Revised Common Lectionary (Semicontinuous)
Cántico para los peregrinos que suben a Jerusalén.
130 Desde lo profundo de mi desesperación, oh Señor,
clamo por tu ayuda.
2 Escucha mi clamor, oh Señor.
Presta atención a mi oración.
3 Señor, si llevaras un registro de nuestros pecados,
¿quién, oh Señor, podría sobrevivir?
4 Pero tú ofreces perdón,
para que aprendamos a temerte.
5 Yo cuento con el Señor;
sí, cuento con él.
En su palabra he puesto mi esperanza.
6 Anhelo al Señor
más que los centinelas el amanecer,
sí, más de lo que los centinelas anhelan el amanecer.
7 Oh Israel, espera en el Señor,
porque en el Señor hay amor inagotable;
su redención sobreabunda.
8 Él mismo redimirá a Israel
de toda clase de pecado.
Los hermanos regresan a Egipto
43 El hambre seguía azotando la tierra de Canaán. 2 Cuando el grano que habían traído de Egipto estaba por acabarse, Jacob dijo a sus hijos:
—Vuelvan y compren un poco más de alimento para nosotros.
3 Pero Judá dijo:
—El hombre hablaba en serio cuando nos advirtió: “No volverán a ver mi rostro a menos que su hermano venga con ustedes”. 4 Si envías a Benjamín con nosotros, descenderemos y compraremos más alimento, 5 pero si no dejas que Benjamín vaya, nosotros tampoco iremos. Recuerda que el hombre dijo: “No volverán a ver mi rostro a menos que su hermano venga con ustedes”.
6 —¿Por qué fueron ustedes tan crueles conmigo?—se lamentó Jacob[a]—. ¿Por qué le dijeron que tenían otro hermano?
7 —El hombre no dejaba de hacernos preguntas sobre nuestra familia—respondieron ellos—. Nos preguntó: “¿Su padre todavía vive? ¿Tienen ustedes otro hermano?”. Y nosotros contestamos sus preguntas. ¿Cómo íbamos a saber que nos diría: “Traigan aquí a su hermano”?
8 Judá le dijo a su padre:
—Envía al muchacho conmigo, y nos iremos ahora mismo. De no ser así, todos moriremos de hambre, y no solamente nosotros, sino tú y nuestros hijos. 9 Yo garantizo personalmente su seguridad. Puedes hacerme responsable a mí si no te lo traigo de regreso. Entonces cargaré con la culpa para siempre. 10 Si no hubiéramos perdido todo este tiempo, ya habríamos ido y vuelto dos veces.
11 Entonces su padre Jacob finalmente les dijo:
—Si no queda otro remedio, entonces al menos hagan esto: carguen sus costales con los mejores productos de esta tierra—bálsamo, miel, resinas aromáticas, pistachos y almendras—; llévenselos al hombre como regalo. 12 Tomen también el doble del dinero que les devolvieron, ya que probablemente alguien se equivocó. 13 Después tomen a su hermano y regresen a ver al hombre. 14 Que el Dios Todopoderoso[b] les muestre misericordia cuando estén delante del hombre, para que ponga a Simeón en libertad y permita que Benjamín regrese. Pero si tengo que perder a mis hijos, que así sea.
15 Así que los hombres cargaron los regalos de Jacob, tomaron el doble de dinero y emprendieron el viaje con Benjamín. Finalmente llegaron a Egipto y se presentaron ante José. 16 Cuando José vio a Benjamín con ellos, le dijo al administrador de su casa: «Esos hombres comerán conmigo hoy al mediodía. Llévalos dentro del palacio. Luego mata un animal y prepara un gran banquete». 17 El hombre hizo conforme a lo que José le dijo y los llevó al palacio de José.
18 Los hermanos estaban aterrados al ver que los llevaban a la casa de José, y decían: «Es por el dinero que alguien puso en nuestros costales la última vez que estuvimos aquí. Él piensa hacer como que nosotros lo robamos. Luego nos apresará, nos hará esclavos y se llevará nuestros burros».
Banquete en el palacio de José
19 Los hermanos se acercaron al administrador de la casa de José y hablaron con él en la entrada del palacio.
20 —Señor—le dijeron—, ya vinimos a Egipto una vez a comprar alimento; 21 pero cuando íbamos de regreso a nuestra casa, nos detuvimos a pasar la noche y abrimos nuestros costales. Entonces descubrimos que el dinero de cada uno de nosotros—la cantidad exacta que habíamos pagado—¡estaba en la parte superior de cada costal! Aquí está, lo hemos traído con nosotros. 22 También trajimos más dinero para comprar más alimento. No tenemos idea de quién puso el dinero en nuestros costales.
23 —Tranquilos, no tengan miedo—les dijo el administrador—. El Dios de ustedes, el Dios de su padre, debe de haber puesto ese tesoro en sus costales. Me consta que recibí el pago que hicieron.
Después soltó a Simeón y lo llevó a donde estaban ellos.
24 Luego el administrador acompañó a los hombres hasta el palacio de José. Les dio agua para que se lavaran los pies y alimento para sus burros. 25 Ellos prepararon sus regalos para la llegada de José a mediodía, porque les dijeron que comerían allí.
26 Cuando José volvió a casa, le entregaron los regalos que le habían traído y luego se postraron hasta el suelo delante de él. 27 Después de saludarlos, él les preguntó:
—¿Cómo está su padre, el anciano del que me hablaron? ¿Todavía vive?
28 —Sí—contestaron—. Nuestro padre, siervo de usted, sigue con vida y está bien.
Y volvieron a postrarse.
29 Entonces José miró a su hermano Benjamín, hijo de su misma madre.
—¿Es este su hermano menor del que me hablaron?—preguntó José—. Que Dios te bendiga, hijo mío.
30 Entonces José se apresuró a salir de la habitación porque la emoción de ver a su hermano lo había vencido. Entró en su cuarto privado, donde perdió el control y se echó a llorar. 31 Después de lavarse la cara, volvió a salir, ya más controlado. Entonces ordenó: «Traigan la comida».
32 Los camareros sirvieron a José en su propia mesa, y sus hermanos fueron servidos en una mesa aparte. Los egipcios que comían con José se sentaron en su propia mesa, porque los egipcios desprecian a los hebreos y se niegan a comer con ellos. 33 José indicó a cada uno de sus hermanos dónde sentarse y, para sorpresa de ellos, los sentó según sus edades, desde el mayor hasta el menor. 34 También llenó sus platos con comida de su propia mesa, y le dio a Benjamín cinco veces más que a los demás. Entonces festejaron y bebieron libremente con José.
El concilio de Jerusalén
15 Cuando Pablo y Bernabé estaban en Antioquía de Siria, llegaron unos hombres de Judea y comenzaron a enseñarles a los creyentes:[a] «A menos que se circunciden como exige la ley de Moisés, no podrán ser salvos». 2 Pablo y Bernabé no estaban de acuerdo con ellos y discutieron con vehemencia. Finalmente, la iglesia decidió enviar a Pablo y a Bernabé a Jerusalén, junto con algunos creyentes del lugar, para que hablaran con los apóstoles y con los ancianos sobre esta cuestión. 3 La iglesia envió a los delegados a Jerusalén, quienes de camino se detuvieron en Fenicia y Samaria para visitar a los creyentes. Les contaron—para alegría de todos—que los gentiles[b] también se convertían.
4 Cuando llegaron a Jerusalén, toda la iglesia—incluidos los apóstoles y los ancianos—dio la bienvenida a Pablo y a Bernabé, quienes les informaron acerca de todo lo que Dios había hecho por medio de ellos. 5 Pero después algunos creyentes que pertenecían a la secta de los fariseos se pusieron de pie e insistieron: «Los convertidos gentiles deben ser circuncidados y hay que exigirles que sigan la ley de Moisés».
6 Así que los apóstoles y los ancianos se reunieron para resolver este asunto. 7 En la reunión, después de una larga discusión, Pedro se puso de pie y se dirigió a ellos de la siguiente manera: «Hermanos, todos ustedes saben que hace tiempo Dios me eligió de entre ustedes para que predicara a los gentiles a fin de que pudieran oír la Buena Noticia y creer. 8 Dios conoce el corazón humano y él confirmó que acepta a los gentiles al darles el Espíritu Santo, tal como lo hizo con nosotros. 9 Él no hizo ninguna distinción entre nosotros y ellos, pues les limpió el corazón por medio de la fe. 10 Entonces, ¿por qué ahora desafían a Dios al poner cargas sobre los creyentes[c] gentiles con un yugo que ni nosotros ni nuestros antepasados pudimos llevar? 11 Nosotros creemos que todos somos salvos de la misma manera, por la gracia no merecida que proviene del Señor Jesús».
12 Todos escucharon en silencio mientras Bernabé y Pablo les contaron de las señales milagrosas y maravillas que Dios había hecho por medio de ellos entre los gentiles.
13 Cuando terminaron, Santiago se puso de pie y dijo: «Hermanos, escúchenme. 14 Pedro[d] les ha contado de cuando Dios visitó por primera vez a los gentiles para tomar de entre ellos un pueblo para sí mismo. 15 Y la conversión de los gentiles es precisamente lo que los profetas predijeron. Como está escrito:
16 “Después yo volveré
y restauraré la casa caída[e] de David.
Reconstruiré sus ruinas
y la restauraré,
17 para que el resto de la humanidad busque al Señor,
incluidos los gentiles,
todos los que he llamado a ser míos.
El Señor ha hablado,
18 Aquel que hizo que estas cosas se dieran a conocer desde hace mucho”[f].
19 »Y mi opinión entonces es que no debemos ponerles obstáculos a los gentiles que se convierten a Dios. 20 Al contrario, deberíamos escribirles y decirles que se abstengan de comer alimentos ofrecidos a ídolos, de inmoralidad sexual, de comer carne de animales estrangulados y de consumir sangre. 21 Pues esas leyes de Moisés se han predicado todos los días de descanso en las sinagogas judías de cada ciudad durante muchas generaciones».
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