Revised Common Lectionary (Complementary)
Tau
169 Oh Señor, escucha mi clamor;
dame la capacidad de discernir que me prometiste.
170 Escucha mi oración;
rescátame como lo prometiste.
171 Que la alabanza fluya de mis labios,
porque me has enseñado tus decretos.
172 Que mi lengua cante de tu palabra,
porque todos tus mandatos son correctos.
173 Tiéndeme una mano de ayuda,
porque opté por seguir tus mandamientos.
174 Oh Señor, he anhelado que me rescates,
y tus enseñanzas son mi deleite.
175 Déjame vivir para que pueda alabarte,
y que tus ordenanzas me ayuden.
176 He andado descarriado como una oveja perdida;
ven a buscarme,
porque no me he olvidado de tus mandatos.
Un profeta denuncia a Jeroboam
13 Por mandato del Señor, un hombre de Dios de la región de Judá fue a Betel y llegó en el momento que Jeroboam se acercaba al altar para quemar incienso. 2 Luego, por mandato del Señor, el hombre de Dios gritó: «¡Oh altar, altar! Esto dice el Señor: “En la dinastía de David nacerá un niño llamado Josías, quien sacrificará sobre ti a los sacerdotes de los santuarios paganos que vienen aquí a quemar incienso, y sobre ti se quemarán huesos humanos”». 3 Ese mismo día, el hombre de Dios dio una señal para demostrar que su mensaje era verdadero y dijo: «El Señor ha prometido dar una señal: este altar se partirá en dos, y sus cenizas se derramarán en el suelo».
4 Cuando Jeroboam oyó al hombre de Dios hablar contra el altar de Betel, el rey lo señaló con el dedo y gritó: «¡Detengan a ese hombre!»; pero al instante, la mano del rey se paralizó en esa posición, y no podía moverla. 5 En ese mismo momento, se produjo una enorme grieta en el altar y las cenizas se desparramaron, tal como el hombre de Dios había predicho en el mensaje que recibió del Señor.
6 Entonces el rey clamó al hombre de Dios: «¡Te ruego que le pidas al Señor tu Dios que me restaure la mano!». Así que el hombre de Dios oró al Señor, y la mano quedó restaurada y el rey pudo moverla otra vez.
7 Después el rey dijo al hombre de Dios:
—Ven al palacio conmigo, come algo y te daré un regalo.
8 Pero el hombre de Dios le dijo al rey:
—Aunque me dieras la mitad de todo lo que posees, no iría contigo. No comería ni bebería nada en este lugar, 9 porque el Señor me ordenó: “No comas ni bebas nada mientras estés allí y no regreses a Judá por el mismo camino”.
10 Así que salió de Betel y volvió a su casa por otro camino.
Todos somos pecadores
9 Ahora bien, ¿llegamos a la conclusión de que los judíos somos mejores que los demás? ¡Para nada! Tal como acabamos de demostrar, todos—sean judíos o gentiles[a]—están bajo el poder del pecado. 10 Como dicen las Escrituras:
«No hay ni un solo justo,
ni siquiera uno.
11 Nadie es realmente sabio,
nadie busca a Dios.
12 Todos se desviaron,
todos se volvieron inútiles.
No hay ni uno que haga lo bueno,
ni uno solo»[b].
13 «Lo que hablan es repugnante, como el mal olor de una tumba abierta.
Su lengua está llena de mentiras».
«Veneno de serpientes gotea de sus labios»[c].
14 «Su boca está llena de maldición y amargura»[d].
15 «Se apresuran a matar.
16 Siempre hay destrucción y sufrimiento en sus caminos.
17 No saben dónde encontrar paz»[e].
18 «No tienen temor de Dios en absoluto»[f].
19 Obviamente, la ley se aplica a quienes fue entregada, porque su propósito es evitar que la gente tenga excusas y demostrar que todo el mundo es culpable delante de Dios. 20 Pues nadie llegará jamás a ser justo ante Dios por hacer lo que la ley manda. La ley sencillamente nos muestra lo pecadores que somos.
La Santa Biblia, Nueva Traducción Viviente, © Tyndale House Foundation, 2010. Todos los derechos reservados.