Revised Common Lectionary (Complementary)
13 Pues Dios no hizo la muerte
ni se alegra destruyendo a los seres vivientes.
14 Todo lo creó para que existiera;
lo que el mundo produce es saludable,
y en ello no hay veneno mortal;
la muerte no reina en la tierra,
15 porque la justicia es inmortal.
23 En verdad, Dios creó al hombre para que no muriera,
y lo hizo a imagen de su propio ser;
24 sin embargo, por la envidia del diablo
entró la muerte en el mundo,
y la sufren los que del diablo son.
23 Cada mañana se renuevan;
¡qué grande es su fidelidad!
24 Y me digo: ¡El Señor lo es todo para mí;
por eso en él confío!
25 El Señor es bueno con los que en él confían,
con los que a él recurren.
26 Es mejor esperar en silencio
a que el Señor nos ayude.
27 Es mejor que el hombre se someta
desde su juventud.
28 El hombre debe quedarse solo y callado
cuando el Señor se lo impone;
29 debe, humillado, besar el suelo,
pues tal vez aún haya esperanza;
30 debe ofrecer la mejilla a quien le hiera,
y recibir el máximo de ofensas.
31 El Señor no ha de abandonarnos
para siempre.
32 Aunque hace sufrir, también se compadece,
porque su amor es inmenso.
33 Realmente no le agrada afligir
ni causar dolor a los hombres.
Alabanzas de gratitud al Señor
(1) Salmo. Canto para la dedicación del templo. De David.
30 (2) Señor, yo te alabo
porque tú me libertaste,
porque no has permitido
que mis enemigos se burlen de mí.
2 (3) Señor, mi Dios,
te pedí ayuda, y me sanaste;
3 (4) tú, Señor, me salvaste de la muerte;
me diste vida, me libraste de morir.
4 (5) Ustedes, fieles del Señor, ¡cántenle himnos!,
¡alaben su santo nombre!
5 (6) Porque su enojo dura un momento,
pero su buena voluntad, toda la vida.
Si lloramos por la noche,
por la mañana tendremos alegría.
6 (7) Yo me sentí seguro, y pensé:
«Nada me hará caer jamás.»
7 (8) Pero tú, Señor, en tu bondad
me habías afirmado en lugar seguro,
y apenas me negaste tu ayuda
el miedo me dejó confundido.
8 (9) A ti, Señor, clamo;
a ti, Señor, suplico:
9 (10) ¿Qué se gana con que yo muera,
con que sea llevado al sepulcro?
¡El polvo no puede alabarte
ni hablar de tu fidelidad!
10 (11) Señor, óyeme y ten compasión de mí;
Señor, ¡ayúdame!
11 (12) Has cambiado en danzas mis lamentos;
me has quitado el luto
y me has vestido de fiesta.
12 (13) Por eso, Señor y Dios,
no puedo quedarme en silencio:
¡te cantaré himnos de alabanza
y siempre te daré gracias!
7 Pues ustedes, que sobresalen en todo: en fe, en facilidad de palabra, en conocimientos, en buena disposición para servir y en amor que aprendieron de nosotros, igualmente deben sobresalir en esta obra de caridad.
8 No les digo esto como un mandato; solamente quiero que conozcan la buena disposición de otros, para darles a ustedes la oportunidad de demostrar que su amor es verdadero. 9 Porque ya saben ustedes que nuestro Señor Jesucristo, en su bondad, siendo rico se hizo pobre por causa de ustedes, para que por su pobreza ustedes se hicieran ricos.
10 Por el bien de ustedes les doy mi opinión sobre este asunto. Desde el año pasado, no sólo comenzaron ustedes a hacer algo al respecto, sino a hacerlo con entusiasmo. 11 Ahora pues, dentro de sus posibilidades, terminen lo que han comenzado con la misma buena disposición que mostraron al principio, cuando decidieron hacerlo. 12 Porque si alguien de veras quiere dar, Dios le acepta la ofrenda que él dé conforme a sus posibilidades. Dios no pide lo que uno no tiene.
13 No se trata de que por ayudar a otros ustedes pasen necesidad; se trata más bien de que haya igualdad. 14 Ahora ustedes tienen lo que a ellos les falta; en otra ocasión ellos tendrán lo que les falte a ustedes, y de esta manera habrá igualdad. 15 Como dice la Escritura: «Ni le sobró al que había recogido mucho, ni le faltó al que había recogido poco.»
La mujer enferma y la hija de Jairo(A)
21 Cuando Jesús regresó en la barca al otro lado del lago, se le reunió mucha gente, y él se quedó en la orilla. 22 En esto llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, que al ver a Jesús se echó a sus pies 23 y le rogó mucho, diciéndole:
—Mi hija se está muriendo; ven a poner tus manos sobre ella, para que sane y viva.
24 Jesús fue con él, y mucha gente lo acompañaba apretujándose a su alrededor. 25 Entre la multitud había una mujer que desde hacía doce años estaba enferma, con derrames de sangre. 26 Había sufrido mucho a manos de muchos médicos, y había gastado todo lo que tenía, sin que le hubiera servido de nada. Al contrario, iba de mal en peor. 27 Cuando oyó hablar de Jesús, esta mujer se le acercó por detrás, entre la gente, y le tocó la capa. 28 Porque pensaba: «Tan sólo con que llegue a tocar su capa, quedaré sana.» 29 Al momento, el derrame de sangre se detuvo, y sintió en el cuerpo que ya estaba curada de su enfermedad. 30 Jesús, dándose cuenta de que había salido poder de él, se volvió a mirar a la gente, y preguntó:
—¿Quién me ha tocado la ropa?
31 Sus discípulos le dijeron:
—Ves que la gente te oprime por todos lados, y preguntas “¿Quién me ha tocado?”
32 Pero Jesús seguía mirando a su alrededor, para ver quién lo había tocado. 33 Entonces la mujer, temblando de miedo y sabiendo lo que le había pasado, fue y se arrodilló delante de él, y le contó toda la verdad. 34 Jesús le dijo:
—Hija, por tu fe has sido sanada. Vete tranquila y curada ya de tu enfermedad.
35 Todavía estaba hablando Jesús, cuando llegaron unos de casa del jefe de la sinagoga a decirle al padre de la niña:
—Tu hija ha muerto. ¿Para qué molestar más al Maestro?
36 Pero Jesús, sin hacer caso de ellos, le dijo al jefe de la sinagoga:
—No tengas miedo; cree solamente.
37 Y no dejó que lo acompañaran más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. 38 Al llegar a la casa del jefe de la sinagoga y ver el alboroto y la gente que lloraba y gritaba, 39 entró y les dijo:
—¿Por qué hacen tanto ruido y lloran de esa manera? La niña no está muerta, sino dormida.
40 La gente se rió de Jesús, pero él los hizo salir a todos, y tomando al padre, a la madre y a los que lo acompañaban, entró a donde estaba la niña. 41 La tomó de la mano y le dijo:
—Talitá, cum (que significa: «Muchacha, a ti te digo, levántate»).
42 Al momento, la muchacha, que tenía doce años, se levantó y echó a andar. Y la gente se quedó muy admirada. 43 Pero Jesús ordenó severamente que no se lo contaran a nadie, y luego mandó que dieran de comer a la niña.
Dios habla hoy ®, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1966, 1970, 1979, 1983, 1996.