Jerusalén estaba sin habitantes, como un desierto; nadie se movía en la ciudad; el templo había sido profanado; gente extranjera se había instalado en la ciudadela, ahora convertida en refugio de paganos. La alegría había desaparecido del pueblo de Jacob; la flauta y el arpa habían enmudecido.
«No hay gente en Jerusalén, la ciudad parece un desierto; nadie entra ni sale por sus portones. Le han faltado el respeto al templo; sólo extranjeros viven en la ciudad. Ahora Jerusalén está habitada por gente que no cree en Dios. Israel ha perdido su alegría y ya no hay música en sus calles».