Revised Common Lectionary (Semicontinuous)
118 ¡Den gracias al Señor, porque él es bueno!
Su fiel amor perdura para siempre.
2 Que todo Israel repita:
«Su fiel amor perdura para siempre».
19 Ábranme las puertas por donde entran los justos,
y entraré y daré gracias al Señor.
20 Estas puertas conducen a la presencia del Señor
y los justos entran allí.
21 Te doy gracias por contestar mi oración,
¡y por darme la victoria!
22 La piedra que los constructores rechazaron
ahora se ha convertido en la piedra principal.
23 Esto es obra del Señor
y es maravilloso verlo.
24 Este es el día que hizo el Señor;
nos gozaremos y alegraremos en él.
25 Te rogamos, Señor, por favor, sálvanos.
Te rogamos, por favor, Señor, haznos triunfar.
26 Bendigan al que viene en el nombre del Señor.
Desde la casa del Señor, los bendecimos.
27 El Señor es Dios y brilla sobre nosotros.
Lleven el sacrificio y átenlo con cuerdas sobre el altar.
28 ¡Tú eres mi Dios y te alabaré!
¡Eres mi Dios y te exaltaré!
29 ¡Den gracias al Señor, porque él es bueno!
Su fiel amor perdura para siempre.
Entrada triunfal de Jesús
28 Después de contar esa historia, Jesús siguió rumbo a Jerusalén, caminando delante de sus discípulos. 29 Al llegar a las ciudades de Betfagé y Betania, en el monte de los Olivos, mandó a dos discípulos que se adelantaran. 30 «Vayan a la aldea que está allí—les dijo—. Al entrar, verán un burrito atado, que nadie ha montado jamás. Desátenlo y tráiganlo aquí. 31 Si alguien les pregunta: “¿Por qué desatan al burrito?”, simplemente digan: “El Señor lo necesita”».
32 Así que ellos fueron y encontraron el burrito tal como lo había dicho Jesús. 33 Y, efectivamente, mientras lo desataban, los dueños les preguntaron:
—¿Por qué desatan ese burrito?
34 Y los discípulos simplemente contestaron:
—El Señor lo necesita.
35 Entonces le llevaron el burrito a Jesús y pusieron sus prendas encima para que él lo montara.
36 A medida que Jesús avanzaba, la multitud tendía sus prendas sobre el camino delante de él. 37 Cuando llegó a donde comienza la bajada del monte de los Olivos, todos sus seguidores empezaron a gritar y a cantar mientras alababan a Dios por todos los milagros maravillosos que habían visto.
38 «¡Bendiciones al Rey que viene en el nombre del Señor!
¡Paz en el cielo y gloria en el cielo más alto!»[a].
39 Algunos de los fariseos que estaban entre la multitud decían:
—¡Maestro, reprende a tus seguidores por decir cosas como esas!
40 Jesús les respondió:
—Si ellos se callaran, las piedras a lo largo del camino se pondrían a aclamar.
El Siervo obediente del Señor
4 El Señor Soberano me ha dado sus palabras de sabiduría,
para que yo sepa consolar a los fatigados.
Mañana tras mañana me despierta
y me abre el entendimiento a su voluntad.
5 El Señor Soberano me habló,
y yo lo escuché;
no me he rebelado, ni me he alejado.
6 Les ofrecí la espalda a quienes me golpeaban
y las mejillas a quienes me tiraban de la barba;
no escondí el rostro
de las burlas y los escupitajos.
7 Debido a que el Señor Soberano me ayuda,
no seré avergonzado.
Por lo tanto, he puesto el rostro como una piedra,
decidido a hacer su voluntad.
Y sé que no pasaré vergüenza.
8 El que me hace justicia está cerca.
Ahora, ¿quién se atreverá a presentar cargos en mi contra?
¿Dónde están mis acusadores?
¡Que se presenten!
9 Miren, el Señor Soberano está de mi lado.
¿Quién me declarará culpable?
Todos mis enemigos serán destruidos
como ropa vieja que ha sido comida por la polilla.
9 Ten misericordia de mí, Señor, porque estoy angustiado.
Las lágrimas me nublan la vista;
mi cuerpo y mi alma se marchitan.
10 Estoy muriendo de dolor;
se me acortan los años por la tristeza.
El pecado me dejó sin fuerzas;
me estoy consumiendo por dentro.
11 Todos mis enemigos me desprecian
y mis vecinos me rechazan;
¡ni mis amigos se atreven a acercarse a mí!
Cuando me ven por la calle,
salen corriendo para el otro lado.
12 Me han olvidado como si estuviera muerto,
como si fuera una vasija rota.
13 He oído cantidad de rumores sobre mí,
y el terror me rodea.
Mis enemigos conspiran en mi contra;
hacen planes para quitarme la vida.
14 Pero yo confío en ti, oh Señor;
digo: «¡Tú eres mi Dios!».
15 Mi futuro está en tus manos;
rescátame de los que me persiguen sin tregua.
16 Que tu favor brille sobre tu siervo;
por causa de tu amor inagotable, rescátame.
5 Tengan la misma actitud que tuvo Cristo Jesús.
6 Aunque era Dios,[a]
no consideró que el ser igual a Dios
fuera algo a lo cual aferrarse.
7 En cambio, renunció a sus privilegios divinos;[b]
adoptó la humilde posición de un esclavo[c]
y nació como un ser humano.
Cuando apareció en forma de hombre,[d]
8 se humilló a sí mismo en obediencia a Dios
y murió en una cruz como morían los criminales.
9 Por lo tanto, Dios lo elevó al lugar de máximo honor
y le dio el nombre que está por encima de todos los demás nombres
10 para que, ante el nombre de Jesús, se doble toda rodilla
en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra,
11 y toda lengua declare que Jesucristo es el Señor
para la gloria de Dios Padre.
14 Cuando llegó la hora, Jesús y los apóstoles se sentaron juntos a la mesa.[a] 15 Jesús dijo: «He tenido muchos deseos de comer esta Pascua con ustedes antes de que comiencen mis sufrimientos. 16 Pues ahora les digo que no volveré a comerla hasta que su significado se cumpla en el reino de Dios».
17 Luego tomó en sus manos una copa de vino y le dio gracias a Dios por ella. Entonces dijo: «Tomen esto y repártanlo entre ustedes. 18 Pues no volveré a beber vino hasta que venga el reino de Dios».
19 Tomó un poco de pan y dio gracias a Dios por él. Luego lo partió en trozos, lo dio a sus discípulos y dijo: «Esto es mi cuerpo, el cual es entregado por ustedes. Hagan esto en memoria de mí».
20 Después de la cena, tomó en sus manos otra copa de vino y dijo: «Esta copa es el nuevo pacto entre Dios y su pueblo, un acuerdo confirmado con mi sangre, la cual es derramada como sacrificio por ustedes.[b]
21 »Pero aquí en esta mesa, sentado entre nosotros como un amigo, está el hombre que me traicionará. 22 Pues está establecido que el Hijo del Hombre[c] tiene que morir. ¡Pero qué aflicción le espera a aquel que lo traiciona!». 23 Los discípulos comenzaron a preguntarse unos a otros quién sería capaz de hacer semejante cosa.
24 Después comenzaron a discutir quién sería el más importante entre ellos. 25 Jesús les dijo: «En este mundo, los reyes y los grandes hombres tratan a su pueblo con prepotencia; sin embargo, son llamados “amigos del pueblo”. 26 Pero entre ustedes será diferente. El más importante de ustedes deberá tomar el puesto más bajo, y el líder debe ser como un sirviente. 27 ¿Quién es más importante: el que se sienta a la mesa o el que la sirve? El que se sienta a la mesa, por supuesto. ¡Pero en este caso no!, pues yo estoy entre ustedes como uno que sirve.
28 »Ustedes han estado conmigo durante mis tiempos de prueba. 29 Así como mi Padre me concedió un reino, yo ahora les concedo el derecho 30 de comer y beber a mi mesa en mi reino, y se sentarán sobre tronos y juzgarán a las doce tribus de Israel.
Jesús predice la negación de Pedro
31 »Simón, Simón, Satanás ha pedido zarandear a cada uno de ustedes como si fueran trigo; 32 pero yo he rogado en oración por ti, Simón, para que tu fe no falle, de modo que cuando te arrepientas y vuelvas a mí fortalezcas a tus hermanos».
33 Pedro dijo:
—Señor, estoy dispuesto a ir a prisión contigo y aun a morir contigo.
34 Jesús le respondió:
—Pedro, déjame decirte algo. Mañana por la mañana, antes de que cante el gallo, negarás tres veces que me conoces.
35 Entonces Jesús les preguntó:
—Cuando los envié a predicar la Buena Noticia y no tenían dinero ni bolso de viaje ni otro par de sandalias, ¿les faltó algo?
—No—respondieron ellos.
36 —Pero ahora—les dijo—, tomen su dinero y un bolso de viaje; y si no tienen espada, ¡vendan su manto y compren una! 37 Pues ha llegado el tiempo en que se cumpla la siguiente profecía acerca de mí: “Fue contado entre los rebeldes”[d]. Así es, todo lo que los profetas escribieron acerca de mí se cumplirá.
38 —Mira Señor—le respondieron—, contamos con dos espadas entre nosotros.
—Es suficiente—les dijo.
Jesús ora en el monte de los Olivos
39 Luego, acompañado por sus discípulos, Jesús salió del cuarto en el piso de arriba y, como de costumbre, fue al monte de los Olivos. 40 Allí les dijo: «Oren para que no cedan a la tentación».
41 Se alejó a una distancia como de un tiro de piedra, se arrodilló y oró: 42 «Padre, si quieres, te pido que quites esta copa de sufrimiento de mí. Sin embargo, quiero que se haga tu voluntad, no la mía». 43 Entonces apareció un ángel del cielo y lo fortaleció. 44 Oró con más fervor, y estaba en tal agonía de espíritu que su sudor caía a tierra como grandes gotas de sangre.[e]
45 Finalmente se puso de pie y regresó adonde estaban sus discípulos, pero los encontró dormidos, exhaustos por la tristeza. 46 «¿Por qué duermen?—les preguntó—. Levántense y oren para que no cedan ante la tentación».
Traicionan y arrestan a Jesús
47 Mientras Jesús hablaba, se acercó una multitud, liderada por Judas, uno de los doce discípulos. Judas caminó hacia Jesús para saludarlo con un beso. 48 Entonces Jesús le dijo: «Judas, ¿con un beso traicionas al Hijo del Hombre?».
49 Cuando los otros discípulos vieron lo que estaba por suceder, exclamaron: «Señor, ¿peleamos? ¡Trajimos las espadas!». 50 Y uno de ellos hirió al esclavo del sumo sacerdote cortándole la oreja derecha.
51 Pero Jesús dijo: «Basta». Y tocó la oreja del hombre y lo sanó.
52 Entonces Jesús habló a los principales sacerdotes, a los capitanes de la guardia del templo y a los ancianos, que habían venido a buscarlo. «¿Acaso soy un peligroso revolucionario, para que vengan con espadas y palos para arrestarme? —les preguntó—. 53 ¿Por qué no me arrestaron en el templo? Estuve allí todos los días, pero este es el momento de ustedes, el tiempo en que reina el poder de la oscuridad».
Pedro niega a Jesús
54 Entonces lo arrestaron y lo llevaron a la casa del sumo sacerdote. Y Pedro los siguió de lejos. 55 Los guardias encendieron una fogata en medio del patio y se sentaron alrededor, y Pedro se sumó al grupo. 56 Una sirvienta lo vio a la luz de la fogata y comenzó a mirarlo fijamente. Por fin dijo: «Este hombre era uno de los seguidores de Jesús».
57 Pero Pedro lo negó: «¡Mujer, ni siquiera lo conozco!».
58 Después de un rato, alguien más lo vio y dijo:
—Seguramente tú eres uno de ellos.
—¡No, hombre, no lo soy!—contestó.
59 Alrededor de una hora más tarde, otra persona insistió: «Seguro este es uno de ellos porque también es galileo».
60 Pero Pedro dijo: «¡Hombre, no sé de qué hablas!». Inmediatamente, mientras aún hablaba, el gallo cantó.
61 En ese momento, el Señor se volvió y miró a Pedro. De repente, las palabras del Señor pasaron rápidamente por la mente de Pedro: «Mañana por la mañana, antes de que cante el gallo, negarás tres veces que me conoces». 62 Y Pedro salió del patio, llorando amargamente.
63 Los guardias que estaban a cargo de Jesús comenzaron a burlarse de él y a golpearlo. 64 Le vendaron los ojos y le decían: «¡Profetízanos! ¿Quién te golpeó esta vez?». 65 Y le lanzaban todo tipo de insultos.
Jesús ante el Concilio
66 Al amanecer, todos los ancianos del pueblo se reunieron, incluidos los principales sacerdotes y los maestros de la ley religiosa. Llevaron a Jesús ante el Concilio Supremo[f] 67 y le dijeron:
—Dinos, ¿eres tú el Mesías?
Él les respondió:
—Si lo dijera, no me creerían; 68 y si yo les hiciera una pregunta, ustedes no me la contestarían. 69 Sin embargo, desde ahora, el Hijo del Hombre estará sentado en el lugar de poder, a la derecha de Dios.[g]
70 Todos gritaron:
—¿Entonces afirmas que eres el Hijo de Dios?
Y él contestó:
—Ustedes dicen que lo soy.
71 «¿Para qué necesitamos otros testigos?—dijeron—. Nosotros mismos lo oímos decirlo».
Juicio de Jesús ante Pilato
23 Entonces todo el Concilio llevó a Jesús ante Pilato, el gobernador romano. 2 Comenzaron a presentar su caso: «Este hombre ha estado llevando al pueblo por mal camino al decirles que no paguen los impuestos al gobierno romano y al afirmar que él es el Mesías, un rey».
3 Entonces Pilato le preguntó:
—¿Eres tú el rey de los judíos?
Jesús contestó:
—Tú lo has dicho.
4 Pilato se dirigió a los principales sacerdotes y a la multitud y les dijo:
—¡No encuentro ningún delito en este hombre!
5 Pero insistían:
—Con sus enseñanzas causa disturbios por donde va, en toda Judea, desde Galilea hasta Jerusalén.
6 —Ah, ¿es galileo?—preguntó Pilato.
7 Cuando le dijeron que sí, Pilato lo mandó a Herodes Antipas, porque Galilea estaba bajo la jurisdicción de Herodes, y dio la casualidad de que se encontraba en Jerusalén en ese momento.
8 Herodes se alegró mucho por la oportunidad de ver a Jesús, porque había oído hablar de él y hacía tiempo que quería verlo realizar un milagro. 9 Herodes le hizo una pregunta tras otra, pero Jesús se negó a contestar. 10 Mientras tanto, los principales sacerdotes y los maestros de la ley religiosa se quedaron allí gritando sus acusaciones. 11 Entonces Herodes y sus soldados comenzaron a burlarse de Jesús y a ridiculizarlo. Finalmente le pusieron un manto real y lo enviaron de regreso a Pilato. 12 (Herodes y Pilato, quienes habían sido enemigos anteriormente, ese día se hicieron amigos).
13 Entonces Pilato llamó a los principales sacerdotes y a los otros líderes religiosos, junto con el pueblo, 14 y anunció su veredicto: «Me trajeron a este hombre porque lo acusan de encabezar una revuelta. Detenidamente lo he examinado al respecto en presencia de ustedes y lo encuentro inocente. 15 Herodes llegó a la misma conclusión y me lo devolvió. Este hombre no ha hecho nada que merezca la pena de muerte. 16 Así que lo haré azotar y luego lo pondré en libertad».[h]
18 Pero un gran clamor surgió de la multitud, y a una voz la gente gritó: «¡Mátalo y suéltanos a Barrabás!». 19 (Barrabás estaba en prisión por haber participado en un levantamiento contra el gobierno en Jerusalén, y por asesinato). 20 Pilato discutió con ellos porque quería poner en libertad a Jesús, 21 pero la multitud seguía gritando: «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!».
22 Por tercera vez insistió Pilato: «¿Por qué? ¿Qué crimen ha cometido? No encuentro ninguna razón para condenarlo a muerte. Lo haré azotar y luego lo soltaré».
23 Pero la turba gritó cada vez más fuerte, exigiendo que Jesús fuera crucificado, y sus voces prevalecieron. 24 Entonces Pilato sentenció a Jesús a muerte como la gente reclamaba. 25 Como habían pedido, puso en libertad a Barrabás, el que estaba preso por levantamiento y asesinato. Y les entregó a Jesús para que hicieran con él como quisieran.
La crucifixión
26 Cuando ellos se llevaban a Jesús, sucedió que un hombre llamado Simón, que era de Cirene,[i] venía del campo. Los soldados lo agarraron, pusieron la cruz sobre él y lo obligaron a cargarla detrás de Jesús. 27 Una gran multitud lo seguía, incluidas muchas mujeres que lloraban desconsoladas. 28 Entonces Jesús se dio la vuelta y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloren por mí; lloren más bien por ustedes y por sus hijos. 29 Pues vienen días cuando dirán: “¡Dichosas las mujeres que no tienen hijos, los vientres que no dieron a luz y los pechos que no amamantaron!”. 30 La gente suplicará a los montes: “¡Caigan sobre nosotros!” y rogará a las colinas: “¡Entiérrennos!”[j]. 31 Pues, si estas cosas suceden cuando el árbol está verde, ¿qué pasará cuando esté seco?[k]».
32 Llevaron a otros dos, ambos criminales, para ser ejecutados con Jesús. 33 Cuando llegaron a un lugar llamado «La Calavera»[l], lo clavaron en la cruz y a los criminales también, uno a su derecha y otro a su izquierda.
34 Jesús dijo: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen»[m]. Y los soldados sortearon su ropa, tirando los dados.[n]
35 La multitud observaba, y los líderes se burlaban. «Salvó a otros—decían—, que se salve a sí mismo si de verdad es el Mesías de Dios, el Elegido». 36 Los soldados también se burlaban de él, al ofrecerle vino agrio para beber. 37 Y exclamaron: «Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!». 38 Encima de su cabeza, colocaron un letrero que decía: «Este es el Rey de los judíos».
39 Uno de los criminales colgados junto a él se burló: «¿Así que eres el Mesías? Demuéstralo salvándote a ti mismo, ¡y a nosotros también!».
40 Pero el otro criminal protestó: «¿Ni siquiera temes a Dios ahora que estás condenado a muerte? 41 Nosotros merecemos morir por nuestros crímenes, pero este hombre no ha hecho nada malo». 42 Luego dijo:
—Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino.
43 Jesús respondió:
—Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso.
Muerte de Jesús
44 Ya era alrededor del mediodía, y la tierra se llenó de oscuridad hasta las tres de la tarde. 45 La luz del sol desapareció. Y, de repente, la cortina del santuario del templo se rasgó por la mitad. 46 Después Jesús gritó: «Padre, ¡encomiendo mi espíritu en tus manos!»[o]. Y con esas palabras dio su último suspiro.
47 Cuando el oficial romano[p] encargado de la ejecución vio lo que había sucedido, adoró a Dios y dijo: «Este hombre era inocente[q] de verdad». 48 Y cuando todas las multitudes que habían venido a observar la ejecución vieron lo que había sucedido, regresaron a casa con gran dolor;[r] 49 pero los amigos de Jesús, incluidas las mujeres que lo habían seguido desde Galilea, se quedaron mirando de lejos.
Entierro de Jesús
50 Había un hombre bueno y justo llamado José. Era miembro del Concilio Supremo judío, 51 pero no había estado de acuerdo con la decisión y las acciones de los otros líderes religiosos. Era de la ciudad de Judea llamada Arimatea y esperaba la venida del reino de Dios. 52 Fue a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. 53 Luego bajó el cuerpo de la cruz, lo envolvió en un largo lienzo de lino y lo colocó en una tumba nueva que había sido tallada en la roca. 54 Esto sucedió el viernes por la tarde, el día de preparación,[s] cuando el día de descanso estaba por comenzar.
55 Mientras llevaban el cuerpo, las mujeres de Galilea iban detrás y vieron la tumba donde lo colocaron. 56 Luego fueron a sus casas y prepararon especias y ungüentos para ungir el cuerpo de Jesús; pero cuando terminaron ya había comenzado el día de descanso, así que descansaron como ordena la ley.
Juicio de Jesús ante Pilato
23 Entonces todo el Concilio llevó a Jesús ante Pilato, el gobernador romano. 2 Comenzaron a presentar su caso: «Este hombre ha estado llevando al pueblo por mal camino al decirles que no paguen los impuestos al gobierno romano y al afirmar que él es el Mesías, un rey».
3 Entonces Pilato le preguntó:
—¿Eres tú el rey de los judíos?
Jesús contestó:
—Tú lo has dicho.
4 Pilato se dirigió a los principales sacerdotes y a la multitud y les dijo:
—¡No encuentro ningún delito en este hombre!
5 Pero insistían:
—Con sus enseñanzas causa disturbios por donde va, en toda Judea, desde Galilea hasta Jerusalén.
6 —Ah, ¿es galileo?—preguntó Pilato.
7 Cuando le dijeron que sí, Pilato lo mandó a Herodes Antipas, porque Galilea estaba bajo la jurisdicción de Herodes, y dio la casualidad de que se encontraba en Jerusalén en ese momento.
8 Herodes se alegró mucho por la oportunidad de ver a Jesús, porque había oído hablar de él y hacía tiempo que quería verlo realizar un milagro. 9 Herodes le hizo una pregunta tras otra, pero Jesús se negó a contestar. 10 Mientras tanto, los principales sacerdotes y los maestros de la ley religiosa se quedaron allí gritando sus acusaciones. 11 Entonces Herodes y sus soldados comenzaron a burlarse de Jesús y a ridiculizarlo. Finalmente le pusieron un manto real y lo enviaron de regreso a Pilato. 12 (Herodes y Pilato, quienes habían sido enemigos anteriormente, ese día se hicieron amigos).
13 Entonces Pilato llamó a los principales sacerdotes y a los otros líderes religiosos, junto con el pueblo, 14 y anunció su veredicto: «Me trajeron a este hombre porque lo acusan de encabezar una revuelta. Detenidamente lo he examinado al respecto en presencia de ustedes y lo encuentro inocente. 15 Herodes llegó a la misma conclusión y me lo devolvió. Este hombre no ha hecho nada que merezca la pena de muerte. 16 Así que lo haré azotar y luego lo pondré en libertad».[a]
18 Pero un gran clamor surgió de la multitud, y a una voz la gente gritó: «¡Mátalo y suéltanos a Barrabás!». 19 (Barrabás estaba en prisión por haber participado en un levantamiento contra el gobierno en Jerusalén, y por asesinato). 20 Pilato discutió con ellos porque quería poner en libertad a Jesús, 21 pero la multitud seguía gritando: «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!».
22 Por tercera vez insistió Pilato: «¿Por qué? ¿Qué crimen ha cometido? No encuentro ninguna razón para condenarlo a muerte. Lo haré azotar y luego lo soltaré».
23 Pero la turba gritó cada vez más fuerte, exigiendo que Jesús fuera crucificado, y sus voces prevalecieron. 24 Entonces Pilato sentenció a Jesús a muerte como la gente reclamaba. 25 Como habían pedido, puso en libertad a Barrabás, el que estaba preso por levantamiento y asesinato. Y les entregó a Jesús para que hicieran con él como quisieran.
La crucifixión
26 Cuando ellos se llevaban a Jesús, sucedió que un hombre llamado Simón, que era de Cirene,[b] venía del campo. Los soldados lo agarraron, pusieron la cruz sobre él y lo obligaron a cargarla detrás de Jesús. 27 Una gran multitud lo seguía, incluidas muchas mujeres que lloraban desconsoladas. 28 Entonces Jesús se dio la vuelta y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloren por mí; lloren más bien por ustedes y por sus hijos. 29 Pues vienen días cuando dirán: “¡Dichosas las mujeres que no tienen hijos, los vientres que no dieron a luz y los pechos que no amamantaron!”. 30 La gente suplicará a los montes: “¡Caigan sobre nosotros!” y rogará a las colinas: “¡Entiérrennos!”[c]. 31 Pues, si estas cosas suceden cuando el árbol está verde, ¿qué pasará cuando esté seco?[d]».
32 Llevaron a otros dos, ambos criminales, para ser ejecutados con Jesús. 33 Cuando llegaron a un lugar llamado «La Calavera»[e], lo clavaron en la cruz y a los criminales también, uno a su derecha y otro a su izquierda.
34 Jesús dijo: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen»[f]. Y los soldados sortearon su ropa, tirando los dados.[g]
35 La multitud observaba, y los líderes se burlaban. «Salvó a otros—decían—, que se salve a sí mismo si de verdad es el Mesías de Dios, el Elegido». 36 Los soldados también se burlaban de él, al ofrecerle vino agrio para beber. 37 Y exclamaron: «Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!». 38 Encima de su cabeza, colocaron un letrero que decía: «Este es el Rey de los judíos».
39 Uno de los criminales colgados junto a él se burló: «¿Así que eres el Mesías? Demuéstralo salvándote a ti mismo, ¡y a nosotros también!».
40 Pero el otro criminal protestó: «¿Ni siquiera temes a Dios ahora que estás condenado a muerte? 41 Nosotros merecemos morir por nuestros crímenes, pero este hombre no ha hecho nada malo». 42 Luego dijo:
—Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino.
43 Jesús respondió:
—Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso.
Muerte de Jesús
44 Ya era alrededor del mediodía, y la tierra se llenó de oscuridad hasta las tres de la tarde. 45 La luz del sol desapareció. Y, de repente, la cortina del santuario del templo se rasgó por la mitad. 46 Después Jesús gritó: «Padre, ¡encomiendo mi espíritu en tus manos!»[h]. Y con esas palabras dio su último suspiro.
47 Cuando el oficial romano[i] encargado de la ejecución vio lo que había sucedido, adoró a Dios y dijo: «Este hombre era inocente[j] de verdad». 48 Y cuando todas las multitudes que habían venido a observar la ejecución vieron lo que había sucedido, regresaron a casa con gran dolor;[k] 49 pero los amigos de Jesús, incluidas las mujeres que lo habían seguido desde Galilea, se quedaron mirando de lejos.
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