Revised Common Lectionary (Semicontinuous)
Dios es el rey
SALMO 93 (92)
93 Dios mío,
tú eres nuestro rey.
Has mostrado tu majestad,
tu grandeza y tu poder.
Has afirmado el mundo,
y jamás se moverá.
2 Desde el principio eres rey;
tú siempre has existido.
3 Dios mío,
se revuelven los ríos,
se levantan las olas,
¡se agitan los mares!
4 Pero tú, en el cielo,
te muestras más poderoso
que el rugido de los mares;
¡más poderoso que las olas del mar!
5 Dios mío,
tus leyes tienen valor permanente.
Tu presencia da a tu templo
una belleza sin igual.
De las tribus de Benjamín y Judá
16 Mientras David estaba en la fortaleza, algunos hombres de las tribus de Benjamín y de Judá fueron a verlo para unirse a él. 17 Al verlos, David salió a su encuentro y les dijo:
«Si sus intenciones son buenas y vienen para ayudarme, acepto de todo corazón que se unan a mi tropa; pero si lo que quieren es traicionarme y entregarme a mis enemigos, ¡que nuestro Dios los castigue! Yo a nadie le he causado daño, pues no soy un criminal».
18 Entonces el espíritu de Dios tomó control de Amasai, jefe de los treinta soldados más valientes del ejército de David, y lo hizo exclamar:
«¡El éxito está contigo, David!
¡La victoria siempre te acompaña,
y acompañará a los que se te unan,
porque Dios te hace triunfar!»
David los aceptó, y hasta los puso entre los jefes de la tropa.
De la tribu de Manasés
19-21 En cierta ocasión, cuando David se unió a uno de los jefes filisteos para enfrentarse a Saúl, los demás jefes no lo aceptaron, pues decían: «¡David nos matará y así podrá regresar al lado de su rey Saúl!»
Los soldados que acompañaban a David a esa batalla eran hombres de la tribu de Manasés, todos ellos soldados valientes y jefes de tropa. Se habían unido a David cuando estaba en el refugio de Siclag, y lo ayudaron a combatir tropas enemigas. Éstos son sus nombres:
Adná,
Jozabad,
Jediael,
Micael,
Jozabad,
Elihú,
Siletai.
22 Y día tras día, más hombres se le unían a David, hasta que llegó a tener un gran ejército.
5 Dios dijo desde su trono: «¡Yo hago todo nuevo!» Y también dijo: «Escribe, porque estas palabras son verdaderas y dignas de confianza.»
6 Después me dijo:
«¡Ya todo está hecho! Yo soy el principio y el fin.[a] Al que tenga sed, a cambio de nada le daré a beber del agua de la fuente que da vida eterna. 7 A los que triunfen sobre las dificultades y sigan confiando en mí, les daré todo eso, y serán mis hijos, y yo seré su Dios. 8 Pero a los cobardes, a los que no confíen en mí, a los que hagan cosas terribles que no me agradan, a los que hayan matado a otros, a los que tengan relaciones sexuales prohibidas, a los que practiquen la brujería, a los que adoren dioses falsos, y a los mentirosos, los lanzaré al lago donde el azufre arde en llamas; y allí se quedarán, separados de mí para siempre.»
La nueva Jerusalén
9 Después vino uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas con las últimas plagas terribles, y me dijo: «Acércate; voy a mostrarte a la novia, la que va a ser la esposa del Cordero».[b]
10 Y en la visión que el Espíritu de Dios me mostró, el ángel me llevó a un cerro grande y alto, y me enseñó la gran ciudad santa de Jerusalén, que bajaba del cielo, donde está Dios. 11 La presencia de Dios la hacía brillar, y su brillo era como el de una joya, como el de un diamante, transparente como el cristal. 12 Por fuera estaba rodeada por una muralla alta y grande. En la muralla había doce portones; en cada portón había un ángel, y en cada portón estaba escrito el nombre de una de las doce tribus de Israel. 13 Tres de sus portones daban al este, tres daban al norte, tres daban al oeste, y tres daban al sur. 14 La muralla estaba construida sobre doce grandes rocas, y en cada roca estaba escrito uno de los nombres de los doce apóstoles del Cordero.
Copyright © 2000 by United Bible Societies