Revised Common Lectionary (Semicontinuous)
Dios protege a su pueblo
SALMO 125 (124)
Cántico para las peregrinaciones.
125 Los que confían en Dios
son como el monte Sión,
que nadie puede moverlo.
¡Permanecerán para siempre!
2 Las montañas protegen a Jerusalén,
y Dios protege a Israel
ahora y siempre.
3 No siempre los malvados
reinarán sobre el pueblo de Dios,
para que la gente buena
no practique la maldad.
4-5 Dios mío,
trata bien a la gente de buen corazón
pero deja que sean destruidos,
junto con los malhechores,
los que prefieren hacer lo malo.
¡Que haya paz en Israel!
Invitación de la sabiduría
8 ¡La sabiduría está llamando!
¡Gritando está la experiencia!
2 Se para a la orilla del camino
o a la mitad de la calle,
para que todos puedan verla.
3 Se para junto a los portones,
a la entrada de la ciudad,
y grita a voz en cuello:
4 «Gente de todo el mundo,
¡a ustedes estoy llamando!
5 Jovencitos ignorantes,
muchachitos inexpertos,
¡piensen bien lo que hacen!
6 Préstenme atención,
pues voy a decirles algo importante;
7-8 no me gusta la mentira
ni tampoco la hipocresía,
siempre digo la verdad.
9 La gente que sabe entender
reconoce que mis palabras
son justas y verdaderas.
10 No busquen las riquezas,
mejor busquen mis enseñanzas
y adquieran mis conocimientos,
11 pues son más valiosos
que el oro y la plata.
¡Los más ricos tesoros
no se comparan conmigo!
12 »Yo soy la sabiduría,
y mi compañera es la experiencia;
siempre pienso antes de actuar.
13 Los que obedecen a Dios
aborrecen la maldad.
Yo aborrezco a la gente
que es orgullosa y presumida,
que nunca dice la verdad
ni vive como es debido.
14 Yo tengo en mi poder
el consejo y el buen juicio,
el valor y el entendimiento.
15-16 Yo hago que actúen con justicia
reyes, príncipes y gobernantes.
17 Yo amo a los que me aman,
y me dejo encontrar
por todos los que me buscan.
18 Mis compañeras son
la riqueza, el honor,
la abundancia y la justicia.
19 Lo que tengo para ofrecer
vale más que el oro y la plata.
20 Siempre actúo con justicia,
21 y lleno de riquezas
a todos los que me aman.
22-23 »Dios fue quien me creó.
Me formó desde el principio,
desde antes de crear el mundo.
Aún no había creado nada
cuando me hizo nacer a mí.
24 Nací cuando aún no había
mares ni manantiales.
25-26 Nací mucho antes
de que Dios hiciera
los cerros y las montañas,
la tierra y sus paisajes.
27 Yo vi cuando Dios puso
el cielo azul sobre los mares;
28 cuando puso las nubes en el cielo
y cerró las fuentes del gran mar,
29-30 cuando les ordenó a las aguas
no salirse de sus límites.
»Cuando Dios afirmó la tierra,
yo estaba allí, a su lado,
como su consejera.
Mi dicha de todos los días
era siempre gozar de su presencia.
31 El mundo creado por Dios
me llenaba de alegría;
¡la humanidad creada por Dios
me llenaba de felicidad!
Una mujer no judía confía en Dios
21 Jesús se fue de allí a la región de Tiro y de Sidón. 22 Una mujer de esa región, que era del grupo al que los judíos llamaban cananeos, se acercó a Jesús y le dijo a gritos:
—¡Señor, tú que eres el Mesías, ten compasión de mí y ayúdame! ¡Mi hija tiene un demonio que la hace sufrir mucho!
23 Jesús no le hizo caso. Pero los discípulos se acercaron a él y le rogaron:
—Atiende a esa mujer, pues viene gritando detrás de nosotros.
24 Jesús respondió:
—Dios me envió para ayudar sólo a los israelitas, pues ellos son para mí como ovejas perdidas.
25 Pero la mujer se acercó a Jesús, se arrodilló delante de él y le dijo:
—¡Señor, ayúdame!
26 Jesús le dijo:
—No está bien quitarles la comida a los hijos para echársela a los perros.[a]
27 La mujer le respondió:
—¡Señor, eso es cierto! Pero aun los perros comen de las sobras que caen de la mesa de sus dueños.
28 Entonces Jesús le dijo:
—¡Mujer, tú sí que tienes confianza en Dios! Lo que me has pedido se hará.
Y en ese mismo instante su hija quedó sana.
Jesús sana a muchos enfermos
29 Jesús salió de allí y llegó a la orilla del Lago de Galilea. Luego subió a un cerro y se sentó. 30 Mucha gente llevó a Jesús personas que estaban enfermas. Entre ellas había cojos, ciegos, mancos, mudos y muchos otros enfermos. Y Jesús los sanó. 31 La gente, asombrada de ver a todos completamente sanos, comenzó a alabar al Dios de los israelitas.
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