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Revised Common Lectionary (Semicontinuous)

Daily Bible readings that follow the church liturgical year, with sequential stories told across multiple weeks.
Duration: 1245 days
Nueva Biblia Viva (NBV)
Version
Salmos 118:1-2

118 Den gracias al Señor, porque él es bueno; su gran amor perdura para siempre. Que diga el pueblo de Israel: «Su gran amor perdura para siempre».

Salmos 118:19-29

19 Ábranme las puertas de la justicia para que entre yo a dar gracias al Señor. 20 Esas puertas llevan a la presencia del Señor, y por ellas entran los justos. 21 Oh Señor, gracias por contestar mi oración y salvarme.

22 La piedra que los constructores rechazaron se ha convertido en piedra angular. 23 ¡Esto es obra del Señor, y nos deja maravillados! 24 Este es el día que ha hecho el Señor; regocijémonos y alegrémonos. 25 Señor, sálvanos. Señor, concédenos la victoria. 26 Bendito el que viene en el nombre del Señor. Te bendecimos desde la casa del Señor.

27 El Señor es Dios y nos ilumina. Traigan al frente el sacrificio y déjenlo en el altar. 28 Tú eres mi Dios, y te alabaré. Tú eres mi Dios, y te exaltaré. 29 ¡Den gracias al Señor, porque él es bueno! Su gran amor permanece para siempre.

Mateo 21:1-11

La entrada triunfal

21 Ya cerca de Jerusalén, en el pueblo de Betfagué, junto al monte de los Olivos, Jesús envió a dos de los discípulos al pueblo cercano.

A la entrada del pueblo les dijo: «Hallarán una burra atada y junto a ella un burrito. Desátenlos y me los traen. Si alguien les pregunta algo, díganle que el Maestro los necesita y que luego se los devolverá».

Así se cumplió la antigua profecía:

«Díganle a Jerusalén: “Tu Rey vendrá a ti sentado humildemente sobre un burrito”».

Los dos discípulos obedecieron, y poco después regresaron con los animales. Pusieron luego sus mantos encima del burrito para que Jesús se montara. Cuando Jesús pasaba, algunos de entre el gentío tendían sus mantos a lo largo del camino, otros cortaban ramas de los árboles y las tendían delante de él. Y delante y detrás del cortejo, el pueblo lo aclamaba:

―¡Viva el Hijo del rey David! ¡Alábenlo! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Gloria a Dios!

10 Cuando entraron a Jerusalén, toda la ciudad se conmovió.

―¿Quién será este? —preguntaban.

11 ―Es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea.

Isaías 50:4-9

El Señor Dios me ha dado sus palabras de sabiduría para que yo sepa qué debo decirles a todos estos fatigados. Cada mañana me despierta y abre mi entendimiento a su voluntad. El Señor Dios me ha hablado y yo escuché; no me rebelo ni me aparto. Entrego mi espalda al látigo y mis mejillas a quienes me mezan la barba. No rehúso la vergüenza. En la cara me escupen.

Ya que el Señor Dios me ayuda, no me desanimaré. Esa es la razón por la que me mantengo firme como roca, y sé que venceré. Cerca está el que me hace justicia. ¿Quién se atreverá ahora a luchar contra mí? ¿Dónde están mis enemigos? ¡Que se presenten! ¡Miren! ¡El Señor, Dios mismo se ha puesto de parte mía! ¿Quién me declarará culpable? Todos mis enemigos serán destruidos como harapos, consumidos por la polilla.

Salmos 31:9-16

¡Señor, apiádate de mí en mi angustia! Tengo los ojos enrojecidos de llorar; el dolor ha quebrantado mi salud. 10 Me va consumiendo la pena; mis años se han acortado, agotados por la tristeza. Mi desgracia ha acabado con mi fuerza. Me estoy acabando por dentro. 11 Todos mis enemigos se burlan, mis vecinos me desprecian y mis amigos tienen miedo de acercárseme. Temen toparse conmigo; vuelven la vista cuando yo paso. 12 Me han echado al olvido como a un muerto, como a vasija rota y desechada. 13 Son muchos los rumores que he oído acerca de mí, y estoy rodeado de terror. Se han confabulado contra mí mis enemigos, porque traman quitarme la vida.

14 Pero yo confío en ti, Señor y digo: Tú eres mi Dios. 15 En tus manos está mi vida entera. Rescátame de quienes me persiguen implacables. 16 Que tu gracia brille sobre tu siervo; ¡sálvame tan sólo por tu misericordia!

Filipenses 2:5-11

La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús: aunque él era igual a Dios, no consideró esa igualdad como algo a qué aferrarse. Al contrario, por su propia voluntad se rebajó, tomó la naturaleza de esclavo y de esa manera se hizo semejante a los seres humanos. Al hacerse hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte en la cruz!

Por eso, Dios lo engrandeció al máximo y le dio un nombre que está por encima de todos los nombres, 10 para que ante el nombre de Jesús todos se arrodillen, tanto en el cielo como en la tierra y debajo de la tierra, 11 y para que toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para que le den la gloria a Dios Padre.

Mateo 26:14-27:66

Judas hace tratos para traicionar a Jesús

14 Entonces Judas Iscariote, uno de los doce apóstoles, se presentó ante los principales sacerdotes 15 y les preguntó:

―¿Cuánto me pagan si les entrego a Jesús?

―Treinta piezas de plata.

16 Desde ese momento, Judas buscaba la ocasión propicia para traicionar a Jesús.

La Cena del Señor

17 El primer día de las ceremonias pascuales en que los judíos se abstenían de comer pan con levadura, los discípulos le preguntaron a Jesús:

―¿Dónde quieres que preparemos la cena de Pascua?

18 ―Vayan a la ciudad, a la casa de quien ya saben, y díganle que mi tiempo está cerca y que deseo celebrar la Pascua en su casa, con mis discípulos.

19 Los discípulos obedecieron y prepararon allá la cena.

20-21 Aquella noche, mientras comía con los doce, dijo:

―Uno de ustedes me va a traicionar.

22 Entristecidos, cada uno de los discípulos le fue preguntando:

―¿Seré yo, Señor?

23 Y él fue respondiendo a cada uno:

―Es el que va a comer conmigo en el mismo plato. 24 Es cierto, voy a morir como está profetizado, pero pobre del hombre que me traiciona. Habría sido mejor si no hubiera nacido.

25 Judas se le acercó también y le preguntó:

―¿Soy yo, Maestro?

―Sí. Tú lo has dicho.

26 Mientras comían, Jesús tomó un pedazo de pan, lo bendijo, lo partió y lo dio a sus discípulos.

―Tomen. Cómanlo; esto es mi cuerpo.

27 Tomó luego una copa de vino, la bendijo y también la dio a sus discípulos.

―Beban esto, 28 porque esto es mi sangre que sella el nuevo pacto. Mi sangre se derramará para perdonar con ella los pecados de infinidad de personas. 29 Recuerden: No volveré a beber de este vino hasta el día en que beba con ustedes del nuevo vino en el reino de mi Padre.

30 Después de estas palabras, cantaron un himno y se fueron al monte de los Olivos.

Jesús predice la negación de pedro

31 Allí Jesús les dijo:

―Esta noche ustedes se alejarán de mí desilusionados, porque las Escrituras dicen que Dios herirá al pastor y las ovejas del rebaño se dispersarán. 32 Pero después que resucite, iré a Galilea a encontrarme con ustedes.

33 ―Aunque los demás te abandonen, yo jamás te abandonaré —le dijo Pedro.

34 ―Pedro —le respondió Jesús—, te aseguro que esta noche, antes que el gallo cante, me negarás tres veces.

35 ―¡Aunque me cueste la vida, no te negaré! —insistió Pedro.

Y los demás discípulos dijeron lo mismo.

Jesús en Getsemaní

36 Entonces se los llevó al huerto de Getsemaní, y les pidió que se sentaran y lo esperaran mientras entraba al huerto a orar. 37 Entró con Pedro y los dos hijos de Zebedeo (Jacobo y Juan). Ya a solas los cuatro, se fue llenando de indescriptible tristeza y de profunda angustia.

38 «Tengo el alma llena de tristeza y angustia mortal. Quédense aquí conmigo. No se duerman».

39 Se apartó un poco, se postró rostro en tierra y oró:

«Padre mío, si es posible, aparta de mí esta copa. Pero hágase lo que tú quieres y no lo que quiera yo».

40 Cuando fue adonde había dejado a los tres discípulos, los halló dormidos.

«Pedro —dijo—, ¿no pudieron quedarse despiertos conmigo ni siquiera una hora? 41 Manténganse despiertos y oren, para que la tentación no los venza. Porque es cierto que el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil».

42 Y se apartó de nuevo a orar:

«Padre mío, si no puedes apartar de mí esta copa, hágase tu voluntad».

43 Se volvió de nuevo a ellos y los halló dormidos por segunda vez. ¡Tan agotados estaban! 44 Entonces regresó a orar por tercera vez la misma oración. 45 Cuando volvió a los discípulos les dijo:

«Duerman, descansen…, pero no, ha llegado la hora. Me van a entregar en manos de los pecadores. 46 Levántense, vámonos. El traidor se acerca».

Arresto de Jesús

47 No había terminado de pronunciar estas palabras cuando Judas, uno de los doce, se acercó al frente de una turba armada con espadas y palos. Iban en nombre de los líderes judíos y 48 esperaban solamente que Judas identificara con un beso al Maestro. 49 Sin pérdida de tiempo, el traidor se acercó a Jesús.

―Hola, Maestro —le dijo, y lo besó.

50 ―Amigo, haz lo que viniste a hacer —le respondió Jesús.

En el instante en que prendían a Jesús, 51 uno de los que lo acompañaban sacó una espada y de un tajo le arrancó la oreja a un siervo del sumo sacerdote.

52 ―¡Guarda esa espada! —le ordenó Jesús—. El que mata a espada, a espada perecerá. 53 ¿No sabes que podría pedirle a mi Padre que me enviara doce mil ángeles y me los enviaría al instante? 54 Pero si lo hiciera, ¿cómo se cumplirían las Escrituras que describen lo que ahora mismo está aconteciendo?

55 Luego dijo a la turba:

―¿Soy acaso un asesino tan peligroso que tienen que venir con espadas y palos a arrestarme? Todos estos días he estado enseñando en el templo y no me detuvieron. 56 Pero esto sucede para que se cumplan las predicciones de los profetas en las Escrituras.

Los discípulos huyeron y lo dejaron solo.

Jesús ante el Consejo

57 Condujeron a Jesús a casa de Caifás, el sumo sacerdote, donde se encontraban reunidos los jefes judíos. 58 Pedro lo siguió de lejos, llegó hasta el patio del sumo sacerdote y se sentó entre los soldados a esperar el desarrollo de los acontecimientos.

59 Los principales sacerdotes y la corte suprema judía, reunidos allí, se pusieron a buscar falsos testigos que les permitieran formular cargos contra Jesús que merecieran pena de muerte. 60 Pero aunque muchos ofrecieron sus falsos testimonios, estos siempre resultaban contradictorios. Finalmente, dos individuos 61 declararon:

―Este hombre dijo que era capaz de destruir el templo de Dios y reconstruirlo en tres días.

62 El sumo sacerdote, al oír aquello, se puso de pie y le dijo a Jesús:

―Muy bien, ¿qué respondes a esta acusación? ¿Dijiste eso o no lo dijiste? 63 Jesús no le respondió.

―Demando en el nombre del Dios viviente que nos digas si eres el Mesías, el Hijo de Dios —insistió el sumo sacerdote.

64 ―Sí —le respondió Jesús—. Soy el Mesías. Y un día me verás a mí, el Hijo del hombre, sentado a la derecha de Dios y regresando en las nubes del cielo.

65-66 ―¡Blasfemia! —gritó el sumo sacerdote, rasgándose la ropa—. ¿Qué más testigos necesitamos? ¡Él mismo lo ha confesado! ¿Cuál es el veredicto de ustedes?

―¡Que muera!, ¡que muera! —le respondieron.

67 Entonces le escupieron el rostro, lo golpearon y lo abofetearon.

68 ―A ver, Mesías, ¡profetiza! —se burlaban—. ¿Quién te acaba de golpear?

Pedro niega a Jesús

69 Mientras Pedro estaba en el patio, una muchacha se le acercó y le dijo:

―Tú también andabas con Jesús el galileo.

70 ―No sé de qué estás hablando —le respondió Pedro enojado.

71 Más tarde, a la salida, otra mujer lo vio y dijo a los que lo rodeaban:

―Ese hombre andaba con Jesús el nazareno.

72 Esta vez, Pedro juró que no lo conocía y que ni siquiera había oído hablar de él. 73 Pero al poco rato se le acercaron los que por allí andaban y le dijeron:

―No puedes negar que eres uno de los discípulos de ese hombre. ¡Hasta tu manera de hablar te delata!

74 Por respuesta, Pedro se puso a maldecir y a jurar que no lo conocía. Pero mientras hablaba, el gallo cantó 75 y le hizo recordar las palabras de Jesús: «Antes que el gallo cante, me negarás tres veces».

Y corrió afuera a llorar amargamente.

Judas se ahorca

27 Al amanecer, los principales sacerdotes y funcionarios judíos se reunieron a deliberar sobre la mejor manera de lograr que el gobierno romano condenara a muerte a Jesús. Por fin lo enviaron atado a Pilato, el gobernador romano.

Cuando Judas, el traidor, se dio cuenta de que iban a condenar a muerte a Jesús, arrepentido y adolorido corrió a donde estaban los principales sacerdotes y funcionarios judíos a devolverles las treinta piezas de plata que le habían pagado.

―He pecado entregando a un inocente —declaró.

―Y a nosotros ¿qué nos importa? —le respondieron.

Entonces arrojó en el templo las piezas de plata y corrió a ahorcarse.

Los principales sacerdotes recogieron el dinero.

―No podemos reintegrarlo al dinero de las ofrendas —se dijeron—, porque nuestras leyes prohíben aceptar dinero contaminado con sangre.

Por fin, decidieron comprar cierto terreno de donde los alfareros extraían barro. Aquel terreno lo convertirían en cementerio de los extranjeros que murieran en Jerusalén. Por eso ese cementerio se llama hoy día Campo de Sangre. Así se cumplió la profecía de Jeremías que dice:

«Tomaron las treinta piezas de plata, precio que el pueblo de Israel ofreció por él, 10 y compraron el campo del alfarero, como me ordenó el Señor».

Jesús ante Pilato

11 Jesús permanecía de pie ante Pilato.

―¿Eres el Rey de los judíos? —le preguntó el gobernador romano.

―Sí —le respondió—. Tú lo has dicho.

12 Pero mientras los principales sacerdotes y los ancianos judíos exponían sus acusaciones, nada respondió.

13 ―¿No oyes lo que están diciendo contra ti? —le dijo Pilato.

14 Para asombro del gobernador, Jesús no le contestó.

15 Precisamente durante la celebración de la Pascua, el gobernador tenía por costumbre soltar al preso que el pueblo quisiera. 16 Aquel año tenían en la cárcel a un famoso delincuente llamado Barrabás. 17 Cuando el gentío se congregó ante la casa de Pilato aquella mañana, le preguntó:

―¿A quién quieren ustedes que suelte?, ¿a Barrabás o a Jesús el Mesías?

18 Sabía muy bien que los dirigentes judíos habían arrestado a Jesús porque estaban celosos de la popularidad que había alcanzado en el pueblo.

19 Mientras Pilato presidía el tribunal, le llegó el siguiente mensaje de su esposa: «No te metas con ese hombre, porque anoche tuve una horrible pesadilla por culpa suya».

20 Pero los principales sacerdotes y ancianos, que no perdían tiempo, persuadieron al gentío para que pidiera que soltaran a Barrabás y mataran a Jesús. 21 Cuando el gobernador volvió a preguntar a cuál de los dos querían ellos que soltara, gritaron:

―¡A Barrabás!

22 ―¿Y qué hago con Jesús el Mesías?

―¡Crucifícalo!

23 ―¿Por qué? —exclamó Pilato asombrado—. ¿Qué delito ha cometido?

Pero la multitud, enardecida, no cesaba de gritar:

―¡Crucifícalo!, ¡crucifícalo!

24 Cuando Pilato se dio cuenta de que no estaba logrando nada y que estaba a punto de formarse un disturbio, pidió que le trajeran una palangana de agua y se lavó las manos en presencia de la multitud. Y dijo:

―Soy inocente de la sangre de este hombre. ¡Allá ustedes!

25 Y la turba le respondió:

―¡Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!

26 Pilato soltó a Barrabás. Pero a Jesús lo azotó y lo entregó a los soldados romanos para que lo crucificaran.

Los soldados se burlan de Jesús

27 Primero lo llevaron al pretorio. Allí, reunida la soldadesca, 28 lo desnudaron y le pusieron un manto escarlata. 29 A alguien se le ocurrió ponerle una corona de espinas y una vara en la mano derecha a manera de cetro. Burlones, se arrodillaban ante él.

―¡Viva el Rey de los judíos! —gritaban.

30 A veces lo escupían o le quitaban la vara y lo golpeaban con ella en la cabeza.

31 Por fin, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y se lo llevaron para crucificarlo.

La crucifixión

32 En el camino hallaron a un hombre de Cirene[a] llamado Simón, y lo obligaron a llevar la cruz que Jesús cargaba.

33 Ya en el lugar conocido como Gólgota (Loma de la Calavera), 34 los soldados le dieron a beber vino con hiel.[b] Tras probarlo, se negó a beberlo. 35 Una vez clavado en la cruz, los soldados echaron suertes para repartirse su ropa, 36 y luego se sentaron a contemplarlo. 37 En la cruz, por encima de la cabeza de Jesús, habían puesto un letrero que decía: «este es jesús, el rey de los judíos». 38 Junto a él, uno a cada lado, crucificaron también a dos ladrones. 39 La gente que pasaba por allí se burlaba de él y meneando la cabeza decía:

40 ―¿No afirmabas tú que podías destruir el templo y reedificarlo en tres días? Pues veamos: Si de verdad eres el Hijo de Dios, ¡bájate de la cruz!

41 Los principales sacerdotes, escribas, fariseos y ancianos también se burlaban de él.

42 ―Si a otros salvó, ¿por qué no se salva a sí mismo? ¡Conque tú eres el Rey de los judíos! ¡Bájate de la cruz y creeremos en ti! 43 Si confió en Dios, ¡que lo salve Dios! ¿No decía que era el Hijo de Dios?

44 Y los ladrones le decían lo mismo.

Muerte de Jesús

45 Aquel día, desde el mediodía hasta las tres de la tarde, la tierra se sumió en oscuridad. 46 Cerca de las tres, Jesús gritó:

―Elí, Elí ¿lama sabactani? (Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?)

47 Algunos de los que estaban allí no le entendieron y creyeron que estaba llamando a Elías. 48 Uno corrió y empapó una esponja en vinagre, la puso en una caña y se la alzó para que la bebiera. 49 Pero los demás dijeron:

―Déjalo. Vamos a ver si Elías viene a salvarlo.

50 Jesús habló de nuevo con voz muy fuerte, y murió.

51 Al instante, el velo que ocultaba el Lugar Santísimo del templo se rompió en dos de arriba abajo, la tierra tembló, las rocas se partieron, 52 las tumbas se abrieron y muchos creyentes muertos resucitaron. 53 Después de la resurrección de Jesús, esas personas salieron del cementerio y fueron a Jerusalén, donde se aparecieron a muchos.

54 El centurión y los soldados que vigilaban a Jesús, horrorizados por el terremoto y los demás acontecimientos, exclamaron:

―¡Verdaderamente este era el Hijo de Dios!

55 Varias de las mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea y le servían estaban no muy lejos de la cruz. 56 Entre ellas estaban María Magdalena, María la madre de Jacobo y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo.

Sepultura de Jesús

57 Al llegar la noche, un hombre rico de Arimatea llamado José, discípulo de Jesús, 58 fue a Pilato y le reclamó el cuerpo de Jesús. Pilato se lo concedió. 59 José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia 60 y lo colocó en un sepulcro nuevo labrado en la peña. Hacía poco que había hecho ese sepulcro y ordenó que rodaran una piedra grande para cerrar la entrada. José se alejó, 61 pero María Magdalena y la otra María se quedaron sentadas delante del sepulcro.

La guardia ante el sepulcro

62 Al siguiente día, al cabo del primer día de las ceremonias pascuales, los principales sacerdotes y los fariseos fueron a Pilato 63 y le dijeron:

―Señor, aquel impostor dijo una vez que al tercer día resucitaría. 64 Quisiéramos que ordenaras poner guardias ante la tumba hasta el tercer día, para evitar que sus discípulos vayan, se roben el cuerpo y luego se pongan a decir que resucitó. Si eso sucede estaremos peor que antes.

65 ―Bueno, ahí tienen un pelotón de soldados. Vayan y asegúrense de que nada anormal suceda.

66 Entonces fueron, sellaron la roca y dejaron a los soldados de guardia.

Mateo 27:11-54

Jesús ante Pilato

11 Jesús permanecía de pie ante Pilato.

―¿Eres el Rey de los judíos? —le preguntó el gobernador romano.

―Sí —le respondió—. Tú lo has dicho.

12 Pero mientras los principales sacerdotes y los ancianos judíos exponían sus acusaciones, nada respondió.

13 ―¿No oyes lo que están diciendo contra ti? —le dijo Pilato.

14 Para asombro del gobernador, Jesús no le contestó.

15 Precisamente durante la celebración de la Pascua, el gobernador tenía por costumbre soltar al preso que el pueblo quisiera. 16 Aquel año tenían en la cárcel a un famoso delincuente llamado Barrabás. 17 Cuando el gentío se congregó ante la casa de Pilato aquella mañana, le preguntó:

―¿A quién quieren ustedes que suelte?, ¿a Barrabás o a Jesús el Mesías?

18 Sabía muy bien que los dirigentes judíos habían arrestado a Jesús porque estaban celosos de la popularidad que había alcanzado en el pueblo.

19 Mientras Pilato presidía el tribunal, le llegó el siguiente mensaje de su esposa: «No te metas con ese hombre, porque anoche tuve una horrible pesadilla por culpa suya».

20 Pero los principales sacerdotes y ancianos, que no perdían tiempo, persuadieron al gentío para que pidiera que soltaran a Barrabás y mataran a Jesús. 21 Cuando el gobernador volvió a preguntar a cuál de los dos querían ellos que soltara, gritaron:

―¡A Barrabás!

22 ―¿Y qué hago con Jesús el Mesías?

―¡Crucifícalo!

23 ―¿Por qué? —exclamó Pilato asombrado—. ¿Qué delito ha cometido?

Pero la multitud, enardecida, no cesaba de gritar:

―¡Crucifícalo!, ¡crucifícalo!

24 Cuando Pilato se dio cuenta de que no estaba logrando nada y que estaba a punto de formarse un disturbio, pidió que le trajeran una palangana de agua y se lavó las manos en presencia de la multitud. Y dijo:

―Soy inocente de la sangre de este hombre. ¡Allá ustedes!

25 Y la turba le respondió:

―¡Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!

26 Pilato soltó a Barrabás. Pero a Jesús lo azotó y lo entregó a los soldados romanos para que lo crucificaran.

Los soldados se burlan de Jesús

27 Primero lo llevaron al pretorio. Allí, reunida la soldadesca, 28 lo desnudaron y le pusieron un manto escarlata. 29 A alguien se le ocurrió ponerle una corona de espinas y una vara en la mano derecha a manera de cetro. Burlones, se arrodillaban ante él.

―¡Viva el Rey de los judíos! —gritaban.

30 A veces lo escupían o le quitaban la vara y lo golpeaban con ella en la cabeza.

31 Por fin, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y se lo llevaron para crucificarlo.

La crucifixión

32 En el camino hallaron a un hombre de Cirene[a] llamado Simón, y lo obligaron a llevar la cruz que Jesús cargaba.

33 Ya en el lugar conocido como Gólgota (Loma de la Calavera), 34 los soldados le dieron a beber vino con hiel.[b] Tras probarlo, se negó a beberlo. 35 Una vez clavado en la cruz, los soldados echaron suertes para repartirse su ropa, 36 y luego se sentaron a contemplarlo. 37 En la cruz, por encima de la cabeza de Jesús, habían puesto un letrero que decía: «este es jesús, el rey de los judíos». 38 Junto a él, uno a cada lado, crucificaron también a dos ladrones. 39 La gente que pasaba por allí se burlaba de él y meneando la cabeza decía:

40 ―¿No afirmabas tú que podías destruir el templo y reedificarlo en tres días? Pues veamos: Si de verdad eres el Hijo de Dios, ¡bájate de la cruz!

41 Los principales sacerdotes, escribas, fariseos y ancianos también se burlaban de él.

42 ―Si a otros salvó, ¿por qué no se salva a sí mismo? ¡Conque tú eres el Rey de los judíos! ¡Bájate de la cruz y creeremos en ti! 43 Si confió en Dios, ¡que lo salve Dios! ¿No decía que era el Hijo de Dios?

44 Y los ladrones le decían lo mismo.

Muerte de Jesús

45 Aquel día, desde el mediodía hasta las tres de la tarde, la tierra se sumió en oscuridad. 46 Cerca de las tres, Jesús gritó:

―Elí, Elí ¿lama sabactani? (Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?)

47 Algunos de los que estaban allí no le entendieron y creyeron que estaba llamando a Elías. 48 Uno corrió y empapó una esponja en vinagre, la puso en una caña y se la alzó para que la bebiera. 49 Pero los demás dijeron:

―Déjalo. Vamos a ver si Elías viene a salvarlo.

50 Jesús habló de nuevo con voz muy fuerte, y murió.

51 Al instante, el velo que ocultaba el Lugar Santísimo del templo se rompió en dos de arriba abajo, la tierra tembló, las rocas se partieron, 52 las tumbas se abrieron y muchos creyentes muertos resucitaron. 53 Después de la resurrección de Jesús, esas personas salieron del cementerio y fueron a Jerusalén, donde se aparecieron a muchos.

54 El centurión y los soldados que vigilaban a Jesús, horrorizados por el terremoto y los demás acontecimientos, exclamaron:

―¡Verdaderamente este era el Hijo de Dios!

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