Revised Common Lectionary (Semicontinuous)
El Siervo sufriente del Señor
13 Miren, mi siervo prosperará;
será muy exaltado.
14 Pero muchos quedaron asombrados cuando lo[a] vieron.
Tenía el rostro tan desfigurado que apenas parecía un ser humano,
y por su aspecto, no se veía como un hombre.
15 Y él alarmará[b] a muchas naciones;
los reyes quedarán mudos ante él.
Verán lo que no se les había contado;
entenderán lo que no habían oído hablar.[c]
53 ¿Quién ha creído nuestro mensaje?
¿A quién ha revelado el Señor su brazo poderoso?
2 Mi siervo creció en la presencia del Señor como un tierno brote verde,
como raíz en tierra seca.
No había nada hermoso ni majestuoso en su aspecto,
nada que nos atrajera hacia él.
3 Fue despreciado y rechazado:
hombre de dolores, conocedor del dolor más profundo.
Nosotros le dimos la espalda y desviamos la mirada;
fue despreciado, y no nos importó.
4 Sin embargo, fueron nuestras debilidades las que él cargó;
fueron nuestros dolores los que lo agobiaron.[d]
Y pensamos que sus dificultades eran un castigo de Dios,
¡un castigo por sus propios pecados!
5 Pero él fue traspasado por nuestras rebeliones
y aplastado por nuestros pecados.
Fue golpeado para que nosotros estuviéramos en paz;
fue azotado para que pudiéramos ser sanados.
6 Todos nosotros nos hemos extraviado como ovejas;
hemos dejado los caminos de Dios para seguir los nuestros.
Sin embargo, el Señor puso sobre él
los pecados de todos nosotros.
7 Fue oprimido y tratado con crueldad;
sin embargo, no dijo ni una sola palabra.
Como cordero fue llevado al matadero.
Y como oveja en silencio ante sus trasquiladores,
no abrió su boca.
8 Al ser condenado injustamente,
se lo llevaron.[e]
A nadie le importó que muriera sin descendientes
ni que le quitaran la vida a mitad de camino.[f]
Pero lo hirieron de muerte
por la rebelión de mi pueblo.
9 Él no había hecho nada malo,
y jamás había engañado a nadie.
Pero fue enterrado como un criminal;
fue puesto en la tumba de un hombre rico.
10 Formaba parte del buen plan del Señor aplastarlo
y causarle dolor.
Sin embargo, cuando su vida sea entregada en ofrenda por el pecado,
tendrá muchos descendientes.
Disfrutará de una larga vida,
y en sus manos el buen plan del Señor prosperará.
11 Cuando vea todo lo que se logró mediante su angustia,
quedará satisfecho.
Y a causa de lo que sufrió,
mi siervo justo hará posible
que muchos sean contados entre los justos,
porque él cargará con todos los pecados de ellos.
12 Yo le rendiré los honores de un soldado victorioso,
porque se expuso a la muerte.
Fue contado entre los rebeldes.
Cargó con los pecados de muchos e intercedió por los transgresores.
Para el director del coro: salmo de David; cántese con la melodía de «Cierva de la aurora».
22 Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
¿Por qué estás tan lejos cuando gimo por ayuda?
2 Cada día clamo a ti, mi Dios, pero no respondes;
cada noche levanto mi voz, pero no encuentro alivio.
3 Sin embargo, tú eres santo;
estás entronizado en las alabanzas de Israel.
4 Nuestros antepasados confiaron en ti,
y los rescataste.
5 Clamaron a ti, y los salvaste;
confiaron en ti y nunca fueron avergonzados.
6 Pero yo soy un gusano, no un hombre;
¡todos me desprecian y me tratan con desdén!
7 Todos los que me ven se burlan de mí;
sonríen con malicia y menean la cabeza mientras dicen:
8 «¿Este es el que confía en el Señor?
Entonces ¡que el Señor lo salve!
Si el Señor lo ama tanto,
¡que el Señor lo rescate!».
9 Sin embargo, me sacaste a salvo del vientre de mi madre
y, desde que ella me amamantaba, me hiciste confiar en ti.
10 Me arrojaron en tus brazos al nacer;
desde mi nacimiento, tú has sido mi Dios.
11 No te quedes tan lejos de mí,
porque se acercan dificultades,
y nadie más puede ayudarme.
12 Mis enemigos me rodean como una manada de toros;
¡toros feroces de Basán me tienen cercado!
13 Como leones abren sus fauces contra mí;
rugen y despedazan a su presa.
14 Mi vida se derrama como el agua,
y todos mis huesos se han dislocado.
Mi corazón es como cera
que se derrite dentro de mí.
15 Mi fuerza se ha secado como barro cocido;
la lengua se me pega al paladar.
Me acostaste en el polvo y me diste por muerto.
16 Mis enemigos me rodean como una jauría de perros;
una pandilla de malvados me acorrala.
Han atravesado[a] mis manos y mis pies.
17 Puedo contar cada uno de mis huesos;
mis enemigos me miran fijamente y se regodean.
18 Se reparten mi vestimenta entre ellos
y tiran los dados[b] por mi ropa.
19 ¡Oh Señor, no te quedes lejos!
Tú eres mi fuerza; ¡ven pronto en mi auxilio!
20 Sálvame de la espada;
libra mi preciosa vida de estos perros.
21 Arrebátame de las fauces del león
y de los cuernos de estos bueyes salvajes.
22 Anunciaré tu nombre a mis hermanos;
entre tu pueblo reunido te alabaré.
23 ¡Alaben al Señor, todos los que le temen!
¡Hónrenlo, descendientes de Jacob!
¡Muéstrenle reverencia, descendientes de Israel!
24 Pues no ha pasado por alto ni ha tenido en menos el sufrimiento de los necesitados;
no les dio la espalda,
sino que ha escuchado sus gritos de auxilio.
25 Te alabaré en la gran asamblea;
cumpliré mis promesas en presencia de los que te adoran.
26 Los pobres comerán y quedarán satisfechos;
todos los que buscan al Señor lo alabarán;
se alegrará el corazón con gozo eterno.
27 Toda la tierra reconocerá al Señor y regresará a él;
todas las familias de las naciones se inclinarán ante él.
28 Pues el poder de la realeza pertenece al Señor;
él gobierna a todas las naciones.
29 Que los ricos de la tierra hagan fiesta y adoren.
Inclínense ante él, todos los mortales,
aquellos cuya vida terminará como polvo.
30 Nuestros hijos también lo servirán;
las generaciones futuras oirán de las maravillas del Señor.
31 A los que aún no han nacido les contarán de sus actos de justicia;
ellos oirán de todo lo que él ha hecho.
16 «Este es el nuevo pacto que haré
con mi pueblo en aquel día,[a] dice el Señor:
Pondré mis leyes en su corazón
y las escribiré en su mente»[b].
17 Después dice:
«Nunca más me acordaré
de sus pecados y sus transgresiones»[c].
18 Y cuando los pecados han sido perdonados, ya no hace falta ofrecer más sacrificios.
Un llamado a permanecer firmes
19 Así que, amados hermanos, podemos entrar con valentía en el Lugar Santísimo del cielo por causa de la sangre de Jesús. 20 Por su muerte,[d] Jesús abrió un nuevo camino—un camino que da vida—a través de la cortina al Lugar Santísimo. 21 Ya que tenemos un gran Sumo Sacerdote que gobierna la casa de Dios, 22 entremos directamente a la presencia de Dios con corazón sincero y con plena confianza en él. Pues nuestra conciencia culpable ha sido rociada con la sangre de Cristo a fin de purificarnos, y nuestro cuerpo ha sido lavado con agua pura.
23 Mantengámonos firmes sin titubear en la esperanza que afirmamos, porque se puede confiar en que Dios cumplirá su promesa. 24 Pensemos en maneras de motivarnos unos a otros a realizar actos de amor y buenas acciones. 25 Y no dejemos de congregarnos, como lo hacen algunos, sino animémonos unos a otros, sobre todo ahora que el día de su regreso se acerca.
Cristo es nuestro Sumo Sacerdote
14 Por lo tanto, ya que tenemos un gran Sumo Sacerdote que entró en el cielo, Jesús el Hijo de Dios, aferrémonos a lo que creemos. 15 Nuestro Sumo Sacerdote comprende nuestras debilidades, porque enfrentó todas y cada una de las pruebas que enfrentamos nosotros, sin embargo, él nunca pecó. 16 Así que acerquémonos con toda confianza al trono de la gracia de nuestro Dios. Allí recibiremos su misericordia y encontraremos la gracia que nos ayudará cuando más la necesitemos.
7 Mientras estuvo aquí en la tierra, Jesús ofreció oraciones y súplicas con gran clamor y lágrimas al que podía rescatarlo de la muerte. Y Dios oyó sus oraciones por la gran reverencia que Jesús le tenía. 8 Aunque era Hijo de Dios, Jesús aprendió obediencia por las cosas que sufrió. 9 De ese modo, Dios lo hizo apto para ser el Sumo Sacerdote perfecto, y Jesús llegó a ser la fuente de salvación eterna para todos los que le obedecen.
Traicionan y arrestan a Jesús
18 Después de decir esas cosas, Jesús cruzó el valle de Cedrón con sus discípulos y entró en un huerto de olivos. 2 Judas, el traidor, conocía ese lugar, porque Jesús solía reunirse allí con sus discípulos. 3 Los principales sacerdotes y los fariseos le habían dado a Judas un grupo de soldados romanos y guardias del templo para que lo acompañaran. Llegaron al huerto de olivos con antorchas encendidas, linternas y armas.
4 Jesús ya sabía todo lo que le iba a suceder, así que salió al encuentro de ellos.
—¿A quién buscan?—les preguntó.
5 —A Jesús de Nazaret[a]—contestaron.
—Yo Soy[b]—dijo Jesús.
(Judas, el que lo traicionó, estaba con ellos). 6 Cuando Jesús dijo «Yo Soy», ¡todos retrocedieron y cayeron al suelo! 7 Una vez más les preguntó:
—¿A quién buscan?
Y nuevamente ellos contestaron:
—A Jesús de Nazaret.
8 —Ya les dije que Yo Soy—dijo Jesús—. Ya que soy la persona a quien buscan, dejen que los demás se vayan.
9 Lo hizo para que se cumplieran sus propias palabras: «No perdí ni a uno solo de los que me diste»[c].
10 Entonces Simón Pedro sacó una espada y le cortó la oreja derecha a Malco, un esclavo del sumo sacerdote. 11 Pero Jesús le dijo a Pedro: «Mete tu espada en la vaina. ¿Acaso no voy a beber de la copa de sufrimiento que me ha dado el Padre?».
Jesús en la casa del sumo sacerdote
12 Así que los soldados, el oficial que los comandaba y los guardias del templo arrestaron a Jesús y lo ataron. 13 Primero lo llevaron ante Anás, ya que era el suegro de Caifás, quien era sumo sacerdote en ese momento.[d] 14 Caifás era el que les había dicho a los otros líderes judíos: «Es mejor que muera un solo hombre por el pueblo».
Primera negación de Pedro
15 Simón Pedro y otro discípulo siguieron a Jesús. Ese otro discípulo conocía al sumo sacerdote, así que le permitieron entrar con Jesús al patio del sumo sacerdote. 16 Pedro tuvo que quedarse afuera, junto a la puerta. Entonces el discípulo que conocía al sumo sacerdote habló con la mujer que cuidaba la puerta, y ella dejó entrar a Pedro. 17 La mujer le preguntó a Pedro:
—¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?
—No—le contestó Pedro—, no lo soy.
18 Como hacía frío, los sirvientes de la casa y los guardias habían hecho una fogata con carbón. Estaban allí de pie, junto al fuego, calentándose, y Pedro estaba con ellos, también calentándose.
El sumo sacerdote interroga a Jesús
19 Adentro, el sumo sacerdote comenzó a interrogar a Jesús acerca de sus seguidores y de lo que les había estado enseñando. 20 Jesús contestó: «Todos saben lo que enseño. He predicado con frecuencia en las sinagogas y en el templo, donde se reúne el pueblo.[e] No he hablado en secreto. 21 ¿Por qué me haces a mí esa pregunta? Pregúntales a los que me oyeron, ellos saben lo que dije».
22 Entonces uno de los guardias del templo que estaba cerca le dio una bofetada a Jesús.
—¿Es esa la forma de responder al sumo sacerdote?—preguntó.
23 Jesús contestó:
—Si dije algo indebido, debes demostrarlo; pero si digo la verdad, ¿por qué me pegas?
24 Entonces Anás ató a Jesús y lo envió a Caifás, el sumo sacerdote.
Segunda y tercera negación de Pedro
25 Mientras tanto, como Simón Pedro seguía de pie junto a la fogata calentándose, volvieron a preguntarle:
—¿No eres tú también uno de sus discípulos?
—No lo soy—negó Pedro.
26 Pero uno de los esclavos del sumo sacerdote, pariente del hombre al que Pedro le había cortado la oreja, preguntó: «¿No te vi en el huerto de olivos con Jesús?». 27 Una vez más, Pedro lo negó, y enseguida cantó un gallo.
Juicio de Jesús ante Pilato
28 El juicio de Jesús ante Caifás terminó cerca del amanecer. De allí lo llevaron a la residencia oficial del gobernador romano.[f] Sus acusadores no entraron porque, de haberlo hecho, se habrían contaminado y no hubieran podido celebrar la Pascua. 29 Por eso Pilato, el gobernador, salió adonde estaban ellos y les preguntó:
—¿Qué cargos tienen contra este hombre?
30 —¡No te lo habríamos entregado si no fuera un criminal!—replicaron.
31 —Entonces llévenselo y júzguenlo de acuerdo con la ley de ustedes—les dijo Pilato.
—Solo los romanos tienen derecho a ejecutar a una persona—respondieron los líderes judíos.
32 (Con eso se cumplió la predicción de Jesús acerca de la forma en que iba a morir)[g].
33 Entonces Pilato volvió a entrar en su residencia y pidió que le trajeran a Jesús.
—¿Eres tú el rey de los judíos?—le preguntó.
34 Jesús contestó:
—¿Lo preguntas por tu propia cuenta o porque otros te hablaron de mí?
35 —¿Acaso yo soy judío?—replicó Pilato—. Tu propio pueblo y sus principales sacerdotes te trajeron a mí para que yo te juzgue. ¿Por qué? ¿Qué has hecho?
36 Jesús contestó:
—Mi reino no es un reino terrenal. Si lo fuera, mis seguidores lucharían para impedir que yo sea entregado a los líderes judíos; pero mi reino no es de este mundo.
37 Pilato le dijo:
—¿Entonces eres un rey?
—Tú dices que soy un rey —contestó Jesús—. En realidad, yo nací y vine al mundo para dar testimonio de la verdad. Todos los que aman la verdad reconocen que lo que digo es cierto.
38 —¿Qué es la verdad?—preguntó Pilato.
Entonces salió de nuevo adonde estaba el pueblo y dijo:
—Este hombre no es culpable de ningún delito, 39 pero ustedes tienen la costumbre de pedirme cada año que ponga en libertad a un preso durante la Pascua. ¿Quieren que deje en libertad a ese “rey de los judíos”?
40 Pero ellos contestaron a gritos:
—¡No!, a ese hombre, no. ¡Queremos a Barrabás!
(Barrabás era un insurgente).
Sentencia de muerte para Jesús
19 Entonces Pilato mandó azotar a Jesús con un látigo que tenía puntas de plomo. 2 Los soldados armaron una corona de espinas y se la pusieron en la cabeza y lo vistieron con un manto púrpura. 3 «¡Viva el rey de los judíos!», se burlaban de él mientras lo abofeteaban.
4 Pilato volvió a salir y le dijo al pueblo: «Ahora lo voy a traer, pero que quede bien claro que yo no lo encuentro culpable de nada». 5 Entonces Jesús salió con la corona de espinas sobre la cabeza y el manto púrpura puesto. Y Pilato dijo: «¡Miren, aquí tienen al hombre!».
6 Cuando lo vieron, los principales sacerdotes y los guardias del templo comenzaron a gritar: «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!».
—Llévenselo ustedes y crucifíquenlo—dijo Pilato—. Yo no lo encuentro culpable.
7 Los líderes judíos respondieron:
—Según nuestra ley, debe morir porque afirmó que era el Hijo de Dios.
8 Cuando Pilato oyó eso, tuvo más miedo que nunca. 9 Llevó a Jesús de nuevo a la residencia oficial[h] y le preguntó: «¿De dónde eres?». Pero Jesús no le dio ninguna respuesta.
10 —¿Por qué no me hablas?—preguntó Pilato—. ¿No te das cuenta de que tengo poder para ponerte en libertad o para crucificarte?
11 Entonces Jesús le dijo:
—No tendrías ningún poder sobre mí si no te lo hubieran dado desde lo alto. Así que el que me entregó en tus manos es el que tiene el mayor pecado.
12 Entonces Pilato trató de poner en libertad a Jesús, pero los líderes judíos gritaron: «Si pones en libertad a ese hombre, no eres “amigo del César”[i]. Todo el que se proclama a sí mismo rey está en rebeldía contra el César».
13 Cuando dijeron eso, Pilato llevó de nuevo a Jesús ante el pueblo. Entonces Pilato se sentó en el tribunal, en la plataforma llamada el Empedrado (en hebreo, Gabata). 14 Ya era el día de preparación para la Pascua, cerca del mediodía. Y Pilato dijo al pueblo:[j] «¡Miren, aquí tienen a su rey!».
15 «¡Llévatelo! ¡Llévatelo!—gritaban—. ¡Crucifícalo!».
—¿Cómo dicen? ¿Que yo crucifique a su rey?—preguntó Pilato.
—No tenemos otro rey más que el César—le contestaron a gritos los principales sacerdotes.
16 Entonces Pilato les entregó a Jesús para que lo crucificaran.
La crucifixión
Así que se llevaron a Jesús. 17 Él, cargando su propia cruz, fue al sitio llamado Lugar de la Calavera (en hebreo, Gólgota). 18 Allí lo clavaron en la cruz. También crucificaron a otros dos con él, uno a cada lado, y a Jesús, en medio. 19 Y Pilato colocó un letrero sobre la cruz, que decía: «Jesús de Nazaret,[k] el Rey de los judíos». 20 El lugar donde crucificaron a Jesús estaba cerca de la ciudad, y el letrero estaba escrito en hebreo, en latín y en griego, para que muchos[l] pudieran leerlo.
21 Entonces los principales sacerdotes se opusieron y le dijeron a Pilato:
—Cambia la inscripción “El Rey de los judíos” por una que diga “Él dijo: ‘Yo soy el Rey de los judíos’”.
22 —No—respondió Pilato—. Lo que he escrito, escrito está y así quedará.
23 Una vez que los soldados terminaron de crucificarlo, tomaron la ropa de Jesús y la dividieron en cuatro partes, una para cada uno de ellos. También tomaron la túnica, la cual no tenía costura y había sido tejida de arriba a abajo en una sola pieza. 24 Así que dijeron: «En lugar de rasgarla, tiremos los dados[m] para ver quién se la queda». Con eso se cumplió la Escritura que dice: «Se repartieron mi vestimenta entre ellos y tiraron los dados por mi ropa»[n]. Así que eso fue lo que hicieron.
25 Estaban de pie junto a la cruz la madre de Jesús, la hermana de su madre, María la esposa de Cleofas y María Magdalena. 26 Cuando Jesús vio a su madre al lado del discípulo que él amaba, le dijo: «Apreciada mujer, ahí tienes a tu hijo». 27 Y al discípulo le dijo: «Ahí tienes a tu madre». Y, a partir de entonces, ese discípulo la llevó a vivir a su casa.
Muerte de Jesús
28 Jesús sabía que su misión ya había terminado y, para cumplir las Escrituras, dijo: «Tengo sed»[o]. 29 Había allí una vasija de vino agrio, así que mojaron una esponja en el vino, la pusieron en una rama de hisopo y la acercaron a los labios de Jesús. 30 Después de probar el vino, Jesús dijo: «¡Todo está cumplido!». Entonces inclinó la cabeza y entregó su espíritu.
31 Era el día de preparación, y los líderes judíos no querían que los cuerpos permanecieran allí colgados el día siguiente, que era el día de descanso (y uno muy especial, porque era la semana de la Pascua). Entonces le pidieron a Pilato que mandara a quebrarles las piernas a los crucificados para apresurarles la muerte. Así podrían bajar los cuerpos. 32 Entonces los soldados fueron y les quebraron las piernas a los dos hombres crucificados con Jesús. 33 Cuando llegaron a Jesús, vieron que ya estaba muerto, así que no le quebraron las piernas. 34 Sin embargo, uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y, de inmediato, salió sangre y agua. 35 (La información anterior proviene de un testigo ocular que presenta un relato fiel. Él dice la verdad para que ustedes también continúen creyendo[p]). 36 Esas cosas sucedieron para que se cumplieran las Escrituras que dicen: «Ni uno de sus huesos será quebrado»[q] 37 y «Mirarán al que atravesaron»[r].
Entierro de Jesús
38 Más tarde, José de Arimatea, quien había sido un discípulo secreto de Jesús (por temor a los líderes judíos), pidió permiso a Pilato para bajar el cuerpo de Jesús. Cuando Pilato concedió el permiso, José fue a buscar el cuerpo y se lo llevó. 39 Lo acompañó Nicodemo, el hombre que había ido a ver a Jesús de noche. Llevó consigo unos treinta y tres kilos[s] de ungüento perfumado, una mezcla de mirra y áloe. 40 De acuerdo con la costumbre de los entierros judíos, envolvieron el cuerpo de Jesús untado con las especias en largos lienzos de lino. 41 El lugar de la crucifixión estaba cerca de un huerto donde había una tumba nueva que nunca se había usado. 42 Y, como era el día de preparación para la Pascua judía y[t] la tumba estaba cerca, pusieron a Jesús allí.
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