Revised Common Lectionary (Semicontinuous)
Salmo 91 (90)
El Señor es tu refugio
91 Tú que habitas al amparo del Altísimo,
tú que vives al abrigo del Todopoderoso,
2 dí al Señor: “tú eres mi refugio,
mi baluarte, mi Dios en quien confío”.
9 porque el Señor es tu refugio,
y has hecho del Altísimo tu amparo.
10 No vendrá sobre ti la desgracia,
ni mal alguno alcanzará tu tienda,
11 pues él ordenará a sus ángeles
protegerte en todas tus sendas.
12 Te llevarán en las palmas de sus manos
para que tu pie no tropiece en la piedra.
13 Caminarás sobre el león y la víbora,
pisarás al león y al dragón.
14 Voy a salvarlo pues se acogió a mí;
lo protegeré, pues me conoce.
15 Me llamará y le responderé,
estaré con él en la angustia,
lo libraré y lo engrandeceré;
16 le daré una larga vida,
le haré ver mi salvación.
10 Los capataces y los inspectores de las obras salieron y dijeron al pueblo:
— El faraón ha ordenado que en adelante no se os proporcione paja. 11 Iréis vosotros mismos a buscarla donde podáis sin que por eso se os disminuya en nada la tarea.
12 El pueblo se dispersó por todo el territorio de Egipto en busca de rastrojos para abastecerse de paja. 13 Los capataces los apremiaban diciendo:
— ¡Completad vuestro trabajo de cada día como cuando se os proporcionaba paja!
14 Los capataces egipcios maltrataban a los israelitas encargados de dirigir los trabajos y los recriminaban diciendo:
— ¿Cómo es que ni ayer ni hoy habéis cubierto el cupo de adobes que se os había asignado?
15 Entonces fueron los encargados israelitas a quejarse al faraón, y le dijeron:
— ¿Por qué tratas así a tus siervos? 16 Se nos exige que hagamos adobes, pero no se nos proporciona paja. Somos nosotros los que recibimos los golpes, cuando el culpable es tu propio pueblo.
17 El faraón les contestó:
— ¡Holgazanes!, ¡no sois más que una partida de holgazanes! Por eso andáis diciendo: “Vamos a ofrecer sacrificios al Señor”. 18 ¡A trabajar! No se os proporcionará paja, pero debéis hacer igual cantidad de adobes que antes.
19 Los encargados israelitas se vieron en un aprieto cuando les dijeron que no se les rebajaría la producción diaria de adobes. 20 Cuando salían del palacio se encontraron con Moisés y Aarón, que los estaban esperando, 21 y les dijeron:
— ¡Que el Señor juzgue y sentencie! Por vuestra culpa el faraón y su corte nos odian. Habéis puesto en su mano la espada para que nos maten.
22 Entonces Moisés se quejó al Señor diciendo:
— ¿Por qué afliges a este pueblo? ¿Para qué me has enviado? 23 Desde que fui a hablar en tu nombre al faraón, él está maltratando a tu pueblo y tú no has hecho nada para librarlo.
30 Pasaron cuarenta años y, estando Moisés en el desierto del monte Sinaí, se le apareció un ángel en medio de las llamas de una zarza que estaba ardiendo. 31 Moisés se sorprendió al contemplar tal aparición y, al acercarse para observar más de cerca, oyó al Señor, que decía: 32 Yo soy el Dios de tus antepasados, el Dios de Abrahán, Isaac y Jacob. Temblando de miedo, Moisés ni siquiera se atrevía a mirar. 33 El Señor entonces le dijo: Descálzate, porque el lugar donde estás es tierra santa. 34 He comprobado cómo mi pueblo sufre en Egipto, he escuchado sus lamentos y me dispongo a librarlos. Así que ahora prepárate, pues voy a enviarte a Egipto.
La Palabra, (versión española) © 2010 Texto y Edición, Sociedad Bíblica de España