De esta manera, el rey absolvió de las acusaciones a Menelao, autor de todos estos males, y condenó a muerte a los pobres acusadores, a quienes aun los salvajes hubieran declarado inocentes.
Así el rey dejó libre a Menelao, que había hecho tanta maldad, y mandó a matar a los tres hombres que lo acusaron. Estos hombres siempre habían defendido a la ciudad, a la gente que allí vivía y a sus objetos sagrados. ¡Hasta un tribunal formado por hombres malvados e ignorantes los habría declarado inocentes! Sin embargo, fueron condenados injustamente.