Revised Common Lectionary (Semicontinuous)
Octavo discurso de Job
23 A esto respondió Job:
2 «Mi queja sigue siendo amarga;
gimo bajo el peso de su mano.[a]
3 ¡Ah, si supiera yo dónde encontrar a Dios!
¡Si pudiera llegar adonde él habita!
4 Ante él expondría mi caso;
llenaría mi boca de argumentos.
5 Podría conocer su respuesta,
y trataría de entenderla.
6 ¿Disputaría él conmigo con todo su poder?
¡Claro que no! ¡Ni me acusaría!
7 Ante él cualquier hombre intachable podría presentar su caso,
y yo sería absuelto para siempre delante de mi Juez.
8 »Si me dirijo hacia el este, no está allí;
si me encamino al oeste, no lo encuentro.
9 Si está ocupado en el norte, no lo veo;
si se vuelve al sur, no alcanzo a percibirlo.
16 Dios ha hecho que mi corazón desmaye;
me tiene aterrado el Todopoderoso.
17 Con todo, no logran acallarme las tinieblas
ni la densa oscuridad que cubre mi rostro.
Al director musical. Sígase la tonada de «La gacela de la aurora». Salmo de David.
22 Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?
¿Por qué estás lejos para salvarme,
tan lejos de mis gritos de angustia?
2 Dios mío, clamo de día y no me respondes;
clamo de noche y no hallo reposo.
3 Pero tú eres santo y te sientas en tu trono;
habitas en la alabanza de Israel.
4 En ti confiaron nuestros antepasados;
confiaron, y tú los libraste;
5 a ti clamaron y tú los salvaste;
se apoyaron en ti y no los defraudaste.
6 Pero yo, gusano soy y no hombre;
la gente se burla de mí,
el pueblo me desprecia.
7 Cuantos me ven se ríen de mí;
lanzan insultos, meneando la cabeza:
8 «Este confía en el Señor,
¡pues que el Señor lo ponga a salvo!
Ya que en él se deleita,
¡que sea él quien lo libre!».
9 Pero tú me sacaste del vientre materno;
me hiciste reposar confiado en el regazo de mi madre.
10 Fui puesto a tu cuidado desde antes de nacer;
desde el vientre de mi madre mi Dios eres tú.
11 No te alejes de mí,
porque la angustia está cerca
y no hay nadie que me ayude.
12 Muchos toros me rodean;
fuertes toros de Basán me cercan.
13 Contra mí abren sus fauces
leones que rugen y desgarran a su presa.
14 Como agua he sido derramado;
dislocados están todos mis huesos.
Mi corazón se ha vuelto como cera
y se derrite en mis entrañas.
15 Se ha secado mi vigor como la arcilla;
la lengua se me pega al paladar.
Me has hundido en el polvo de la muerte.
12 Sin duda, la palabra de Dios es viva, eficaz y más cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta la médula de los huesos,[a] y juzga los pensamientos y las intenciones del corazón. 13 Ninguna cosa creada escapa a la vista de Dios. Todo está al descubierto, expuesto a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas.
Jesús, el gran sumo sacerdote
14 Por lo tanto, ya que en Jesús, el Hijo de Dios, tenemos un gran sumo sacerdote que ha atravesado los cielos, aferrémonos a la fe que profesamos. 15 Porque no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que ha sido tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado. 16 Así que acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para recibir la misericordia y encontrar la gracia que nos ayuden oportunamente.
El joven rico(A)
17 Cuando Jesús estaba ya para irse, un hombre llegó corriendo y se arrodilló delante de él.
—Maestro bueno —le preguntó—, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?
18 —¿Por qué me llamas bueno? —respondió Jesús—. Nadie es bueno sino solo Dios. 19 Ya sabes los mandamientos: “No mates, no cometas adulterio, no robes, no presentes falso testimonio, no defraudes, honra a tu padre y a tu madre”.[a]
20 —Maestro —dijo el hombre—, todo eso lo he cumplido desde que era joven.
21 Jesús lo miró con amor y añadió:
—Una sola cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme.
22 Al oír esto, el hombre se desanimó y se fue triste porque tenía muchas riquezas.
23 Jesús miró alrededor y comentó a sus discípulos:
—¡Qué difícil es para los ricos entrar en el reino de Dios!
24 Los discípulos se asombraron de sus palabras.
—Hijos, ¡qué difícil es entrar[b] en el reino de Dios! —repitió Jesús—. 25 Le resulta más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino de Dios.
26 Los discípulos se asombraron aún más y decían entre sí: «Entonces, ¿quién podrá salvarse?».
27 —Para los hombres es imposible —aclaró Jesús, mirándolos fijamente—, pero no para Dios; de hecho, para Dios todo es posible.
28 —¿Qué de nosotros, que lo hemos dejado todo y te hemos seguido? —comenzó a decirle Pedro.
29 —Les aseguro —respondió Jesús— que todo el que por mi causa y la del evangelio haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o terrenos 30 recibirá cien veces más ahora en este tiempo (casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y terrenos, aunque con persecuciones); y en la edad venidera, la vida eterna. 31 Pero muchos de los primeros serán últimos y los últimos serán primeros.
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