Carta de Jeremías
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Ésta es una copia de la carta enviada por Jeremías a los israelitas que el rey de Babilonia iba a llevarse cautivos a Babilonia, en la que les comunicaba un mensaje recibido de Dios. «Ustedes han pecado contra Dios. Por eso el rey Nabucodonosor de Babilonia se los llevará cautivos a su país.
En Babilonia tendrán que vivir muchos años, un tiempo muy largo, siete generaciones; pero después yo los sacaré de allí en paz.
En Babilonia verán dioses de plata, de oro y de madera, que la gente lleva cargados sobre los hombros y que dan miedo a los paganos.
¡Mucho cuidado! No sean como los paganos; no tengan miedo a esos dioses.
Cuando los vean entre una multitud de gente que los adora, digan ustedes interiormente: “Sólo a ti, Señor, hay que adorar.”
Porque mi ángel estará con ustedes y los protegerá.
»Esos ídolos están recubiertos de oro y plata, y tienen lengua modelada por un artesano, pero son de mentira y no pueden hablar.
La gente toma oro y hace coronas para ponérselas en la cabeza a sus dioses, como si fueran muchachas que gustan de adornarse mucho.
A veces los sacerdotes les roban a sus dioses el oro y la plata para gastarlo en provecho propio, o les dan una parte a las prostitutas que viven junto al templo.
Adornan con ropa a esos dioses de oro, de plata y de madera, como si fueran hombres; pero los dioses son incapaces de protegerse a sí mismos del moho y la carcoma.
A pesar de estar vestidos con mantos de púrpura, el polvo del templo se amontona sobre ellos, y es necesario limpiarles la cara.
Uno de ellos tiene cetro, como si fuera juez de un país; pero si alguien lo ofende, no puede matarlo.
Otro tiene en la mano una espada y un hacha, pero no puede defenderse en caso de guerra o de ataque de bandidos.
Así se puede ver que en realidad no son dioses. Por consiguiente, no les tengan miedo.
»Esos dioses, colocados allá en sus templos, son tan inútiles como un cacharro roto.
Los ojos se les llenan del polvo levantado por la gente que entra en el templo.
Cuando alguien ha cometido una ofensa contra el rey y está a punto de ser ejecutado, se le cierran muy bien las puertas; así también los sacerdotes aseguran los templos con puertas, cerraduras y trancas, para que no entren ladrones a robar a los dioses.
»Les encienden lámparas, más de las que ellos mismos usan, pero los dioses no pueden ver ninguna.
Son como las vigas del templo: se dice que por dentro están todas carcomidas. Salen de la tierra los gusanos y se comen a los ídolos y sus ropas, y ellos no sienten nada.
Tienen la cara ennegrecida por el humo que hay en el templo.
Sobre su cabeza y su cuerpo van a pararse los murciélagos, las golondrinas y otras aves, y hasta los gatos.
Así pueden ver ustedes que en realidad no son dioses. Por consiguiente, no les tengan miedo.
»Aunque están cubiertos de oro para que aparezcan hermosos, si alguien no quita la herrumbre, ellos no pueden darle brillo. Ellos mismos no sintieron nada cuando los estaban fundiendo.
Fueron comprados a un precio muy alto, y sin embargo no tienen vida.
Como en realidad no tienen pies, tienen que ser llevados en hombros, mostrando a los hombres su vergüenza. Y los mismos que les dan culto se llenan de vergüenza cuando ven que, si un ídolo se cae, ellos tienen que levantarlo.
Si lo dejan de pie, no puede moverse por sí mismo, y si se ladea, no puede enderezarse. Llevarles ofrendas a ellos es como llevar ofrendas a los muertos.
Lo que la gente ofrece a los ídolos, los sacerdotes lo venden para su provecho. Y las mujeres de los sacerdotes hacen otro tanto: toman una parte de la carne y la salan para usarla después, pero no dan nada a los pobres ni a los necesitados. Esas ofrendas las tocan mujeres que están en su período de menstruación, o que acaban de dar a luz.
Por estas cosas pueden ustedes darse cuenta de que en realidad no son dioses. Por consiguiente, no les tengan miedo.
»¿Cómo puede alguien decir que son dioses? Son mujeres las que presentan las ofrendas a esos dioses de oro, de plata y de madera.
En los templos se sientan los sacerdotes con las túnicas desgarradas, con el cabello y la barba rapados, con la cabeza descubierta,
y lanzan gritos y alaridos como si estuvieran en un banquete en honor de un muerto.
Los sacerdotes toman las ropas de los ídolos y hacen vestidos para sus esposas y sus hijos.
A quienes les hacen algún mal o algún bien, esos dioses no pueden darles nada en pago; no pueden poner ni quitar un rey.
Tampoco pueden dar a nadie riqueza ni dinero. Si alguien les hace una promesa y no la cumple, no pueden reclamárselo.
No pueden librar a nadie de la muerte, ni salvar al débil del poder del violento.
No pueden devolver la vista al ciego, ni ayudar al necesitado,
ni tener compasión de la viuda, ni auxiliar al huérfano.
Esos dioses de madera cubiertos de oro y de plata son como bloques de piedra sacados de una cantera. ¡Los que les dan culto quedarán en ridículo!
¿Cómo puede alguien pensar y decir que son dioses?
»Los mismos babilonios desacreditan a sus dioses, pues cuando ven un sordomudo, van y traen al dios Bel y le piden que le haga hablar, como si el ídolo pudiera oír;
pero están tan faltos de inteligencia que no son capaces de reflexionar y abandonar esos ídolos.
Las mujeres se atan una cuerda a la cintura, y se sientan en las calles a quemar salvado como si fuera incienso.
Y si un hombre pasa y se lleva a una de ellas para pasar la noche juntos, ella desprecia a sus compañeras porque no tuvieron el honor de ser invitadas y de que les desataran la cuerda.
Todo lo que tiene relación con los ídolos es engaño. ¿Cómo, entonces, puede alguien pensar y decir que son dioses?
»Los ídolos son hechos por artesanos y orfebres, y no son más que lo que el artista quiere que sean.
Los hombres que los hacen no viven mucho tiempo: ¿cómo pueden ser dioses cosas hechas por esos hombres?
Éstos no dejan a sus descendientes más que un engaño vergonzoso.
En caso de guerra o de desastre, los sacerdotes se reúnen para ver dónde esconderse con sus dioses.
¿Cómo es posible que no se den cuenta de que no son dioses, si no pueden salvarse a sí mismos de la guerra y del desastre?
No son más que trozos de madera recubiertos de oro y plata; por eso, tarde o temprano aparecerá que son un puro engaño. Todas las naciones y sus reyes reconocerán que no son dioses, sino cosas hechas por los hombres, y que en ellos no hay ningún poder divino.
¿Quién no se da cuenta, pues, de que no son dioses?
»No pueden nombrar a nadie rey de un país, ni pueden dar la lluvia a los hombres.
No pueden hacer valer en un juicio sus derechos, ni pueden salvar al oprimido, porque no tienen poder ninguno. Son como cuervos en el aire.
Y si se incendia el templo de esos dioses de madera recubiertos de oro y plata, los sacerdotes salen corriendo para salvarse, y los dioses, como troncos, se quedan allí dentro y se queman.
No pueden resistir a un rey que los ataque o a otros enemigos.
Entonces, ¿cómo es posible aceptar o pensar que son dioses?
»Esos dioses de madera recubiertos de oro y plata tampoco pueden escapar de los ladrones y bandidos. Llegan y les quitan a la fuerza el oro, la plata y la ropa con que están cubiertos, y se van, y los dioses no pueden defenderse.
Por eso, un rey que demuestre su valor, o un utensilio que preste algún servicio en una casa y que el dueño usa como quiere, son preferibles a uno de esos dioses falsos. Más vale una puerta en una casa, que proteja lo que hay dentro, o una columna de madera en un palacio, que uno de esos dioses falsos.
El sol, la luna y las estrellas brillan, cumplen una misión útil y obedecen.
Lo mismo el rayo: cuando brilla, es un espectáculo hermoso. El viento sopla en todas partes.
Y cuando Dios manda a las nubes que recorran toda la tierra, cumplen lo que les ordena. El fuego que cae del cielo para quemar montañas y bosques, cumple la orden que recibe.
Pero esos dioses no pueden compararse a ninguna de estas cosas ni en belleza ni en poder.
Por consiguiente, no es posible pensar ni decir que sean dioses, pues no tienen poder alguno ni pueden hacer justicia ni ningún bien a los hombres.
Sabiendo, pues, que no son dioses, no les tengan miedo.
»Ellos no pueden maldecir ni bendecir a los reyes;
no pueden mostrar a las naciones prodigios en el cielo, ni brillan como el sol, ni alumbran como la luna.
Mejores que ellos son las fieras, pues se pueden defender escondiéndose.
No hay, pues, la menor prueba de que sean dioses. Por consiguiente, no les tengan miedo.
»Esos dioses de madera recubiertos de oro y plata son como espantajos en un campo de melones, que no protegen nada,
o como un espino en un jardín, sobre el que se posan pájaros de toda clase, o como un cadáver abandonado en la oscuridad.
Al ver cómo se pudren la púrpura y el lino de que están ellos vestidos, pueden ustedes darse cuenta de que no son dioses. Por último, ellos mismos acabarán pudriéndose y quedarán en ridículo en todo el país.
Más vale un hombre honrado que no tiene ídolos, pues no hay peligro de que quede en ridículo.»
La siguiente es una copia de la carta que el profeta Jeremías envió a los israelitas. La envió cuando el rey de Babilonia se los iba a llevar presos a su país. En esta carta Jeremías les comunicó un mensaje de parte de Dios. Esto fue lo que les dijo: «Ustedes han pecado contra Dios. Por eso el rey Nabucodonosor, que es el rey de Babilonia, se los va a llevar presos a su país.
Allá en Babilonia ustedes tendrán que vivir unos trescientos años, hasta que se cumpla el tiempo fijado por Dios. Después de ese tiempo él los hará volver de allí en paz.
»En Babilonia verán a la gente cargar sobre sus hombros ídolos de plata, de oro y de madera. Verán también cómo esa gente, que no cree en Dios, adora a esos ídolos.
»Tengan mucho cuidado: No se porten como esa gente, ni adoren a sus ídolos.
Cuando vean a esa gente marchar delante y detrás de esos ídolos para adorarlos, ustedes digan en voz baja: “Dios de Israel, sólo a ti te debemos adorar”.
Recuerden que el ángel de Dios está con ustedes, y que él sabe lo que ustedes piensan.
»El escultor fabrica ídolos de oro y plata, y hasta les pone lengua, pero esos ídolos no pueden hablar porque son dioses falsos.
La gente que no conoce a nuestro Dios adorna a sus dioses con diademas de oro, como si esos ídolos fueran muchachas coquetas.
Luego vienen los sacerdotes y se roban el oro y la plata de esos dioses, y los usan para sus gastos personales, y hasta para pagarles a las prostitutas del templo.
Además, a esos ídolos de oro, plata y madera los visten como si fueran personas; sin embargo, esos ídolos no pueden evitar que el óxido y la polilla los destruya.
Aunque están cubiertos con ropa muy fina, no pueden protegerse del polvo que hay en el templo; por eso la gente tiene que limpiarles la cara.
Hasta hay uno de esos ídolos con un bastón de mando en la mano, como si fuera el gobernador del país; pero si alguien lo insulta, no puede castigar al ofensor.
Hay otro que lleva en la mano derecha una espada y un hacha; pero no se puede defender de sus enemigos ni de los ladrones.
Como pueden ver, esos ídolos no son dioses; por lo tanto, no los adoren.
»Los ídolos que están dentro de los templos no sirven para nada; son tan inútiles como un jarrón roto.
Esos ídolos tienen los ojos llenos del polvo que levanta la gente al caminar.
Los sacerdotes los encierran con todo tipo de cerraduras, para que nadie se los robe. ¡Se parecen a los prisioneros condenados a muerte por haber ofendido al rey!
En sus templos les encienden muchísimas lámparas, pero esos ídolos jamás las podrán ver,
pues son como las vigas de una casa: están carcomidos por la polilla. La gente que los adora no se da cuenta de que los gusanos se comen a esos ídolos con ropa y todo.
El humo que hay en sus templos les ha puesto negra la cara.
Los murciélagos, las golondrinas y otros pájaros, se posan sobre ellos; ¡hasta los gatos se echan sobre ellos!
Como pueden ver, esos ídolos no son dioses; por lo tanto, no los adoren.
»Cuando los estaban fabricando, ni se dieron cuenta; y aunque están recubiertos de oro, alguien tiene que pulirlos para que puedan brillar.
Esos ídolos no tienen vida, pero salen muy caros.
Si se caen, hay que levantarlos, y como no pueden caminar, hay que cargarlos. Para vergüenza de quienes los adoran, queda demostrado que no sirven para nada.
Si los ponen de pie, no pueden moverse; si los acuestan, no pueden levantarse. Darles una ofrenda es como dársela a un muerto.
Los sacerdotes se roban esas ofrendas y las venden. Las esposas de los sacerdotes se roban la carne de los animales ofrecidos a esos ídolos, en vez de compartirla con la gente pobre. Hasta las mujeres que están con su menstruación, o que acaban de tener un hijo, tocan esos animales sacrificados, ¡y no les pasa nada!
Como pueden ver, esos ídolos no son dioses; por lo tanto, no los adoren.
»¿Cómo pueden decir ustedes que esos ídolos de oro, plata y madera son dioses? Si lo fueran, esos ídolos no permitirían que las mujeres les presentaran ofrendas, pues eso está prohibido por nuestra ley.
En los templos de esos ídolos, los sacerdotes tampoco cumplen nuestra ley, pues presiden el culto con túnicas rotas, con el cabello y la barba afeitados y con la cabeza descubierta.
También lloran a gritos delante de sus ídolos, como lo hace la gente en los funerales.
Además, esos sacerdotes les quitan la ropa a los ídolos, y con ella hacen vestidos para sus hijos y esposas.
Si la gente que los adora los trata bien o mal, esos ídolos no pueden responder. Si alguien les hace una promesa y no la cumple, ellos no pueden castigarlo por no cumplir. Esos ídolos no pueden hacer rico a nadie, ni siquiera darle unas monedas. Tampoco pueden poner o quitar reyes,
ni librar al pobre del poderoso, ni salvar a nadie de la muerte.
No pueden devolver la vista al ciego ni librar a nadie del peligro;
tampoco pueden cuidar a las viudas ni ayudar a los huérfanos.
Esos ídolos de madera, recubiertos de oro y plata, son tan inútiles como pedazos de piedra sacados de una montaña. Quienes los adoran quedarán en vergüenza.
¡Qué ridículo es creer que esos ídolos son dioses!
»Los babilonios mismos hacen quedar en ridículo a sus dioses, pues cuando hay una persona muda, lo llevan ante el dios Bel y le piden que la haga hablar. ¡Como si ese ídolo pudiera escuchar!
Y aunque se dan cuenta de que sus dioses no sirven para nada, los babilonios no se atreven a abandonarlos. ¡No quieren reconocer que son unos tontos!
En las calles algunas mujeres se atan un cordón a la cintura y se sientan a quemar la cáscara del grano, como si fuera incienso.
Y cuando un hombre pasa por allí, y se lleva a una de esas mujeres para tener relaciones sexuales con ella, esa mujer se burla de sus compañeras, porque ninguna de ellas fue elegida por el hombre para desatarle el cordón.
¡Qué ridículo es creer que esos ídolos son dioses!
»Los ídolos no son más que objetos hechos por artesanos; son lo que sus fabricantes quisieron que fueran.
Y si los artesanos son simples mortales, ¿cómo pueden pensar que sus obras son dioses?
Lo único que esos artesanos les van a dejar a sus hijos son mentiras y fracasos.
»Cuando hay guerra o llega una desgracia, los sacerdotes buscan un lugar para esconderse junto con sus ídolos.
No se dan cuenta de que esos ídolos son falsos dioses, y que ni ellos mismos se pueden salvar.
Tarde o temprano las naciones, junto con sus reyes, descubrirán que esos ídolos no son dioses, sino simples objetos hechos por simples mortales. No son más que madera recubierta de oro y plata, y no tienen ningún poder divino.
¡Qué ridículo es creer que esos ídolos son dioses!
»Esos ídolos no eligen a los reyes de los países, ni pueden enviar lluvia a la gente;
no se pueden defender en un juicio, y mucho menos salvar a quien sufre injusticias, pues no tienen poder alguno. Son totalmente indefensos.
Si se quema el templo donde están esos ídolos, los sacerdotes salen corriendo para ponerse a salvo, y los ídolos se queman como cualquier viga del templo, aunque estén recubiertos de oro y plata.
¡Qué ridículo es creer que esos ídolos son dioses, cuando ni siquiera pueden hacerle frente a un rey o a un enemigo!
»Si los ladrones toman a esos ídolos de madera, y les roban el oro, la plata o la ropa con que están cubiertos, ellos no se pueden defender.
Por eso, es de más valor un rey valiente, o una herramienta que sirve de algo en la casa, o una puerta que protege a los que viven en ella, o una columna que adorna un palacio, que uno de esos dioses falsos.
»Si Dios les da la orden, el sol, la luna y las estrellas alumbran en el cielo,
el relámpago alumbra todo el horizonte, el viento sopla por todas partes,
las nubes se van al lugar señalado, y el rayo quema bosques y montañas.
En cambio, esos dioses falsos no se pueden comparar a nada de esto, ni en belleza ni en poder.
Y si no pueden hacer justicia ni hacerle bien a la gente, es ridículo creer que son dioses. Por lo tanto, no los adoren.
»Esos ídolos no pueden bendecir ni maldecir a los reyes;
no pueden dar ninguna señal en el cielo, ni alumbrar como el sol ni brillar como la luna.
Un animal de la selva, que se puede defender y esconder, vale más que esos ídolos.
Por lo tanto, no les tengan miedo, pues queda comprobado que no son dioses.
»Esos ídolos de madera, recubiertos de oro y plata, no sirven para nada; ¡se parecen a un inútil espantapájaros en un campo de melones!
También se parecen a los espinos en un jardín, donde se posan los pájaros; se parecen a un muerto abandonado en la oscuridad.
Cuando ustedes vean cómo a esos ídolos se les pudren sus finos vestidos, podrán darse cuenta de que no son dioses. Finalmente, a ellos mismos se los comerá la polilla, y la gente que los adora quedará avergonzada.
»La persona justa que no cree en dioses falsos es muy valiosa. A esa persona, Dios lo librará de todo castigo».
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