Revised Common Lectionary (Semicontinuous)
Salmo 38 (37)
Señor, no me abandones
38 Salmo. De David. En conmemoración.
2 Señor no me reprendas airado,
no me castigues con furia;
3 tus flechas en mí se clavan,
tu mano sobre mí se abate.
4 No hay nada sano en mi cuerpo
a causa de tu cólera,
no hay nada ileso en mis huesos
por culpa de mis pecados.
5 Mis faltas me sobrepasan,
como pesada carga me abruman.
6 Mis heridas supuran infectadas
por culpa de mi insensatez.
7 Estoy agobiado y abatido,
camino afligido todo el día.
8 Mis entrañas están inflamadas,
no hay nada sano en mi cuerpo.
9 Estoy agotado y muy débil,
tengo el corazón atormentado y gimo.
10 Dios mío, ante ti están mis deseos,
no se esconde ante ti mi sollozo.
11 Mi corazón palpita, mi fuerza me abandona
y hasta la luz de los ojos he perdido.
12 Amigos y compañeros se apartan de mi mal,
también mis parientes permanecen lejos.
13 Me tienden trampas los que desean mi muerte,
los que pretenden dañarme me amenazan
y pasan el día urdiendo calumnias.
14 Pero yo, como un sordo, no escucho,
soy como un mudo que no abre su boca;
15 soy como una persona que no oye
ni puede replicar con su boca.
16 En ti, Señor, pongo mi esperanza,
atiéndeme tú, Señor y Dios mío.
17 Yo digo: “Que no se burlen de mí,
que cuando mi pie resbale,
no se muestren soberbios conmigo”.
18 Porque estoy a punto de caer
y mi dolor está siempre conmigo.
19 Pero yo reconoceré mi falta,
me estremeceré por mis pecados.
20 Son activos y fuertes mis enemigos,
muchos los que sin causa me odian,
21 los que mal por bien me devuelven
y me detestan porque busco hacer el bien.
22 ¡Señor, no me abandones,
Dios mío, no te alejes de mí!
23 Date prisa en ayudarme,
¡Dios mío, sálvame!
Quinta elegía
5 Recuerda, Señor, lo que hemos pasado;
contempla y mira nuestra desgracia.
2 Nuestra herencia es de extranjeros,
nuestras casas son de extraños.
3 Somos huérfanos de padre
y son viudas nuestras madres.
4 Pagamos hasta el agua que bebemos,
compramos nuestra leña con dinero.
5 Con el yugo al cuello, aún nos acosan;
agotados, no nos dan respiro.
6 Suplicamos a Egipto ayuda,
a Asiria pedimos alimentos.
7 Nuestros padres pecaron y no viven,
nosotros sufrimos su castigo.
8 Somos dominados por esclavos
y no hay quien nos libre de su mano.
9 Nos jugamos la vida por el pan,
afrontamos los peligros del desierto.
10 Nuestra piel abrasa como un horno
por los ardores que causa el hambre.
11 Violaron a mujeres en Sión,
a doncellas en ciudades de Judá.
12 Colgaron de sus manos a los nobles,
los ancianos no fueron respetados.
13 Muchachos empujaban el molino,
niños tropezaban bajo el peso de la leña.
14 Los ancianos no acudían a la plaza
ni los jóvenes cantaban sus canciones.
15 Quedó sin alegría el corazón,
nuestros bailes acabaron en duelo.
16 Se nos ha caído la corona.
¡Ay de nosotros, que hemos pecado!
17 Por eso nos duele el corazón,
por eso se nos nublan los ojos:
18 porque el monte Sión está asolado
y por él merodean las raposas.
19 Pero tú, Señor, reinas por siempre,
tu trono permanece eternamente.
20 ¿Por qué has de olvidarnos para siempre
y nos vas a abandonar por tanto tiempo?
21 Haznos volver a ti, Señor, y volveremos;
haz que nuestros días sean como antaño.
22 ¿O nos has rechazado por completo,
enojado del todo con nosotros?
La autoridad del Hijo
19 Jesús, entonces, se dirigió a ellos diciendo:
— Yo les aseguro que el Hijo no puede hacer nada por su propia cuenta; él hace únicamente lo que ve hacer al Padre. Lo que hace el Padre, eso hace también el Hijo. 20 Pues el Padre ama al Hijo y le hace partícipe de todas sus obras. Y le hará partícipe de cosas mayores todavía, de modo que ustedes mismos quedarán maravillados. 21 Porque así como el Padre resucita a los muertos, dándoles vida, así también el Hijo da vida a los que quiere.
22 El Padre no juzga a nadie; todo el poder de juzgar se lo ha dado al Hijo. 23 Y quiere que todos den al Hijo el mismo honor que dan al Padre. El que no honra al Hijo, tampoco honra al Padre que lo ha enviado. 24 Yo les aseguro que el que acepta mi palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna; no será condenado, sino que ha pasado ya de la muerte a la vida.
25 Les aseguro que está llegando el momento, mejor dicho, ha llegado ya, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan volverán a la vida. 26 Pues lo mismo que el Padre tiene la vida en sí mismo, también le concedió al Hijo el tenerla, 27 y le dio autoridad para juzgar, porque es el Hijo del hombre. 28 No se admiren ustedes de lo que estoy diciendo, porque llegará el momento en que todos los muertos oirán su voz 29 y saldrán de las tumbas. Los que hicieron el bien, para una resurrección de vida; los que obraron el mal, para una resurrección de condena.
La Palabra, (versión hispanoamericana) © 2010 Texto y Edición, Sociedad Bíblica de España