejante:
porque de los presos también os compadecisteis, y el despojo de vuestros bienes sufristeis con gozo, sabiendo que tenéis en vosotros una mejor y perdurable herencia en los cielos.
No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene una gran recompensa,
pues os es necesaria la paciencia, para que, habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa.
«Porque aún un poco y el que ha de venir vendrá, y no tardará.
Mas el justo vivirá por fe; pero si retrocede, no agradará a mi alma.»
Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma.
PORQUE la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos á los que se allegan.
De otra manera cesarían de ofrecerse; porque los que tributan este culto, limpios de una vez, no tendrían más conciencia de pecado.
Empero en estos sacrificios cada año se hace conmemoración de los pecados.
Porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados.
Por lo cual, entrando en el mundo, dice: sacrificio y presente no quisiste; Mas me apropiaste cuerpo:
Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron.
Entonces dije: Heme aquí (En la cabecera del libro está escrito de mí) Para que haga, oh Dios, tu voluntad.
Diciendo arriba: Sacrificio y presente, y holocaustos y expiaciones por el pecado no quisiste, ni te agradaron, (las cuales cosas se ofrecen según la ley,)
Entonces dijo: Heme aquí para que haga, oh Dios, tu voluntad. Quita lo primero, para establecer lo postrero.
En la cual voluntad somos santificados por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una sola vez.
Así que, todo sacerdote se presenta cada día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados:
Pero éste, habiendo ofrecido por los pecados un solo sacrificio para siempre, está sentado á la diestra de Dios,
Esperando lo que resta, hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies.
Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre á los santificados.
Y atestíguanos lo mismo el Espíritu Santo; que después que dijo:
Y este es el pacto que haré con ellos Después de aquellos días, dice el Señor: Daré mis leyes en sus corazones, Y en sus almas las escribiré:
Añade: Y nunca más me acordaré de sus pecados é iniquidades.
Pues donde hay remisión de éstos, no hay más ofrenda por pecado.
Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el santuario por la sangre de Jesucristo,
Por el camino que él nos consagró nuevo y vivo, por el velo, esto es, por su carne;
Y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios,
Lleguémonos con corazón verdadero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua limpia.
Mantengamos firme la profesión de nuestra fe sin fluctuar; que fiel es el que prometió:
Y considerémonos los unos á los otros para provocarnos al amor y á las buenas obras;
No dejando nuestra congregación, como algunos tienen por costumbre, mas exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca.
Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda sacrificio por el pecado,
Sino una horrenda esperanza de juicio, y hervor de fuego que ha de devorar á los adversarios.
El que menospreciare la ley de Moisés, por el testimonio de dos ó de tres testigos muere sin ninguna misericordia:
¿Cuánto pensáis que será más digno de mayor castigo, el que hollare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del testamento, en la cual fué santificado, é hiciere afrenta al Espíritu de gracia?
Sabemos quién es el que dijo: Mía es la venganza, yo daré el pago, dice el Señor. Y otra vez: El Señor juzgará su pueblo.
Horrenda cosa es caer en las manos del Dios vivo.
Empero traed á la memoria los días pasados, en los cuales, después de haber sido iluminados, sufristeis gran combate de aflicciones:
Por una parte, ciertamente, con vituperios y tribulaciones fuisteis hechos espectáculo; y por otra parte hechos compañeros de los que estaban en tal estado.
Porque de mis prisiones también os resentisteis conmigo, y el robo de vuestros bienes padecisteis con gozo, conociendo que tenéis en vosotros una mejor sustancia en los cielos, y que permanece.
No perdáis pues vuestra confianza, que tiene grande remuneración de galardón:
Porque la paciencia os es necesaria; para que, habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa.
Porque aun un poquito, Y el que ha de venir vendrá, y no tardará.
Ahora el justo vivirá por fe; Mas si se retirare, no agradará á mi alma.
Pero nosotros no somos tales que nos retiremos para perdición, sino fieles para ganancia del alma.
PORQUE la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos á los que se allegan.
De otra manera cesarían de ofrecerse; porque los que tributan este culto, limpios de una vez, no tendrían más conciencia de pecado.
Empero en estos sacrificios cada año se hace conmemoración de los pecados.
Porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados.
Por lo cual, entrando en el mundo, dice: Sacrificio y presente no quisiste; Mas me apropiaste cuerpo:
Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron.
Entonces dije: Heme aquí (En la cabecera del libro está escrito de mí) Para que haga, oh Dios, tu voluntad.
Diciendo arriba: Sacrificio y presente, y holocaustos y expiaciones por el pecado no quisiste, ni te agradaron, (las cuales cosas se ofrecen según la ley,)
Entonces dijo: Heme aquí para que haga, oh Dios, tu voluntad. Quita lo primero, para establecer lo postrero.
En la cual voluntad somos santificados por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una sola vez.
Así que, todo sacerdote se presenta cada día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados:
Pero éste, habiendo ofrecido por los pecados un solo sacrificio para siempre, está sentado á la diestra de Dios,
Esperando lo que resta, hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies.
Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre á los santificados.
Y atestíguanos lo mismo el Espíritu Santo; que después que dijo:
Y este es el pacto que haré con ellos Después de aquellos días, dice el Señor: Daré mis leyes en sus corazones, Y en sus almas las escribiré:
Añade: Y nunca más me acordaré de sus pecados é iniquidades.
Pues donde hay remisión de éstos, no hay más ofrenda por pecado.
Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el santuario por la sangre de Jesucristo,
Por el camino que él nos consagró nuevo y vivo, por el velo, esto es, por su carne;
Y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios,
Lleguémonos con corazón verdadero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua limpia.
Mantengamos firme la profesión de nuestra fe sin fluctuar; que fiel es el que prometió:
Y considerémonos los unos á los otros para provocarnos al amor y á las buenas obras;
No dejando nuestra congregación, como algunos tienen por costumbre, mas exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca.
Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda sacrificio por el pecado,
Sino una horrenda esperanza de juicio, y hervor de fuego que ha de devorar á los adversarios.
El que menospreciare la ley de Moisés, por el testimonio de dos ó de tres testigos muere sin ninguna misericordia:
¿Cuánto pensáis que será más digno de mayor castigo, el que hollare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del testamento, en la cual fué santificado, é hiciere afrenta al Espíritu de gracia?
Sabemos quién es el que dijo: Mía es la venganza, yo daré el pago, dice el Señor. Y otra vez: El Señor juzgará su pueblo.
Horrenda cosa es caer en las manos del Dios vivo.
Empero traed á la memoria los días pasados, en los cuales, después de haber sido iluminados, sufristeis gran combate de aflicciones:
Por una parte, ciertamente, con vituperios y tribulaciones fuisteis hechos espectáculo; y por otra parte hechos compañeros de los que estaban en tal estado.
Porque de mis prisiones también os resentisteis conmigo, y el robo de vuestros bienes padecisteis con gozo, conociendo que tenéis en vosotros una mejor sustancia en los cielos, y que permanece.
No perdáis pues vuestra confianza, que tiene grande remuneración de galardón:
Porque la paciencia os es necesaria; para que, habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa.
Porque aun un poquito, Y el que ha de venir vendrá, y no tardará.
Ahora el justo vivirá por fe; Mas si se retirare, no agradará á mi alma.
Pero nosotros no somos tales que nos retiremos para perdición, sino fieles para ganancia del alma.
La ley de Moisés era sólo una muestra de lo bueno que Dios nos iba a dar, y no lo que en verdad nos daría. Por eso, la ley nunca puede hacer perfectos a los que, cada año, van al santuario a ofrecer a Dios los mismos sacrificios de siempre.
Si en verdad la ley pudiera quitarles el pecado, no se sentirían culpables y dejarían de ofrecer sacrificios a Dios.
Pero sucede lo contrario. Cada año, cuando ofrecen esos sacrificios, lo único que logran es recordar sus pecados.
Porque la sangre de los toros y de los chivos que se sacrifican no puede quitar los pecados.
Por eso, cuando Cristo vino a este mundo, le dijo a Dios: «Tú no pides sacrificios a cambio de tu perdón; por eso me has dado un cuerpo.
»Por eso te dije: “Aquí me tienes, para cumplir tu voluntad. Así me lo enseña la Ley de Moisés.”»
En primer lugar, este salmo dice que Dios no quiere, ni le gustan, los sacrificios y las ofrendas, ni los animales quemados sobre el altar, aunque la ley manda que sean presentados.
Después de eso, el salmo dice que Cristo vino a cumplir la voluntad de Dios. Es decir, Cristo quitó aquellos sacrificios antiguos, y estableció uno nuevo.
Dios nos eligió porque Jesucristo obedeció sus órdenes al morir en la cruz, y ofreció su cuerpo como sacrificio una sola vez y para siempre.
Aunque los sacrificios de animales no quitan el pecado, los sacerdotes judíos siguen ofreciéndolos muchas veces todos los días.
Pero Jesucristo le ofreció a Dios un solo sacrificio para siempre, y así nos perdonó nuestros pecados. Luego se sentó a la derecha del trono de Dios,
y allí estará esperando, hasta que Dios derrote a sus enemigos.
Porque, con un solo sacrificio, Jesucristo hizo que Dios hiciera perfectos a todos los que eligió para ser parte de su pueblo.
Así lo asegura el Espíritu Santo cuando dice:
«Por eso, éste será mi nuevo pacto con el pueblo de Israel: haré que mis enseñanzas las aprendan de memoria, y que sean la guía de su vida.
Y nunca más me acordaré de sus pecados y maldades.»
Por lo tanto, si nuestros pecados han sido perdonados, ya no es necesario darle a Dios más ofrendas para que nos perdone.
Hermanos, la sangre que Jesús derramó al morir nos permite ahora tener amistad con Dios, y entrar con toda libertad en el lugar más santo.
Pues cuando Jesús murió, abrió la cortina que nos impedía el paso. Pero ahora Jesús está vivo, y por medio de él podemos acercarnos a Dios de un modo nuevo y distinto.
Él es nuestro gran sacerdote, encargado del santuario que está en el cielo.
Por eso, mantengamos una amistad sincera con Dios, teniendo la plena seguridad de que podemos confiar en él. Porque Cristo nos dejó limpios de pecado, como si nos hubiera lavado con agua pura, y ya estamos libres de culpa.
Sigamos confiando en que Dios nos salvará. No lo dudemos ni un instante, porque él cumplirá lo que prometió.
Tratemos de ayudarnos unos a otros, y de amarnos y hacer lo bueno.
No dejemos de reunirnos, como hacen algunos. Al contrario, animémonos cada vez más a seguir confiando en Dios, y más aún cuando ya vemos que se acerca el día en que el Señor juzgará a todo el mundo.
Si seguimos pecando después de haber conocido la verdadera enseñanza de Dios, ningún sacrificio podrá hacer que Dios nos perdone.
No nos quedaría más remedio que esperar, con un miedo terrible, el juicio final, que es cuando los enemigos de Dios serán destruidos con fuego ardiente.
Si en un juicio dos testigos afirman que alguien ha desobedecido la ley de Moisés, los jueces no le tienen compasión a esa persona y ordenan su muerte.
¡Imagínense entonces el terrible castigo que recibirán los que desprecian al Hijo de Dios, y los que dicen que su muerte no sirve para nada! Los que hacen eso insultan al Espíritu de Dios, que los ama, y menosprecian la muerte de Cristo, es decir, el nuevo pacto por medio del cual Dios les perdona sus pecados.
Además, como todos sabemos, Dios dijo que él se vengará de sus enemigos, y que los castigará por todo lo malo que han hecho. También dijo que juzgará a su pueblo.
¡Que terrible debe ser que el Dios de la vida tenga que castigarnos!
Recuerden todas las dificultades y los sufrimientos por los que ustedes pasaron al principio, cuando aceptaron la buena noticia. A pesar de eso, nunca dejaron de confiar.
A muchos de ustedes sus enemigos los insultaron y los maltrataron delante de la gente, y en otras ocasiones ustedes sufrieron con quienes eran tratados así.
También tuvieron ustedes compasión de los que estaban en la cárcel, y con alegría dejaron que las autoridades les quitaran sus pertenencias, porque sabían que en el cielo tienen algo mucho mejor y más duradero.
Por eso, no dejen de confiar en Dios, porque sólo así recibirán un gran premio.
Sean fuertes, y por ningún motivo dejen de confiar en él cuando estén sufriendo, para que así puedan hacer lo que Dios quiere y reciban lo que él les ha prometido.
Pues Dios dice en la Biblia: «Muy pronto llegará el que tiene que venir. ¡Ya no tarda!
»Los que me son fieles en todo y confían en mí vivirán para siempre. Pero si dejan de serme fieles, no estaré contento con ellos.»
Gracias a Dios, nosotros no somos de los que dejan de ser fieles y acaban siendo castigados, sino que somos de los que reciben la salvación por confiar en Dios.
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