Revised Common Lectionary (Semicontinuous)
Noticia de la muerte de Saúl
1 1-2 Después de que Saúl murió, David peleó contra los amalecitas y los derrotó. Entonces regresó a Siclag y se quedó allí dos días. Al tercer día, llegó a Siclag uno de los soldados de Saúl. Venía con la ropa toda rota y con ceniza en la cabeza, lo que demostraba que venía muy triste. Cuando llegó ante David, se inclinó hasta tocar el suelo en señal de respeto.
David lamenta la muerte de Saúl y Jonatán
17 David entonó un canto para expresar su tristeza por la muerte de Saúl y Jonatán, 18 y ordenó que ese canto se le enseñara a toda la gente de Judá. Ese canto aparece en el libro del Justo, y dice así:
19 «¡Pobre Israel!
¡Los valientes que eran tu orgullo
cayeron muertos en las montañas!
20 »¡No se lo digan a nadie en Gat,
ni lo cuenten por las calles de Ascalón!
¡Que no se alegren las ciudades filisteas,
ni haga fiesta esa gente idólatra!
21 »¡Que nunca más vuelva a llover
en los campos y colinas de Guilboa!
¡Fue allí donde se burlaron
de los escudos de los valientes!
¡Fue allí donde perdió su brillo
el escudo de Saúl!
22 »¡Tanto las flechas de Jonatán
como la espada de Saúl
siempre estaban empapadas de sangre!
¡Siempre se clavaban en la grasa
de sus enemigos más valientes!
23 »¡Saúl y Jonatán,
mis amigos más queridos!
¡Más rápidos que las águilas,
y más fuertes que los leones!
¡Juntos disfrutaron de la vida!
¡Juntos sufrieron la muerte!
24 »¡Mujeres de Israel, lloren por Saúl,
que las vestía con grandes lujos
y las cubría con adornos de oro!
25 »¿Cómo pudieron los valientes
perder la vida en la batalla?
¡Jonatán ha caído muerto
en lo alto de la montaña!
26 »¡Qué triste estoy por ti, Jonatán!
¡Yo te quería más que a un hermano!
¡Mi cariño por ti fue mayor
que mi amor por las mujeres!
27 »¿Cómo pudieron los valientes
perder la vida en la batalla?»
Nuestra esperanza está en Dios
SALMO 130 (129)
Cántico para las peregrinaciones.
130 Dios mío, yo te llamo
pues estoy muy angustiado.
2 ¡Escúchame, Dios mío!
¡Presta oído a mis gritos
que te piden compasión!
3 Si tomaras en cuenta
todos nuestros pecados,
nadie podría presentarse ante ti.
4 Pero tú nos perdonas.
¡Por eso mereces nuestra adoración!
5 En Dios he puesto mi esperanza;
con toda el alma confío en él,
pues confío en sus promesas.
6 Con ansias espero a Dios;
¡con más ansias lo espero
que los vigilantes a la mañana!
Los vigilantes esperan
que llegue la mañana,
7 y tú, Israel, esperas
la llegada de Dios
porque él nos ama
y nos da plena libertad.
8 ¡Dios salvará a Israel
de todos sus pecados!
7 Todos saben que ustedes son buenos en todo: su confianza en Dios es firme, hablan mejor, saben más, tienen mucho entusiasmo para servir a los demás, y nos aman mucho. Ahora les toca ser los mejores, contribuyendo para esta bondadosa ayuda.
8 No les estoy dando una orden. Sólo quiero que sepan cómo ofrendan los hermanos de otras iglesias, para que ustedes puedan demostrar que su amor es sincero. 9 Ustedes saben que nuestro Señor Jesucristo era rico, pero tanto los amó a ustedes que vino al mundo y se hizo pobre, para que con su pobreza ustedes llegaran a ser ricos.
10 Por el bien de ustedes, les doy mi consejo acerca de esto. El año pasado ustedes fueron los primeros en dar y, además, lo hicieron con mucho entusiasmo. 11 Terminen lo que empezaron a hacer, y háganlo con el mismo entusiasmo que tenían cuando comenzaron, dando lo que cada uno pueda dar. 12 Si realmente desean contribuir, Dios aceptará con agrado sus ofrendas, pues él no espera que demos lo que no tenemos.
13 Pero no queremos que, por ayudar a otros, les falte a ustedes lo necesario. Lo que deseamos es que haya igualdad. 14 Ahora ustedes tienen mucho, y deben ayudar a los que tienen poco. Puede ser que, en otro momento, ellos tengan mucho y los ayuden a ustedes. De esta manera habrá igualdad. 15 Como dice la Biblia: «Ni le sobró al que recogió mucho, ni le faltó al que recogió poco.»
Una niña muerta y una mujer enferma
21 Jesús llegó en la barca al otro lado del lago, y se quedó en la orilla porque mucha gente se juntó a su alrededor.
22 En ese momento llegó un hombre llamado Jairo, que era uno de los jefes de la sinagoga. Cuando Jairo vio a Jesús, se inclinó hasta el suelo 23 y le rogó:
—Mi hijita está a punto de morir. ¡Por favor, venga usted a mi casa y ponga sus manos sobre ella, para que se sane y pueda vivir!
24 Jesús se fue con Jairo. Mucha gente se juntó alrededor de Jesús y lo acompañó. 25 Entre la gente, iba una mujer que había estado enferma durante doce años. Perdía mucha sangre, 26 y había gastado en médicos todo el dinero que tenía, pero ellos no habían podido sanarla. Al contrario, le habían hecho sufrir mucho, y cada día se ponía más enferma.
27-28 La mujer había oído hablar de Jesús, y pensaba: «Si tan sólo pudiera tocar su ropa, quedaría sana.» Por eso, cuando la mujer vio a Jesús, se abrió paso entre la gente, se le acercó por detrás y le tocó la ropa. 29 Inmediatamente la mujer dejó de sangrar, y supo que ya estaba sana.
30 Jesús se dio cuenta de que había salido poder de él. Entonces miró a la gente y preguntó:
—¿Quién me tocó la ropa?
31 Sus discípulos le respondieron:
—¡Mira cómo se amontona la gente sobre ti! ¿Y todavía preguntas quién te tocó la ropa?
32 Pero Jesús miraba y miraba a la gente para descubrir quién lo había tocado. 33 La mujer, sabiendo lo que le había pasado, fue y se arrodilló delante de él, y temblando de miedo le dijo toda la verdad.
34 Jesús le dijo:
—Hija, has sido sanada porque confiaste en Dios. Vete tranquila.
35 Jesús no había terminado de hablar cuando llegaron unas personas desde la casa de Jairo, y le dijeron:
—¡Su hija ha muerto! ¿Para qué molestar más al Maestro?
36 Jesús no hizo caso de lo que ellos dijeron, sino que le dijo a Jairo:
—No tengas miedo, solamente confía.
37 Y sólo permitió que lo acompañaran Pedro y los dos hermanos Santiago y Juan. 38 Cuando llegaron a la casa de Jairo, vieron que la gente lloraba y gritaba y hacía mucho alboroto. 39 Entonces Jesús entró en la casa y les dijo:
—¿Por qué lloran y hacen tanto escándalo? La niña no está muerta, sólo está dormida.
40 La gente se burló de Jesús. Entonces él hizo que todos salieran de allí. Luego entró en el cuarto donde estaba la niña, junto con el padre y la madre de ella y tres de sus discípulos. 41 Tomó de la mano a la niña y le dijo en idioma arameo:
—¡Talitá, cum!
Eso quiere decir: «Niña, levántate.» 42 La niña, que tenía doce años, se levantó en ese mismo instante y comenzó a caminar. Cuando la gente la vio, se quedó muy asombrada.
43 Pero Jesús ordenó que no le contaran a nadie lo que había pasado, y después mandó que le dieran de comer a la niña.
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